martes, noviembre 20
Mi personaje inolvidable: Tuto
Allá por los 60, en mi casa, como en otras muchas casas, estábamos suscritos al Selecciones del Reader’s Digest, una revista que, según la Wikipedia, se dedica a publicar “artículos resumidos o reimpresos de otras revistas, resúmenes de libros, colecciones de chistes, anécdotas, citas y otros escritos breves”. Aunque sigue publicándose, hoy apenas se lee en nuestro país, pero hace cuarenta años era muy popular. En esa revista había una sección llamada “Mi personaje inolvidable” en la que alguien, por las razones que fuesen, glosaba a un personaje desconocido. En fin, el título de la sección lo dice todo. Pues bien, os voy a hablar de mi personaje inolvidable: Restituto Esteban del Valle; Resti para unos, Tuto para otros.
Nació en Miraflores de la Sierra, un pueblo de la provincia de Madrid, creo que en 1951. Tenía tres hermanos: Luzgerico, Crescenciano y Sergio. Su padre se llamaba Esfidio (en la familia tenían la costumbre de poner a los recién nacidos el nombre del mártir del día. Sergio tuvo suerte). Tuto era amigo de Dámaso, el hermano mayor de mi amigo, y asiduo merodeador del blog, Samael. Comenzó a estudiar Ingeniería de Caminos, pero nunca acabó la carrera; aunque, eso sí, era fiel jugador del equipo de rugby de la facultad. Debía de medir entre 1’75 y 1’80, y era muy fornido, con cuello de toro y aspecto tosco. Tenía mucha, mucha fama de bronquista, y la leyenda de sus peleas corría de boca en boca por el barrio de Chamberí, donde ambos vivíamos, así como por su natal Miraflores. Lo que se decía de él era temible, y con razón.
Os contaré cómo le conocí. Yo tenía 17 años y había oído hablar mucho de Tuto, tanto por Samael como por otros amigos del barrio, pero nunca habíamos coincidido. El caso es que había una chica, llamada Marisa, que me gustaba; el problema es que era novieta de Tuto. Pero un buen día me enteré de que habían roto, así que la llamé y quedamos. A eso de las ocho de la tarde estábamos Marisa y yo tomando algo en una terraza, cuando de pronto llega un tío con un ciclomotor (una Ducatti TT) a toda leche, frena de golpe, la moto patina y cae al suelo. El tío, con pinta de boxeador, se dirige adonde estábamos nosotros tambaleándose de puro borracho. “Es Tuto”, me susurró Marisa. Y se me cayeron las pelotas al suelo, plonc, plonc. Porque yo era más alto y grande que él, es cierto, pero siempre he sido un pacifista que jamás se ha pegado con nadie, así que, por lo que sabía, ese tipo podía majarme a leches sin tan siquiera despeinarse.
Tuto, como una cuba, se sentó a nuestra mesa y le pidió al camarero un cubata. Marisa, muy cabreada, le exigió que se fuera. Yo, acojonadito como estaba, no dije nada. De pronto, Tuto decidió hacer caso a su ex; se dirigió a la moto, la levantó del suelo y se fue haciendo eses. Respiré aliviado. Pero a los tres minutos, Tuto regresó; volvió a frenar de golpe, la moto volvió a caerse, él volvió a sentarse con nosotros, Marisa volvió a exigirle que se fuese y yo volví a acojonarme. Tuto dijo que se había dejado el cubata; se bebió la mitad de un trago y el resto se le cayó al suelo. Ante la insistencia de Marisa, decidió marcharse otra vez. Para regresar al poco, frenar bruscamente y tirar la moto. Así que me levanté, me aproximé a él y le pedí, por favor, que nos dejara tranquilos. Entonces él me dedicó una larga y turbia mirada y me dijo más o menos: “Tú eres amigo de Dámaso y de Samael, y los amigos de mis amigos son mis amigos”. Dicho esto, me estrechó la mano, montó en la Ducatti y se fue para no volver a aparecer. A partir de entonces, Marisa se convirtió en mi primera novia, y Tuto en mi amigo. La moto, por cierto, no era suya, sino de Samael, y la dejó hecha unos zorros.
Ser enemigo de Tuto era un serio riesgo, pero ser amigo suyo podía significar una catástrofe. Y eso se debía a su peculiar concepción de la amistad. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por un amigo, pero a cambio esperaba que los amigos hicieran cualquier cosa por él. El problema era que las cosas que él esperaba de los demás eran bastante inusuales. Por ejemplo, una tarde Samael y yo nos lo encontramos por el barrio y Tuto nos pidió que le acompañáramos a un bar cercano, donde había quedado con una gente. Fuimos allí y nos encontramos con un grupo de tíos que, francamente, parecían muy poco amigables. Tuto se retiró a hablar con uno de ellos, volvió al cabo de unos minutos y nos dijo que nos fuéramos. Mientras nos alejábamos, le preguntamos por qué nos había pedido que le acompañáramos, y él nos respondió que tenía un problema con esa gente y como se temía que la cosa acabase a tortas, nos había llevado con él. Sencillamente se olvidó de advertirnos del riesgo.
Lo cierto es que Tuto era una buena persona, pero estaba como una cabra y era muy bruto. Voy a intentar que os hagáis una idea del personaje: Allá por 1974 había un bar en la plaza de Olavide llamado, si mal no recuerdo, La Campana. En ese bar se reunía una pandilla de macarras, unos delincuentes de poca monta que tenían atemorizado al barrio mediante amenazas y agresiones. Una tarde, Tuto y un compañero del rugby fueron a ese bar, y allí estaban cinco de los pandilleros. No sé cómo, empezó una bronca; Tuto y su amigo se pusieron espalda contra espalda y, pim-pam, pim-pam, comenzaron a repartir leña. Eran dos contra cinco, pero no solo ganaron, sino que además Tuto retuvo a uno de los pandilleros, le quitó la documentación y lo denunció en comisaría. Poco después, la policía detuvo a la pandilla y en un periódico tildaron a Tuto de ciudadano ejemplar.
En fin, como he dicho, ser su amigo podía transformarse en algo muy caótico. Tuto partía de la base de que podía presentarse en casa de sus amigos a cualquier hora, por ejemplo bien entrada la madrugada. Y solía hacerlo. Estabas durmiendo en tu casa y de pronto te despertaba el timbre de la puerta. Era Tuto, generalmente borracho, que quería darse una ducha. ¿Por qué esa imperiosa necesidad de ducharse? Misterio. ¿Por qué no se duchaba en su casa? Otro misterio. Y algo todavía más misterioso: antes o después de ducharse, invariablemente, Tuto llamaba por teléfono a alguien (supongo que a diferentes personas a lo largo del tiempo). Como eso ocurría de madrugada, su interlocutor, recién despertado, se cabreaba con él y le mandaba a hacer puñetas, porque era una llamada sin el menor sentido. Pero siempre era así, invariablemente: ducha y telefonazo. Una noche, Tuto apareció en mi casa más borracho que de costumbre, se fue al cuarto de baño dando bandazos, se desnudó, se metió en la bañera, resbaló y se cargó la barra y la cortina de la ducha. Por lo general, yo acogía sus excentricidades con resignación, pero esa vez sí que me cabreé.
En cualquier caso, el principal problema con él eran las peleas. Y no es exactamente que las provocase; no solía ir metiéndose con la gente... pero, eso sí, aprovechaba la menor oportunidad para liarse a guantazos. Pongamos un ejemplo. Hubo una época, allá por los 70, en que todos los bares de Madrid cerraban a las doce, así que si querías tomarte una copa de madrugada tenías que recurrir a algún tugurio medio clandestino. Uno de ellos era el K12, un chalet reconvertido en bar/restaurante, situado en el kilómetro 12 de la autopista de La Coruña, un antro que abría toda la noche y era frecuentado por gente de más que dudosa reputación, por decirlo suavemente.
Una madrugada, Tuto, Samael y yo fuimos al K12 para tomar una copa. En eso estábamos cuando entró en el local un grupo de jóvenes de aspecto francamente patibulario. Serían seis o siete y eran gitanos. Esto último no lo digo por motivos racistas, sino para dejar claro que los payos no éramos precisamente santo de su devoción. El caso es que, tras tomarse las copas que habían pedido, los macarras se negaron a pagar las consumiciones. El camarero, un pobre vejete, intentaba que pagasen, pero los muy cabrones le vacilaban.
Entonces sucedió algo inesperado. Tuto, que no conocía al camarero ni a nadie de ese bar, se puso tras la barra, se encaró con el que parecía ser el jefe de los macarras y le espetó, más o menos, que o pagaban las consumiciones o se iban a ganar una mano de hostias. Samael y yo nos quedamos alucinados (y acojonados, porque eran muchos macarras), el camarero se quedó alucinado, hasta los macarras se quedaron alucinados. El jefecillo de estos contempló a Tuto en silencio y, tras una larga pausa, sacó la cartera, pagó las consumiciones y, sin decir nada, comenzó a alejarse hacia la salida junto con sus compinches. Ellos eran seis o siete y Tuto sólo uno, ¿por qué se achantaron? Creo que la gente que suele meterse en trifulcas sabe distinguir a las personas con las que se puede pelear y las personas con la que es mejor no hacerlo. Aquel gitano miró a los ojos de Tuto y lo que vio en ellos no le gustó nada. Pero ahí no acabó la cosa. Como decía, el grupo de gitanos estaba saliendo por la puerta y, de repente, Tuto se subió encima de la barra y les dijo a voz en grito: “¡El que vale, vale, y el que no es un macarra!”. El jefe de los gitanos se detuvo, miró a Tuto con incredulidad y, sin decir nada, desapareció del local.
Con el tiempo, la inusitada fortaleza física de Tuto le condujo a un callejón sin salida. A finales de los 70, empezó de pronto a manejar más dinero de lo normal. Siempre andaba con mucha pasta y, por lo que sabíamos, no trabajaba en nada. Una noche se presentó en mi casa; estaba cubierto de sangre, tenía la camisa cosida a navajazos y el torso lleno de heridas superficiales. Se había peleado con un navajero; según nos contó, logró tirarle al suelo y, una vez allí, le sacudió varias veces la cabeza contra el bordillo antes de largarse echando leches. No nos explicó el por qué de la pelea. Le curamos las heridas con agua oxigenada y yo le dejé una camisa. Que nunca me devolvió, por cierto; así que, tiempo después, le quité el cinturón que llevaba y me lo quedé en prenda (algo que él aceptó de buen grado). Perdí la camisa, pero aún conservo el cinturón.
Al cabo de un tiempo, averigüé las razones de la pelea y el origen de la pasta que manejaba Tuto. Por aquel entonces estaba saliendo con una chica cuya madre era... perista, comerciaba con artículos robados. Y la madre había contratado a Tuto como guardaespaldas. Mal rollo.
Afortunadamente, Tuto cambió de vida. Se casó con Elena, una chica estupenda. Su boda, celebrada en un diminuto pueblo de Burgos (cuyo alcalde era el padre de la novia), fue la más divertida a que he asistido. Tuto montó una pequeña empresa de construcción. Tuvo dos hijos. En algún momento, no recuerdo por qué, se trasladó a Salamanca. Estando allí, mientras serraba unos maderos en una obra, se rebanó tres dedos de una mano. De algún modo, no sé por qué, tuve y tengo la sensación de que ese accidente encajaba a la perfección con su personalidad. Le visitamos en el hospital. Fue una de las últimas veces que le vi.
La noche del 23 de junio de 1983, Tuto salió con su mujer a dar una vuelta por las fiestas del barrio. Al cabo de un rato, se sintió cansado y decidió volver solo a casa. Encontraron su cadáver en el portal. Tenia sólo 32 años. ¿De qué había muerto? Ni idea; sencillamente se le paró el corazón. Personalmente, tengo una absurda teoría al respecto. Nunca he conocido a nadie tan vital como Tuto, tan rebosante de energía. Por ejemplo, su fuerza física; ¿de dónde salía? Era grande y fornido, sí, pero no tanto ni tan musculoso como para explicar sus extraordinarias dotes de luchador. En realidad, creo que Tuto consumió la energía de toda una vida en los treinta y tantos primeros años. Por eso murió tan joven, como una batería gastada. Bueno, no lo creo en realidad; pero me parece una imagen adecuada.
Mientras escribía esto he ido recordando anécdotas y anécdotas de Tuto; hay muchísimas, demasiadas para contarlas todas. Pero me gustaría añadir una más, porque creo que de algún modo define lo que era. Ocurrió a mediados de los 70, probablemente en el 74. Yo había heredado el coche de mi padre, un utilitario MG, parecido al Morris. Era una mierda de coche que no paraba de estropearse, hasta que un día se escacharró del todo, así que lo dejé abandonado en mi calle. La mecánica del coche era malísima, en efecto, pero el acabado interior era una maravilla; por ejemplo, tenía asientos de cuero, así que quité los dos delanteros y los subí a casa. También quité la palanca de cambios. El volante era una chulada, deportivo, de madera y acero; pero para quitarlo hacía falta una llave de tubo que yo no tenía, así que tuve que dejarlo allí.
Una tarde estaba en casa con unos amigos (entre ellos Samael), cuando llegó Tuto. Me dijo que había visto el coche y me preguntó por qué no me quedaba con el volante. Le contesté que había intentado quitarlo con una llave inglesa y con unas tenazas, pero no lo había conseguido. Entonces, él me miró con suficiencia, me pidió la caja de herramientas y bajó con ella a la calle. Y ahí nos quedamos los demás. Y pasó el tiempo, una hora, dos horas..., y Tuto no daba señales de vida. Finalmente, al cabo de unas tres hora, ya de noche, Tuto subió a casa y nos mostró el volante con una sonrisa triunfal. Estaba sudando, tenía las manos despellejadas y ensangrentadas, la camisa rota y había tardado casi tres horas, pero tras desmedidos esfuerzos había conseguido quitar el volante a base de pura fuerza bruta. Así era Tuto, mi personaje inolvidable: una fuerza de la naturaleza.
NOTA: Pese a que tengo fotografías de casi todos mi amigos, no he encontrado ninguna de Tuto. Quizá Samael pueda proporcionarme una. Entre tanto, he ilustrado esta entrada con fotos de Samael y este vuestro seguro servidor cuando teníamos veintipocos años, más o menos en la época en que éramos amigos de Tuto y tuvieron lugar la mayor parte de las anécdotas que os he contado.
Post Scriptum: Escribo esto el 4 de noviembre de 2013. Hace poco, un hijo de Tuto, Dámaso, descubrió este blog y este post y se puso en contacto conmigo. El pasado viernes, nos reunimos un grupo de viejos amigos de Tuto con Elena, su mujer, y sus dos hijos, Dámaso y Julio. A raíz de ese encuentro, conseguí alguna fotografías de Tuto. En la de arriba, tomada en 1981, podéis verle en primer término, a la derecha. Es el tipo con bigote que le está cortando la corbata al tipo con barba de la derecha (era una boda). Yo soy el que está detrás, con un vaso en la mano y unas entradas que anunciaban un futuro despejado. Abajo, Tuto más o menos por la misma época.
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12 comentarios:
un personaje ese Tuto, y vaya nombres que gastaban en la familia, no los había escuchado en mi vida. me recuerda a un amigo de mi hermano, un tipo así, pero sin lo violento, pero locuelo, de esos que como bien dices parece que te puede pedir todo y es peor tenerlos como amigo que como enemigo. Se presentó una vez en casa de mis padres (estaba yo solo)con una brasileña morena de quitar el hipo, la había conocido en Brasil, donde trabajó un año (lo mandó el padre a que levantara cabeza), le había metido una trola (habitual en él) monumental y la realidad era que lo habían echado del trabajo, no tenía un duro (tuve que prestárselo), no tenía coche (ideam de idem). Al final me los llevé a la playa. Como castigo ella no chingó con él (se pasaba el día amargado, no era pa menos)y se paseaba en la playa con ropa interior. Joder, menuda fricada de semana. Otra manía que tenía cuando bebía era ir a a tirarle piedras a la ventana de una antigua novia...siempre empezaba igual "tengo un plan...). es que hay personajes que parecen sacados de una novela.
pero sí , es cierto que algunas personas parecen que se consumen antes. Como si gastaran más energía que el resto.
Mazarbul
Tuto siempre ocupará un lugar preferente en mis recuerdos, y en mi corazón si es que tengo.
Las fotos están tomadas detrás de Aeronáuticos y yo estoy guapísimo. Tú no estás mal...
Pues sí,muy guapos los dos con las barbas...y muy peculiar el tal Tuto.Yo creo que fue de esas personas a las que se recuerda con cariño y cierta perplejidad porque resulta raro que puedan ser como son.
Yo también recuerdo aquel Selecciones. Mi padre estuvo suscrito varios años y cuando yo tuve edad me gustaba leerlos,lo que me interesaba,claro. Me gustaba sobre todo leer los números muy atrasados,de varios años antes porque los anuncios publicitarios me hacían mucha gracia,tan ingenuos y tiernos. Era un buen entretenimiento en aquellos años,cuando tener libros en casa no era fácil para familias modestas como la mía y en una pequeña ciudad...Me has traido recuerdos que tenía muy perdidos...
Un saludo de Aurora Boreal
Pues de piedra me quedo...Creo que este Tuto del que me habláis era mi padre. Yo soy Dámaso, el mayor de los dos hijos que tuvo con Elena. ME ha encantado leer estas cosas que, aunque fuertes, me explican muchas cosas de cómo somos mi hermano y yo y eso que apenas pudimos conocerlo...
Mi madre siempre me ha hablado de tí, Cesar... en fín no sé que decir, me he quedado de piedra al ver tu entrada de este blog buscando cosas sobre mi familia en internet... de hecho he encontrado en el el ABC el recorte de prensa de la captura de aquellos maleantes de los que hablabas...De piedra!!
Queridísimo Dámaso: ¡Qué alegría que te hayas pasado por aquí! Yo te conozco, aunque eras muy pequeño. Y Samael, si no me equivoco, es tu padrino.
Respecto a lo que he contado en el post, debes tener en cuenta algo: todo eso fueron locuras de juventud, igual que las que cometí yo o Samael. En realidad, lo único fuerte fue su relación con esa perista. A sus amigos nos preocupó mucho en su momento (aunque nos enteramos tarde), pero afortunadamente duró poco y tu padre supo rectificar. Más tarde, cuando conoció a tu madre, cambió de vida por completo y sentó la cabeza. Elena fue muy importante para él.
En cualquier caso, puedo asegurarte que tu padre fue la persona más noble que he conocido en mi vida, un amigo incondicional y un hombre básicamente bueno. Era muy especial. Mi personaje inolvidable, como he titulado el post.
Me alegro mucho de saber de ti, Dámaso (por cierto, llevas el nombre de otro amigo mío, el hermano de Samael). Le diré a tu padrino que has pasado por aquí. Dale un beso enorme a tu madre de mi parte.
Hola Dámaso. Realmente es una enorme sorpresa encontrarte de repente por aquí, Esto de Internet es para escribir, no una novela, todo un género.
Como dice César, resulta que YO SOY TU PADRINO. me siento avergonzado de haber perdido el contacto con vosotros, cuando os fuisteis a vivir a Burgos.
Me encantaría retomarlo... en fin, yo soy malísimo con lo de las navegaciones weberas pero veré cómo lo puedo hacer. dale un abrazo enorme a Elena, y por supuesto para ti. (soy TiTo, Samael es mi nick que lo puse una vez como gracia y no tengo ni idea de como quitarmelo de encima)
titoleo@lacofradia1.com
Pues nada. Puestos a a escribir y ha presentarnos sin vernos, aqui va. Samael, Cesar. Yo soy el hijo pequeño de vuestro colega TUTO y de hecho a mi tambien me podes llamar TUTO por que Restituto es mi segundo nombre aunq Julio tambien vale.
Cuando mi hermano me ha mandado esto yo si q lo he flipado. Me encanta saber cosas d mi padre y mas de gente cercana como creo q fuisteis y sobre todo d como os lo pasabais.... Si no os importa me encantaria al igual q mi hermano saber mas y mas asi q espero q nos pongamos en contacto de alguna forma.
César, Samael, soy un amigo de la familia de Tuto al que por desgracia no pude conocer. Me asomo sin invitación en este blog solo para decirte que me ha fascinado tu capacidad para expresar este tributo a la nobleza. Con tus palabras me consta que has alegrado las entrañas a más de una persona. Muchas gracias.
Durante mucho tiempo pensé que la vida tenía forma lineal que lo pasado, pasado está, no tarde mucho en darme cuenta de mi error. Ahora creo (al leer esto me reafirmo) que la vida tiene forma de muelle. Un pequeño esfuerzo sobre un muelle puede hacer que dos puntos, que en un principio parecen lejanos, entren en contacto. Así creo que es la vida, dos instantes con un pequeño esfuerzo de repente se juntan. Por favor, no le deis ninguna oportunidad a ese muelle de relajarse.
No puedo despedirme sin recordar unas palabras que creo que se ajustan muy bien, dicen: son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas… uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia. Pero su tren vendió boleto de ida y vuelta.
Un abrazo muy fuerte a todos vosotros, en especial a la familia de Tuto.
Julio Restituto: ¡Hola, Tuto! (Hacía siglos que no decía esto). Pero supongo que prefieres Julio. Me alegro mucho de reencontrarte. Dámaso, Samael (Tito) y yo hemos intercambiado unos e-mail; dile a tu hermano que te los pase.
Cana: Bienvenido. Como decía Tuto, los amigos de mis amigos son mis amigos. Tienes razón, el tiempo no es lineal, como creemos. Yo lo comparo con un arroyo, que gira, da vueltas, se estanca o se precipita en forma de cascada. Ahora, el arroyo a girado hacia atrás. Un abrazo.
José Luis:
Yo si conocí a Resti (o a Tuto como querais) y a sus hermanos. No le recuerdo tan violento como le describes pero si con un corazón tremendo que a veces le hacía meterse en lios por defender al mas débil.
Eso si, era una de las personas mas nobles que he conocido, pueden estar orgullosos sus hijos del que fue su padre.
Conocí a Resti (yo le llamaba así) hacia 1972 en Miraflores de la Sierra, donde mi familia ha veraneando desde finales del siglo XIX. Durante algunos veranos nos dio clases de matemáticas a mi hermano y a mi. Le recuerdo fumando un Celta tras otro mientras intentaba que comprendiera lo que eran las derivadas y las integrales. También lo pirado que era corriendo delante de los toros en los encierros. Fuimos muy amigos, aunque me sacaba seis años de edad. Me enseñó a conducir en un Seat 600 que tenía de color beige (lo recuerdo perfectamente), y me empujó literalmente a empellones para que me declarara a la primera chica con la que salí en mi vida, pues entonces era yo muy tímido y no me atrevía. Doy fe de su espíritu bronquista y pendenciero, pero más aún de su nobleza de carácter. Le perdí la pista cuando comenzó a salir con Elena, y me enteré de su muerte al poco de licenciarme de la mili. Me llevé un gran disgusto!
Un gran tipo al que tendré siempre en mi recuerdo.
Julio Vías
José Luis: Pues si lo conociste ya sabes que no he exagerado. ¿Era violento? Sí, pero no era un buscabullas. Era un... aceptabullas. Nunca le hacía ascos a una pelea. Eso sí: tenía un corazón enorme.
Julio Vias: Me alegro de que ratifiques lo que he contado sobre Tuto, porque a veces, cuando hablo de él, temo dar la sensación de que me lo estoy inventando, o cuando menos que estoy exagerando. Tuto, o Resti, era un personaje más grande que la vida. Todo en él era inusual; supongo que por eso generó tantas anécdotas.
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