Dicen que una novela se empieza a escribir con el corazón y se termina con la cabeza. Eso significa que, al comenzar a redactar una novela, los escritores suelen estar arrebatados por la historia que van a contar. Todo es pasión en esos momentos, las ideas brotan como un surtidor y el acto de escribir se convierte en una compulsión gozosa. La verdad es que resulta muy parecido a enamorarse; pero, al igual que sucede con el amor, la pasión va disminuyendo con el paso del tiempo y lo que queda al final es una fatigosa rutina. En efecto, la tarea de escribir, que al comienzo se nos antojaba algo parecido a surfear sobre un océano de letras, acaba convirtiéndose, mediado el texto, en lo que siempre ha sido: un maldito trabajo. Y, conforme te aproximas al final, menos surfista te sientes y más te conviertes en un sudoroso galeote remando amarrado al duro banco.Pero el principio... ay, amigos, es gloria pura. Pues bien, como sabéis si sois asiduos merodeadores de Babel, a comienzos de verano andaba yo dándole vueltas al argumento de una novela inspirada en Julio Verne. Tenía todas las piezas, el principio, el final, los personajes, gran parte de la trama, pero por algún motivo que no alcanzaba a discernir, las cosas no encajaban. La historia estaba descompensada, el ritmo no fluía. Por fin, poco antes de irme de vacaciones, descubrí cuál era el problema. Entonces, todo encajó. Luego, durante las vacaciones, fui puliendo el argumento y perfilando los personajes, y cuando regresé a casa me puse a escribir como un poseso. Estaba, y estoy, arrebatado por la historia que he desarrollado en mi dura cocorota.
Lo cual, por supuesto, no dice nada a favor ni en contra de la calidad final de la novela, igual que el hecho de enamorarte no dice nada acerca de la persona de quien te enamoras, que, con independencia de tus sentimientos, muy bien puede ser una o un imbécil de tomo lomo. Pero eso da igual, porque durante los primeros compases de la escritura resulta un auténtico placer ver cómo las piezas del puzzle encajan, cómo el relato fluye con naturalidad, cómo los personajes cobran vida. Entonces, cuando eso sucede, no puedes parar de escribir, estás arrebatado. Y eso, amigos míos, es lo que me está pasando ahora. O escribo la novela, o me toco las narices, pero nada de términos medios.
Por eso tengo tan abandonado el blog, por eso me estoy retrasando tanto en renovar las entradas. Me siento frente al teclado, me planteo redactar algo para Babel, pero no puedo, pues experimento la compulsión de seguir escribiendo la novela y, si no lo hago, me entra la desazón. Ahora mismo, por ejemplo, estoy desazonado hasta las cachas.
Como comprenderéis, no es cuestión de dejar pasar de largo algo tan infrecuente en mí como las ganas de trabajar, así que durante un tiempo indeterminado mis entradas en el blog se espaciarán más de lo usual. En cualquier caso, dentro de unas semanas empezaré a odiar la novela y cualquier pretexto, como por ejemplo escribir en Babel, será bueno para olvidarme un rato de la puñetera literatura.
Saludos y seguid atentos a la pantalla.
