lunes, mayo 24

Un vistazo al infierno

Mis disculpas, merodeadores, por haber descuidado Babel durante demasiado tiempo. Tenía comprometida la fecha de entrega de una nueva novela y las últimas semanas me he dado una panzada de escribir. Supongo que más de una vez me habéis oído/leído mencionar que odio escribir... Y lo odio, es trabajoso y yo soy un vago vocacional. Aunque también sabréis que añado: ...pero adoro haber escrito. Así que aquí me tenéis ahora, encantado con esas casi doscientas páginas que se amontonan en un archivo de mi procesador de textos. En estos momentos me parecen una mierda, bazofia inmunda, caca de la vaca, un texto espantoso que no merece, no ya ser publicado y leído, sino simplemente existir. Pero eso me sucede siempre que acabo un relato; y a lo mejor tengo razón, pero no importa. He escrito, el texto está ahí, dentro de una o dos semanas lo corregiré y, quién sabe, puede que entonces no me parezca tan malo.

Se trata de una novela llamada provisionalmente “El asunto Miyazaki” y será editada y lanzada en formato digital. También se trata de la primera novela de ciencia ficción que escribo en mucho tiempo, aunque, eso sí, ambientada en la actualidad. Ya os iré contando.

Bueno, ¿y ahora de qué hablamos? De televisión, por ejemplo. Hace una semana vi el décimo y último capítulo de The Pacific, la producción de Spielberg y Tom Hanks para la HBO, que trata sobre la guerra del Pacífico, EE UU Vs. Japón. Pues bien, reconozco que esa serie me ha sorprendido y mucho. Había visto Hermanos de sangre, la anterior serie de Spìelberg-Hanks centrada en la Segunda Guerra Mundial en Europa, y me pareció un producto excelentemente producido y realizado, pero quizá demasiado convencional. Nada de lo que contaba me resultaba nuevo. Pues bien, la sorpresa consiste en que The Pacific también es, como su serie hermana, un producto impecable, pero muchísimo menos convencional.

La diferencia estriba en que Hermanos de sangre narraba una gesta, mientras que The Pacific describe un viaje al infierno. Y es curioso, porque la guerra del Pacífico fue protagonizada en exclusiva por los norteamericanos (y los japoneses, claro), y además como respuesta a un ataque traicionero (la única agresión bélica que han sufrido los yanquis en su territorio, si descontamos el 11-S). Es decir, el asunto invitaba a la soflama heroica y patriotera. Pero no, qué cosas.

The Pacific no es una serie de “hazañas bélicas”; lo cual no quiere decir que no haya escenas de acción y batalla, por supuesto (la mayor parte de ellas deudoras de los treinta magistrales primeros minutos de Salvar al soldado Ryan). Pero no van por ahí los tiros, y nunca mejor dicho. De hecho, en varios capítulos prácticamente no hay acción bélica. Porque The Pacific no se centra en los aspectos aventureros y espectaculares de la guerra, sino en lo que la guerra le hace a los hombres y mujeres que están involucrados en ella. O destrozarlos, o endurecerlos. O las dos cosas a la vez.

Apenas hay margen para el heroísmo en The Pacific. Los japoneses casi nunca se presentan más que como siluetas o sombras apenas entrevistas en el fragor de la batalla, y cuando la cámara muestra sus rostros, siempre aparecen como víctimas de la violencia, en ocasiones desmedidamente cruel, desatada por sus enemigos, los supuestos héroes de la función, los americanos. En la serie, los japoneses son una especie de enemigo abstracto, ni particularmente odioso, ni particularmente inhumano; el reflejo, en realidad, de las tropas yanquis, pues unos y otros, aparte de luchar en distintos bandos, son lo mismo: soldados llenos de temor que matan, no por ideales, sino por intentar sobrevivir.

A decir verdad, en The Pacific el verdadero horror no es lo que aparece en las escenas bélicas, con la muerte, las mutilaciones y la sangre salpicando el objetivo de la cámara. Todo eso ya lo hemos visto antes. No, lo verdaderamente espantoso se produce antes y después de las batallas. Esas tropas yanquis abandonadas a su suerte por el alto mando en una isla sin agua, ese soldado norteamericano arrancando con su bayoneta las muelas de oro de los cadáveres japoneses, esa isla donde no se puede cavar ni una trinchera, pues en cuanto se dan tres paletadas aparece un cadáver putrefacto, esa mujer que rechaza el amor de un soldado porque está convencida de que él va a morir y no quiere llorarle...

El último (y magistral) capítulo de The Pacific ejemplariza a la perfección el tono de la serie. En él se relata el regreso de los soldados a sus hogares; pero no el de aquellos combatientes que volvieron a casa nada más acabar la guerra, sino el de los efectivos que permanecieron en los territorios ocupados y que no pudieron regresar a su país hasta un año después, cuando ya no había muchedumbres aclamándoles ni desfiles en su honor, cuando la gente, el pueblo, ya se había hartado de héroes y lo único que quería es olvidar la guerra.

Este episodio final narra, entre otras cosas, el modo en que retoman sus vidas dos de los protagonistas de la serie: los infantes de marina Eugene Sledge y Robert Leckie, interpretados respectivamente por Joseph Mazzello y James Badge Dale. El primero, un joven idealista de buena familia, regresa a su hogar roto por dentro, incapaz de asumir las terribles experiencias que ha vivido. La sobria y emotiva escena en que se desmorona y rompe a llorar durante una cacería junto a su padre, muestra con brillantez y sensibilidad el grado de desolación en que se encuentra el personaje.

Por el contrario, Robert Leckie es el polo opuesto. Antes de ser movilizado era un periodista ateo, cínico y escéptico, y la guerra no ha hecho más que confirmar –y fortalecer- la opinión que ya tenía sobre el mundo. Era duro, pero se ha endurecido aún más; por eso, cuando regresa a casa no tarda en recuperar su empleo y conseguir a la mujer que quiere. No porque sea un triunfador, sino porque es un superviviente. En una de las últimas secuencias, este personaje dice algo que en cierto modo sintetiza el espíritu de la serie. Se encuentra en su casa, cenando en compañía de un grupo de familiares y amigos; estos comentan la reciente aparición de la televisión, toda una novedad en aquel momento. Al poco, uno de ellos le pregunta a Leckie por qué luchó en la guerra, y éste, con una sonrisa irónica, responde: “¿Por qué luché? Por la televisión”.

Creo que esa frase es uno de los más amargos, sarcásticos y sutiles alegatos antibélicos que he oído nunca.

3 comentarios:

Diva Chalada dijo...

Gracias por volver, César, se te echaba de menos :-).

La serie que comentas parece muy interesante, aunque quizá demasiado dura para mí. No es que solo vea pastelitos bucólicos, pero hay cosas a las que todavía no me acostumbro. De todos modos, si encuentro el tiempo (llevo atrasadas Anatomía de Grey y House), quizá le eche un ojo, me has picado la curiosidad.

Me alegro de que otra criatura tuya vaya a ver a luz, aunque sea en un formato que no me va y un género del que solo he leído un par de títulos. Mientras, yo seguiré leyendo lo tuyo que me queda por leer a la espera de una nueva aventura de Carmen.

¿Sabes? Le dejé a mi madre un libro tuyo. Ella nunca lee, pero estaba enferma y tenía que guardar reposo y tal... Y le presté "Las lágrimas de Shiva". Le encantó. Ahora estoy pensando a ver qué otra novela tuya le paso, porque "La mansión Dax" es muy dura, no entenderá "El viajero perdido", y "La caligrafía secreta" y "La catedral" no serían de su estilo. Alguno de Carmen, tal vez... En fin, que tienes una nueva fan.

Un saludo, César, cuídate.

eulez dijo...

Bueno, que suerte que te has visto las dos series. Yo las tengo por aquí, pendientes de ver, a ver si me animo de una vez.

Claro, del final de "Perdidos" no querrás que comentemos nada, no?

Big Brother dijo...

He leído tu comentario y he visto la serie. Y me ha gustado más tu comentario.
Contradictorio, ¿no?