miércoles, octubre 24

En la mente del escritor 5. Los personajes.

Cuando, a comienzos de los 90, volví a escribir, me obsesionaba la narrativa, y fue en ese aspecto de la técnica literaria en el que me volqué al principio. Pero pronto comprendí algo: poco importa lo bien que cuentes una historia si los personajes que la protagonizan no le interesan al lector. De hecho, un buen personaje puede arrastrar al lector tanto o más que una buena historia. Pero diseñar personajes no es fácil; en ese aspecto fallan no sólo los escritores noveles, sino también muchísimos profesionales. Si le echamos un vistazo a las novelas que pueblan las librerías, comprobaremos que la mayor parte de los personajes que en ellas aparecen son de cartón piedra, figuras sin personalidad, unidimensionales, “nombres a los que les suceden cosas”; en el mejor de los casos, estereotipos.

Pero antes de entrar en materia, siguiendo mi costumbre, voy a dar un pequeño rodeo. Creo que un novelista debe ser muy, pero que muy observador. A fin de cuentas, la novela es una imitación de la vida, de modo que el novelista tiene que conocer a fondo la materia con la que trabaja; es decir, el mundo real. Por eso, un escritor debe estar siempre atento a lo que sucede a su alrededor, observándolo todo, cuestionándoselo todo, preguntándose el por qué de todo. Y en ese “todo” están incluidas las personas. Un novelista tiene que conocer a la gente, debe saber cuáles son los mecanismos que mueven a los seres humanos. Y no estoy hablando de tortuosas teorías psicoanalíticas, sino de cuestiones mucho más simples y básicas.

A mí me fascinan las personas; por qué hacen lo que hacen, por qué no hacen lo que deben hacer, por qué se engañan, por qué engañan, por qué aman y por qué odian... Siempre hay una razón, aunque sea irracional. Los humanos actuamos siguiendo pautas; algunas son generales, otras son particulares, pero todas son perceptibles, explicables y casi siempre predecibles. Hay que fijarse en los detalles, claro, porque las personas solemos cambiar de careta según las circunstancias. Casi nadie se muestra tal cual es, hay que escarbar. Por mi parte, creo conocer bastante bien la naturaleza humana; esto puede ser una presunción sin fundamento, claro, pero existe un método casi científico para comprobarlo: hacer predicciones. Si puedes predecir el comportamiento de la gente (de gente que apenas conoces, por supuesto), eso quiere decir que no andas muy desencaminado. Y mi porcentaje de predicciones cumplidas es bastante alto, así que no debo de ser del todo malo en la tarea de escrutar a las personas. En cualquier caso, si no se conoce a la gente, o se tiene una imagen deformada de ella, es imposible crear personajes sólidos.

Y ahora al grano. He situado este post entre la estructura y la escritura, porque la creación de los personajes, en mi caso, se produce a caballo de ambas. En fin, tengo un argumento estructurado, de modo que ya debo saber cuáles son los personajes principales. Esos serán los primeros –y los únicos- que diseñaré antes de escribir. Para ello sigo dos métodos distintos. El primero, y el que menos uso, consiste en tomar como modelo a alguien real. Escojo a una persona que conozco bien y traslado todas sus características al personaje. Pero no lo dejo tal cual; de hecho, suelo cambiarlo mucho. Añado cosas, quito cosas, retuerzo otras, sumo o resto énfasis en determinados aspectos... todo depende de lo que quiera conseguir. Es importante, por cierto, que la persona que use como modelo tenga rasgos de carácter y personalidad muy acusados, pues eso facilita el diseño. Por mi experiencia, siguiendo este método se consiguen resultados consistentes, pero hay un problema: no siempre conoces a las personas adecuadas para servir de modelos a los personajes. A decir verdad, rara vez las conoces; y ésa es la razón por la cual utilizo tan poco este sistema.

El segundo método consiste en inventar el personaje “a pelo”. Pero, ¿cómo lo hago? Pues muy sencillo: lo primero es elegir un rasgo de carácter, nada más. Si os fijáis, casi todo el mundo tiene en su personalidad uno o dos rasgos básicos que sobresalen entre los demás. Hay gente básicamente antipática, o seria, o mentirosa, o risueña, o tonta, o fría, o aburrida, o altiva... en fin, existen muchísimas alternativas –incluso no tener ningún rasgo diferencial es un rasgo diferencial-. Bueno, elijo un rasgo básico que será la columna vertebral sobre la que construiré el personaje. Si me quedara ahí, habría construido un ser de cartón piedra, de modo que vamos a añadir cosas, vamos a poner carne en el esqueleto. Uno de los escasos consejos que me dio mi padre sobre la escritura fue que nadie es de una única manera, que las personas tenemos muchas facetas y, sobre todo, muchas contradicciones. Así que, para crear mi personaje, voy a añadirle a ese rasgo básico otro de índole contraria. Si es un hijo de puta, haré que sea encantador, o insulso, o distante (pero nunca “malo”), y si es una bella persona, incluiré alguna clase de mezquindad en su carácter. Luego añadiré debilidades y fortalezas, excentricidades, manías, etc. En principio, para diseñar un personaje mentalmente basta con manejar unos cuantos rasgos principales; no es necesario preverlo todo. Por lo general, imagino también su aspecto físico y su forma de vestir, así como el lugar donde vive y su entorno inmediato. Luego le pongo nombre; me cuesta muchísimo poner nombre a mis personajes, porque debe ser el nombre adecuado (no sé adecuado para qué, pero sí que ha de ser adecuado), de modo que suelo tirarme horas barajando alternativas. Algo que no debo olvidar es que los personajes no nacen con mi novela; tienen un pasado, así que esbozo una pequeña biografía de cada uno de ellos. Nada muy minucioso, por supuesto, pero si lo suficientemente amplio como para dimensionar al personaje. Resumiendo: el truco consiste en elegir un rasgo básico y trabajar a partir de él. Y añadir contradicciones; eso es importante, porque todos las tenemos y hacen que seamos más interesantes.

Bueno, pues ya tengo mentalmente diseñados tres o cuatro personajes. Pero aún no sé si van a funcionar; la única forma de comprobarlo es ponerse a escribir. Veréis, tengo un método para saber si un personaje está bien construido o no. Si debo pensar mucho sus diálogos y sus reacciones, el personaje está mal; por el contrario, si apenas tengo que pensarlas, está bien. La razón es sencilla: he construido un personaje con determinada personalidad, por tanto, todo lo que haga o diga debe ser acorde con esa personalidad. No puedo ni debo forzarle, es él quien debe reaccionar a su modo frente a los estímulos del argumento; por tanto, sus diálogos y reacciones surgirán de forma espontánea. Ese es el motivo por el que a veces los personajes se desmandan y hacen cosas que tú no tenían previsto que hicieran. Los personajes mal desarrollados, por su parte, avanzan a trancas y barrancas, se amustian, languidecen en el limbo de la indefinición. Es muy difícil arreglar un personaje averiado; lo sé por experiencia.

Conforme vaya escribiendo, necesitaré nuevos personajes que diseñaré según aparezcan. La mayor parte de ellos serán secundarios, de modo que no tendré por qué ser tan minucioso en su desarrollo. Pero a todos intentaré dotarles de personalidad propia; incluso en el caso de que sean simples presencias, les daré algún rasgo físico que los caracterice.

Ahora una pregunta importante: ¿cómo presento a los personajes, cómo le transmito al lector su personalidad? Hay un recurso que odio: que el narrador explique cómo son. Eso no sólo me parece hacer trampa, sino que además no sirve para nada, porque ya puedes explayarte describiendo la personalidad de un personaje, que si ese personaje es bidimensional, el lector, por mucho que le digas, lo acabará percibiendo así: plano e impersonal. Otro recurso que, si bien no odio, sí me hace desconfiar es “meterse en la cabeza del personaje”. Es decir: el narrador entra en el coco de un personaje y nos cuenta sus pensamientos, dudas, motivaciones, etc. En fin, a veces empleo este recurso, pero con mucha moderación; ir demasiado lejos por este camino de nuevo me parece hacer trampas.

Entonces, ¿cómo mostrar a los personajes? Yo diría que de forma naturalista. ¿Cómo conocemos a las personas reales?: oyendo lo que dicen, viéndolas reaccionar, escuchando lo que comentan los demás de ellas, interpretando sus actos... Bueno, pues así es como creo que el lector debe conocer a los personajes. Son estos los que han de manifestar su personalidad mediante la forma de hablar, a través de sus actitudes y hechos, o interactuando con el resto de los personajes. Un escritor cuyo nombre no recuerdo decía que todo diálogo debe contener dos informaciones distintas: una, el contenido del mensaje que se quiere transmitir; otra, una faceta de la personalidad del personaje que habla. En este sentido, las digresiones son muy útiles para definir a los personajes. Resumiendo de nuevo: intento que mis personajes adquieran vida propia y se muestren a sí mismos para que sea el lector quien los descubra e interprete.

Siempre procuro que mis personajes no sean evidentes. Por ejemplo, un antagonista no debe parecer “malo”. De hecho, la mayor parte de los hijos de puta que he conocido eran encantadores. Los “buenos” tampoco deben parecer “buenos”; hay muchísimas magníficas personas que son insoportables. Personajes evidentes son sinónimo de personajes aburridos. Por cierto, es más sencillo desarrollar un personaje “turbio” que uno enteramente positivo. Los “malos” tienen esquinas y recovecos que resultan muy gratificantes de explorar; por el contrario, los “buenos” son planos y lineales. Eso puede solucionarse de dos maneras: “enturbiando” al bueno o “complicándole”.

Acabo de releer lo que he escrito y tengo la sensación de que me faltan muchas cosas por decir. El problema es que no sé cómo decirlas. Gran parte de mi trabajo con los personajes es instintivo; no puedo estructurarlos igual que estructuro un argumento, así que realmente toman forma mientras escribo. Y ese “tomar forma” implica por mi parte adoptar decisiones que no surgen de la racionalidad, sino de la intuición. De hecho, sucede un curioso fenómeno: cuando escribo sobre un personaje, soy ese personaje. Por ejemplo: mi próxima novela, que aparecerá en febrero, está protagonizada y narrada en primera persona por una mujer llamada Carmen Hidalgo. Cuando leyeron el borrador, las editoras (dos mujeres) me comentaron lo mucho que les había sorprendido no encontrar ningún “rasgo masculino” en el texto; según ellas, la novela podía muy bien estar escrita por una mujer. Pero es que yo, mientras escribía, era Carmen Hidalgo, tenía su personalidad, me sentía una mujer... ¿Cómo explicar esto si ni yo mismo sé cómo lo hago?

En fin, amigos míos, en el siguiente post entraremos de lleno en la escritura. Nos vemos.

15 comentarios:

Anónimo dijo...

Estos cinco artículos me los encuaderno!

Anónimo dijo...

Otro genial artículo, César. Los estoy disfrutando mucho.

Sobre lo que cuentas de los personajes tienes toda la razón, en mi humilde opinión. Me ha gustado eso de las "trampas" que se utilizan, pues en algunas novelas son más que evidentes. Eso, junto a una clara tendencia a uniformizar el prototipo de personaje que se da en la novela más comercial, de forma que casi todos los protagonistas son guapos/as, son gente de éxito o de potencial, y encuentran a su media naranja durante el relato, hace que me muestre desde hace tiempo muy desencantado de las novelas de éxito.

Pese a todo, me gustaría matizar una cosa. Cuando hablas de dar un rasgo de carácter a los personajes, a mí me da la impresión que es otro "truco" de la ficción. Y digo truco y no trampa, porque considero que resulta generalmente necesario para definir satisfactoriamente al personaje. Como decías en el anterior artículo, muchos sucesos reales no funcionan en una novela. Creo que al enfrentarnos a un relato necesitamos una serie de límites en los que movernos, límites que reconozcamos o nos creamos para sintonizar con lo que nos cuentan. Las excesivas casualidades resultan muy molestas, pues rompen esa credibilidad, aunque puedan ocurrir en la realidad, como reflejabas en tu ejemplo. Algo similar opino que ocurre con los personajes; necesitamos esa serie de rasgos marcados para "hacernos" con ellos, para reconocerlos, aunque en la realidad la gente es mucho más ambigua e indefinible.

Me venía a la mente una cuestión que he solido pensar alguna vez y que tiene cierta relación. Lo resumiría como: "qué malos actores somos la gente real". Y es que no puedo evitar pensar que cuando reconocemos una gran actuación en una película lo que en realidad vemos es una idealización del comportamiento. En la vida real, casi nadie somos tan expresivos en nuestras emociones, lo que ocurre es que sabemos que se trata de la realidad, y, como tal, nos la creemos. Sin ir más lejos, ayer vi un reportaje sobre la trata de blancas en el que un hombre estaba desesperado por recuperar a su mujer secuestrada por las mafias. Si quitabas el sonido, la expresión del hombre apenas demostraba ninguna emoción. En cambio, oyéndolo, te dabas cuenta de su dolor. Sin duda, nunca hubiese ganado un oscar.

Creo que en la ficción, y en los personajes, por extensión, siempre hay que ir más allá de lo real, pues hacerlos creíbles debe superar el hecho de que sabemos que todo es mentira.

Y dejo ya esta chapa, que al final me he ido por los cerros de Úbeda.

Un saludo.

Arcadio dijo...

En lo que se refiere a los nombres de los personajes, estoy completamente de acuerdo de que no se les puede poner cualquiera. Dice Muñoz Molina que el nombre importa mucho porque es la cara que el lector ve del personaje. Yo recuerdo haber leído hace tiempo una novela de Lorenzo Silva cuyos dos personajes principales, dos guardias civiles, tenían sendos nombres redículos, y por esa causa la novela, desde un primer momento, me resultó inverosímil, que es lo peor que le puede pasar a una novela.
El otro día tuve oportunidad de ver una entrevista a un escritor catalán que decía que precuraba inspirarse en personas reales, a poder ser famosos, para, en el decurso de la escritura, pegar fotografías de ellos, de tal modo que todo el preceso narrativo lo llevaba a cabo mirando continuamente en derredor, contemplando las imagenes.
Creo que también es inevitable que un personaje posea rasgos nuestros, y, posiblemente, se los atribuyamos sin haberlo advertido, inconscientemente. A ese respecto, os transcribo unas palabras de Antonio Muñoz Molina cuyo sentido lleva a reflexión:
"El escritor, inventando a sus personajes, celebra un solitario examen de conciencia, se conoce y desconoce, descubre recuerdos que ignoraba y facetasde sus carácter que por ningún otro camino se le habría revelado; inventa personajes que van creciendo a costa de rasgos suyos que jamás aceptaría como propios".

Anónimo dijo...

Acabo de ver Philadelphia. La escena en la que Tom Hanks danza con la percha de su gotero, y le explica a Denzel Washington lo que dice el aria de María Calas. Y vemos la expresión de Denzel Washington. Y he pensado en este artículo, lo cojonudo que es eso de crear un personaje y conseguir que un tercero se emocione con él.

Anónimo dijo...

Primero que nada, pedir disculpas por mi ignorancia en mi comentario de las banderas. Cuando me equivoco a veces sé reconocerlo.

Y segundo, comentarte el post que me apetece muchísimo casi desde el principio del mismo, ¡no puede ser que nos parezcamos tanto!! En fin, yo no lo hago tan mecánica ni elaboradamente, sencillamente me sale, pero algunos detalles de tu proceso me han sorprendido proque yo hago lo mismo.

El nombre, por ejemplo. También yo les doy mil vueltas. No tiene que ser sólo eufónico, también debe decir algo del personaje. La madre de uno de mis favoritos se llama Eleuteria porque en griego significa "libertad" y lo independiente que es esa mujer es algo muy importante. O algo de mí misma. Dándole muchas vueltas a dos de mis personajes sale una frase de la versión original de EL club de los poetas muertos. Ahí va eso.

Y sí, si los diálogos no fluyen es que algo no va bien. Afortunadamente las Musas me son favorables porque últimamente no me cuestan nada, de todas formas un amigo mío que será un gran escritor me dio un consejo muy bueno: hay que hablar con los personajes, dirigirse a ellos y dejar que te respondan. ASí se les capta y se les comprende. Lo que les motiva, lo que harán... Por otra parte, no puedo confirmarlo, pero creo que cada personaje es un fragmento de su creador. Muy en el fondo. Y será más o menos evidente y se parecerán más o menos, igual es sólo un detalle, pero suele haber algo. Por ejemplo, Jo Rowling se parece mucho a Lord Voldemort: es cruel y sanguinaria (sí, le tengo mucho cariño a la mujer).

Y finalmente, en fin, si el personaje es bueno yo creo quese crea un vínculo invisible entre autor y personaje, yo casi considero reales a los míos. Y sean buenos o malos en la historia, eso es bonito. Un beso,

Cristina

Fernando Alcalá dijo...

Ya me esperaba yo que con los personajes tuviéramos formas parecidas de actuar... En nmi segunda novela hice eso de basarme en un personaje real (era una pre-adolescente, y siendo profe de secundaria, pues tenía material donde elegir), pero no te creas que me gustó la experiencia, porque tenía tan claro al personaje que, vale, bien, por una parte toda la novela estaba impregnada de su punto de vista y sus reacciones fueron las correctas y pretendí lo que intentaba, pero por otra, al conocerla tanto, creo que su presencia eclipsó al resto de personajes...

A veces también suelo trabajar con fotos, me son muy útiles porque me ahorro comerme el coco con las descripciones en mi cabeza y si necesito un rasgo distintivo aparte, pues se lo coloco y punto.

Estas entradas no pueden ser más divertidas (porque no sólo están las entradas, están también los comentarios). ¿Para cuándo la sexta?

Manuel dijo...

Bueno, quien haya leído algún comentario mio anterior ya sabrá que esperaba esta esquela como agua de mayo porque yo de personajes ando más que perdido.

Pues mira por donde... me ha decepcionado mucho.

Antes de que el relé de la negatividad salte debo aclarar que eso NO significa que piense que César la haya "cagado" esta vez; ni siquiera significa que para mí este artículo sea el más flojo de la serie (que me he atrevido calificar metafóricamente como "taller literario improvisado"). Todo lo contrario, es uno de los mejores.

Me ha decepcionado porque esperaba que diera respuestas a esa laguna que tengo como potencial escritor, de no saber crear personajes. Y no me ha dado muchas respuestas porque...¡me he dado cuenta que yo mismo las tenía! Efectivamente, mucho de lo que dice César ya lo "sabía", sólo que no lo tenía tan ordenado ni era consciente de ello.

En fin, que a pesar de todo aprecio en lo que vale -por su limpieza en la expresión, por su orden, por su claridad de ideas- esta nueva "entrega" de César. Aunque sólo sea por mostrarme que el conocimiento ya estaba en mi (que, pensándolo bien, es mucho).

Anónimo dijo...

Muchas gracias por publicar esta entrada. A mí los personajes siempre me han parecido una de las cosas más importantes en las novelas. Creo que un buen personaje puede salvar muchas veces la historia, y viceversa. Una historia buena y que enganche puede deteriorarse si los personajes son planos y no inspiran ningún sentimiento.
Gracias de nuevo :)

Yepetta dijo...

leyendo**

Anónimo dijo...

Los personajes son cruciales, y realmente cuesta bastante ponerlos derechos. La trama, el argumento, da - que da tb - menos dolor de cabeza, o eso creemos, pero los personajes son complicados. Lo curioso es que me parece que aquí césar se guía por la intuición como método. Quizá sea el capítulo menos objetivo. ¿no?

César dijo...

Mazarbul: pues sí, amigo mío, tienes razón. Por eso es bueno escribir sobre estas cosas: sirve para reflexionar. Antes de escribir este post, pensaba vagamente que tenía algo así como un metodo para crear personajes, pero conforme escribía me daba cuenta de que no era así; al menos no del todo. Es cierto que me agarro al "rasgo básico" para empezar a dar forma a mis personajes, pero no puedo diseñarlos previamente, igual que diseño un argumento. Lo cierto es que creo los personajes mientras escribo, a golpes de intuición, así que no puedo ser objetivo ni puedo racionalizarlo. Pero es lo que hay, qué le vamos a hacer.

César dijo...

Ged: recuerda que lo que yo llamo "trampas" otros lo llaman "recursos". Cuestión de opiniones, supongo; aunque estoy bastante seguro de que la primera trampa que menciono es, en efecto, una puñetera trampa, tan facilona como inútil

En cuanto a lo del rasgo básico... Mira, eso es un punto de partida para crear al personaje, pero puede que después de añadir matices y contradicciones ese rasgo básico ni se note. No obstante, es cierto que el lector necesita "agarraderas" para captar al personaje; esas agarraderas pueden ir desde decenas de páginas de literatura psicológica hasta personalidades quizá demasiado acusadas (aunque esas personalidades acusadas existen en la realidad). De todas formas, las novelas son imitizaciones de la vida y los personajes, por tanto, son imitaciones de seres humanos. Imitaciones que quizá han de ser falseadas para que parezcan auténticas. Ocurre igual con los diálogos: deben sonar naturales, pero no deben ser naturales, porque los diálogos reales, lo que decimos cuando hablamos, resulta terriblemente torpe e incorrecto cuando lo vemos transcrito. En fin, ys sabes que la literatura consisten en decir verdades contando mentiras.

Arcadio: pues sí, supongo que es inevitable que los personajes tengan algún que otro rasgo del autor. A fin de cuentas, nosotros mismos somos la única materia de primera mano con la que trabajamos. Todo lo demás es prestado.

Anónimo de las 11:44: Creo que uno de mis mejores personajes es Daniel, el protagonista de mi novela "La compañía de las moscas". Es un personaje muy complicado, muy retorcido, pero también muy cálido. Una vez entré en un foro donde se discutía sobre la novela y una de las participantes dijo que se había enamorado de Daniel. Me sentí de puta madre.

Merak: bueno, piensa que yo no he inventado nado de lo que cuento aquí. Son recursos usuales; lo único que varía son las proporciones en que se usan esos recursos. Ese es el sello personal de cada escritor: la proporción, igual que en las recetas de cocina.

Y por supusto, hay que preguntar a los personajes. Son ellos los que deben reaccionar y manifestarse, no el autor.

Ferlocke: si creas un personaje muy fuerte, los demás personajes principales deben serlo también, porque si no se difuminan. Yo, una vez, cree un personaje secundario tan fuerte que, después de merendarse al resto de los personajes, se convirtió en protagonista. Y creo que eso no es bueno para el equilibrio de la novela.

Yo no utilizo fotos, pero muchas veces evoco a actores para construir la apariencia física de los personajes.

En cuanto a la sexta entrega... ¡Quillo, déjame respirar, no seas impaciente! :)

Manolo: estoy seguro de que tenías las respuestas a todo lo que he dicho hasta ahora. Si te fijas, todo es bastante evidente. Pero el problema de las cosas evidentes es que a la larga dejas de verlas. En cualquier caso, no hay nada mejor que descubrir personalmente las respuestas a nuestras preguntas. Dicen que lo que se aprende, puede olvidarse, pero lo que se comprende no puede "descomprenderse".

Natalia: gracias a ti por visitar Babel. Por lo demás, estoy enteramente de acuerdo contigo.

Yepetta: hola preciosa :) ¿Sabes que cuando entras en Babel huele a jazmín?

Anónimo dijo...

Off-topic total, pero creo que merece la pena. Dale publicidad, por favor:

http://endevewars.blogspot.com/2007/10/oceana-nunca-ha-estado-en-guerra-con.html

Anónimo dijo...

Esta entrada me ha hecho reflexionar sobre cómo trabajo. Sé que como mi cerebro es muy visual yo necesito VER al personaje. Una vez tengo su físico, lo demás viene casi rodado (sí, gran parte del proceso es inconsciente y es curioso intentar averiguar cómo se desarrolla ese proceso).

Yo me dedico a robar el cuerpo de los actores, de los amigos y conocidos (nadie se entera, por cierto). Y sin darme cuenta, al elegir a X persona, ya le estoy otorgando una personalidad muy definida.

Es... Como si con el cuerpo "viniese de serie" una personalidad adecuada al personaje que necesito.

(La semana pasada encontré un camarero jovencito con una sonrisa fascinante -muy rara, muy intrigante-. No podía dejar de mirarlo y pensar "A ver si vuelve a sonreír... A ver cómo se puede describir ESO..." Bueno, algún día se convertirá en un personaje fascinante, medio tarado, pero fascinante. Tengo que volver al restaurante-mesón, vaya).

Anónimo dijo...

Podemos escribir una historia sin tener una IDEA; podemos escribir sin tener un ARGUMENTO, y también sin tener una ESTRUCTURA, pero es imposible escribir sin PERSONAJES.
Así, que en ciero modo, sí son importantes.