martes, septiembre 23

¿Ser o no ser?

 

            Hola, queridos merodeadores (si es que queda alguno). Dije que volvería en septiembre, y aquí estoy, aunque a este septiembre solo le queda una semana de vida. Estoy aquí, en efecto, pero sobre todo estoy hecho un mar de dudas. ¿Tiene sentido hoy un blog como La Fraternidad de Babel? Recapitulemos:

            1. Babel se creó en 2005 (¡hace 20 años!), en plena eclosión de los blogs. Todo el mundo creaba su blog, aunque no tuviera nada que decir, pese a que los blogs existían precisamente para decir algo. Por eso la inmensa mayoría cerró. Pero algunos perseveramos y, tras un periodo de cierto esplendor, comenzó el declive. Fijaos en la lista de blogs recomendados que aparece aquí, a la derecha, bajo el epígrafe de “Universos Paralelos”. Permanecen en activo menos de la mitad. Y algo más: Babel ha ido progresivamente teniendo menos visitas. Está claro que la era de los blogs ha terminado, en beneficio de las redes sociales.

            2. Babel es un blog personal; es decir, que no está dedicado a ningún tema en concreto, sino a lo que me salga a mí del bolo. Es decir, partía de la presunción de que mi personalidad, mis opiniones y mi forma de escribir iban a resultar interesantes para los demás. Pero todo cansa. Yo canso. Hasta yo estoy harto de mí mismo.

            3. Reconozcámoslo: Hoy por hoy carezco del ímpetu que me movía cuando inicié el blog. Me cuesta más escribir las entradas, muchas veces me da pereza hacerlo.

            4. ¿Tengo algo nuevo que decir? La política me irrita, me cabrea la derecha asalvajada, y me deprime la izquierda desnortada. Me asusta el crecimiento de los zombis fascistas. No quiero hablar de nada de eso, ¿para qué, si lo único que consigo es cabrearme. ¿Y la actualidad? Es para echarse a llorar. ¿Qué puedo decir sobre el atroz genocidio que están cometiendo los israelís contra el pueblo palestino? Niños muriendo de hambre, ¡de hambre!, hombres y mujeres asesinados por el mero hecho de intentar conseguir agua y comida, ciudades sistemáticamente arrasadas por las bombas... Los nazis no lo habrían hecho mejor. No hay palabras para describir ese horror. ¿Y Trump, ese payaso grotesco y sicópata que deja en mantillas al Pennywise de Stephen King? Me ofende su mera existencia. No quiero escribir sobre nada de eso.

            5. Tengo 72 años, soy asquerosamente viejo, repelentemente viejo, inevitablemente viejo. Hago todo lo que puedo por intentar que en mi mente queden rescoldos de juventud, intento no fosilizarme, mantenerme intelectualmente vivo, pero soy consciente de que el tiempo corre más que yo y que en algún momento no muy lejano acabaré convirtiéndome en un viejo de mierda que no le interesa a nadie. Si es que eso no ha ocurrido ya, claro.

            6. Hasta ahora, he colgado 743 entradas en el blog y, sinceramente, no me acuerdo ni de la décima parte. Así que lo que faltaba, que comenzara a repetirme.

            7. Profesionalmente me va muy bien, lo que se traduce en que tengo mucho trabajo. Y después de  todo el día dándole que te pego al teclado, apetece poco seguir escribiendo

            8. ¿Cuántos merodeadores de Babel quedan? Conozco a unos cuantos inasequibles al desaliento (sois adorables, os amo); pero después de casi dos años de inactividad deben de ser muy pocos.

            Con todo esto en la cabeza, no sé si tiene sentido seguir. O sí lo sé: no lo tiene. Pero hay otras cuestiones que tiran en sentido contrario. En primer lugar, los fieles merodeadores que han permanecido en Babel contra viento y marea. En segundo lugar, el cuento de Navidad; quiero seguir escribiéndolo. Y por último, siento que dejar morir al blog sería dejar morir una parte de mí. Vale, me estoy poniendo cursi, pero es cierto: en algunos textos del blog me he desnudado, poniendo al descubierto zonas muy sensibles de mi interior, y descubriendo así aspectos de mí o de mi familia que yo mismo desconocía, o contemplando nuestra historia desde un punto de vista diferente. En especial, me resisto a que las diez entradas que le dediqué a la vida de mi hermano Eduardo se pierdan en el ciberespacio, como lágrimas en la lluvia (De hecho, sobre esto último tengo un proyecto –llamado precisamente En la lluvia- del que os hablaré en un futuro más o menos cercano).

            Así que, con todos estos argumentos depositados en una balanza imaginaria, os diré lo que voy a hacer: Voy a mantener La Fraternidad de Babel, comprometiéndome a colgar al menos un post al mes. Durante un año. Luego, ya veremos qué pasa.

            Y esto es todo. Hola de nuevo y hasta la vista.

 

jueves, enero 9

Mi nueva novela: El secreto de Gabriela Salazar

 


            Un amable y justamente indignado merodeador me ha reprochado que, a pesar de que el blog esté en stand by, no me haya molestado en anunciar aquí que acabo de publicar una nueva novela. Cuando se tiene razón, se tiene razón, así que voy a reparar mi error.

            Ayer, 8 de enero, salió a la venta El secreto de Gabriela Salazar, mi última novela, publicada por La Esfera de los Libros. No es literatura juvenil, ni ciencia ficción o fantasía. Es un trhiller histórico ambientado en tres épocas distintas: 1952 en Argentina, 1969 en España y 2010 en España, Suiza e Italia. La historia narra el enfrentamiento de tres generaciones de mujeres, abuela, madre e hija, con una familia de fugitivos nazis, los Reinhardt, cuyos patriarca y primogénito son ex SS. También es la historia de la búsqueda de un valioso objeto perdido, el llamado Cuaderno de Michaelis, relacionado con el expolio nazi.

            En la novela hay secretos, como el título revela, hay asesinatos, hay espionaje, hay venganzas, hay misterios y, sobre todo, hay varios personajes de mujeres fuertes y valientes. En especial, las tres protagonistas de la novela: Guadalupe, Gabriela y Lola. Y también hay algunos asuntos históricos poco conocidos, como el de los ustachas croatas, un grupo de ultraderecha cuya actuación durante la ocupación alemana de Yugoeslavia te pone los pelos de punta. Y más si sabes que sus dos máximos dirigentes se refugiaron y vivieron en España tras la guerra.

            En fin, amigos, El secreto de Gabriela Salazar ya está en las librerías y yo me he quitado de encima un año de trabajo, escritura y documentación. Si lo compráis, espero que os guste.

martes, diciembre 24

El tradicional cuento navideño de Babel

 


            Aquí estoy otra vez. Aunque el blog se encuentre en hibernación, mi cita anual navideña no podía fallar. El cuento de Navidad. Como sabéis –y si no lo sabéis os lo digo-, mis cuentos navideños se dividen en dos categorías: Buenrrollistas y Gamberros. El de este año es gamberro, pero para disfrutar de su lectura, hay que saber un par de cosas:

            1. En primer lugar, tenéis que tener presente el cuento de Hans Christian Andersen La pequeña cerillera. Por si alguno no lo conoce, resumo su argumento:

 Mediados del siglo XIX. Estamos en la noche de San Silvestre (Nochevieja, vamos). Una niña de diez años recorre las calles de Odense (Dinamarca) con los pies descalzos. Hace mucho frío. Comienza a nevar. La pequeña es una cerillera ambulante, más pobre que las ratas. Lleva todo el día de un lado para otro, con los pies amoratados de frío, y nadie le ha comprado nada. Teme volver a su casa, porque si regresa sin dinero su padre le dará una paliza. Cae la noche. Hace aún más frío que antes. La niña se cobija en un callejón, pero sigue cascando un frío de la leche. La pequeña cerillera siente que se congela. Entonces decide calentarse encendiendo una cerilla, que da algo de calor, aunque poco, y apenas dura. Enciende otra, y otra, y otra más. Entre tanto, empieza a tener alucinaciones. Sigue encendiendo cerillas hasta que se le acaban. La niña alucina con que su abuelita la llama para ir al cielo. Al día siguiente, encuentran a la pequeña cerillera muerta por congelación, Findus total, igual que Jack Nicholson al final de El Resplandor. Fin del cuento.

            2. Uno de mis recuerdos más remotos es mi abuela Julia leyéndome ese cuento antes de dormir. Yo debía de tener, no sé, siete años o menos. Y sin duda era un niño muy sensible. Porque lo que recuerdo con nitidez es lo acongojado que me dejó esa historia, lo horriblemente mal que me sentí, y el atracón de llorar que me pegué. ¿Y mi abuela quería ayudarme a dormir contándome esa atrocidad? ¿En serio? Creo que el insomnio y las palpitaciones me duraron hasta la mayoría de edad. ¿Os traumó la muerte de la mamá de Bambi? Pues eso no es nada comparado con lo que me hizo la puñetera cerillera. A fin de cuentas, la mamá de Bambi tuvo una muerte rápida, de un disparo, y no la vimos morir. Además, qué coño, era una maldita cierva. Pero mi muerta es una pobre niña de cabellos dorados, y sufrió una larga agonía antes de palmarla. Ni color.

            Al principio, yo le echaba la culpa a mi abuela. Pero luego, siendo ya adulto, pensé que quizá mi yaya no conocía el cuento y me lo leyó sin saber el final. Entonces comprendí que el único culpable de mi trauma era Andersen. ¿De verdad creía apropiado para los niños pequeños narrarles el minucioso relato de la agonía por congelación de una pobre niña? Debía de ser un sádico, sin duda. ¡Jamás te perdonaré, Hans Christian!

            Pues bien, el cuento de este año se llama El retorno de la pequeña cerillera, y es mi particular venganza navideña contra Andersen. Como siempre, encontraréis el relato más abajo.

            Ahora son las 10:48 y estoy en mi despacho. El sol entra a raudales por la ventana. La casa está en silencio, porque Pepa ha salido para recoger unas compras. Dentro de un par de horas iremos a la estación de Atocha para buscar a nuestro hijo Pablo, que vive en Barcelona y viene a pasar las fiestas con nosotros.

            Queridos merodeadores: Os deseo una feliz Navidad y lo mejor para el 2025, que tiene una rima fácil. En septiembre activaré de nuevo La Fraternidad de Babel. Como dijo Suarcenaguer: “Volveré”.

            Y ahora el cuento. En los primeros párrafos, hasta que aparece el banquero, mezclo el texto de Andersen con mi propio texto. El resto es todo mío. Espero que os guste.

            El retorno de la pequeña cerillera

            By César Mallorquí (y un poquito de H. C. Andersen)

            Ocurrió en Odense, Dinamarca, a finales de diciembre de 1845. Comenzaba a nevar. ¡Qué frío hacía! Era la noche de San Silvestre, la última noche del año y mientras todas las familias se preparaban para sentarse a la mesa rodeados de ricos manjares, pasaba por la calle una pobre niña de apenas diez años, descalza y con la cabeza descubierta bajo aquel frío y en aquella oscuridad. Era la joven vendedora de cerillas. La pobre llevaba el día entero en la calle, sus huesecitos estaban ateridos de frío por culpa de la nieve y lo peor de todo es que no había conseguido ni una sola moneda...

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miércoles, agosto 7

AVISO

 Este blog permanecerá 

inactivo hasta 

septiembre de 2025

Disculpen las molestias.


Pero, por supuesto, el cuento

de Navidad no faltará a su cita anual.




Ghosting

 


            Hay una práctica llamada “Ghosting”, que consiste en desaparecer de la vida de alguien de la noche a la mañana, sin previo aviso y sin dar explicaciones.

            Pues bien, me temo que llevo ocho meses haciéndole ghosting a la Fraternidad de Babel y a vosotros, aquellos que habéis seguido el blog desde hace tiempo. Si es que queda alguno, claro. Bueno, no puedo remediar lo que he hecho, pero sí puedo dar explicaciones tardías.

            Veréis, hubo un tiempo en que yo era un escritor feliz. Escribía una novela, lo que me viniese en gana, se lo ofrecía a una editorial, la editorial adquiría los derechos y a otra cosa. Lo hacía a mi ritmo, sin prisas y con pausas para, por ejemplo, escribir en el blog. Esa época fue mi Arcadia personal. Y lo fue porque, al no contraer compromisos, disponía libremente de mi tiempo. Cero presiones.

            Pero la vida te conduce por rumbos que no habías previsto. De pronto, un buen día, hace un par de años, se puso en contacto conmigo Laia Zamarrón, la directora editorial de las colecciones infantiles de Alfaguara, para proponerme iniciar una serie de novelas para los lectores más jóvenes, niños de seis o siete años. Me quedé de piedra y objeté que nunca había escrito para lectores tan pequeños, que la mayor parte de mi obra era juvenil y sólo recientemente había escrito infantil. Pero jamás para enanitos tan pequeños. Añadí que no creía que mi sensibilidad fuera la adecuada para eso. Pero Laia acabó convenciéndome y yo me lo tomé como un reto. Así nació Colegio de Poderes Secretos.

            Casi simultáneamente, contactó conmigo Ymelda Navajo, la directora editorial de La Esfera de los Libros. Quería que escribiese para su sello una novela histórica de entre 300 y 400 páginas. Le dije que tenía que pensármelo, y me lo pensé. Pero mal. Es decir, pensé en escribir una novela sobre las ratlines, las vías de huida de los criminales de guerra nazis después de la Segunda Guerra Mundial, ambientada en Argentina y España en los años 1952 y 1969. Es un tema que conoces, me dije; y además en el 69 tenías 16 añitos. No habrá muchos problemas con la documentación. Y le dije a Ymelda que sí.

            Pasado un tiempo, cuando imaginé el argumento, me puse a escribir la novela y... ¿No habría problemas con la documentación?... ¡Ja! Una cosa es conocer un tema de forma general y otra muy distinta entrar en detalles. Y una cosa es haber vivido en una época, y otra muy distinta recordar cada incidente que sucedió y cómo era todo con exactitud. En resumen, la documentación fue (está siendo) un infierno y me ha llevado mucho más tiempo del que pensaba. Y no por falta de fuentes, sino por exceso de ellas.

            Resumiendo: al solaparse ambos proyectos, y colarse algunos extras por el camino, no he parado de escribir. Bueno, sí he parado; pero cuando paraba lo último que me apetecía era seguir escribiendo, aunque fuera a mi aire. Y eso ha ocurrido sin ninguna advertencia. He dejado abandonado el blog, siete meses sin decir ni mu. Eso es ghosting.

            Pero voy a ponerle remedio ahora. Entremedias se me ha cruzado otro compromiso, pero creo que para septiembre del año que viene volveré a estar libre de ataduras. Hasta entonces, La Fraternidad de Babel seguirá inactiva. Pero a partir de ese momento, si los nuevos y los viejos dioses lo permiten, volveré a la actividad bloguera. Al menos, una entrada mensual.

            Palabrita del niño Jesús.

            Por supuesto, este parón del blog contará con la excepción del cuento de Navidad, que seguirá fiel a su cita mientras mis trémulas manos puedan pulsar el teclado.

            En fin, ese es mi propósito; pero todo queda en manos del azar.

            Y ahora, como estamos en verano, os voy a regalar mi receta para el mejor gazpacho del mundo.

 

            Ingredientes:

            - 3 kilos de tomates maduros.

            - 2 pepinos pequeños (o uno grande)

            - 1 pimiento verde (o medio grande)

            - 1 cebolleta grande.

            - 3 dientes de ajo

            - Media barra de pan.

            - Medio vaso de aceite de oliva virgen.

            - Vinagre al gusto (yo pongo muy poco)

            - 1 cucharadita colmada de comino en polvo.

            - Sal y pimienta al gusto.

            - 1litro de agua.

 

            El proceso de cocinado es muy sencillo, porque no se cocina. Se parte todo en trocitos, se mezcla y se tritura en la batidora. Pero, atención, si tu batidora es normalilla deberás pelar antes los tomates. En Internet hay tutoriales que explican cómo hacerlo con comodidad. Yo tengo un robot de cocina Thermomix, que es superpotente, y pulveriza la piel, así que no tengo que pelarlos. Si el gazpacho queda demasiado espeso, añádele agua.

            ATENCIÓN: La calidad de un gazpacho depende de la calidad de los tomates. Con tomates malos es imposible hacer un buen gazpacho. Han de ser muy maduros y aromáticos.

            Otra cosa: Esa receta es para hacer mucho gazpacho. Si quieres hacer menos, por ejemplo la mitad, reducid a la mitad la cantidad de cada ingrediente.

            Y eso es todo, merodeadores. Feliz verano y felices vacaciones.

            Hasta septiembre del 25.

            Ciao.

domingo, diciembre 24

El tradicional cuento navideño de Babel 2023



            Ya estamos aquí, otro año más. La Tierra ha recorrido 930 millones de kilómetros alrededor del Sol, viajando a 107.280 kilómetros por hora. Y nosotros con ella. Menudo palizón, ¿verdad? Y todo para volver al  mismo sitio que antes. A la Navidad.

            Ya he comentado muchas veces que yo, antes, odiaba la Navidad. Era un Mr Scrooge, un Grinch. Pero luego tuve hijos y ellos me enseñaron a volver a ser un niño y así poder ilusionarme de nuevo con el espumillón, las luces de colores y los árboles adornados. Y aunque los muy cabrones de mis hijos han crecido, me siguen gustando las fiestas del solsticio. De hecho, tengo un ritual navideño. Pocos días antes de Nochebuena, regreso a Chamberí, el barrio de mi niñez, y doy un paseo por los alrededores de la plaza de Los Chisperos. Se encuentra a cuatro manzanas de donde yo vivía. Enfrente estaba mi antiguo colegio. Recorro la calle Manuel Silvela, me detengo en la parroquia del Perpetuo Socorro y acabo en la plaza. Luego, voy a las Bodegas La Ardosa de la calle Santa Engracia y me zampo una ración de patatas bravas, que son las mejores de Madrid y siguen siendo exactamente iguales que cuando era niño. Lo hice anteayer, aquí tenéis la foto que lo demuestra.

 


            Por cierto, esa plaza, la de los Chisperos, es curiosa. Hasta hace nada, no tenía nombre. Bueno, sí que lo tenía, pero no había ninguna placa, su denominación no aparecía por ninguna parte. Quizá os preguntéis qué coño son los “chisperos”. Pues los herreros y sus familiares, aunque en realidad el monumento que adorna la plaza está dedicado a los autores de sainetes. Las figuras que aparecen serían los personajes típicos de ese género: un par de chulapas y otro par de chisperos.

            En fin, basta de nostalgia babosa y vamos al grano. El cuento.

            Creo que ya os he contado cómo suelo afrontar el cuento de Navidad. A finales de septiembre o principios de octubre me digo a mí mismo que debo empezar a darle vueltas al argumento del relato. Luego, me olvido por completo del asunto. Y me vuelvo a acordar a finales de noviembre. Entonces me pongo a buscar desesperadamente alguna idea. Que generalmente tarda en llegar. Cuando finalmente llega, me pongo a escribir; si el cuento es corto, no hay problema. Pero si es largo, ay amigos, entra en juego la angustia. El año pasado me pilló el toro y acabé de escribirlo durante la mañana de Nochebuena (por eso lo colgué por la tarde).

            La verdad es que no es fácil encontrar ideas originales para un relato navideño, porque es un tema más sobado que el palo de una zambomba. Además, la Navidad lleva dentro tanto azúcar que resulta casi imposible escribir una historia de buen rollo que no empalague. Quizá por eso se me ocurren muchas más ideas “gamberras” que “buenrrollistas”; el humor negro navideño es un territorio menos frecuentado y a prueba de diabéticos. No obstante, mi cuento favorito de entre todos los navideños que he escrito es “La historia del indiano”, un relato que una merodeadora tildó de “ñoño”; y quizá lo sea, aunque a mí me parece simplemente bonito.

            Este año, las cosas han ido sobre ruedas, pues encontré el argumento -casi a la primera- a mediados de noviembre. Para buscar ideas, a veces recurro a algunos truquitos. Por ejemplo, el “juego de los contrarios”. Me explicaré: Hace años, escuché a un autor que definía su último libro como lo contrario a Harry Potter. Cuando explicó el argumento me di cuenta de que no era ni remotamente lo contrario de la obra de Rowling. Entonces me pregunté: ¿Qué sería lo contrario de Harry Potter? Pues un mundo en el que todas las personas pueden hacer magia, menos el chaval protagonista que no puede hacer ni papa de magia. Desarrollé un argumento y comencé a escribirlo, aunque a las pocas páginas me cansé y lo abandoné. Pero sigo pensando que era una buena idea.

            El año pasado subí un cuento llamado “El ángel que se cayó a un agujero negro”, un relato gamberro protagonizado por un ángel disfuncional. Este año, jugando a los contrarios, me pregunté ¿qué es lo contrario a un ángel disfuncional? Pues un demonio disfuncional. Pero, claro, la disfuncionalidad de un ángel es completamente distinta a la disfuncionalidad de un demonio. Si en el primer caso todo acababa en desastre, en el segundo los acontecimientos conducen a un final feliz (aunque, si después de leerlo os paráis a pensarlo, también un poquito triste). El cuento de este año, llamado “El demonio que quiso ser bueno”, es un cuento de buen rollo, aunque su desarrollo es tirando a atípico. Los que esperabais una nueva muestra de mi habitual humor negro, mis disculpas. El año que viene os compensaré. De todas formas, sí que hay humor en el relato, aunque no oscuro.

            Como he dispuesto de suficiente tiempo para escribirlo sin prisas, me he permitido extenderme en la narración. Tiene 10.404 palabras. No lo sé a ciencia cierta, pero puede que sea el más largo que he colgado en Babel. Espero que no os resulte demasiado pesado.

            Y ya está. Solo me queda desearos lo mejor para estas fiestas. Bebed con moderación (o sin ella), comed como tigres, reíd como locos, llorad con nostalgia, jugad a ser niños, recordad a los que se fueron, disfrutad de los que siguen aquí, y f*ll*d, f*ll*d lo más posible.

            Queridos merodeadores, os deseo un feliz solsticio de invierno, una feliz Navidad, unas felicísimas fiestas.

            Aquí os dejo el cuento:

 

            EL DEMONIO QUE QUISO SER BUENO

            By César Mallorquí

 

            Había una vez un demonio llamado Pharphas. Su edad solo podía expresarse en eones, pues era uno de los ángeles primigenios que, en el amanecer de la creación, se alzaron contra Dios durante la rebelión de Lucifer, y que luego siguieron a este en su caída transformados en diablos. Eso era Pharphas, un ángel caído más.

            Sin embargo, Pharphas también era diferente al resto de los demonios. No en cuanto a su aspecto, pues era rojo, con cuernos, rabo terminado en punta de flecha y patas de carnero, como todos los demonios, pero sí en lo que a mentalidad se refiere. Pharphas se estaba replanteando sus ideas y valores (...)

 

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sábado, diciembre 9

Babel 18

 


            Hoy hace dieciocho años que nació este blog. Es cierto que últimamente funciona a medio gas, con largos intervalos entre post y post. Pero no está muerto, aún le queda un hálito de vida. Y seguirá vivo mientras mantenga mi único compromiso: el cuento de Navidad. Ya lo tengo medio escrito y lo colgaré puntualmente durante la mañana del 24 de diciembre.

            Pero hoy es el cumpleaños del blog, su mayoría de edad, y vale la pena detenerme un momento para celebrarlo. El año pasado no lo hice y me arrepentí. Así que muchas felicidades a todos, sobre todo a los que lleváis años acompañándome. Gracias por vuestra paciencia y por seguir ahí.

            Feliz cumpleaños, queridos merodeadores.

viernes, septiembre 8

El fin de los tiempos

 


            Mientras la escribo, cada novela se comporta de forma diferente. Cabría pensar que siendo yo siempre el mismo, mi trabajo debería desarrollarse siempre de forma similar; pero no es así. Cada novela parece tener vida propia y avanza, o no avanza, a su manera. Algunas novelas se escriben como un río manso, sin sobresaltos. Otras son torrentes de montaña que avanzan sorteando obstáculos, a veces remansándose, a veces precipitándose por cataratas. Hay novelas que se estancan y las hay que se resisten a nacer, o que forman meandros, o que se ramifican en multitud de afluentes.

            EL FIN DE LOS TIEMPOS (SM 2023), mi última y recién publicada novela, nació siguiendo, sucesivamente, tres cursos distintos. La primera idea me vino hace unos diez años, después de publicar La isla de Bowen. Aunque llamarlo “idea” es exagerado, porque lo único que me planteé fue que quería escribir sobre el fin de la civilización. Más concretamente, quería explorar la frontera entre el mundo civilizado y el mundo salvaje (podría decir “mundo natural”, pero “salvaje” describe mejor lo que pretendía hacer).

            Me puse a darle vueltas al asunto, desarrollé un argumento, diseñé unos personajes, comencé a escribir... y cuando llevaba más o menos treinta páginas, me detuve, hice examen de conciencia y me dije: “No, César, eso no es lo que quieres escribir”. Así que archivé el texto y comencé a buscar otro argumento. Tiempo después, desarrollé una nueva y completamente diferente historia y empecé a escribirla. Al cabo de unas cinco páginas, mi voz interior hizo sonar todas las alarmas: de nuevo había errado el camino. Otro textito archivado y otra vez a darle vueltas.

            Creo que ya he hablado de esto aquí, pero el caso es que hará uno o dos años, encontré el primer archivo, que estaba etiquetado con el muy impreciso título de “novela”, lo leí... y no tenía ni idea de qué era eso. Había olvidado por completo haberlo escrito. De hecho, ahora lo he vuelto a olvidar; no sé qué escribí. NOTA: Hice muy bien en abandonar ese texto.

            Pasó el tiempo, años, y yo seguía dándole vueltas a la historia –en realidad, el tema- que quería contar y que tanto se me resistía. Hasta que un buen día, no recuerdo cuándo, me di cuenta de cuál había sido mi error. En mis dos anteriores intentos había situado la historia muchos años después de que la civilización se hundiese. Pero si yo pretendía hablar de lo civilizado y lo salvaje, debía situar mi historia justo en el momento en que los últimos rastros de la civilización desaparecen. En cuanto comprendí eso, todo fue coser y cantar. Ideé un nuevo argumento, me puse a escribir y todo fluyó como un arroyo cantarín. Luego, ciertos avatares retrasaron dos o tres años la publicación de la novela, pero eso no viene al caso.

            ¿De qué va El fin de los tiempos? La acción se sitúa en España, en un futuro cercano. La civilización se ha derrumbado. No ha habido ningún gran apocalipsis, sino la progresiva degradación de una sociedad injusta en la que la desigualdad crecía al mismo ritmo que la miseria. Se produjo una inmensa crisis económica global, el Súper-Crack, que desencadenó algaradas y masacres. Hubo hambrunas, guerras civiles, se detonaron algunos artefactos nucleares (no muchos, afortunadamente). En ese contexto, se desató una pandemia, la Muerte Blanca, que diezmó a la humanidad. Y la civilización se fue a la mierda.

            La novela comienza en una zona residencial situada al oeste de una gran ciudad (que es Madrid, aunque nunca se dice en el texto). Esa zona está protegida por el ejército y en ella viven los civiles que trabajan para los militares. El resto de la ciudad está sumida en la barbarie. Un día, el destacamento del ejército recibe la orden de irse, dejando abandonados a su suerte a los civiles que viven con ellos. Todos saben que, en cuanto los militares no estén, bandas de saqueadores arrasarán la zona, así que deben irse. Justo ahí empieza la historia.

            Los protagonistas son tres hermanos, Álex, Tomás y Sara, de 16, 12 y 8 años de edad, respectivamente. El día en que los militares se van, abandonan la ciudad junto con sus padres, para dirigirse caminando a un pueblo situado a 300 km de distancia, donde quizá encuentren refugio. La primera parte de la novela, narrada por Tomás, cuenta lo que sucede durante ese viaje a través de un territorio sumido en el salvajismo.

            La segunda parte, narrada en tercera persona, transcurre once años después, cuando los protagonistas ya son adultos, y cuenta un segundo viaje, esta vez de búsqueda. Aunque los protagonistas tienen diferentes motivos para realizarlo: redención, amor, lealtad, compañerismo, curiosidad e incluso venganza. Hay una tercera parte, muy breve, que cierra la novela desde el punto de vista de Sara.

            ¿El fin de los tiempos es una novela posapocalíptica? Bueno, no ha habido un apocalipsis concreto, sino varios, pero a efectos prácticos sí que lo es. Por tanto, asume las constantes del género (algunos me han dicho que la portada recuerda a The Last of Us). También es una novela de aventuras que describe dos viajes llenos de peligro. Y por último, es una novela moral. No en el sentido de que tenga una moralina, sino porque propone varios dilemas éticos.

            El primero de ellos: Si la sociedad se hundiese, ¿qué harías: intentar mantener la civilización o sumarte a la barbarie? Cada uno de los tres hermanos ofrece una respuesta diferente a esa cuestión. La novela no toma partido; es el lector quien debe hacerlo (si le apetece, claro).

            Por otra parte, durante el relato, los protagonistas –es decir, los buenos- hacen cosas terribles. Ahí la cuestión es: y si no las hicieran, ¿qué? ¿Y cuál sería la alternativa? Y algo más: Si te comportas igual que los malos, ¿qué derecho tienes a considerarte bueno? Otro dilema: ¿Es lícito que la autodefensa, y la protección de los tuyos, anulen la piedad? En circunstancias extremas, ¿es legítimo ser egoísta? ¿Hay otra opción?

            Pero existe un punto de vista alternativo para encajar genéricamente la novela: es un western. En realidad, gran parte de los relatos posapocalípticos tienen la estructura, e incluso el escenario, del western (fijaos en las películas de Mad Max), y sin duda mi novela es un relato de frontera, la que existe entre lo civilizado y lo salvaje, como en el western. Para colmo, en la segunda parte los protagonistas viajan a caballo. De modo que sí, puede considerarse un western. Pero eso, en realidad, ¿qué más da?

            En la novela también hay una emisora misteriosa, Radio Libre Apocalipsis, que emite música de los 70; y un locutor, el Hombre Lobo, que es una especie de narrador del fin del mundo. Además, existe (o no) un mítico reino perdido donde se preservan los mejores valores de la humanidad.

            Como decía antes, El fin de los tiempos propone una serie de dilemas morales. Cada uno de los tres hermanos que protagonizan el relato ofrece una respuesta diferente. Tomás, el mediano, no soporta el mundo donde vive e intenta mantener su integridad moral. Sara, la pequeña, se suma sin atisbo de dudas a la barbarie, porque está segura de que es la única forma de sobrevivir. Tal y como ella misma dice: “Soy hija del caos, me crié en el caos, soy el caos”. En cuanto al mayor, Álex, es pragmático. Su postura vendría a ser: Si no hay más alternativa que la barbarie, adelante con ella; pero intentemos entretanto ser lo más civilizados posible.

            ¿Cuál es mi opinión personal? Creo que los tres hermanos tienen poderosas razones para defender sus posturas. Simpatizo con Tomás, porque es un idealista; pero su estrategia de supervivencia deja mucho que desear. En cuanto a Sara, sus motivaciones son sencillas, claras y muy realistas, pero jamás podría ser como ella. Respecto a Álex, se ha adatado, sobrevive y ayuda a sobrevivir a los demás, así que supongo que su postura es la más racional.

            Pero todo esto es teórico, claro, porque si llegara el fin de la civilización, supongo que yo tardaría unos cinco minutos en estar muerto. Mi historia no sería un novela, sino un microrrelato.