lunes, noviembre 21

Grosería

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          Los espejos no nos muestran la realidad, sino una versión idealizada de lo que somos. Cuando nos miramos al espejo, sin darnos cuenta, siempre adoptamos una postura determinada, con el ángulo adecuado para disimular la barriguita, la papada, la narizota o la escasez de busto, y para resaltar nuestros bonitos ojos o nuestras delicadas orejas. No somos nosotros, sino nuestro mejor punto de vista; aquel que oculta los defectos y potencia las virtudes. Bueno, pues cuando nos miramos por dentro, cuando reflexionamos sobre lo que somos, igual.

          ¿Cuánta gente se intenta ver a sí misma como realmente es? Muy, pero que muy poca. Las personas suelen tenerse en muy alta autoestima y les cuesta muchísimo reconocer sus defectos. No queremos la verdad sobre lo que somos, sino fantasías masturbatorias. Si metemos la pata, la culpa siempre es de otro; si le hacemos algo malo a alguien, se lo merecía; si la cagamos estrepitosamente es porque las instrucciones eran erróneas o porque estábamos mal aconsejados. Nunca tenemos la culpa de nada.

          En consecuencia, cada vez es más infrecuente pedir perdón, como si hacerlo fuera un signo de debilidad. Pero es al contrario; la debilidad está en negarte a pedir disculpas cuando haces algo mal, porque eso demuestra la fragilidad de tu ego.

          ¿A qué se debe esto? No lo sé a ciencia cierta. Quizá a un complejo de inferioridad mal procesado, o a una excesivo culto al individualismo... O a todas esas estúpidas ideas que nos mete en la cabeza la sociedad de consumo. “Quiérete a ti mismo”. “Puedes conseguir lo que quieras”. “Te mereces lo mejor”. “Eres único”... En fin, cuando el centro del universo eres tú mismo, ¿qué importan los demás?

          Como es natural, esa actitud acaba permeando a toda la sociedad y nos ha convertido en una nación de maleducados. ¿Sólo a los españoles? No lo sé; desde luego, los franceses (dejando aparte a los parisinos) son más educados que nosotros, por no hablar de los nórdicos, que son el colmo del civismo. Pero no he estado en todas partes, así que no lo sé. En realidad, tampoco sé si se da por igual en toda España, si hay diferencias entre grandes ciudades y pueblos, o entre regiones. Lo único que puedo afirmar con seguridad es que las cosas son así en Madrid...

          Aunque, ahora que lo pienso, eso no es verdad. Entre las causas de nuestra grosería falta una muy importante: el ejemplo. Si observamos a nuestros políticos, ¿qué vemos? Gente que miente e insulta, gente que no escucha, gente que grita en vez de argumentar. ¿Y en los debates? Tres cuartos de lo mismo, igual que en las tertulias del corazón. No hay debate; hay griterío.

          Una buena prueba de nuestra impertinencia es la degradación del lenguaje público. Y no me refiero sólo a lo mal que se expresan nuestros supuestos comunicadores, sino al uso y abuso de lenguaje grosero, de palabras malsonantes. No tengo nada contra los tacos en el habla cotidiana. Yo mismo soy jodidamente malhablado. También he empleado tacos en mis novelas, pero sólo en los diálogos (para reproducir el habla cotidiana y/o marcar la personalidad del personaje). Pero los tacos tienen su momento y su lugar, y no deberían tener cabida en la comunicación pública.

          Sin embargo, cada vez oigo a más locutores usar alegremente palabrotas. ¿Por qué? ¿Creen que así son más naturales y cercanos? Pues no, lo que son es más groseros.

          Hace no mucho vio un anuncio de TV (no recuerdo qué anunciaba) donde, como gancho, se valoraba nuestra idiosincrasia española. Entre otras cosas, decía más o menos: ¿Que si los españoles gritamos? Pues sí, gritamos, porque ésa es nuestra forma de expresarnos... Y al que no le guste, que se tape los oídos, ¿no? Qué bien está eso de convertir los defectos en señas de identidad. Somos así y no tenemos el menor propósito de mejorar.

          Con estos ejemplos, ¿qué se puede esperar?

          Nada bueno, amigos míos; nada bueno.

lunes, noviembre 7

Premio Ignotus

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          El sábado por la noche me guasapeó mi hijo Pablo para comunicarme  que yo había ganado el Premio Ignotus de novela corta. Para los que seáis poco frikis, esto es lo que dice la Wikipedia: “El Premio Ignotus es un galardón literario instaurado en 1991 que otorga anualmente la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror (AEFCFT) a autores españoles y extranjeros. Busca ser un equivalente al Premio Hugo estadounidense para España y toma su nombre del seudónimo con el que firmaba sus obras, a principios del siglo XX, el escritor José de Elola. Se otorga a las obras publicadas en España durante el año que hayan sido preseleccionadas por sus propios asociados y distingue varias categorías”.
          Yo era candidato en tres de esas categorías: Mejor antología (Trece monos, Fantascy 2015), Mejor novela corta (Naturaleza humana, publicada en Trece monos) y mejor cuento (Fiat tenebrae, también en Trece monos). Mi buen amigo Juanma Santiago, uno de los tíos que mejor conoce la ciencia ficción española, fue profético en su blog augurando el futuro que aguardaba a mis candidaturas. Dijo que ganaría indiscutiblemente con la novela corta; que perdería el de antología, porque nunca ganan antologías de un solo autor, y también el de cuento (no recuerdo por qué, pero seguro que tenía razón). Y así ha sido.
          Naturaleza humana es una distopía y un thriller sobre un telón de fondo de space opera. La acción sucede en el año 2189. Desde hace más de un siglo, la humanidad está en guerra con una especie alienígena, los skorpys. Todos los países de la Tierra se han unido para formar una única nación: la Federación Solar. Sin embargo, a causa del conflicto bélico rige un estado de excepción que deja todo el poder en manos de los militares.
          Los protagonistas de la historia son la psicóloga Cecilia Álvarez y el capitán Benjamín Sumaye (aunque el punto de vista del relato se centra en Cecilia). Ambos son movilizados por el Alto Mando para realizar una auditoría de seguridad en La Torre, el cuartel general del ejército. En el curso de su investigación, ayudados por un misterioso disidente apodado Ozymandias, Cecilia y Sumaye descubren que hay algo incorrecto en esa guerra interestelar, que hay demasiadas preguntas sin respuesta. El ejército promueve una gran mentira y oculta un inmenso secreto, pero ¿en qué consiste ese engaño y cuál es el secreto? Finalmente, cuando, tras una compleja investigación, Cecilia y Sumaye descubren la verdad, la respuesta que obtienen es demoledora, porque tiene que ver con lo que somos, con nuestra esencia, con la naturaleza humana que da título a la novela.
          En realidad, Naturaleza humana es una reflexión (pesimista) sobre lo que somos y sobre la ambigua parcialidad de nuestra ética. En la naturaleza no existe el bien y el mal; cualquier suceso, por catastrófico que sea, es éticamente indiferente. La moral es un invento humano y el fiel de su balanza somos nosotros. Pero, ¿qué sucedería si nos encontráramos con otra especie inteligente? ¿Aplicaríamos nuestra ética humana a seres inhumanos? Y si lo hiciéramos, ¿qué sucedería, cómo actuaríamos? Y sobre todo, ¿cuáles serían las consecuencias? De eso trata mi novela.
          La gestación de Naturaleza humana fue inusualmente larga. La idea básica se me ocurrió a principios de los 90. En 1995 comencé a escribirla, pero la interrumpí a las pocas páginas. Por entonces había contratado mi primera novela juvenil y quería centrarme en ese sector editorial, así que dejé de lado la ciencia ficción. Sin embargo, no podía quitarme aquella idea de la cabeza, de modo que la seguí escribiendo entre novela y novela, poquito a poco, tan sólo cinco o seis páginas al año; a veces menos, o ninguna. Finalmente, en 2011, la acabé de un tirón. Tardé dieciséis años en poner el punto final.
          Nunca se me han dado bien los Premios Ignotus; hasta ahora sólo tenía uno, el que me otorgaron en 1999 por mi cuento El decimoquinto movimiento. Que, por cierto, también está incluido en Trece monos. Así que ahora hay dos Ignotus en esa antología. Y habrá dos trofeos en mi despacho, dos pequeños monolitos de 2001. Por cierto, ¿quién tiene el que acabo de ganar?
          Ah, también he ganado un cachito de otro Ignotus, el de ensayo, porque le ha correspondido a Yo soy más de series (Ed. Esdrújula), coordinado por Fernando Ángel Moreno y Víctor Miguel Gallardo, un conjunto de artículos sobre series de TV en el que participo con uno acerca de House.
          En fin, dilectos merodeadores: da gustito que te den premios.