jueves, agosto 24

Infieles



          Dicen que si tienes una Biblia, pero no la has leído, entonces eres católico. Si tienes una Biblia y sólo lees algunas partes escogidas, entonces eres protestante. Y si tienes un Biblia y la has leído entera, entonces eres ateo.

          Ignoro si pasa lo mismo con los musulmanes y el Corán. Recitan mucho sus versículos (suras), pero no sé si todos o sólo los que alguien ha elegido. Lo seguro es que, aunque lo lean completo, no suelen caer en el ateísmo. El islam es una religión medieval que apenas ha sufrido transformaciones, así que para un musulmán la no creencia en dios es tan inconcebible como lo era para un cristiano de la Edad Media.

El caso es que yo sí he leído la Biblia. Dos veces el Nuevo Testamento (una en la versión Nácar-Colunga y otra en la traducción del profesor Hugh J. Schonfield), y una vez el Antiguo (aunque recorriendo en diagonal las partes aburridas). También he leído el Corán, pero reconozco que mucho más en diagonal, porque es un texto aburridísimo. Digamos que he “picoteado” el Corán. Y pese a mi breve exposición a ese libro, no pude evitar sentirme alarmado.

Cada vez que sobreviene un atentado islamista se alzan voces diciendo que no todos los musulmanes son terroristas, sino sólo una minoría, y que el Corán es un libro de paz que esa minoría tergiversa para cometer sus sangrientos crímenes. Con lo primero estoy totalmente de acuerdo; la inmensa mayoría de los musulmanes no son violentos, y no se puede culpar a un grupo por los actos de una minoría. En cuanto a lo segundo... ya no estoy tan de acuerdo.

          Hojeando el Corán encontré un montón de suras bienintencionadas que predican la caridad, el amor, la piedad, el perdón... Pero también encontré algunas que me dejaron helado. Pondré sólo un ejemplo; en la Sura 9-5 At-Tawba se dice textualmente: “Cuando hayan transcurrido los meses sagrados, matad a los infieles/cristianos dondequiera que los encontréis. ¡Capturadles! ¡Sitiadles! ¡Tendedles emboscadas por todas partes!”. Cómo ésta, hay varias suras más que ORDENAN ejercer violencia contra los infieles.

          Ahora imagínate que eres un creyente ortodoxo. Crees a pies juntillas que existe un dios, Alá, y que ese dios le dictó al profeta un libro, el Corán. Por tanto, crees que todo, pero todo-todo, lo que dice ese libro es la palabra de dios. Y de repente te encuentras en el libro una orden (varias en realidad) que te conmina a matar infieles; en este caso concreto a matar cristianos.

          Puede que alguien objete que esas suras son metáforas o algo así. Pero no, en el Corán hay muy pocas metáforas y muy poco simbolismo. Es un texto literal. También habrá quien alegue que se trata de algo de otra época, vigente cuando el profeta vivía, pero no ahora. Pues tampoco, porque no estamos hablando de lo que dijo el profeta, sino de la palabra de dios, eterna e inmutable.

          Teniendo en cuenta la existencia de esa sura y de otras semejantes (254 versículos violentos más según el doctor Salam Naaman), no me explico cómo hay quien diga que los terroristas tergiversan el Corán al justificar sus crímenes. ¿Que lo tergiversan? De eso nada; son literales, siguen al pie de la letra las palabras de su dios. Aunque, claro, eligen las partes que más les interesan.

          Supongo que la mayoría de los musulmanes, los pacíficos, sólo recitan las suras bonitas e ignoran las chungas (eso es lo que hacen los cristianos con la Biblia). Pero las suras que conminan a la violencia están ahí, en negro sobre blanco, listas para que cualquiera las coja y las utilice para sus fines. Lo queramos ver o no, son literalmente una bomba.

          ¿Y qué pensamos los occidentales al respecto? Ya sabemos cuál es la respuesta de la derecha dura: Hay que encerrar a todos los árabes-musulmanes (no suelen tener muy clara la diferencia entre ambos términos) en campos de concentración y echarlos del país. Luego hay que bombardear sus ciudades, matar a los hombres, violar a sus mujer y comernos a sus hijos... Vale, estoy exagerando, no es necesario comerse a los niños; bastaría con destriparlos. Pero éste no es un problema que se solucione con balas y bombas; eso la historia reciente lo ha dejado más que claro.

          ¿Y qué dice la izquierda? La izquierda tiende a entrar en contradicciones. Cuando hay atentados los condena, por supuesto, pero no sin dejar muy claro lo malos que hemos sido y somos los occidentales. Lo cual es cierto, qué duda cabe, pero a veces da la sensación de que los culpables del atentado somos nosotros, y los ejecutores las víctimas. Lo otro que dice la izquierda es que el terrorismo yihadista no tiene nada que ver con la cultura islámica. Lo cual significa que jamás se han molestado en echarle un vistazo al Corán.

          Y aquí entra en juego eso del “multiculturalismo”, que no sólo es la suma de tradiciones culturales en un mismo espacio geográfico, sino la presunción de que ninguna cultura es mejor que otra. Es decir, un relativismo cultural que propugna aceptar con tolerancia las costumbres de otras culturas. ¿Sean cuales sean esas costumbres? Porque no hay ningún problema (o no debería haberlo, al menos) si una etnia quiere celebrar ciertas ceremonias, o vestir de tal o cual manera; pero ¿vamos a consentir la ablación del clítoris sólo porque es una “costumbre cultural”? Claro que no; lo que demuestra que el multiculturalismo tiene límites. La cuestión es dónde están esos límites.

          No existe una moral natural, de modo que tampoco existe un punto de vista objetivo que permita juzgar la bondad o maldad de las diferentes culturas. Para establecer un criterio moral, tienes primero que elegir el eje de esa moral. Puedes, por ejemplo, centrar el eje moral en el ser humano (como individuo o como colectivo, lo que llevaría a distintas éticas). O bien puedes centrarlo en la divinidad, lo que en última instancia conduce a la teocracia.

          ¿Es posible conciliar una cultura humanista con una cultura teocrática? Difícilmente. En el caso de la sociedad occidental y la sociedad islámica, hay al menos tres cuestiones incompatibles: La separación, o no, de los poderes políticos, judiciales y religiosos; los derechos humanos y la igualdad, o no, entre mujeres y hombres. No nos engañemos; se trata de posturas irreconciliables. De hecho, occidente siempre ha pretendido occidentalizar a las sociedades islámicas (por lo general mediante regímenes autoritarios o a sangre y fuego), y los musulmanes siempre han tenido la misión, según el Corán, de islamizar occidente.

          En caso de atentado, la derecha tiende a culpabilizar por completo a la religión islámica, y de rebote a todos los creyentes. Lo cual no solo es falso, sino además injusto. Por su parte, la izquierda tiende a desligar la religión de los actos violentos. Y eso también es falso. Por supuesto que hay otros factores en juego; intereses políticos y económicos (a fin de cuentas, la religión siempre ha sido una herramienta de control social). Y no olvidemos que, si muchos países musulmanes no nadaran en petróleo y el estado de Israel no existiera, no tendríamos ningún problema. Pero tampoco podemos obviar de la ecuación las peculiares características de la religión musulmana.

          ¿La solución? No lo sé. De lo que estoy seguro es de que las ideas no pueden combatirse con balas, sino con otras ideas. Y también soy consciente de que quienes sobre todo sufren los horrores del islamismo radical son los propios musulmanes, así que occidente debería volcarse en ayudar a los musulmanes que padecen el terror religioso y quieren rebelarse contra él.

          Huelga decir que este post se debe a los recientes atentados en Cataluña. Nací en Barcelona y, aunque siempre he vivido en Madrid, amo a esa ciudad. Siempre me gustaron Las Ramblas, e imaginarlas convertidas en el escenario de una carnicería me estremece. Uno de los problemas de tener muy desarrollada la imaginación es que puedes imaginarte de forma muy vívida cualquier cosa, lo bueno y lo malo. Y yo, cuando supe lo que estaba pasando, no pude evitar imaginarme el horror que sintieron las víctimas al ver a un vehículo asesino abalanzándose contra ellos.

          Pero luego imaginé otra cosa. Me vi a mí mismo conduciendo la camioneta, haciendo zigzag para llevarme a más gente por delante, viendo (y oyendo) los cuerpos estrellarse contra el morro del vehículo y notando el traqueteo al pasar por encima de ellos, masacrando a hombres, mujeres y niños... ¿Qué pasaba por la cabeza de Younes (el conductor) mientras ejecutaba esa orgía de sangre y muerte?

          Porque no olvidemos que ese grupo de jóvenes jamás habían matado a nadie, no eran violentos. Y, de repente, se convierten en asesinos en serie. ¿Cómo es posible?

          Para convencer a una buena persona de que mate, hay primero que convencerlo de que sus víctimas no son seres humanos. Eso los nazis lo sabían muy bien. Así que para los terroristas, para esa clase de terroristas, no somos humanos. Somos peor que ratas. Somos infieles.


lunes, agosto 21

Posparto




          Decía mi madre que no hay mayor relax que el que una mujer siente justo después de dar a luz. No puedo asegurarlo por propia experiencia, claro; pero mi madre parió tres hijos tamaño king size, así que tenía tres enormes argumentos para sustentar su opinión. En cualquier caso, es comprensible. Después de pasar por una situación tensa y dolorosa (parto, cólico nefrítico, estreñimiento, dolor de muelas...), sentirte, no digo que muy bien, sino simplemente normal ya es de puta madre.

          Pues exactamente así me siento ahora. Hace poco que parí, entrañables amigos míos; semanas atrás, justo antes de irme de vacaciones, traje al mundo un nuevo retoño. Por fin terminé la segunda parte de La estrategia del parásito.

          Con frecuencia veo en Facebook a escritores que comentan cada incidencia del proceso de escritura de sus novelas, y siempre me pregunto lo mismo: ¿Y eso a quién le importa? Así que, siendo ecuánime, ¿a quién le importa si he acabado o no una puñetera novela? A nadie, por poco sensato que sea.

          Pero es que, ay, ha sido un parto largo y dificultoso; he tardado más de un año en escribir un texto de cincuenta y pico mil palabras. Porque en el transcurso del proceso he sufrido toda suerte de percances, incluyendo una rotura de pierna y todos los problemas subsiguientes que ello conlleva.

          Pero se acabó. Mi pata está mejor y terminé la puñetera novela. Y ahora estoy como una recién parida, relajadito y sin dar un palo al agua. Ya no hay que apretar más (de momento). Vale, el parto fue hace más de un mes, estoy estirando la situación. Pero es que aún estamos en veranito y se está tan a gusto así, sin hacer nada... Además, sólo pensar en ponerme a escribir la tercera parte me provoca severos ataques de caspa. Por ahora, por ahora...

          Pepa y yo pasamos un par de días en Rocadragón; es decir, en Zumaia (Guipúzcoa), en cuya playa desembarcó Daenerys de la Tormenta. Es un lugar impresionante, con unas formaciones rocosas llamadas “flysch”, semejantes a colas de dinosaurio (o de dragón).

          Luego nos fuimos a Francia, primero a Cahors, donde estuvimos cuatro días. Es un pueblo precioso, encajonado en un meandro del río Lot, con un increíble puente medieval fortificado. Por el que, por cierto, pasa uno de los Caminos de Santiago franceses. Recorrimos casi todo el Valle del Lot, que es realmente bonito, y visitamos pueblos tan alucinantes como Saint-Cirq-Lapopié o Rocamadour.

          A continuación nos dirigimos unos cien kilómetros al norte, a Périgueux, y pasamos cinco días recorriendo el Perigord y la Dordoña. Muy bonito también. El último día visitamos Angulema, la capital europea del cómic, y ya de paso nos dimos un garbeo por el Musée de la Bande Dessinée. En cuanto a la zampa, reconozcámoslo, no se les da mal eso de la cocina a los franceses. Demasiado foie para mi gusto (soy de la liga anti-foie), pero todo lo demás era delicioso.
 
 

          Me encanta viajar, así, en abstracto; y en concreto me encanta viajar por Francia, en coche, a mi aire. Pepa y yo hemos recorrido la Costa Azul. Otro año fuimos a Bretaña hasta llegar a Mont Saint Michel (uno de los lugares más bellos y mágicos del mundo). Más tarde visitamos el Loira y Normandía, luego otro verano Occitania, y ahora la Dordoña.

          Puede que España sea más rica y variada en cuanto a paisajes (a fin de cuentas, la mitad de Francia es una monótona llanura), pero los galos nos ganan en lo que respecta a patrimonio monumental. Vas conduciendo y te encuentras un pueblo precioso tras otro, increíbles templos góticos y románicos, fortalezas, reliquias de las dos grandes guerras, palacios, viejas casonas... y todo estupendamente cuidado. En Francia se respira Historia.

          Eso me recuerda uno de los momentos mágicos que he pasado con Pepa. Acabábamos de casarnos y nos fuimos de viaje nupcial al norte de Italia, en coche, recorriendo toda la costa francesa del Mediterráneo. Una noche circulábamos por la Alta Cornisa en busca de un pueblo y un hotel que nos había recomendado mi hermano José Carlos. Llovía a mares y estaba oscuro cual boca de lobo, así que nos perdimos. Como se hacía tarde, nos metimos en el primer pueblo que vimos, La Turbie, donde encontramos alojamiento en el hotel Napoleón. No vimos nada del entorno, porque no se veía nada.

          Quede claro que en mi vida había oído hablar de La Turbie. El caso es que nos fuimos a dormir. Al día siguiente, al despertarnos, me levanté y abrí las contraventanas. Las nubes se habían esfumado y había un sol radiante. Y yo me quedé con la boca abierta.

          Desde la ventana se veía un pueblo de lo más coqueto, y por encima de él, las ruinas de un monumento romano. El Trofeo de los Alpes, como averiguamos después, que se construyó por orden de Augusto entre el 7 y 6 aC para conmemorar su triunfo sobre las tribus ligures. Si te lo esperas, te impresiona; si no te lo esperas, como era nuestro caso, alucinas.

          Francia es muy mágica.