miércoles, agosto 1

Puerta al verano


Estamos en pleno verano, ¿lo habéis notado? Supongo que sí, por el calor y los días más largos. Pero, ¿habéis sentido el verano? Yo apenas, casi nada, muy poquito. ¿Sabéis?, me encanta vivir en una zona del planeta con variación de estaciones; me gustan la primavera, el verano, el otoño y el invierno, por igual aunque por diferentes motivos. Me gusta “sentir” cada estación. No es fácil de explicar eso de “sentir”... En parte se trata, creo, de tomar conciencia de lo que te rodea, de absorber cada detalle e integrarlo todo en un conjunto armónico. O algo así. Pero no es un acto intelectual, sino emocional; es algo que ocurre o no ocurre, no puedes provocarlo, aunque sí puedes generar las circunstancias que lo favorezcan. Básicamente: tiempo, mente clara y tranquilidad.

Creo que esto es más fácil de entender en el caso de la arquitectura. Le Corbusier definía los edificios como “máquinas de vivir”, y si vivir es sentir, entonces los edificios también son “maquina de sentir”. Una pequeña iglesia románica favorece la introspección, una catedral gótica te sobrecoge, la Alhambra despierta tu sensualidad. Los edificios, sobre todo los públicos, emiten sensaciones, así que cuando los visito no me interesa tanto “verlos” como “sentirlos”. Pero no siempre es posible. Por ejemplo, la primera vez que visité la catedral de San Pedro, en Jaca, (era por la tarde) el templo estaba lleno de turistas, guías, niños gritones y chusma en general. Se trata de un edificio románico, muy antiguo (de hecho, la de Jaca es una de las catedrales más antiguas de España), pero no había forma de “sentir” nada (salvo irritación) a causa del jaleo que me rodeaba. De modo que me fui y al día siguiente, a las nueve de la mañana, me planté en la iglesia y me tiré una hora allí, totalmente solo, sintiendo aquellas viejas piedras.


“Sentir” edificios, sí, pero también lugares, paisajes o estaciones del año. Sin ir más lejos, todos los años mi mujer, unos amigos y yo hacemos en otoño una breve escapada a algún lugar donde abunde la vegetación de hoja caduca, para disfrutar (sentir) el espectáculo de esa estación. Ahora bien, ¿sentisteis, por ejemplo, la pasada Navidad? Yo, desde luego, no; y en ningún sentido: ni el tópico buen rollito ni la pura irritación. No sentí nada; fue como si la Navidad, el solsticio, no hubiera existido. Y lo mismo me pasa (¿nos pasa?) con el verano. No siento nada.


¿Sabéis por qué? Porque hay demasiada chusma correteando y gritando a nuestro alrededor. Nuestras mentes no están en el verano, sino distraídas, abrumadas, con la crisis, con los recortes/amputaciones, con la profusión de malas noticias, con el miedo y la desesperanza. Y es cierto, para qué negarlo: hay muchos motivos para estar distraídos, para tener siempre la cabeza en otro lugar. Pero, ¿sabéis?, si después de quitárnoslo todo también nos quitan la capacidad de sentir la vida, entonces su triunfo será total, porque habrán conseguido reducirnos a lo que quieren que seamos: piezas de un engranaje, piezas desechables.


Y yo no soy un engranaje, me niego a dar siempre vueltecitas en el mismo sentido y con la misma cadencia, me niego a hacer tic-tac. ¿El mundo se hunde?; vale, pues que le den. Pero antes de que las apestosas fauces de una economía caníbal me devoren, yo quiero sentir el verano. Así que voy a eliminar distracciones, voy a centrarme en lo importante, el aquí y el ahora, y a olvidarme de todo lo demás. Por tanto, durante el mes de agosto, este blog permanecerá inactivo, dormido y silente. Volveremos a vernos a principios de septiembre.


Entre tanto, os deseo que paséis unas fantásticas vacaciones. O, al menos, que sepáis concedeos la gracia de unos instantes de felicidad. Parafraseando el título de una novela de Robert Heinlein: abrid la puerta que conduce al verano.


Ciao, merodeadores. Hasta septiembre.