jueves, noviembre 24

Caballos salvajes

 


            La imaginación es algo así como un caballo salvaje: muy bonito, pero del todo inútil hasta que lo domas. De hecho, la imaginación tiene mucho prestigio, pero también un lado oscuro. Sobre todo al principio, cuando de niño eres incapaz de controlar a ese caballo salvaje que tienes en la cabeza. Porque todos los niños son imaginativos, pero unos más que otros, y a veces serlo supone un hándicap, un serio problema.

            Ayer vi Armageddon Time, el último film de James Gray. Ambientado en el Nueva York de los 80, cuenta la historia de Paul Graff, un chico de once o doce años, el miembro más joven de una familia de clase media. La película, que recomiendo, trata sobre muchos temas: la familia, la educación, el racismo, la lucha de clases... Pero hay un aspecto con el que me sentí especialmente identificado: Paul es un mal estudiante, porque le encanta pintar y tiene una imaginación desbordante, así que está siempre con la cabeza en las nubes. De hecho, su tutor sugiere que es “lento”, en el sentido de retardado. El caso es que tiene tan malas notas y hace tantas trastadas, que sus padres deciden sacarlo del instituto donde estudia y llevarlo a un colegio privado de élite. Bueno, pues exactamente lo mismo me pasó a mí.

            Casualmente, hace un par de semanas tuve un encuentro por videoconferencia con alumnos de un instituto, y les conté que yo, hasta el equivalente a 4º de la ESO, había sido muy mal estudiante, porque siempre andaba con la cabeza en las nubes y porque en vez de estudiar leía comics, o hacía dibujos, o me quedaba embobado imaginando historias. Mis padres, alarmados por mi bajo rendimiento, me cambiaron de colegio. Y, tiempo después, el director del nuevo centro se reunión con ellos para sugerirles que quizá yo era un poquito deficiente mental. Mis padres le respondieron que, si yo era tonto, ¿por qué también era siempre el primero de la clase en redacción?

Luego, les conté a los alumnos que, paradójicamente, lo mismo que en su momento hizo de mí un mal estudiante, ahora era lo que me servía para ganarme la vida. Había conseguido domar al caballo salvaje.

            Entonces una alumna me formuló una muy buena pregunta: ¿No debería el sistema educativo prestar especial atención a los alumnos con talentos inusuales? Pues sí, claro, debería. Porque no se trata solo de los chicos y chicas demasiado imaginativos. Tampoco los superdotados, los más inteligentes, encajan en el actual sistema y con frecuencia acaban en fracaso escolar.

            El problema es que, al generalizarse, la educación se convirtió en una especie de fábrica, donde todos los alumnos son instruidos de igual forma y al mismo ritmo haciendo énfasis en las mismas materias. Pero no todos los alumnos son iguales y algunos deberían recibir una atención especial. No porque sean tontos, sino porque su cerebro funciona de una manera distinta. Pero eso no sucede. Al contrario, los alumnos con talentos especiales suelen ser problemáticos, porque no siguen el ritmo de la clase, porque rompen las normas y porque no encajan en un sistema demasiado rígido. En consecuencia, muchos de ellos, los menos afortunados, acaban condenados al fracaso vital. Y su talento se pierde.

            La chica que me formuló la pregunta tenía razón. El sistema educativo debería prestar una atención especial a cada alumno, ayudándolo a desarrollar plenamente sus particulares habilidades, en vez de coartarlas. Pero eso supondría clases con mucho menos alumnos, profesores de apoyo, programas de capacitación y planes de estudios más dúctiles. Es decir, más dinero. Y mejores políticos. No sé si algo así es hoy posible, pero debería serlo.

            Volviendo a la película, en gran medida trata sobre la injusticia social. Los desfavorecidos están condenados a una exclusión y una pobreza de la que jamás podrán escapar, mientras que ante los escasos privilegiados se extiende una alfombra roja que mulle el camino hacia un éxito inevitable.

            ¿Y qué pasa con Paul, nuestro pequeño protagonista? Al final de la película... ojo, voy a hacer un spoiler, pero no importa. Al final de la película, Paul se encuentra en el salón de actos de su elitista colegio, donde el director está soltando un discurso. El hombre les dice que ellos, los alumnos, son los dirigentes del mañana. Ellos están destinados a liderar la economía, la política, la sociedad... Mientras oye esto, Paul se pone lentamente la chaqueta, sale a la calle y se va sin decir nada.

            Él no quiere dirigir empresas, ni comandar partidos, ni ser un líder social. Lo único que quiere es pintar. Igual que otros quieren hacer música.

            O yo escribir.