miércoles, diciembre 24

El tradicional cuento navideño de Babel

 


            La Tierra ha vuelto a completar otra vuelta en ese tiovivo cósmico llamado Sistema Solar, viajando a una velocidad de 107.000 km por hora, que ya son prisas. Y todo para volver al mismo lugar en que estábamos. Es decir, a hoy. Vale, ya sé, la vuelta realmente se completa dentro de una semana, pero en el calendario de Babel, el año termina y comienza hoy, cuando subo al blog nuestro Tradicional Cuento Navideño.

            Igual que hace 365 días, aquí estoy, en mi despacho. Un poco más tarde de lo usual, porque he tenido que ocuparme de guardar unas compras y, qué demonios, me he levantado tarde. Pero aquí estoy, fiel a nuestra cita. A lo lejos escucho a Pepa hablando por teléfono; nuestro hijo Pablo volvió ayer de Barcelona, y Óscar, el mayor, vendrá esta noche a cenar con su encantadora esposa Bea. Mañana también comeremos juntos los cinco.

            ¿Sabéis lo que echo mucho de menos hoy? Escuchar las voces de mis hijos cuando eran pequeños. Añoro tanto a esos niños... Pero, atención, una novedad: el próximo verano nacerá la cuarta generación de Mallorquí. Óscar y Bea me harán abuelo. Y de nuevo habrá una sabandija correteando por casa (así llamaba, y llamo, a mis hijos: sabandijas; y también ratas de cloaca, zarigüeyas o malditos roedores) (en broma, claro) (pero a veces en serio). ¿Me deprime ser abuelo? Ya lo parezco, así que me la suda. Bienvenido seas, nuevo Mallorquí; me ocuparé personalmente de mimarte, regalarte y consentirte, hasta que tus padres me pongan una orden de alejamiento.

            He hecho una pausa para confeccionar con Pablo el menú de nuestra comida de hoy. Vamos a encargarla a un chino, así que cero curro.

            ¡Diantres! La pausa ha sido más larga de lo que esperaba y ya son las 17:54. Qué vergüenza. Al grano, que ya es tarde.

            Como sabéis, mis cuentos navideños oscilan entre lo gamberro y el buen rollo. Este año toca buen rollo. El cuento se llama “Muerte Dulce” y trata sobre el último día de vida de un anciano triste y solitario. ¿Que dónde está el buen rollo? Tendréis que leerlo para descubrirlo. Espero que os guste.

            Queridos merodeadores, os deseo una muy, pero que muy feliz Navidad. Que Santa y los Reyes os colmen de regalos, que comáis cosas ricas hasta reventar y que disfrutéis de la mejor compañía posible. O si no, de la familia.

Un millón de besos.

            El relato de este año comienza así:

 

            La mañana del día de su muerte, la mañana de la Nochebuena, Andrés salió a dar un paseo, como acostumbraba hacer. Todo el mundo pensaba que Andrés Sousa era un hombre triste. Y lo era; su corazón estaba lleno de melancolía y abatimiento. También era un hombre solitario, reservado y callado, de modo que solo unos pocos conocían las causas de su tristeza.

            Tenía setenta y dos años de edad y durante casi tres décadas había trabajado como aparejador en una constructora, hasta que la empresa realizó un ajuste de personal y le invitaron a jubilarse anticipadamente. Viudo desde hacía mucho, apenas contaba con amigos. En el pasado los tuvo y, cuando sobrevino la tragedia, muchos intentaron ayudarlo, aunque solo fuera acompañándolo en su dolor. Pero Andrés no buscaba compañía, la rehuía poniendo excusas, así que con el tiempo los amigos dejaron de llamar, hasta que solo le quedó Matías, su fiel amigo de la infancia” (...)

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