
A instancias de César M., ese pobre pecador irredento, este humilde monje llamado Fray César de Baskerville dedicará su sermón de hoy a elaborar una lista con las diez mejores películas del cine de terror. Es decir, lo que hizo Moisés en el Sinaí, pero en plan cinéfilo. No obstante antes de emprender dicha labor, debo advertiros algo: no soy un gran aficionado a las películas de miedo. Por ejemplo, no me gusta casi ningún film de la Hammer (me parecen acartonados), no me gusta el gore, me irritan las reinas del grito y el terror oriental, con sus fantasmas peludos, y aun reconociéndole la capacidad de crear imágenes inquietantes, me parece repetitivo y tedioso. Me asombra, por ejemplo, el prestigio de
La noche de los muertos vivientes, de Romero, que siempre me ha parecido de una tosquedad ofensiva y... en fin, hijos míos, que no soy un experto ni un gran consumidor. Pero, dado que estoy familiarizado con los tormentos del Infierno, y teniendo en cuenta que el terror está muy próximo a otros géneros que conozco mejor, sí que he visto bastante cine de terror; al menos, lo suficiente como para atreverme a proponer una lista.
Pues bien, amadísimos corderos, a la hora de repasar el cine de terror, surge el problema de separarlo de otros dos géneros muy próximos a él: el fantástico y el thriller. Por ejemplo, yo incluiría en la lista
Alien, pero
Alien es terror y ciencia ficción a la vez. Como ya apareció en otra lista, no lo hace en ésta, pese a ser, con diferencia, la película que más miedo le ha provocado a este insignificante fraile. Y si hablamos del thriller, los problemas crecen. ¿
El silencio de los corderos es terror o thriller? ¿Y
El Fotógrafo del pánico? Dos de las películas que incluyo en mi lista podrían considerarse thrillers, pero son también terror. Otro problema es la caducidad del género; películas que aterrorizaron a nuestros abuelos hoy ni nos inquietan. Por ejemplo, el
Frankenstein de Whale; pero fue concebida como terror y es una obra maestra, así que ¿cómo no incluirla? En cualquier caso, hijos de mi corazón e hijas de otras vísceras que no voy a mencionar, sin más dilaciones, aquí va mi lista:
1.
El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene 1919). He aquí una de las dos cumbres del expresionismo alemán. Poco importa el argumento de esta magistral película; lo impactante son sus imágenes: ese mundo dislocado en el que se mueven unos personajes alucinados, los decorados torcidos, los intensos contrastes de luces y sombras, las actuaciones exageradas hasta el paroxismo. Jamás el celuloide ha mostrado con tanta intensidad la locura. Todavía hoy, después de tanto tiempo, su contemplación produce un extraño desasosiego que va mucho más allá que el mero miedo.
2.
Nosferatu (F. W. Murnau 1921). Y aquí tenemos la otra cumbre del expresionismo. Debo confesaros algo: la figura del vampiro nunca me ha interesado

demasiado; me parece una versión tosca y poco estimulante del diablo (en valaquio, drakul significa demonio). A partir de Lugosi, la tendencia ha sido humanizar al vampiro, mostrarlo culto, refinado, sexy o, si entramos en el mundo de Anne Rice/Neil Jordan, prácticamente metrosexual. Murnau, sin embargo, propone un vampiro, el conde Orlok, absolutamente inhumano, una alimaña, un parásito cuya mera contemplación estremece. Y es que, aparte de las poderosas imágenes, quizá el aspecto más memorable de esta obra maestra sea la terrorífica recreación del conde Orlok llevada a cabo por el actor Max Schreck. Creo que
Nosferatu es la mejor película de vampiros que se ha rodado, aunque debo confesar que no he visto
Vampyr de Dreyer.
3.
La parada de los monstruos (Tod Browning 1932). En un circo ambulante, un enano de una trouppe de monstruos (freaks) se enamora de una bella trapecista llamada Cleopatra, que le sigue la corriente y se casa con él para apoderarse de su dinero. Al enterarse del engaño, el resto de la trouppe decide vengarse convirtiendo a Cleopatra en uno de ellos. Una historia sencilla e ingenua, sin suspense, sin golpes de efecto, sin sustos, sin tensión... pero extraordinariamente perturbadora, porque sus personajes, ese grupo de monstruos deformes, no son obra del maquillaje o los efectos especiales, sino auténticos fenómenos de feria. Seres humanos, como tú o como yo... si es que tú y yo somos humanos, claro.
4.
Frankenstein &
La novia de Frankenstein (James Whale 1931 – 1935). La crítica suele preferir el segundo título al primero, pero a mí me gusta mucho más
Frankenstein, aunque reconozco que su continuación es de una gran brillantez, con una espléndida Elsa Lanchester y con ese maravilloso personaje que es el doctor Praetorius (interpretado por Ernest Thesiger), uno de los grandes doctores locos de la historia del cine. La modélica dirección de arte, los maravillosos decorados, la fascinante fotografía, los elegantes movimientos de cámara, el deliro romántico, todo hace de estos dos filmes un delicioso manjar para el cinéfilo aficionado al fantástico. Sin olvidarnos, por supuesto, del excelente trabajo que realizaron Jack Pierce (maquillador) y Boris Karloff (actor) en la creación de El Monstruo.

5.
La noche del cazador (Charles Laughton 1955). Ya que hablábamos de Elsa Lanchester, ésta es la única película que dirigió su marido, el genial e histriónico actor inglés Charles Laughton. ¿Es
La noche del cazador una película de terror? No estoy seguro; se trata de un cuento en el que dos hermanos, un niño y una niña, son perseguidos por un ogro representado por el reverendo Powell (Robert Mitchum), y en todo cuento hay numerosos elementos terroríficos. Por otro lado, la figura del Reverendo, con sus dedos tatuados con las palabras “amor” y “odio”, ha sido el referente de numerosos psicópatas posteriores. En cualquier caso, sea o no sea terror, el film de Laughton es una obra maestra indiscutible, un inesperado retorno al expresionismo cuyas imágenes –como la del cadáver de Shelley Winters sumergido en el lago- se resisten a abandonar nuestra memoria.
6.
Psicosis (Alfred Hitchcock 1960). En mi opinión, esta cinta inaugura el terror

cinematográfico moderno. El monstruo ya no es un ser sobrenatural que acecha en la oscuridad, ni un engendro de la naturaleza; el monstruo somos nosotros, tú, yo, o ese muchacho tan simpático que cuida de su madre enferma. Sería demasiado largo analizar el modo en que Hitchcock utiliza, y subvierte, las convenciones del género para pillar a contrapié al espectador; baste decir que
Psicosis es un monumento a la sabia manipulación narrativa.
7.
El exorcista (William Friedkin 1972). Anteayer mismo volví a ver esta película en la televisión y me quedé pasmado por su modernidad. De hecho, en el año 2000 se reestrenó con el añadido de unos cuantos minutos de metraje nuevo y tuvo un éxito extraordinario. ¿Cuál es el secreto de su vigencia? La verosimilitud. Mediante un virtuoso manejo del ritmo y la progresión dramática, Friedkin va introduciendo poco a poco elementos inquietantes antes de que sepamos por qué debemos inquietarnos. Por ejemplo, las prueba médicas que realizan en Megan, la niña poseída, son tan terroríficas o más que la propia posesión diabólica. De este modo, entrelazando lo natural con lo sobrenatural, el director logra que el espectador sienta que lo que está viendo, por fantástico que parezca, es real.
El exorcista podría definirse como una película de terror narrada en clave de thriller.
8.
Al final de la escalera (Peter Medak 1979). Sencillamente, ésta es la mejor película de casas encantadas que se ha filmado. Y también una lección de cine y buen gusto, pues demuestra que, para aterrorizar al espectador, no hacen falta millones de dólares invertidos en efectos especiales. Una simple pelota infantil cayendo por una escalera puede ponerte los pelos de punta. Como siempre, da más miedo lo que no se ve que lo que se ve.
9.
El resplandor (Stanley Kubrick 1980). Con esta película me ha pasado algo curioso. La primera vez que la vi, me decepcionó: de alguna forma –aunque no sabría explicar por qué-, no era lo que esperaba de Kubrick. Sin embargo, cada vez que la volvía a ver me gustaba más y, como la he visto muchas veces, ahora me gusta muchísimo. Reconozcamos algo: Nicholson fue un error de casting, pues difícilmente puede describirse del proceso de enloquecimiento de un personaje, Torrance, que ya parece loco desde el principio. Sin embargo, ¿podría ponerle a Torrance otra cara que no fuese la de Nicholson? No. Paradójico, ¿verdad? En cualquier caso,
El resplandor ofrece un abanico de imágenes imborrables, como todas las secuencias que se desarrollan en el bar, o esos travelling siguiendo al niño en su cochecito por los interminables pasillos del hotel, o Torrance, igual que el lobo feroz del cuento, derribando a hachazos la puerta tras la que se oculta su familia para hacerlos picadillo. Una obra maestra.
10.
Henry, retrato de un asesino (John McNaughton 1986). En mi opinión, ésta es la película más malsana de la historia del cine, la más sucia, desagradable y hedionda. Es decir, una maravilla. Con cuatro duros, McNaughton rodó una película que sigue los pasos de un serial killer vagamente inspirado en el auténtico asesino múltiple Henry Lee Lucas. La narración adopta el punto de vista del psicópata, sin el menor afán moralizante, limitándose a mostrar con frialdad las atrocidades que comete un personaje con quien, gracias a la terrorífica habilidad del director, llegamos a empatizar. La secuencia en que Henry y su (repugnante) amigo Otis masacran a una familia, narrada en fuera de campo a través de una cámara de video, es capaz de revolverle el estómago al más pintado. Eso por no hablar de su demoledor final.
Y ahora, queridos feligreses, debería extenderme en una larga prédica sobre la psicología y la sociología del terror, sobre cómo los periodos de tensión social aumentan la producción de películas de este género, sobre los símbolos que se ocultan tras la mitología del miedo... pero no lo voy a hacer. Se me han quedado demasiadas películas en el tintero del scriptorium, de modo que no me resisto a, por lo menos, citarlas. De entrada, comencemos por las que me habría gustado incluir en la lista, pero no cabían:
De entrada,
El malvado Zaroff (Ernest Schoedsack 1932): la caza humana como deporte; otra joya del director de
King Kong. Jacques Torneur filmó en Hollywood dos obras maestras del cine de terror:
La mujer pantera (1942) y
Yo caminé con un Zombi (1943), historias sencillas y directas, pero dotadas de un clima fantástico irrepetible.
El fotógrafo del pánico (Michael Powell 1960) es un film en cierto modo similar a
Psicosis, pues ambos títulos proponen una renovación del género a través de la figura del psicópata. Si os fijáis, ambas películas se rodaron el mismo año.
La semilla del diablo (Roman Polanski 1968) no sólo es un excelente film, sino también el antecedente directo de
El exorcista y todo el moderno cine demoníaco.
La matanza de Texas (Tob Hooper 1974) es una película fea, sucia y malsana, tan desagradable como deslizarse por hojas de afeitar. De David Cronenberg destacaría
La mosca (1986) e
Inseparables (1989). Y no puedo dejar de mencionar
Escalofrío (Bill Paxton 2001), una original rareza totalmente alejada de los cánones y las modas del género. ¿Qué pasaría si, siendo un niño, descubrieras que tu padre es un psicópata asesino? Por último (para no extenderme demasiado), esa maravilla que es
El sexto sentido (M. Night Shyamalan 1999).

En fin, hijos míos, todas las películas que acabo de citar podrían estar incluidas en la lista de honor, pero todavía no se han inventado las decenas de veinte elementos, qué le vamos a hacer. No obstante, hay muchas más películas de terror que merecen, cuando menos, una mención. Por ejemplo,
Un hombre lobo americano en Londres (John Landis 1981), deliciosa mezcla de terror y comedia,
El Otro (Robert Mulligan 1972), una brillante pieza de terror psicológico,
La Profecía (Richard Donner 1976), que inició el tema del anticristo,
Carretera al Infierno (Robert Harmon 1986), con Rutger Hauer convertido en un implacable y terrorífico autoestopista asesino,
El Padrastro (Joseph Ruben 1987), una inteligente e inquietante serie B, o
Parque Jurásico (Steven Spielberg 1993), una película que hay que reseñar aunque solo sea por la magistral secuencia de los velocirraptores en la cocina. Y no quiero dejar de mencionar
Picnic en Hanging Rock (Peter Weir 1975), un film en el que no sucede absolutamente nada, pero que te mantiene en tensión durante todo su metraje.
Y ya para ir terminando, las contribuciones españolas. En primer lugar,
La residencia (1969) y
¿Quién puede matar a un niño? (1976), dos notables películas que nos hacen derramar lágrimas por el hecho de que su director, Chicho Ibáñez Serrador, prefiriera dedicarse al concurseo en detrimento del cine de terror. Después tenemos
El día de la bestia (1995), la mejor película de Alex de la Iglesia, vigoroso cóctel de terror y comedia. Y por último (teniendo en cuenta que no me gusta demasiado Jaume Balagueró),
Los otros (Alejandro Amenabar 2001), un elegante retorno al terror clásico.
Y aquí concluye mi sermón del Día de Todos los Santos, queridísimos hijos. Bien sé que he olvidado un montón de películas interesantes, y que muchos títulos que a mí no me parecen dignos de mención, para otros serán omisiones imperdonables. Así pues, expresad sin timidez vuestros pareceres, que este humilde fraile os escuchará atento en confesión.
Pero antes de abandonar los bancos de la iglesia, os recomiendo que os dirijáis raudos a
El aprendizaje de la soledad (
http://silencioeslodemas.blogspot.com), donde
Care Carmille Santos os invita a dar un interesante paseo por sus terrores cinematográficos favoritos.
Podéis ir en paz (en la paz de los cementerios, se entiende)