miércoles, diciembre 3

Palabras



            Uno de los tópicos más estúpidos y repetidos es “Vale más una imagen que mil palabras”. ¿En qué sentido vale más? ¿Las imágenes son más poderosas que las palabras? Falso, es al contrario. ¿Son más prácticas, más útiles? Falso de nuevo. ¿Son al menos más descriptivas? Pues sí y no, depende. ¿Acaso son más fiables? Rotundamente no: tanto las palabras como las imágenes pueden servir para el engaño. Y no es que yo tenga nada en contra de las imágenes; me encanta la pintura, el dibujo la fotografía..., y también el cine y el cómic, aunque esas son disciplinas mixtas. Lo que sostengo es que las palabras, el lenguaje, es la herramienta más poderosa jamás inventada por el ser humano. De hecho, es lo que nos convierte en humanos.

            Hay al menos tres claves para entender esto. En primer lugar que el lenguaje no sólo es una herramienta para la comunicación; también sirve para pensar. Pensamos con palabras. Es decir: para interpretar el mundo lo verbalizamos. Por ejemplo, cuando vemos una flor tenemos una imagen; pero si queremos ir más allá de la imagen, si queremos extraer algún significado de la flor, entonces tendremos que usar las palabras.

            En segundo lugar, las imágenes son concretas, pero las palabras difusas. Pondré otro ejemplo. Imaginaos que os enseño la foto de una mesa estilo rococó. ¿Qué percibiréis? Pues esa mesa, que tiene su propio aspecto diferente al de cualquier otra mesa. Es decir: esa mesa en concreto, y no otra. Pero ¿qué pasa si, en vez de mostrar una foto, os digo “mesa”? Pues que todos imaginaréis una mesa, pero diferente en cada caso. Unos imaginarán una mesa moderna, otros antigua, algunos de madera, otros de cristal o acero, más grande o más pequeña... Si diez personas me oyen decir “mesa” obtendremos diez mesas distintas. Incluso si dijese “mesa rococó” el significado de esas dos palabras sería diferente para cada oyente (unos la imaginarían con angelotes tallados, otros con volutas vegetales... ya me entendéis). Es decir, las palabras son difusas, carecen de significado concreto y específico. Entendedme: significan algo, sí, pero de forma amplia y abierta.

            Cabría pensar que eso es una debilidad del lenguaje frente a las imágenes, pero es todo lo contrario. Cuando alguien os dice algo, lo que os dice tiene muchos puntos de inconcreción, así que vosotros tenéis que llenar los huecos vacíos que dejan las palabras. No sois sujetos pasivos de la comunicación; la completáis. El mensaje se conforma entre el emisor y el receptor. Por ejemplo, si os enseño la foto de una mujer hermosa (u hombre, da igual), a unos les gustará más y a otros menos. Pero si digo “mujer hermosa” seguro que os gusta muchísimo a todos, porque cada uno habrá imaginado su tipo de mujer hermosa. Este aspecto del lenguaje es el que da poder a las Palabras Grandes (dios, patria, honor, justicia, pueblo, raza..., ya hemos hablado en Babel de ellas). Son fuertes mecanismos de control social porque, al ser sumamente inconcretas, cada cual les da el significado que le venga en gana (pero siempre un significado sublime, claro).

            En tercer lugar, las imágenes son externas, pero las palabras son internas. Me explicaré: cuando contempláis una imagen estáis viendo algo externo a vosotros. Esa imagen puede emocionaros, pero siempre estará fuera de vuestro interior. Sin embargo las palabras son símbolos que carecen de sentido hasta que los decodificáis mentalmente, y nadie las decodifica exactamente del mismo modo. Por ejemplo, cuando leéis una novela ¿dónde “sucede” la literatura? ¿En el libro, en ese conjunto de signos que el escritor ha ordenado de determinada manera? En parte sí, pero todo texto es incompleto, deja huecos que, como decía antes, el lector debe rellenar mentalmente. Por tanto, el verdadero escenario de la literatura es el interior de la mente del lector. Allí sucede todo: dentro, no fuera.

            A veces, cuando leo (o escribo) una novela, no puedo evitar asombrarme por el inmenso poder del lenguaje. Tan solo con palabras se puede generar un simulacro de la realidad (eso es a fin de cuentas la literatura). Resulta increíble... Las palabras pueden enamorar o provocar odio, pueden hacerte reír o llorar, pueden generar empatía, desazón, miedo, aburrimiento, euforia, tristeza, felicidad... ¡Y sólo son palabras, símbolos abstractos, sonidos o grafismos! Pero símbolos tremendamente versátiles y poderosos.

            De hecho, el lenguaje es a la vez un puente -que comunica-, y una frontera -que separa-. Lo cual viene a cuento (mira que le doy vueltas a las cosas) por algo que me contó mi hijo Pablo.

            Pablo –que ahora tiene 24 tacos- nació en Madrid, pero hace unos años le dio la ventolera de aprender a hablar catalán. Luego, cuando acabó la carrera eligió hacer un máster sobre gestión cultural en la Universidad de Barcelona. Y ahí está mi hijo desde hace tres meses, estudiando en Cataluña (así que cuando en Navidad vuelva a casa protagonizaremos un spot de El Almendro).

            La mayor parte de los alumnos del máster son catalanes, pero los hay de otras zonas de España, y también un grupito de extranjeros, sobre todo hispanoamericanos. Pues bien, Pablo se encontró con que los alumnos catalanes, en general, formaban un grupo aparte que no se mezclaba con los demás; un grupo impermeable porque se comunicaban exclusivamente en catalán, incluso en presencia de gente que desconocía el idioma.

            Pero Pablo, claro, es un elemento extraño. Porque es madrileño (malo, malo...), pero el muy cabrón habla catalán (collons, que cosa més xocant!). Así que se ha convertido en el único alumno que forma parte de los dos grupos: la cerrada tribu catalana y los extranjeros.

            Según me cuenta mi hijo, el grupo mayoritario catalán le hace especialmente el vacío a los alumnos hispanoamericanos (y cuanto más nacionalistas, más vacío le hacen). Él se lo recriminó, intentando hacerles ver que era gente muy interesante con la que valía la pena tratar; pero le respondieron que no, que no eran “como ellos”. Huelga decir que esos hispanoamericanos no son unos pobrecitos e incultos emigrantes sudacas, sino gente culta de clase media-alta. Es decir, alumnos como cualquier otro alumno del máster. Pero “no son como ellos”. ¿Por qué? Aquí se unen dos prejuicios: la xenofobia contra el sudaca, y la xenofobia contra el charnego (es decir, el no catalán residente en Cataluña).

            Sin embargo, Pablo es madrileño, una de las peores cosas que se pueden ser en Cataluña, y sin embargo es aceptado en el hermético grupo autóctono. Por la sencilla razón de que habla catalán. Las palabras son su salvoconducto.

            En este caso el idioma funciona como frontera. Es como las meadas de los lobos para marcar territorio (un símil bastante grosero, lo reconozco). Es un signo de identidad, de pertenencia, de exclusividad. De hecho, aquí el lenguaje recoge los valores de todas las “palabras grandes”. Ahora el catalán, para muchos catalanes, es PATRIA, es RAZA, es HONOR, es JUSTICIA, es PUEBLO... es, en definitiva, DIOS.

            Resulta sorprendente y estremecedor el poder de las palabras, ¿verdad? Pero ya lo dice la Biblia: En el principio era el Verbo (Juan 1-1)

12 comentarios:

Begoña Argallo dijo...

Hay algo que tengo que agradecerles a mis padres por encima de todo, que siempre me inculcaron que todos los que formamos parte del planeta tierra valemos lo mismo. Lo mismo los del norte que del sur, blancos que negros. Desde muy pequeña me hicieron entender que entre todos nosotros no hay diferencia, porque estamos conformados con la misma materia.
Al ir creciendo me encontré con que algunos fueron educados en la creencia de que pertenecen a una raza superior, por razones distintas que han aprendido a enumerar y que les parecen elevar sobre los demás. Con esta gente educada así no se puede razonar.
La enseñanza de mis padres me ha permitido hablar a cualquier ser de este planeta por igual. Tratar sin complejos lo mismo a personas de alta alcurnia que a mendigos que duermen en cartones en las calles. Para mí tanto unos como otros valen lo mismo. Cada cual responde a las directrices que marcan sus circunstancias.
Como madre he tratado de inculcar la misma enseñanza en mis hijos, porque para mí esa es la raíz de la libertad. Poder hablar con cada ser del planeta de igual a igual.
Saludos

Anónimo dijo...

El idioma siempre ha sido el elemento más integrador (y por tanto también diferenciador) de la humanidad. Ya la antigua civilización griega se identificaba a sí misma como tal no por razones políticas o geográficas sino por el lenguaje común. De hecho, la palabra "bárbaro" que en su origen significaba simplemente "extranjero" y luego alcanzó el significado peyorativo que todos conocemos, procede de los antiguos griegos y de la onomatopeya "bar-bar" que vendría a ser algo así como nuestro actual "bla-bla" y que es como a ellos les sonaba cualquier jerigonza ininteligible. Es decir, los bárbaros, los no griegos eran los que hablaban de forma incomprensible para ellos.

Hoy en día, desgraciadamente, vemos como el idioma está siendo utilizado para distinguir y señalar a los "nuevos bárbaros" (desde el punto de vista del que detenta el poder del idioma "oficial").

Está claro que algunos no han aprendido ni avanzado nada desde entonces.

Rickard

Juan Constantin dijo...

Saludos:

Tienes razón, César. El poder de la palabra es enorme.
En la serie moderna de Doctor Who -la recomiendo-, han tratado varias veces este tema: en un capítulo el Doctor, después de que la Primera Ministra ordenara destruir una nave extraterrestre, a la que el Doctor había vencido y obligado a prometer no volver a la Tierra, acaba con su carrera simplemente susurrando al oído de uno de sus guardaespaldas "¿No parece cansada?".
Además, el propio Doctor es un interrogante, y se ha ocultado su nombre desde los comienzos de la serie.
En la literatura fantástica no faltan idiomas secretos y palabras de poder -no hay más que leer a Tolkien, por ejemplo, o, en su defecto, a Harry Potter-, muy relacionados con la magia y la hechicería.
Ya que citas la Biblia, recordar que la cosmogénesis cristiana, se realiza mediante la verbalización de la voluntad divina: "Hágase la luz" y la luz se hizo... y todo eso. O el episodio de la Torre de Babel, del que toma parte de su nombre tu blog...
Ya en el mundo real, hay muchos ejemplos de ello, como el ascenso de los fascismos europeos en los años treinta -que además de unas circunstancias sociales y económicas favorables para ello necesitaban líderes que hipnotizaran a la masa-, la lucha entre aliados y alemanes por los códigos de la Máquina Enigma en la Segunda Guerra Mundial, el uso por parte de los estadounidenses de radiooperadores navajos en la Guerra del Pacífico contra los japoneses...
Es curiosa la anécdota sobre tu hijo Pablo y los elitistas catalanes. Yo cumplí el servicio militar en Menorca, donde la mayoría de los soldados eran baleares, valencianos y catalanes, mientras que los no catalanoparlantes éramos una inmensa minoría -un 5 ó 6 por ciento en mi acuartelamiento. Y lo que observé en esos meses es que los valencianos usaban más el castellano que los catalanes, mientras que ni los valencianos ni los catalanes entendían muy bien el dialecto de los menorquines, y que éstos últimos eran los más cerrados socialmente de todos. Resalto también que ninguno dejó de hablarme en castellano, y que incluso cuando todos los demás eran de lengua catalana, procuraban usar el español si los demás estábamos presentes. Supongo que nos veíamos todos como de la misma "clase oprimida".

Juan Constantin

Anónimo dijo...

Después de todo, en "1984" de Orwell ¿qué hacen para controlar y mantener sojuzgada a la sociedad e impedirles que piensen? ¡Suprimir palabras del diccionario!

Rickard

Anónimo dijo...

De acuerdo: Las palabras sirven para nombrar las cosas, para expresar las ideas, para pensar. Con palabras tú, César, haces literatura. Yo añadiría que no solo son difusas, sino ambiguas y por eso nos obligan a utilizar la imaginación. Cuando en La Isla de Bowen aparece el profesor Zarco, las palabras que pones en su boca y en los demás personajes me sirven para imaginar su figura y su forma de ser. Y no tengo por qué coincidir con otros lectores. Con las palabras que has escrito, creo contigo a Zarco . Cuando en la radio se describe un paisaje o un personaje es mi imaginación la que trabaja con los datos que me proporciona el guionista. Etc.
Por el contrario, ocurre muy a menudo que las imágenes que nos ofrece la televisión no nos dejan espacio para la reflexión y oscurecen las palabras que las acompañan. Otras veces no, claro.

Y también tienes razón en que signos y sonidos tan poderosos sirven también para levantar muros, para excluir. El idioma es un arma en manos de xenófobos. Y no solo en manos (o en bocas) de xenófobos catalanes. No todos lo son, claro.
Pero energúmenos los hay en todas partes con idiomas distintos.
Durante años, el idioma catalán estuvo perseguido. El castellano era el idioma del imperio. A los catalanes se les llamó polacos. A los que hablaban cualquier otra lengua, catalán, vasco, se les exigía "hablar en cristiano". Se decía que los andaluces hablaban mal el español. Cuando un cómico quería hacerse el gracioso imitaba el modo de hablar de gallegos, catalanes, andaluces, asturianos. La riqueza de acentos latinos era tomada a risa.
Todo eso ha creado un poso que aún dura. Y si se les aplica ideología, puede ser letal su utilización.
Las palabras, poderosas, nos hace humanos y nos sirven para lo bueno y para lo malo. Depende de a intención con que se pronuncian o escriben.
Interesante entrada. Como siempre.
Saludos

Samael dijo...

Yo, qué quieres que te diga, pero no veo compatible un máster en gestión cultural en la universidad, con mirar por encima del hombro a otros compañeros porque son peruanos, o de chinchón. Si fuera un máster en burrología en la taska de la esquina, quizá, que tampoco.
Muy bien por Pablo, muy mal por sus colegas del grupo autóctono.

Mazcota dijo...

Puede que esa frase vaya dirigida a personas como yo, que les cuesta un mundo expresarse correctamente. Igual resultaría más precisa añadiendo una coletilla: "una imagen vale más que mil palabras para todo aquel que no sepa explicarse", porque no todo el mundo tiene el don de la palabra ni la clarividencia para exponer sus ideas con frases adecuadas.
Por otro lado, creo que es un poco exagerado pensar que hacer el vacío a unas personas sea un comportamiento xenófobo; vamos, que seguro que a los judíos no les hubiera importado para nada ser ignorados por los nazis.

Yo creo que esa conducta viene dada por los roles que se crean dentro de cualquier grupo. ¿A qué se refieren los catalanes cuando dicen "no son como nosotros"? Pues, seguramente, en gran parte a lo mismo que hablábamos por aquí hace unos días cuando reflexionábamos quienes éramos como individuos. Y mucho de lo que nos define son nuestras circunstancias.

Estoy convencido de que a esos catalanes les supone un engorro innecesario tener que tratar con gente de otra cultura, una molestia que no están dispuestos a asumir. Pero con esa actitud, como mucho, se les podrá tachar de pésimos embajadores. Ellos se encuentran en casa, en su tierra, en su ambiente habitual (incluso es posible que muchos de ellos ya se conocieran antes de comenzar el curso), acomodados a sus costumbres; y no sienten necesidad alguna de adaptarse. Ahora bien, desperdiga por el mundo a esos catalanes y ya verás tú como piensan de forma diferente. Lo primero que harán, seguramente, será aprender las costumbres y el idioma pertinente para aclimatarse lo más rápidamente posible a su entorno.

Por eso es tan importante aprender idiomas, porque creas lazos culturales. Y creo que tienes la gran suerte de que esta idea haya arraigado profundamente en la mente de tu hijo. Aprender un idioma no sirve sólo para comunicarse. Mediante sus frases, dichos o refranes, también ayuda a conocer la forma de pensar y la idiosincrasia de ese pueblo.

Y no sufras porque Pablo sea un madrileño en Cataluña. Te puedo asegurar que hay muchísimas más cosas peores en Cataluña que ser madrileño.

César dijo...

Mazarbul: Pequeña o grande, de baja o alta intensidad, es xenofobia.

Anónimo dijo...

No existe la xenofobia "de baja intensidad". Es xenofobia y punto. Cada vez que oigo algo por el estilo recuerdo esa gran película que es "Vencedores o vencidos" sobre los juicios de Núremberg, cuando el juez interpretado por Burt Lancaster y que ha sido condenado por colaborar con el nazismo le dice al final de la película al juez americano Spencer Tracy, intentando justificarse: "Tiene usted que creerme. Jamás pensé que se llegaría hasta ese punto" y Spencer Tracy le contesta lacónicamente: "Se llegó a ese punto la primera vez que usted condenó a alguien sabiendo que era inocente".

Todo empieza por esos gestos "menores" o de "baja intensidad".

Rickard

Ferran dijo...

Buenas,
Bueno, para empezar, decir que me estoy de acuerdo con tu entrada excepto en la parte final.

Como supongo que deducirás, soy catalán.
Antes que nada comentar que no comparto los comportamientos de los compañeros de tu hijo Pablo, si bien el idioma une, el no hablarlo tampoco debería separar.
Yo mismo tengo algunos amigos de fuera de Catalunya, y cuando vienen de visita, en el grupo, hablamos siempre en castellano.
Antes de que puedas pensar (por si acaso jeje) que lo hacemos porqué son amigos, comentar que yo también estoy en la universidad y cómo tal, tengo muchos compañeros que no son de Catalunya, sino del resto de España o de otros países.
Pues bueno, siempre que hay algún compañero de fuera de Cataluña en nuestras conversaciones, hablamos en castellano. En mi caso (y cada caso es distinto) no discriminamos, o lo intentamos, a nadie que no hable catalán.
Lógicamente, también pienso que el hecho de que tu hijo aprendiera el catalán le supuso ser "merecedor de respeto" por parte de esos compañeros.

Para acabar, y aunque sé y espero que se sepa, me gustaría añadir que aquí en Catalunya no nos sentimos superiores a nadie, no nos sentimos superiores a los españoles u otros extranjeros, y no nos sentimos dioses ni de raza superior. Lógicamente, exaltados los hay en todos los sitios, pero no creo que sea bueno generalizar.

Por último (ahora sí), e intentando no mezclar cultura y política, estoy de acuerdo en lo que alguien ha comentado un poco más arriba: el catalán estuvo muchos años perseguido, y el hecho de no poder hablarlo entonces, ha provocado que los catalanes se sientan muy seguros de su idioma (su idioma, intento solo hablar de cultura pero no difícil)
Como ya he dicho, aquí hay muchas ideologías, algunas más radicales que otras, pero en mi caso, en mis círculos sociales por lo menos, no pensamos que nuestra lengua sea mejor a ninguna otra, pedimos simplemente (y quizá por eso se lleva al extremo) que sea respetada.

Pidiendo disculpas por ser un pesaso,

Un saludo.

Ferran dijo...

Buenas,
he dicho un par o tres de cosas que creo que no expresan lo que quiero decir:

1a aclaración: "...pienso que el hablar catalán le hizo ser merecedor de respeto..."
Constar que no estoy de acuerdo en que eso le hiciera ser merecedor de respeto, todo el mundo tiene que ser respetado.

2a aclaración: en este caso me he equivocado de palabra: no quería decir:"... que los catalanes se sientan muy seguros de su idioma"
quería decir, que los catalanes se sientan muy celosos u orgullosos de su idioma

3a aclaración: no quería decir pesaso, sino pesado.

Saludos,

P.D. A lo mejor es la navidad que me afecta... o quizá el sueño.

César dijo...

Ferran: Disculpa si he dado la impresión de generalizar. Por supuesto que no todos los catalanes actúan como los compañeros nacionalistas de mi hijo. Yo mismo soy catalán, nací en Barcelona, y no me incluyo en esos comportamientos. No obstante, hay un buen número de catalanes que trazan fronteras; eso es algo que he comprobado personalmente.

Añadiré que estoy frontalmente en contra de cualquier clase de nacionalismo. No obstante, hay nacionalismos malos y los hay peores. El nacionalismo catalán es cultural, mientras que el nacionalismo vasco es étnico, que es la peor clase de nacionalismo, como un largo reguero de sangre demuestra.