
La Fraternidad de Babel.
Babel… ¿Por qué Babel? Es un mito que siempre me ha fascinado: la explicación legendaria de la multiplicación de las lenguas. Pero es mucho más que eso. Babel, su torre, fue el primer experimento de los humanos en la búsqueda del conocimiento. Nada más y nada menos que alcanzar el cielo y codearse con dios. Que al final el intento fracasase no le resta ni un ápice de grandeza, porque la idea era buena, pero Yavhé un tramposo ventajista. En cualquier caso, el proyecto de la Torre es el símbolo perfecto de lo que somos los seres humanos: animales curiosos y descarados que siempre estamos metiendo los hocicos donde nadie nos llama.
Pero Babel es, también, la versión mítica de Babilonia, la Gran Meretriz, la ciudad más dilatada de la Tierra. ¿Qué impresión pudo causarle a un rústico proto-hebreo de aquellos tiempos ver Babilonia por primera vez? Se quedaría de piedra, supongo, cuajado, niquelado, estupefacto. Multitudes fatigando las callejas y las inmensas avenidas, cientos, miles de edificios, jardines, palacios, monumentos y, presidiéndolo todo el Gran Zigurat. Pero también ídolos por doquier, prostitutas, ladrones, falsos profetas, vicio y perversión. Y, sobre todo, la mayor muestra de soberbia jamás vista, esa descomunal torre que parece asediar los cielos compitiendo con la gloria de Elohim. Quizá por eso, por tanto orgullo, el poderoso dios del desierto confundió las lenguas de quienes acudían a la ciudad desde todos los rincones del orbe conocido. Eso es también Babel: un lugar de encuentro, un crisol, un caos.
Y aún hay otra versión de Babel, la Biblioteca de Borges -mi escritor más admirado-, ese aleph de libros donde se encuentra todo lo que se ha escrito y todo lo que se va a escribir; de hecho, todo lo que podría y puede escribirse, el infinito. Una biblioteca en realidad inútil, porque lo incluye todo, en todas las lenguas que han sido, son y serán, lo verdadero y lo falso, lo que tiene significado y lo que no lo tiene. De nuevo el caos, aunque esta vez ordenado alfabéticamente.
Todo eso es Babel para mí, y por esa razón lo incorporé al nombre del blog, quizá porque pretendía, sin saberlo entonces, que este lugar fuese caótico, inútil y un tanto arrogante, pero al mismo tiempo un lugar de encuentro.
¿Por qué Fraternidad? O, mejor dicho, ¿qué clase de fraternidad? Veréis, no me siento identificado con los de mi misma clase social. A decir verdad, no me siento identificado con ninguna clase social, alta, media o baja, porque los intereses de la mayor parte de la gente, sea cual sea su condición, no suelen coincidir con los míos. Digamos que voy por libre, que soy más bien raro. Sin embargo, a lo largo del tiempo he ido encontrándome con gente que compartía conmigo, no sólo mis intereses, sino la forma de entender y apreciar eso que denominamos -sin saber muy bien de qué se trata- la cultura. Una visión lúdica del arte y de la vida, un decidido eclecticismo, amplitud de miras y mucha curiosidad. Es como una especie de club disperso, cada uno de su padre y de su madre, unos aquí y otros allá, pero todos capaces de conciliar un relato de Nabokov con un tebeo de El Hombre Enmascarado, un cuadro de Hopper con una ilustración de Moebius, o un ensayo de Cipolla con una novela gráfica de Alan Moore. Creo que en el fondo somos gente sin un camino marcado, sin método ni metas; funcionamos simplemente por estímulos, buscándolos siempre en cualquier parte. En el fondo, supongo que somos un poco (o un mucho) inmaduros; quizá no nos hemos librado del lastre de la infancia, aunque en realidad estamos convencidos de que la infancia no es un lastre, sino un tesoro digno de conservarse. Por eso adoramos que nos cuenten historias, la literatura de género, los tebeos, el cine, las series de televisión inteligentes… Nos encanta soñar, nos fascina que nos asombren. Desconfiamos del realismo, porque sabemos que la realidad es lo que inventan las personas que carecen de imaginación, así que tendemos a buscar los lados insólitos de la vida. Somos niños todavía sorprendidos por las maravillas del universo.
En fin, creo que, inconscientemente, pensaba en esa clase de gente –en esa clase de fraternidad- cuando decidí activar La Fraternidad de Babel. Y acerté. Pero también me equivoqué. Porque todo lo que he dicho en el párrafo anterior, ¿no es en el fondo una forma como otra cualquiera de elitismo? Puede que seamos especiales, distintos o simplemente raros, puede que estemos dotados de un discreto encanto excéntrico, pero no nos envanezcamos por ello, pues lo cierto es que la inmensa mayoría de las personas tienen algo, aunque sólo sea un diminuto fragmento de su personalidad, que las hace especiales. Y una cosa más, algo que he aprendido con el tiempo: lo más valioso que existe, lo más importante, no es la inteligencia, ni el ingenio, ni la cultura, sino la bondad. No hay nadie más especial que una persona buena.
De modo que esta fraternidad está dedicada a cualquiera que le apetezca pasar por aquí; no es un club selecto, ni un castillo, ni una torre de marfil. Como Babilonia, es un crisol, un punto de reunión donde pueden encontrarse las personas que hablan y no hablan el mismo idioma. Como la Biblioteca, es un caos, un laberinto, una inutilidad. Y, al igual que la Torre, es un fascinante fracaso. ¿Qué más se le puede pedir a algo tan insignificante?
La Fraternidad de Babel. Abierto para todos los públicos.