viernes, junio 22

Tontos



            Nadie, pero absolutamente nadie, reconoce ser tonto. Con frecuencia he encontrado a personas que admiten abiertamente que son torpes con las manos, o físicamente débiles, o malas para las matemáticas, o cualquier otro defecto que se os ocurra. ¿Pero que son tontos?... eso ni de coña. Nadie te dice: “Perdona que no hable mucho, pero es que soy idiota y no tengo nada interesante que decir”. No, más bien todo lo contrario.

            Porque esa es otra; cuanto más tonta es una persona, más inteligente se cree. Eso hasta tiene nombre: el efecto Dunning-Kruger. Básicamente consiste en “un sesgo cognitivo que lleva a los individuos con escasa habilidad a sentirse superiores a otras personas más preparadas”. Lo cual se traduce en que “cuanto más incompetente sea una persona en un área en particular, menos cualificada estará para evaluar la habilidad de otras personas en esa área y, del mismo modo, para evaluar su propia habilidad”. Si esto ocurre no es -sólo- por vanidad, sino porque los tontos carecen de la información y de la pericia necesarias para autoevaluarse.

            Existen dos clases de ignorancia. La de primer tipo se produce cuando sabes que ignoras algo. Por ejemplo, yo sé que existe la mecánica cuántica, pero no tengo ni zorra idea de en qué consiste. La segunda clase de ignorancia, o ignorancia profunda, sobreviene cuando ni siquiera sabes que ignoras algo. Un ejemplo: hasta hace poco se creía que la expansión del universo se veía frenada por la gravedad. Pero recientemente se ha descubierto que, por el contrario, la expansión se está acelerando. Lo cual puede significar que existe una quinta fuerza en la naturaleza. Que no sabemos lo que es; pero antes ni siquiera sabíamos que existía. Eso es ignorancia profunda. Pues bien, los tontos poseen tan escasa información que creen que lo que conocen es todo lo que hay que conocer. De modo que se consideran a sí mismos sencillamente geniales. O, dicho de otra forma: cuanto menos sabes, más crees saber. Y viceversa.

            Pero hay otro aspecto que viene a enturbiar el asunto: la inteligencia se manifiesta de diversas formas; hay varios tipos de inteligencia. Alguien puede ser muy brillante en algún aspecto y un perfecto mastuerzo en todo lo demás. O al revés. Como es lógico, tendemos a mostrarle al mundo nuestra mejor cara, así que solemos exponer nuestras habilidades intelectuales y ocultar, en lo posible, nuestras carencias. Por eso hay escritores que siempre van por la vida de literatos, pintores para los que todo es estética, o ingenieros que sólo ven números. Si alguien destaca en algo, se envuelve en ello. Y así disimula que, en el fondo, es muy probable que sea idiota.

            En lo que he escrito hasta ahora resulta fácil detectar un torticero uso de la tercera persona. Vengo a decir: “La gente es tonta y no se da cuenta”. Pero cuando digo u oigo decir eso, me viene a la cabeza el texto de unas vallas publicitarias situadas en las autopistas de entrada a Londres: “No estás en un atasco. Eres parte del atasco”. Porque, teniendo en cuenta el efecto Dunning-Kruger, ¿cómo sé que yo no soy tonto? ¿Cómo lo sabéis vosotros?

            Si examino mi vida, me abruma la cantidad de tonterías que he cometido. Desde que era niño hasta ahora; no he parado de hacer el tonto. De hecho, no sé ni cómo he podido llegar a mi avanzada edad con una situación personal más o menos acomodada. Lo más lógico sería que estuviese recogiendo cartones (y recogiéndolos mal). Vale, puede ser un error de perspectiva; sólo tengo en cuenta los fallos y no los aciertos. Pero, aun así, creo que en mi trayectoria vital hay cierto sesgo de estupidez. Y no, no voy a poner ejemplos; tampoco es cuestión de avergonzarme.

            Pero, claro, algunas cosas las hago bien; hay actividades en las que sobresalgo de la media. Y en eso me refugio; de esa manera engaño a la gente haciéndola creer que soy más listo de lo que en realidad soy. Pero, ¿qué pasa con los demás aspectos de mi personalidad?

            Aceptemos el modelo de las “inteligencias múltiples”. Hay quienes las cifran en doce o más, pero me ceñiré al modelo clásico de Gardner, que las circunscribe a ocho. Voy a puntuarme en cada una de ellas del cero al diez.

            1. Inteligencia lógica. Seré generoso y me endosaré un 7.
            2. Inteligencia lingüística. Presuntuosamente me pondré un 8.
            3. Inteligencia corporal. Es decir, habilidades cinestésicas como los bailarines o los atletas. Como tengo dos pies izquierdos, voy a ponerme un 2.
            4. Inteligencia musical. Un 1, porque el cero queda feo.
            5. Inteligencia espacial. Un 6 pelado.
            6. Inteligencia naturalista. La capacidad de entender y moverte por la naturaleza. Me pondré un 2, porque al menos puedo distinguir un pato de una trucha.
            7. Inteligencia interpersonal. La capacidad de entender a las personas y empatizar con ellas. Aquí la cosa es compleja, porque puedo entender a la gente, incluso empatizar; pero no siempre me comporto en consecuencia. Me pondré un receloso 6.
            8. Inteligencia Intrapersonal. El conocimiento de uno mismo. Un 6 y voy que ardo.

            La nota media que obtengo es de 4’7. Eso significa que soy un tonto “fronterizo”. O, dicho de otra forma, que tengo la suficiente inteligencia para ser consciente de las tonterías que hago, pero no la necesaria para evitar cometerlas. Todo un drama. Sin embargo, eso podría ser una consecuencia del efecto Dunning-Kruger, porque también funciona al revés. Es decir, que las personas medianamente listas e informadas saben lo suficiente como para darse cuenta de que hay muchas cosas que ignoran, y se infravaloran. Así que a lo mejor no soy tan tonto como creo… Aunque alguien dijo que la verdadera inteligencia consiste en dominar el temperamento, y en eso soy un desastre.

            En el fondo, ¿no hemos sido todos bobos en alguna ocasión? ¿No lo somos en ciertos aspectos de nuestra vida? Igual que existen varias formas de inteligencia, existen diversos tipos de tontería; y sería presuntuoso negar que alguna de esas variantes nos afecta. Seamos sinceros; mirémonos a un espejo y reconozcamos que, en mayor o menor medida, la estupidez forma parte de nuestra naturaleza.

            Supongo que la mejor forma de sobrellevar la certeza de la propia tontería consiste en encontrar algo, en uno mismo, que la compense. Yo no me tengo en gran estima. Creo que hay muchas cosas en mí manifiestamente mejorables, y que poseo una insidiosa propensión a hacer el capullo. Sin embargo, hay dos características mías que me gustan lo suficiente como para compensar, al menos en lo que a mí respecta, mis múltiples carencias: la imaginación y el sentido del humor. Con eso me basta para ir tirando.

            ¿Y vosotros? ¿Sois muy listos? Seguro que sí; pero recordad que cuanto mejor os valoréis, más probable es que estéis siendo víctimas del efecto Dunning-Kruger.