lunes, marzo 23

El mapa del tiempo

Es sorprendente comprobar que diversas personas no relacionadas entre sí y distribuidas aleatoriamente por todo el mundo acaban adquiriendo los mismos intereses y gustos por determinados asuntos. Por ejemplo, hay una raza de gente fascinada con la Inglaterra del siglo XIX; en particular, la época victoriana. Por aquel entonces, Londres era el centro del mundo, el corazón del imperio; de sus clubs geográficos partían emocionantes expediciones con el objetivo de descubrir las fuentes del Nilo, cartogafiar el desierto de Gobi o encontrar civilizaciones perdidas; sus ejércitos, por otro lado, extendían el colonialismo (siempre execrable, pero no por ello menos novelesco) por los lugares más recónditos del planeta, luchando en sitios tan exóticos como Balaclava, Punjab o Bengala. Las personas que adoramos esa época –yo me cuento entre ellas-, sentimos fascinación por Jack el Destripador; no por ser un cruel asesino, sino por ser el primer asesino moderno y, sobre todo, por el mundo que le rodeaba, ese Londres imperial mezclado con la miseria de Whitechapel, luz y niebla fundiéndose en un estimulante claroscuro. Los de nuestra raza estamos también fascinados por la literatura de género, lo cual no es de extrañar, pues la mayor parte de los géneros actuales surgieron, o se perfeccionaron, en la Inglaterra de aquella época. Así pues, nuestro particular santoral está compuesto por nombres como Stevenson, Conan Doyle, Bram Stoker, H. G. Wells, Kipling, Wilkie Collins, Anthony Hope, A. E. W. Mason o, por supuesto, Julio Verne, que no era inglés, pero vivía ahí cerquita, en la Bretaña francesa. Y si nos referimos a las beatificaciones más recientes, también veneramos a Alan Moore, un inglés loco y genial. Pues bien, no conozco personalmente a Félix J. Palma –nos hemos limitado a intercambiar recientemente un par de correos electrónicos-, pero estoy convencido de que pertenece a esa misma raza.

Hará cosa de un mes, quedé a comer con Julián Díez y, en el transcurso de nuestra charla, le comenté que El mapa del tiempo, la última novela de Palma, ganadora del premio Ateneo de Sevilla, me parecía la mejor novela española de ciencia ficción. Confieso que, por aquel entonces, llevaba leído algo menos de la mitad del libro, así que ahora estoy en condiciones de corregir esa primera opinión. El mapa del tiempo es, en efecto, la mejor novela de ciencia ficción escrita en España (y que nadie se mosquee, porque tal aseveración afecta a mis propios relatos de cf); pero decir eso sería injusto, porque la novela de Palma es mucho más que una historia de ciencia ficción.

En el pasado, había leído varios relatos cortos suyos y sabía que Palma era un excelente escritor dotado de una brillantísima prosa. Eso último, precisamente, era lo que no me acababa de gustar: su prosa era magnífica, pero demasiado marcada; conforme la leía, “sentía” al escritor siempre presente, señalándome con el dedo la brillantez de sus imágenes. Me apresuro a aclarar que eso no era un defecto de Palma, sino una cuestión de gustos personales, pues nunca he negado que prefiero las prosas menos rotundas, más trasparentes. En cualquier caso, sabía que Palma era un magnífico escritor, así que cuando vi El mapa del tiempo en los anaqueles del Hipercor, no dudé ni un segundo en comprarla. Y descubrí que Palma había decidido aligerar su estilo, manteniendo la exquisita elegancia, pero liberándolo del peso de la pirotecnia verbal. Ahí caí rendido a sus pies; producía verdadero placer leerle, deslizarse por ese fraseo sinuoso en el que ahora ya no tropezaba con el menor obstáculo. Pero eso sólo era el principio, el envoltorio de un regalo mucho más jubiloso.

¿Qué es El mapa del tiempo? Resulta imposible comentar su argumento sin desvelar giros de la trama que deben permanecer ocultos, así que me limitaré a decir que la novela –ambientada en el Londres de finales del XIX- narra tres historias distintas entrelazadas por los viajes en el tiempo y la figura del escritor Herbert George Wells. En la primera historia presenciamos el drama de Andrew Harrington, el hombre que estaba enamorado de Mary Jane Kelly, la última víctima de Jack el Destripador. Se trata, pues, de una historia de amor fou, un amor imposible. La descripción que en esta parte del texto se realiza sobre el Londres victoriano es sencillamente apabullante. Y, por cierto, hay algo vital para quienes lean la novela: prestad atención a los detalles, porque uno de ellos os revelará que el mundo que estáis leyendo no se corresponde exactamente con el mundo real. La segunda historia también es de amor, un alambicado romance que demuestra con maestría que no hace falta viajar por el tiempo para crear paradojas temporales. La tercera y última historia, que comienza como un relato policíaco y acaba convirtiéndose en ciencia ficción, se ocupa de unir y explicar el conjunto, así como de atar todos los cabos sueltos.

En mi opinión, la mejor de las tres historias es la segunda, un delicioso mecanismo de relojería que se desenvuelve ante nuestros ojos con la suavidad de un pañuelo de seda, pero El mapa del tiempo no es un libro de relatos, sino una novela sólida y compacta, así que no tiene sentido juzgarla por partes. He leído en una entrevista con el autor, que a Palma se le ocurrió la idea para su novela cuando, tras releer La máquina del tiempo, se preguntó por el efecto que esta habría tenido entre los lectores de su época. En una sociedad que asistía asombrada al avance imparable de la ciencia y la tecnología, la posibilidad de una máquina capaz de transportarnos a través del tiempo debió de parecer no sólo posible, sino casi inminente. Pues bien, a partir de esa ingenua capacidad de asombro, Palma desarrolla su novela para hablarnos, no de las maravillas de la ciencia, sino de las maravillas de la literatura de género.

El mapa del tiempo es ciencia ficción, sí, pero también novela de aventuras, y folletín, y relato romántico, y policíaco, y humorístico, y fantástico... En realidad, El mapa del tiempo es una declaración de amor a la literatura popular. Lo que Palma consigue es que volvamos a contemplar las novelas de género con la ingenuidad y capacidad de asombro de cuando éramos niños, algo muy difícil de lograr. Para ello, Palma utiliza la ironía –toda la novela es un prodigio de sutil ironía-, pero no como factor distanciador, pues el texto desprende un inmenso cariño hacia lo que narra, sino como el eficaz salvoconducto para la supresión de la incredulidad que nos permitirá transitar por un universo que acaba resultando mágico. Por lo demás, los personajes están perfectamente dibujados, los diálogos son brillantes, las descripciones resultan evocadoras y la narrativa fluye con maestría (sus seiscientas y pico páginas se leen como un suspiro). En cuanto a las influencias, creo percibir con nitidez la del antes citado Alan Moore, tanto por su From Hell, como por su Liga de los Caballeros Extraordinarios.

El mapa del tiempo no es una novela perfecta, por supuesto -¿alguna lo es?-. La primera parte resulta un tanto morosa y la última historia es un poco confusa; no obstante, la morosidad, en el caso de un prosista tan elegante como Palma, puede ser incluso una virtud, y toda historia de viajes en el tiempo debe ser, forzosamente, algo confusa. Sea como fuere, los defectos resultan nimios y los hallazgos soberbios, así que sólo me resta darle las gracias a Félix J. Palma por haberme proporcionado una de las lecturas más divertidas, placenteras y estimulantes de los últimos tiempos.

Por último, amigos míos, si pertenecéis a la raza antes mencionada, no dejéis de leer El mapa del tiempo, porque es un libro escrito especialmente para vosotros. Y si no pertenecéis a esa raza, leedlo también, pues aparte de cualquier otra consideración, El mapa del tiempo es una excelente novela, magnífica literatura más allá de las etiquetas.

miércoles, marzo 18

La frase del mes


"El sida es una tragedia que no puede ser resuelta con el dinero ni a través de la distribución de preservativos que incluso agravan el problema".
Ioseph Alois Ratzinger, alias Benedicto XVI

Preguntas: ¿Cuántos seres humanos enfermarán y morirán por culpa de esta frase? ¿Cuántas mujeres serán infectadas al rechazar los hombres el uso del condón amparándose en la autoridad papal? ¿Cuántos niños nacerán con el VIH a causa de esta curiosa moralidad?

Ejercicio: Valora de cero a diez el grado de indignación que te produce el comentario.

Pensamiento: Es una lástima que todavía no se haya inventado un preservativo verbal.

martes, marzo 17

El Coleccionista de Frases 27

"El secreto del éxito es la honestidad. Si puedes evitarla, está hecho".

Groucho Marx

lunes, marzo 16

El Coleccionista de Frases 26

"Hay un mundo mejor, pero es muy caro".

Anónimo

viernes, marzo 13

El Coleccionista de Frases 25

"Política es el arte de evitar que le gente se preocupe de lo que le atañe".

Paul Valèry

jueves, marzo 12

El Coleccionista de Frases 24

"Cuando un hombre se echa atrás, retrocede de verdad. Una mujer sólo retrocede para coger carrerilla".

Zsa Zsa Gabor

miércoles, marzo 11

El Coleccionista de Frases 23

"Un egoísta es una persona que piensa más en sí misma que en mí".

Ambrose Bierce

martes, marzo 10

El Coleccionista de Frases 22

"En los tiempos de La Fontaine los animales hablaban, hoy escriben".

Antonio Fogazzaro

lunes, marzo 9

Velocidad limitada por obras

Estimados amigos, merodeadores todos: un insidioso achuchón de trabajo me mantiene apartado de lo realmente importante. No, no estoy hablando de follar, sino de actualizar periódicamente este vuestro blog. No obstante, creo que de aquí a una semana me liberaré de las cadenas que me atan al duro banco del galeote y regresaré a Babel cual moderno Ben Hur dispuesto a llamar papá a Quinto Arrio, pilotar cuadrigas y darle matarile a Messala. Y si os parece forzada esta imagen, esperad a ver las que os depara el futuro.

En cualquier caso, y para distraernos durante la espera, a partir de hoy incluiré una entrada de El Coleccionista de Frases cada día (ya tenéis una en el post anterior). Puede que esto os decepcione un poco –porque es más sencillo rebatir las opiniones de un capullo como yo que las de notorios pensadores-, así que no olvidéis que el relato ultracorto es a la ficción lo que las frases al ensayo. Además, coleccionar frases brillantes es el mejor disfraz para simular que uno es culto.

El Coleccionista de Frases 21

“Los que escriben con claridad tienen lectores; los que escriben oscuramente tienen comentaristas”.

Albert Camus