
En fin, en mi comentario aportaba más argumentos, pero no vienen al caso. La cuestión es que exactamente lo mismo puede decirse del cine: ningún país puede tener una gran cinematografía si no cuenta con un gran bagaje de películas de género. Pues bien, si nos centramos en la España del siglo XX, comprobaremos que prácticamente no existe ni el cine ni la literatura de género. En el caso de la literatura, la cuestión es dramática. Veamos. Escritores españoles de thriller: Vázquez Montalbán, Juan Madrid, García Pavón, Andreu Martín, Pérez Reverte y poco más. Muy escasa cosecha tratándose del género más popular, y además todos esos autores escribieron durante la segunda mitad del siglo. Escritores españoles de aventuras: Pío Baroja y no se me ocurre ningún otro. Escritores españoles de western: mi padre y punto. Escritores españoles de ciencia ficción: prácticamente ninguno fuera del fandom, y sólo durante la segunda mitad del siglo. Escritores españoles de fantasía: José María Merino, Pilar Pedraza, Juan Perucho y los del fandom; todos de la segunda mitad del siglo. Escritores españoles de terror: eh... ¿Alfonso Sastre? Escritores españoles de humor: Jardiel Poncela, Wenceslao Fernández Flores, Miguel Mihura y luego se nos acabó la risa para siempre. En lo que respecta a la novela rosa y a la histórica, hubo algo más, aunque tampoco mucho ni especialmente bueno.
En cuanto al cine, sí que hubo un género privilegiado: la comedia. Privilegiado por su número, no por su calidad. La casposa “comedia española”, el landismo, los Ozores, Martínez Soria, Esteso y Pajares... ¿Evidente producto de la mediocridad del franquismo? Por supuesto, aunque la cosa no mejoró demasiado con la llegada de la democracia. No obstante, al producirse tantísima comedia, era estadísticamente imposible que no surgiera algún que otro producto de calidad. Joyas sueltas, como El tigre de Chamberí, de Pedro Luis Ramírez, Atraco a las tres, de Forqué, o Los dinamiteros, de Atienza; y también un maestro indiscutible del género como Berlanga, sin olvidarnos de la primera época de Almodóvar.
Ahora bien, dejando aparte la comedia, los géneros han brillado por su ausencia en la cinematografía de nuestro país. Vale, tuvimos el paella-western, pero duró poco y no salió nada bueno de él. Hubo escaso policíaco y, en general, malo (con excepciones, como El crack, de Garci). También contamos con algunas incursiones en el género histórico, en general muy acartonadas, que en los últimos años se centraron en la Guerra Civil y la posguerra. En cuanto al terror, y dejando aparte por cutres a Jacinto Molina (alias Paul Nashy) o León Klimovski, tenemos las dos memorables incursiones de Narciso Ibáñez Serrador y poco más. En lo que se refiere a la fantasía y la ciencia ficción, para qué hablar (sólo podríamos citar la siempre citada La torre de los siete jorobados, de Neville).
Por supuesto, hay excepciones a lo que estoy diciendo (como por ejemplo la inclasificable Arrebato, de Zulueta), pero no pretendo ser exhaustivo, sino sólo dejar claro que el cine de género, salvo la comedia, ha brillado por su ausencia en España. Esto, en parte, se debe a la ausencia de una industria cinematográfica sólida; las películas se financiaban en gran medida gracias a las subvenciones estatales, y el Estado no iba a financiar “peliculillas” de género, sino obras de arte. Es decir, se apostaba por un “cine de autor”, proyectos personales de supuesta calidad en los que el director solía asumir los papeles de realizador, guionista y, eventualmente, productor. Un cine pretendidamente intelectual, profundo y comprometido... que, en la mayor parte de los casos, no le interesaba a nadie, porque los resultados no pasaban de mediocres y pretenciosos. Gran parte del cine español no se hacía para los espectadores, sino para el Ministerio de Cultura o los departamentos culturales de las distintas administraciones locales. No quiere esto decir, ni mucho menos, que no hayan surgido realizadores valiosos; ahí tenemos al genial Víctor Erice, por ejemplo. Pero hay pocos, muy pocos.
No obstante, las cosas empezaron a cambiar más o menos durante la última década del siglo XX. ¿Quién y cómo empezó? No lo sé a ciencia cierta. Puede que Álex de La Iglesia con esa fallida, pero simpática, comedia de cf que es Acción mutante (1993), o con la magnífica El día de la bestia (1995). Luego llegó Amenábar con el thriller Tesis. Jaume Balagueró estrenó en 1999 Los sin nombre, un film de terror de corte impecable, como las posteriores Darkness (2002) y Frágiles (2005). De repente, el género de terror se expande en nuestra cinematografía con títulos como Los otros, El orfanato o REC. Y nos encontramos con películas de ciencia ficción como Abre los ojos y Los Cronocrímenes, o con películas fantásticas como Intacto y El laberinto del fauno. O trhillers como El rey de la montaña y La habitación de Fermat. Incluso, ¡santo cielo!, un peplum: Ágora.
De nuevo no pretendo ser exhaustivo; hay mucho más, ya lo sé, pero me limito a señalar que en los últimos tres lustros el cine de género ha entrado en eclosión, produciendo títulos tan notables como los antes citados. Y, la verdad, me parece casi un milagro, un fenómeno que invita al optimismo dentro del lamentable estado en que se encontraba nuestro cine. ¿Queréis una prueba más?
La semana pasada fui a ver Celda 211 de Daniel Monzón y me encontré con un magnífico thriller carcelario que nada tiene que envidiar a las mejores películas norteamericanas, inglesas o francesas de esa temática. Se trata de un film absolutamente de género, impecablemente dirigido, dotado de un guión sólido y extraordinariamente interpretado por todos, absolutamente todos los actores, desde el último de los secundarios (apoteósico Luis Zahera) hasta el deslumbrante Luis Tosar, que con su Malamadre compone a uno de los personajes más redondos y carismáticos que se han visto últimamente en las pantallas. Decir que Tosar se merece un Goya es quedarse corto; merece un monumento.
Hace una semana, Celda 211, un thriller carcelario español, superó en taquilla a Ágora, un peplum español (cuyo total acumulado es muy superior, por supuesto). Dos películas españolas de género dominan la taquilla de nuestro país. Por una vez, y sin que sirva de precedente, estamos en el buen camino.
