lunes, octubre 31

Noche de monstruos


Noche de brujas y fantasmas, amigos míos; el samhain celta, halloween. Por las calles merodean pequeños monstruos en busca de presas con las que poder saciar su hambre de chucherías. Ya sabéis lo mucho que me gusta esta fiesta, la única celebración abiertamente pagana en monótono catálogo de aburridas fiestas cristianas. Sin embargo, este año me había olvidado por completo de ella, así que no tengo chucherías con que obsequiar a los muertos vivientes ni nada previsto para Babel. Improvisemos pues.



A todos los merodeadores un consejo: esta noche dejad algo de comida en vuestra puerta o en el alféizar de una ventana, para evitar que los difuntos, cuando salgan de sus tumbas, os devoren. ¿O es que no habéis visto The Walking Dead? Y un regalo: un relato, pero no mío. Ya que hablaba de él en la última entrada, os voy a dejar aquí un relato ultracorto del gran Fredric Brown. Se llama La respuesta, fue publicado en 1954 y, por supuesto, es un cuento de terror. Espero que os guste tanto como a mí.


Feliz halloween, merodeadores.


   La respuesta
     Fredric Brown

     Dwar Ev soldó ceremoniosamente con oro la conexión final. Los ojos de una docena de cámaras de televisión le observaban, y el subéter transmitía al universo una docena de imágenes de lo que estaba haciendo.
     Se enderezó, hizo una seña a Dwar Reyn y se acercó al interruptor que completaría el contacto cuando lo accionara. El interruptor conectaría, simultáneamente, todos los grandes ordenadores todos los planetas habitados del universo -noventa y seis mil millones de planetas- en un supercircuito que los convertiría en un superordenador, una máquina cibernética que combinaría todo el conocimiento de las galaxias.
     Dwar Reyn habló brevemente a los billones de seres que observaban y escuchaban. Después permaneció un instante en silencio.

     -Ahora, Dwar Ev –dijo después de la pausa.
      Dwar Ev accionó el interruptor. Se produjo un poderoso zumbido; la energía de noventa y seis mil millones de planetas. A lo largo de los kilómetros que medía el panel de control se encendieron y apagaron multitud de lucecitas.
     Dwar Ev retrocedió un paso y lanzó un profundo suspiro.
    -El honor de formular la primera pregunta te corresponde a ti, Dwar Reyn.
    -Gracias -repuso Dwar Reyn-. Será una pregunta que ninguna máquina cibernética ha sido capaz de contestar hasta ahora.
     Se volvió hacia la máquina.
     -¿Existe Dios? –preguntó.
     Una potente voz respondió sin vacilar y sin que sonara ni un relé.
     -Ahora sí –dijo.
     Un súbito temor se reflejó en la cara de Dwar Ev. Dio un salto para intentar apagar la máquina.
     Y de un cielo sin nubes surgió un rayo que lo derribó y fundió para siempre el interruptor.

jueves, octubre 27

La ciencia ficción y yo (II)


Permitidme un breve repaso a la historia de la cf (los connoisseurs os lo podéis saltar). Aunque algunos se empeñan en buscar los antecedentes del género en la antigüedad, remontándose a Luciano de Samosata, a los vedas hindúes o incluso al poema de Gilgamesh, existe la convención general de que la primera novela de cf fue Frankenstein, el moderno Prometeo (1818), de Mary Shelley. En efecto, aunque esa obra es puro género gótico, por primera vez el elemento fantástico no procede de lo sobrenatural, sino de la ciencia (la ciencia de la época, claro; en concreto, las teorías de Luigi Galvani).


A partir de entonces se extiende un largo periodo donde se cuece lo que podríamos llamar la proto-cf, con autores como Edgar Alan Poe, Jack London, Bulwer Lytton, Bellamy, Stevenson y, sobre todo, el gran Julio Verne. A finales de siglo se publica La máquina del tiempo (1895), de H. G. Wells, el auténtico padre de la cf, pues fue él quien exploró y delimitó sus principales temáticas (el viaje por el espacio y el tiempo, los contactos con alienígenas, la investigación biológica, la guerra espacial...) En realidad, Wells inventó la cf como género independiente.


Pero la consolidación no se produjo en Europa, sino en Estados Unidos. Aquí conviene aclarar algo: la cf moderna, con todas las excepciones que queramos, es un género básicamente anglosajón y, sobre todo, norteamericano. Las obras de Verne y de Wells eran tremendamente populares en Estados Unidos, así que un emigrante luxemburgués, Hugo Gernsback, editó varias revistas pulp dedicadas a publicar relatos de esa temática. Entre ellas, Amazing Stories, donde en 1926 el género adquirió su actual nombre: ciencia ficción.


En realidad, la cf que publicaba Gernsback no tenía nada de nuevo; era el viejo “romance científico” del siglo anterior, historias que mezclaban aventuras clásicas y ciencia. Pero pronto le salieron imitadores, editores que lanzaron nuevas revistas pulp de cf, y, como no podían pasarse la vida reeditando a Verne y Wells, comenzaron a buscar escritores autóctonos. Escritores baratos, por supuesto.


En la década siguiente, los 30, la cf alcanzó una gran popularidad en USA, centrándose, sobre todo, en el subgénero de aventuras espaciales, el llamado space opera. Entre los autores principales destacan Ray Cummings, E. E. Smith, Jack Williamson o Edmond Hamilton. Se trata de novelas pulp, historias muy ingenuas llenas de peripecias y escritas sin la menor ambición literaria. Puro entretenimiento de escaso nivel (aunque a veces deliciosamente imaginativo y loco).


En 1938, el joven fan John W. Campbell fue nombrado director de la revista de cf Astounding Stories. Campbell tenía las ideas muy claras acerca de lo que debería ser la cf, así que reclutó una “cuadra” de escritores noveles que, con el tiempo, se convirtieron en las máximas estrellas del género. Entre ellos, Isaac Asimov, Robert Heinlein o Theodore Sturgeon. Campbell quería sacar a la cf del fangoso pozo del pulp, pero no en tanto a lo que a estilo literario se refiere, sino en cuanto a solidez argumental y narrativa. Lo cierto es que consiguió su meta en cierta medida; bajo su influencia, la cf se volvió más seria y rigurosa, y también más ambiciosa. Tanto es así que los americanos denominan al “reinado” de Campbell (la década de los 40, básicamente) La Edad de Oro de la cf. Chorradas, por supuesto. Campbell ayudó a evolucionar la cf, es verdad, pero también la encorsetó. Se centraba demasiado en la ciencia y la tecnología, se quedaba en la superficie sin llegar a profundizar. Obviaba los temas comprometidos, y si aparecía un alienígena en su revista tenía que ser más malo que la quina. (Nota: Campbell es el autor de Who Goes There?, el relato que dio origen a la(s) película(s) La Cosa -la versión de Nyby y la de Carpenter- y a la recién estrenada precuela del mismo título, de Matthijs van Heijningen; esa historia es el paradigma del ET cabrón). Además, qué demonios, Campbell era un pirado de las teorías extravagantes. Baste decir que fue el primer gran impulsor de la dianética, origen de la cienciología.


La década de los 50 estuvo marcada por la influencia de dos revistas de cf: Galaxy y The Magazine of Fantasy & Science Fiction. Sus respectivos editores, Horace Gold y Anthony Boucher, fueron los responsables de que el género abandonara definitivamente el pulp. Con ellos, la cf se volvió definitivamente adulta; además de prestarse más atención a la calidad literaria de los textos, el género se abrió a temáticas antes vedadas, como la política, el sexo o la religión, y amplió el término “ciencia”, comenzando a explorar otras disciplinas, las humanísticas, como la psicología, la antropología o la sociología. Los yanquis llaman a esta época La Edad de Plata, pero en realidad fue la verdadera edad de oro del género, con el definitivo encumbramiento de lo mejores autores de la década anterior y la aparición de nuevos talentos como Philip K. Dick, Ray Bradbury, Frederik Pohl o Robert Sheckley.


A mediados de la siguiente década se produjo una gran, y finalmente fallida, revolución en el género, la New Thing, pero de eso hablaremos más adelante. Ahora volvamos a mí.


Me aficioné a la cf a mediados de los 60, cuando era un niño. Supongo que los merodeadores más jóvenes no tienen muy claro cómo era esa época en España, porque en Occidente fue una década de cambio y revolución, de optimismo y psicodelia. Pero aquí no. No hacía mucho que habíamos salido de una larguísima posguerra (si es que habíamos salido) y la dictadura le había quitado el poder a la Falange para entregárselo a los tecnócratas del Opus, que iniciaron lo que se llamó el desarrollismo. Poco a poco, España comenzó a modernizarse y se mejoró el nivel de vida, lo que incrementó el número de la clase media, que hasta entonces era prácticamente inexistente. No obstante, el reparto de la riqueza era muy desigual y las libertades seguían bajo mínimos. El desarrollismo se notaba algo en las grandes ciudades, pero el resto del país seguía sumido en la miseria económica, moral y cultural. España, a mediados de los 60, era oscura, iletrada, catoliquísima, paleta, reprimida, atrasada; las infraestructuras eran nefastas, la censura estaba a la orden del día, carecíamos de libertades democráticas y todo el poder estaba en manos de un anciano y miserable dictador, el último vestigio de los fascismos europeos. España, en los 60, era deprimente.


Aunque, claro, yo era un niño y no me daba del todo cuenta. Sabía que Franco era un hijoputa porque se lo oía decir a mis hermanos mayores, y pensaba, porque me parecía evidente, que la democracia era más justa que la imposición por la fuerza. Pero había nacido en ese entorno y todo me resultaba normal. Salvo por algo: las películas americanas. El mundo y la sociedad que mostraban esas películas se me antojaba algo así como un universo paralelo luminoso y deseable. Todo era moderno en esas películas, mientras que en España todo parecía antiguo, rancio y polvoriento, como una sacristía. Yo quería vivir en las películas americanas, pero me había tocado habitar en el neorrealismo. Eso, incluso para un niño, resultaba patético.


Vale, el mundo que me rodeaba era cutre y mediocre, oscuro y asfixiante, pero yo tenía un secreto: en una vida paralela, viajaba por el espacio, me relacionaba con alienígenas, visitaba otros mundos, retrocedía al pasado o me aventuraba en el futuro, poseía poderes psí, algunos de mis mejores amigos eran mutantes, veía cosas que no creeríais: naves en llamas más allá de Orión, rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tanhauser... Resultaba liberador; vivía en un mundo pequeño, pero mi universo literario era descomunal; la galaxia entera y más allá. Si ahora dices que eres aficionado a la cf, es probable que te tomen por un friki. Pero ser aficionado a la cf en los 60 era, sencillamente, raro de cojones. Yo me sentía diferente. Y me gustaba serlo.


Durante la primera mitad del siglo XX, no se publicó en España prácticamente nada de cf. Las primeras publicaciones fueron la colección Futuro (1953-1954), creada, coordinada y en su mayor parte escrita por mi padre, y la revista argentina Más Allá (1953-1957), basada en la norteamericana Galaxy. Poco después apareció la colección Nebulae (1955-1967), de Edhasa, que a lo largo de sus 140 títulos publicó a los principales autores anglosajones de los 40 y 50. Después vinieron las colecciones Galaxia y Cenit, con terribles traducciones y pésimas ediciones. En cualquier caso, dada la virginidad española respecto al género, había unas tres décadas de material de cf por publicar, así que se publicaba de todo, sin mucho orden ni demasiado concierto.


Y yo, con doce, trece, catorce años, me lo zampaba todo sin pestañear. Lo bueno, lo malo y lo peor. No obstante, poco a poco, iba desarrollando mi propio juicio crítico. Los viejos space operas y los acartonados relatos pulp comenzaban a aburrirme, así que empecé a buscar otra clase de cf. Y la encontré. Durante mi niñez, tres eran mis autores de cf favoritos: Fredric Brown, Cliford D. Simak y Robert Heinlein.


Es curioso. Escribiendo esto me doy cuenta de lo mucho que han influido en mí, como escritor y como persona, esos tres autores. Así que hablaré un poco de ellos en la próxima entrada.

lunes, octubre 24

Atienza


Disculpad que haga un pequeño paréntesis en la recién iniciada serie de post acerca de la ciencia ficción, pero a fin de cuentas se trata de algo que tiene que ver, en parte, con la cf. El pasado 16 de junio, a los 80 años de edad, murió Juan García Atienza. Yo me enteré el viernes pasado.



Juan G. Atienza era un personaje curioso de aún más curiosa trayectoria. Nació en Valencia el 18 de julio de 1930 y estudió Filología Románica en la Complutense de Madrid, pero su gran vocación era el cine. Trabajó durante un tiempo como ayudante de dirección, hasta que en 1964 dirigió su primera película, Los dinamiteros, una comedia sobre unos jubilados que planean el asalto a un banco. Creo que ni se llegó a estrenar, así que Atienza pasó a formar parte del grupo de los directores malditos, con una sola obra. Yo la vi en la tele hace un millón de años (en algún momento de los 70), y no estaba nada mal. El caso es que, tras su fracaso en el cine, comenzó a escribir ciencia ficción y publicó dos antología de relatos en la colección Nebulae: La máquina de matar (1966) y Los viajeros de la gafas azules (1967), convirtiéndose en uno de los precursores del género en nuestro país. Entre tanto, trabajaba en TVE, rodando documentales sobre la España medieval y una serie de ficción llamada Los paladines.


Fue mientras recopilaba datos para los documentales como descubrió lo que habría de ser su segunda, y definitiva, gran vocación: la historia oculta (intrahistoria lo llamaba él), las sociedades secretas y las conspiraciones, las órdenes de caballería, el hermetismo, la alquimia, la heterodoxia. Sobre estos temas publicó más de cincuenta libros y estaba considerado una autoridad mundial. Yo intenté leer algunas de sus obras, pero no tardé mucho en abandonarlas. Creo que, a partir de indicios muy vagos, Atienza llegaba a conclusiones excesivas; por ejemplo, su interpretación de los topónimos resultaba, por decirlo con suavidad, demasiado imaginativa. En cualquier caso, hay que reconocer que era un autor mucho más serio y documentado que otros “investigadores de lo oculto".


No obstante, hay un libro de Atienza que manejaba, y manejo, con mucha frecuencia: La Guía de la España mágica (1981), una recopilación de, como su título indica, los lugares más “mágicos” de nuestro país. Yo no creo en la magia, pero sí creo que hay lugares metafóricamente “mágicos”, y ese libro es una excelente guía para encontrarlos. Por eso lo he llevado, y llevo, en todos mis viajes por España, y gracias a él he conocido lugares tan mágicos como el extraño cementerio de Santa María a Nova, en Noia, la Pedra do Cribo, en Pontevedra, o la necrópolis de Nuestra Señora de la Luz, en Cáceres.


Pues bien, en el prólogo de la Guía, Atienza ponía su dirección de Madrid y le pedía a los lectores que si conocían algún “lugar mágico” que no estuviese incluido en el libro, se lo hicieran saber. En verano de 1991 (el verano del fallido golpe de estado en Rusia), yo había estado con mi familia pasando las vacaciones en Galicia y, durante mis recorridos por esa maravillosa región, había descubierto tres o cuatro lugares “mágicos”, así que le escribí a Atienza una carta comunicándole mis hallazgos. Atienza me respondió con una larga carta en la que me daba las gracias y comentaba algunos de los temas de mi misiva. Yo contesté y así se inició una breve relación epistolar que se interrumpió cuando, en una de sus cartas, Atienza sacó el tema de la “energía telúrica” y los “lugares de poder”. Él creía en eso, pero yo no, y así se lo hice saber en mi respuesta, añadiendo que lo que sí creía es que hay lugares que, por sus características topográficas, arquitectónicas o históricas, pueden afectar psicológicamente, provocando algo así como estados alterados de conciencia.


Pero Atienza creía firmemente en la existencia real de lo “telúrico” (y también de lo paranormal) y en su última carta parecía un poco molesto por mi escepticismo. Supongo que le defraudé; nos interesaban temas similares, pero de forma muy diferente. El caso es que le escribí otra carta y el ya no me respondió. Y ahí se acabó mi relación con Atienza; nunca le conocí en persona y jamás volvimos a intercambiar epístolas. Aunque supongo que no se enfadó mucho conmigo, porque en 2002 publicó la Nueva guía de la España mágica (en realidad una reedición de la anterior con algunos añadidos) y en el listado de agradecimientos figura mi nombre y me dedica una amable frase. Fue agradable saber que me recordaba con cariño.


Por lo poquísimo que pude conocerle, creo que Atienza era un hombre culto, inteligente, amable y lleno de curiosidad. También estaba un poquito pirado (sólo un poquito), pero no me cabe duda de que era absolutamente honesto. Creía en todo lo que escribía. Lamento que haya muerto.


Y también lamento haber tardado cuatro meses en enterarme. Por lo visto, la noticia de su fallecimiento no apareció en ningún medio de comunicación, salvo en los especializados en esoterismo. Al parecer, no era un asunto de interés. Qué rabia me da muchas veces este país ... De acuerdo, Atienza no era un historiador “serio”, de esos que en la Academia tildan al régimen franquista de, simplemente, “autoritario”. Era un heterodoxo, un miembro de esa clase de personas que van a contracorriente y que tanto le gustaban a él (escribió una Guía de los heterodoxos españoles). Y probablemente se equivocó muchísimo, es cierto. Pero también era el máximo representante español de esa línea ensayística que inauguró El retorno de los brujos, de Pauwels y Bergier, y la revista Planète, y creo que, aunque sólo sea por eso, los medios deberían haberle dedicado un breve adiós.


Adiós pues, Juan G. Atienza, amigo al que nunca conocí, pero cuya Guía me condujo a lugares evocadores y románticos. Gracias por los buenos momentos que me has hecho pasar. Espero que tú tuvieras razón, y no yo, y que ahora tu espíritu esté vagando de lugar de poder en lugar de poder, siguiendo las redes telúricas que los conectan. Aunque lo dudo mucho, qué le vamos a hacer. A veces, ser tan escéptico como yo resulta de lo más aburrido.

jueves, octubre 13

La ciencia ficción y yo (I)


Hace no mucho leí –o, mejor dicho, intenté leer- la novela El fondo del cielo, de Rodrigo Fresán. Se trata de un texto rabiosamente experimental que cuenta una historia de amor a tres bandas; es decir, tres jóvenes amigos enamorados de la misma muchacha. Cuenta más cosas, pero no sé a ciencia cierta qué. Al principio parecía sencillamente rara, aunque hasta cierto punto comprensible, pero al llegar a la segunda parte dejé radicalmente de entender lo que el autor me contaba. No digo que sea una mala novela; posiblemente mi paladar literario no está preparado para platos tan exóticos, y no hay que descartar que mi cerebro se paralice ante tamaño cripticismo. No, no sé si El fondo del cielo es una obra buena o mala, porque, primero, no soy un lector tan sofisticado; segundo, no acabé de leerla y, tercero, apenas entendí nada.


Sin embargo, pese a que el texto era farragoso y aunque la vaga historia que contaba no me interesaba un pijo, seguí leyendo mucho más de lo que en otras circunstancias hubiera leído. ¿Por qué? Pues porque, como el mismo autor señala, El fondo del cielo no es una novela de ciencia ficción, pero sí una novela con ciencia ficción. El texto cuenta la historia de tres adolescentes neoyorquinos que, en la década de los 50, fundan un grupo de aficionados a la ciencia ficción (cf en lo sucesivo) llamado “Los lejanos”. Luego se enamoran de la misma chica (rara), y después aparece un extraterrestre o algo así... y no recuerdo mucho más. El caso es que en la novela hay diversas reflexiones sobre el género y se hace referencia a varios autores, a veces llamándolos por su nombres y otras con nombres falsos (ignoro por qué). Pero nada de eso en sí mismo me hubiera hecho seguir leyendo.


La cuestión es que Rodrigo Fresán fue, de niño y adolescente, un gran aficionado a la cf. Además, Fresán tiene diez años menos que yo, pero, en lo que a cf se refiere, somos de la misma generación. Pues bien, en muchos momentos de su novela, Fresán evoca lo que sentía cuando era adicto a la cf y reflexiona sobre las emociones y pensamientos que el género le provocaba. Y resulta que esos sentimientos y reflexiones coinciden punto por punto con los míos. Leí El fondo del cielo más de lo aconsejable porque esas partes del texto me ayudaban a recordar mi pasado.


Permitidme una aseveración muy discutible: no hay género que provoque más asombro y maravilla en la mente de un niño que la cf. Pero, antes de debatir sobre esta idea, vamos a dejar algo claro. ¿Qué es la cf? Muchos merodeadores de Babel son encallecidos expertos en el tema, pero otros apenas lo conocen y, además, con frecuencia se confunde la fantasía con la cf. La verdad es que se trata de un género muy difícil de definir; de hecho, no hay ninguna definición totalmente satisfactoria, así que aquí va un puñados de ellas:


"La ciencia ficción es la rama de la literatura que trata sobre las respuestas humanas a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología". Isaac Asimov.


"Más aún que en su temática, el parentesco de la ciencia ficción con la ciencia estriba en su método, en su carácter eminentemente especulativo: partiendo de unas premisas imaginarias, contrafácticas (generalmente obtenidas por la extrapolación de la realidad actual), desarrolla sus consecuencias conservando la lógica del mundo ficticio creado". Carlo Frabetti.


"La ciencia ficción es un género de narraciones imaginarias que no pueden darse en el mundo que conocemos, debido a una transformación del escenario narrativo, basado en una alteración de coordenadas científicas, espaciales, temporales, sociales o descriptivas, pero de tal modo que lo relatado es aceptable como especulación racional". Eduardo Gallego y Guillem Sánchez.


La escritora Judith Merrill dijo: "Es la literatura de la imaginación disciplinada". Aunque, en el fondo, toda literatura es eso, así que yo corregiría la frase así: “Cf es la literatura de la fantasía disciplinada”. Lo cual me lleva a mi propia definición (o a una de ellas): “Cf es una rama de la literatura fantástica que se aleja de lo sobrenatural y se rige por lo racional o pseudoracional”. ¿Demasiado general? Por supuesto, pero creo que señala un aspecto importante del género: la verosimilitud. La cf ha de ser verosímil, la fantasía no. Philip K. Dick lo expresó así: "La fantasía trata de aquello que la opinión general considera imposible: la ciencia ficción trata de aquello que la opinión general considera posible bajo determinadas circunstancias".


Volvamos a mi aventurada afirmación: no hay género que provoque más asombro y maravilla en la mente de un niño que la cf. ¿Por qué? A fin de cuentas, el fantasy, que tan de moda está ahora, puede ofrecer a cualquier joven tantas, o más, maravillas y asombros que la cf. Bueno, en cierto modo sí, pero hay una sutil diferencia. Cuando lees El señor de los anillos, o Canción de hielo y fuego, o las historias de Harry Potter, puedes maravillarte y asombrarte muchísimo, pero sabes que no existen los hobbits, ni los dragones, ni la magia; jamás verás un elfo ni jugarás al quidditch montado en una escoba. Sin embargo, quizá sí veas a un alienígena o viajes al espacio en un cohete; no es probable, pero sí posible. Es decir, las ensoñaciones del fantasy sólo son eso, ensoñaciones; sin embargo, cabe la posibilidad (o eso parece) de que los sueños de la cf se conviertan, en algún momento, en realidad. Y esa sutil diferencia hace que el asombro y la maravilla se multipliquen por mil.


Demonios, es que a mí mismo me sucedió. De pequeño, había leído De la Tierra a la Luna, de Verne, y Los primeros hombres en la Luna, de Wells, y El hombre que compró la Luna, de Heinlein, y allí estaba yo el 20 de julio de 1969, contemplando con los ojos como platos cómo Armstrong se daba un garbeo por nuestro satélite. La cf es una mezcla de realismo y fantasía, y ese cóctel puede generar en la mente del lector un profundo sentimiento de asombro, lo que los anglosajones llaman sense of wonder, sentido (o, mejor, “sensación”) de la maravilla.


No recuerdo cuál fue mi primer contacto con la cf. Supongo que los tebeos de Superman, aunque sobre todo el Flash Gordon de Dan Barry. También leí de muy niño a Julio Verne y alguna de las novelas de Wells. Además, mi padre, José Mallorquí, había coordinado la primera colección española de cf, Futuro; pero eso lo leí más tarde. En realidad, la culpa fue de mi hermano (14 años) mayor, José Carlos, que era aficionado al género y tenía la costumbre de ir dejando tiradas por todas partes las novelas que leía. Un día, tendría yo once o doce años, hojeé uno de los libros de mi hermano –en realidad una revista, el número 43 de Más Allá- y me encontré con un cuento de Sprague de Camp llamado Un rifle para el dinosaurio, que trataba sobre viajes en el tiempo y cazadores de dinos. A mí, por aquella época y como a todos los niños, me chiflaban los dinosaurios, así que devoré el relato. Y me quedé maravillado. ¡Cabía la posibilidad de que, en un futuro, pudiera viajar al pasado y ver dinosaurios! Hoy en día creo que si algo ha demostrado la cf es que es imposible viajar al pasado, porque enseguida empiezan a aparecer paradojas por todas partes, pero aquel relato, para los ojos de un niño, convertía en verosímil lo extraordinario. ¿Veis?, ésa es la diferencia entre cf y fantasy.


El caso es que ese cuento me impactó, así que supongo (porque no lo recuerdo) que leí más cuentos de cf. Hasta que un día, poco después, leí mi primera novela de cf moderna (“moderna” en el sentido histórico del género), Los reyes de las estrellas, de Edmond Hamilton. Era puro pulp, un vulgar space opera (aventuras espaciales al estilo Star Wars), una novela, reconozcámoslo, francamente mala y ya por aquel entonces (mediados de los 60) anticuada, pero a mí me maravilló. Un futuro remoto, imperios galácticos que abarcaban miles de planetas, astronaves, superarmas que no destruyen la materia, sino el mismísimo espacio... Joder, yo era un niño, así que me quedé alucinando en colorines. En ese mismo instante fui abducido por la cf y durante la siguiente década me zambullí de lleno en el género.


Leía de todo, sin el menor juicio crítico, buscando asombro y maravilla igual que un yonqui en pos de su chute diario. Sin embargo, poco a poco, fui desarrollando mis propias preferencias, mi particular canon del género. Y así descubrí que no es maravilla y asombro lo único que ofrece la cf, sino también reflexión y estética. Pero eso, amigos míos, ocurrió más tarde.


NOTA: ¿Otra serie de entradas temáticas? Sí, qué le vamos a hacer. Pero no será una serie demasiado larga ¿Y de nuevo centrada en ti mismo? Ya, pero es mi blog, ¿no? ¿Y sobre un tema, la cf, que muchos desconocen por completo? Bueno, así pueden empezar a conocerlo. ¿Y por qué demonios lo escribes? Porque me sale de las narices, coño, basta ya de preguntitas. ¿Sabes que eres un maleducado y un gilipollas? Sí, desde hace tiempo. En cualquier caso, al final de la serie incluiré una breve reseña de lo que en mi opinión son los mejores autores y obras del género. Y, quién sabe, quizá eso pueda serle útil a alguien.