lunes, julio 30

Tiempo de cambios

2006 fue un mal año para mí, igual que fue mala la primera mitad del 2007. Digamos que he sufrido una racha de suerte nefasta, un auténtico huracán de mal rollo. A comienzos de la pasada primavera, cuando me encontraba en el centro de la tormenta, pasé por una experiencia bastante traumática, la clase de experiencia que te coloca delante de un espejo y te dice: esto es lo que eres y esto es lo que hay. Un chutazo de realidad chunga en estado puro. Eso me ha cambiado. Ignoro en qué sentido, ni siquiera soy consciente de que haya un cambio en mi interior, pero forzosamente algo en mí se ha tenido que mover de sitio, no puedo ser la misma persona que era, es imposible.

Afortunadamente, las rachas pasan y hoy las cosas son muy distintas. De hecho, en muchos aspectos estoy mejor que nunca. En concreto, he visto definitivamente consumado un proyecto personal que comenzó hace doce años y sobre el que albergaba serias dudas. Pero ha salido bien, mejor de lo que yo esperaba. Estoy contento. Por lo demás, los restos de la tormenta se van disolviendo poco a poco, lo malo está en trance de solución y un horizonte despejado se perfila en lontananza. Guay.

Pero queda el cambio. Veréis, carezco por completo de constancia; soy incapaz de dedicar años de mi vida a una única tarea. Supongo que esto suena extraño viniendo de alguien que se dedica a la escritura, una actividad que precisa mucha perseverancia. ¿Cómo ser escritor careciendo de tenacidad? Muy sencillo: sustituyendo la constancia por la cabezonería. En cualquier caso, no puedo dedicarme a tareas repetitivas, necesito que las cosas me ofrezcan un mínimo de novedad para interesarme. Por eso mis trabajos siempre han sido tareas cambiantes en sí mismas, periodismo, publicidad, literatura... La literatura es un chollo, lo reconozco; puedo escribir lo que me salga de las narices. Aunque, claro, lo malo es que hay que escribirlo. Nada es perfecto.

Pero sigamos con el cambio. Si miro hacia atrás (y cuando miro hacia atrás cada vez contemplo un panorama más amplio), veo que mi vida ha sufrido periódicos cambios, generalmente bruscos. Algunos de esos cambios, como la temprana muerte de mis padres, me han venido impuestos, pero otros, la mayoría, me los he buscado yo. Soy un culo inquieto, soy inconstante. Cada diez o doce años, las cosas han de cambiar de alguna manera. Y ahora, amigos míos, estoy al final de un ciclo y al comienzo de otro, sólo que esta vez, creo, los cambios van a ser más sutiles. Ya veremos.

Pero hay cosas que no cambiarán, como este blog. Hace tiempo, estuve a punto de cerrarlo; no acababa de entender para qué servía, cuál era su objetivo. El pasado febrero, cuando estaba en plena tormenta, lo comprendí, entendí por qué mantenía el blog, y lo expliqué en un post titulado “La Fraternidad de Babel”. Así que este reducto seguirá tal cual, con este color verdoso y estas entradas en las que se puede hablar de cualquier cosa, sin orden ni sentido, por puro capricho, por azar o quizá por necesidad.

Ya hace calor en Madrid; la larga primavera del fin del mundo pasó y esta tarde el sol ha derramado plomo fundido sobre la ciudad. Desde la ventana de mi despacho diviso la sucesión de árboles que se extiende hacia abajo, siguiendo las faldas de la colina sobre la que se alza Aravaca; veo también una carretera ahora desierta y, al fondo, en la lejanía, unos edificios dorados por el sol poniente. Oigo el trinar de las golondrinas (si es que son golondrinas, que yo nunca he sido muy ducho en asuntos ornitológicos) y percibo el olor del césped mojado. Es la hora de los aspersores. Miro a mi alrededor y compruebo una vez más que mi despacho está muy desordenado; pilas de libros ocupando cualquier superficie medianamente lisa, papeles por el suelo, las librerías hechas un desastre. Tengo que ordenarlo, no se puede trabajar así, sobre todo teniendo en cuenta que dispongo de año y medio para escribir dos novelas. Suficiente, pero no voy sobrado, no os creáis. De modo que voy a ordenar el despacho, sí señor, antes del fin de semana. Es necesario crear un ambiente de trabajo amable y confortable; quizá incluso ponga velas aquí y allá. Así que ya sabes, César: lo dejas todo hecho un primor y luego a currar. Sí, sí, sí: odias escribir, lo sé; pero recuerda que adoras haber escrito.

No corre ni una brizna de viento.

Tengo que ordenar el despacho.

Joder, qué calor hace...

8 comentarios:

Alberto T dijo...

Lo primero, y más importante, darte animos y espero que todo te vaya genial en este nuevo ciclo, y segundo, me alegra escuchar que no piensas cerrar el blog. La verdad es que no te conocía, pero a traves de una entrada en Crisei llegué a tu blog, y a partir de ese día lo tengo entre mis blogs favoritos, es uno de esos, que cada vez que me llega actulizado al lector de feeds, abro con más entusiasmo. Ni siquiera sabía que eras escritor hasta que pusiste que salía tu nueva novela. Y a partir de ahí ganaste un nuevo lector por culpa de tu blog. Ahora mismo estoy leyendo “El circulo de Jericho”, que lo vi el otro día en una bibliotca pública de Madrid, y me está gustando y pienso probar con más libros tuyos.

Un saludo y gracias por continuar con esta bitácora.

Anónimo dijo...

No hay muchas cosas tan buenas como darle la mano al futuro y decir: aquí estoy.
Que sigas bien.

Anónimo dijo...

Si no fuera porque soy bastante agnóstica te nombraría mi dios: jamás había visto a un escritor decir "Sí, sí, sí: odias escribir, lo sé; pero recuerda que adoras haber escrito." Personalmente me siento muy identificada con esa frase.

Pero no entiendo lo del año y medio para escribir dos libros... En fin, tú escribe, que cuando acabe todo lo que tengo que leer veré si pillo algún otro libro tuyo.

Un beso,

Cristina

CeJota (ceja grande) dijo...

La cabezonería es una forma de constancia.
Lo tuyo con el escribir a mí me pasa con el ejercicio, me da pereza salir a correr pero cuando llego a casa y me ducho me quedo estupendamente. Las mayores satisfacciones supongo que vienen de grandes esfuerzos, no tanto por lo desmesurado sino por lo repetitivo.
Suerte en tu nueva etapa.

César dijo...

Alberto: gracias a ti, por tus buenos deseos y por visitar Babel. Espero que "El círculo de Jericó" te guste.

M: sí señor, suscribo tu frase.

Merak: La frase es del escritor norteamericano Fredric Brown, pero expone de forma tan nítida lo que siento hacia la escritura que no me canso de repetirla.

En cuanto a lo de escribir dos novelas en año y medio, es sencillo: me he comprometido con dos editoriales a cumplir esas fechas.

Sheldon: supongo que los grandes esfuerzos se llevan a cabo si la recompensa vale la pena. Gracias por tus buenos deseos.

Anónimo dijo...

Te deseo lo mejor en la nueva etapa. Yo soy de los que creo que hay que cambiar de actividad cada cierto tiempo o te acabas volviendo loco. Hasta ahora no he estado haciendo lo mismo más de cinco o seis años. Cuando pienso en esa gente que lleva decenioS (con S mayúscula) trabajando en lo mismo, en un ministerio, o realizando cualquier trabajo repetitivo, buf. En fin. Que escribas. (por cierto, supongo que no hay nada de cf en esos dos libros, es una pregunta retóricA).
Que pases buenas vacaciones, Don Cesar, nos vemos en septiembre.

Anónimo dijo...

Siempre me acompañas, César, pero estas vacaciones he estado arriba y abajo con tu "La caligrafía secreta". Eso, eso, escribe, que nos gustas mucho a muchos.

¿Para qué sirven las rachas de mal rollo? Para poner orden en el despacho de uno.

Las ordenaciones masivas del despacho (por lo menos en mi caso) sirven para sacar a la calle grandes sacas de basura. Luego, todo queda mucho mejor, mucho más espacio, menos estorbos, menos trastos, más limpieza...
Y uno (una) se da cuenta de lo que realmente valía la pena.

Cómo filosofo, y eso que estoy de vacaciones en mi blog. ¿O será por eso?

César dijo...

Mazarbul: pues no, lo siento, no hay nada de cf en ninguno de los dos libros. Pero el de Jaime Mercader tendrá toques de fantasía y terror (por cierto, será la primera vez que escriba algo de terror).

Care: ya me contarás qué te ha parecido "La caligrafía secreta", señora mía. Tienes razón en que los momentos de mal rollo sirven para ordenar despachos. Lo malo es que la ordenación de mi despacho supone una redistribución de libros, y tengo tantos... En fin, se me ha pasado el mal rollo pero sigo ordenando el despacho que, por cierto, cada vez parece más desordenado. Me siento como Sísifo, subiendo una y otra vez una piedra esférica por la ladera de una montaña. Pero bueno, cuando acabe todo quedará mucho mejor, tienes razón. "Odio ordenar, pero adoro haber ordenado". Un beso enorme y disfruta de tus vacaciones.