martes, agosto 15

Pepa

 


            Suecia es de los escasos países, incluido el nuestro, en los que Pepa y yo no parecemos extranjeros. Yo mido 1’90 y ella 1’75, ambos tenemos ojos azules y la piel y el pelo claros (en mi caso, el pelo demasiado claro y ausente). Por supuesto, en cuanto abro la boca disipo toda opción de exotismo y me transformo en el ceñudo y cejijunto ibérico que en el fondo de mi ser soy (aunque albergo una teoría en la que se relacionan mi madre, el puerto de Barcelona, los marineros nórdicos y el inexplicable y desmesurado tamaño de los tres hijos de mis padres). Sin embargo, Pepa se expresa en su fluido y exquisito inglés y sigue manteniendo viva su apariencia de reina vikinga. Porque lo es (también tengo otra teoría sobre su madre, el puerto de La Coruña y, por supuesto, los marineros nórdicos).

            Cuento esto porque Pepa y yo acabamos de volver de pasar quince días recorriendo el sur de Suecia. Era el país escandinavo que nos faltaba. ¿Qué nos ha parecido? Que es un país muy bello, aunque nos ha hecho un tiempo de perros. Según confesión de los lugareños, el peor verano en décadas. También he podido comprobar que lo que se dice de las suecas no es un mero tópico; creo que es el país con más mujeres guapas por metro cuadrado de este universo. Supongo que con los hombres pasará lo mismo, aunque yo no los he visto, al menos con atención; pero los hay y algunos muy altos, eso hay que reconocérselo a los jodíos.

            El caso es que Suecia bien, nos ha molado; incluso hemos visto dos o tres veces el sol. Pero eso era lo que buscábamos, ¿no?; huir del horno español y viajar al norte, impulsados por nuestros potenciales genes nórdicos y en pos del fresquito. A Pepa y a mí nos encanta el norte; el de España y el de Europa, cualquier norte. De los países escandinavos, el que más nos gusta es Noruega, porque su belleza te deja boquiabierto (y sus precios también). Luego, personalmente, me fascinó el norte de Finlandia, más allá del círculo polar. Es un lugar raro, raro. Dinamarca y Suecia también están muy bien, aunque algo menos.

            Pero no he venido aquí para hablaros de nuestras vacaciones suecas, sino de Pepa, mi mujer. ¿Cómo es? La gran escritora, y gran amiga, Susana Vallejo dice que somos dos machos alfa. Y es cierto: yo soy la torpe imitación de un macho alfa, mientras que Pepa es la indiscutible jefa de la manada. Pepa es una fuerza de la naturaleza, una roca a la que asirse cuando el mundo se tambalea, una fuente de cariño y protección. Es inteligente, honesta, con un corazón de oro, trabajadora incansable, justa, amable, tan fuerte como encantadora, la mejor compañera de viaje que pueda concebirse, tanto en el sentido literal como en el metafórico. Sencillamente, Pepa es una gran mujer, una gran persona.

            A estas alturas, os estaréis preguntando que cómo es posible que un merluzo como yo haya conseguido pillar a semejante maravilla. Solo puedo deciros que, en lo que respecta a ella, cualquiera puede tener un mal día. Y en lo que me atañe, Pepa es, sencillamente, lo mejor que me ha pasado en la vida. He tenido mucha suerte.

            Vale, no es perfecta; qué aburrimiento si lo fuese. Tiene defectos. Hay dos, sobre todo, que me ponen nerviosillo: es terca como una mula, y yo diría que la persona más torpe del mundo con las manos, si no fuera porque algunas de sus hermanas la superan en torpeza. En fin, dos minucias que en nada opacan su resplandor.

            Hay algo sobre ella que aún no he dicho; no porque lo haya olvidado, sino porque lo reservaba para el final: Pepa es muy guapa. Recuerdo que hace unos años, estando en Noruega, un lugareño le dijo que parecía sueca. Entonces no lo entendí del todo, pero era un gran halago. Y una gran verdad: Pepa parece sueca de puro guapa. Peeeeero, no es lo único: Pepa, además, aparenta al menos quince años menos de los que tiene. Y eso es una virtud, ¿verdad? A mí me encanta, pero también me toca un poco las narices. Me explicaré:

            Solo soy tres años mayor que ella. No voy a negar que soy viejo, que tengo sobrepeso, que soy calvo y canoso (herencia, respectivamente, de papá y mamá), que ando ayudado por una muleta, y que estoy muy cascado. Pero más o menos aparento la edad que tengo, lo que ya es de por sí bastante deprimente. Pero, insisto, solo soy tres años mayor que Pepa.

            Pues bien, la cosa comenzó hace ya la friolera de dieciséis años, cuando un camillero hijo de puta se refirió a mí como el padre de Pepa. Con los años, la confusión se fue repitiendo; el encargado de una librería me tomó por el padre de Pepa, la cajera de un supermercado pensó que yo era el padre de Pepa, varios individuos más me confundieron con el padre de Pepa... y el colmo ha sido durante estas vacaciones, cuando dos putos taxistas suecos se refirieron a mí como el padre de Pepa.

            El primero..., bueno, al final fue muy amable. Pepa había perdido la cartera en su taxi, ya os hablado de la proverbial torpeza que la adorna. Afortunadamente, por una vez, tuve mi breve momento de gloria como macho alfa: No solo recordaba que compañía de taxis era, sino también el nombre del taxista: Nelson. Lo localizamos y el buen hombre volvió a la plaza para devolver la cartera. Y para confundirme a mí con el padre de Pepa. En fin, gracias, Nelson; pero la próxima vez te callas.

            El segundo taxista no era escandinavo, sino un gilipollas internacional. Cuando llegamos a nuestro destino, me señaló con un dedo  y le preguntó a Pepa: Your dady? Y lo repitió varias veces, como el sonriente bobo que era: Your dady?, your dady?, your dady?...

            ¿Dady? Tu puta madre, cabrón.

            ¿Entendéis ahora por qué me toca un poco las narices la eterna juventud de Pepa? Vale, que sí, que me alegro mucho por ella, y también por mí, soy afortunado. Pero, demonios, me hace sentir aún más viejo de lo que soy, lo cual supone enfrentarse a un abismo de inconcebible negrura.

            Ah, aún no os he dicho cómo se llama Pepa. Se llama María José; pero todos sus íntimos la llamamos Pepa. De hecho, solo la llamo María José cuando me enfado con ella. Teniendo eso en cuenta:

            Querida María José: comprendo que cada vez que me confunden con tu padre sea para ti un subidón de autoestima. Pero, ¿te importaría no correr a contárselo a todo el mundo como si fuera la cosa más divertida que ha sucedido en el planeta desde los tiempos de Adán y Eva? Coño, un poco de respeto, que soy tu padre.