¿Qué sucede cuando una fuerza irresistible choca contra un objeto inamovible? Nada; se trata de una pregunta con trampa, porque en un mismo universo no puede haber a la vez fuerzas irresistibles y objetos inamovibles. O lo uno, o lo otro, y en este caso, amigos míos, nos ha tocado vivir en un universo de fuerzas irresistibles. Supernovas, agujeros negros, quasars, hornos nucleares en el corazón de las estrellas, galaxias que chocan... el mismísimo nacimiento del universo fue fruto de un irresistible Big Bang.
No obstante, en medio de ese huracán cósmico, había lugares donde imperaba el orden; o, al menos, el suficiente orden como para que surgiese la vida y evolucionase hasta la aparición de una especie inteligente. Me refiero al Sistema Solar y a la Tierra (lo aclaro, porque lo de “especie inteligente” podría sembrar alguna duda). El caso es que los seres humanos estamos habituados a vivir en un entorno más o menos ordenado y predecible. De hecho, nuestro equilibrio mental depende en gran medida de la exactitud con que se cumplen nuestras predicciones. Oprimimos un interruptor porque predecimos que, haciéndolo, se encenderá la luz. Conducimos un coche del punto A al punto B porque aventuramos: 1º que el coche va a funcionar; 2º que el punto B está donde se supone que está; y 3º, que completaremos el trayecto sin sufrir un accidente o ser alcanzados por un rayo. Conectamos la televisión presuponiendo que sintonizaremos el programa deseado, saltamos confiando en que la fuerza de la gravedad impedirá que salgamos despedidos hacia el espacio, escribimos correos electrónicos augurando que llegarán a su destino... A lo largo de la vida, vamos acumulando un bagaje de experiencia cuyo único fin es permitirnos conocer y predecir el comportamiento del mundo que nos rodea. Eso, la predictibilidad del universo local, nos conforta y estabiliza.
Porque, ¿qué pasaría si oprimiéramos el interruptor y no se encendiera la luz, si abriéramos el grifo y no saliera agua, si las cosas cambiaran de lugar espontáneamente, si lanzáramos al aire una piedra y la piedra nunca cayese? El orden del mundo se tambalearía y nuestra mente zozobraría igual que una barca en medio de una galerna. En gran medida, la locura no es más que la imposibilidad de realizar predicciones correctas.
Necesitamos orden para sentirnos seguros, pero cada vez hay menos orden al que agarrarse. Antes no era así; por el contrario, el orden de las cosas estaba tan claro que la palabra esquizofrenia ni siquiera se había inventado. Por ejemplo, la Tierra era plana y estaba sustentada sobre una inmensa tortuga. “¿Y sobre qué está sustentada la tortuga?”, le preguntó el discípulo al sabio. “Sobre otra tortuga”, respondió el sabio. “¿Y esa otra tortuga sobre qué se sustenta?”, insistió el discípulo. El sabio carraspeó, se rascó la axila y respondió: “Mira, de la tortuga para abajo, todo son tortugas”. ¡Genial! Eso es una respuesta tranquilizadora que permite predecir confortablemente el universo. Si haces un agujero lo suficientemente hondo, ¿qué encontrarás? Pues tortugas hasta aburrirte.
Sin embargo, este universo tan reconfortante se tambaleó cuando empezó a correr el rumor de que la Tierra era esférica. ¿Esférica? Entonces, ¿por qué diantres no se caen los que están abajo? Y ahí tienes a todos los habitantes del hemisferio sur, hechos un manojo de nervios ante la lógica posibilidad de que un buen día acaben precipitándose al vacío estelar, y desconcertados porque algo tan evidente no haya sucedido todavía.
En fin, esférica o no, la Tierra ocupaba el centro del universo y el firmamento giraba a nuestro alrededor desgranando la música de las esferas. Eso, ser el eje de la creación, quieras que no tonifica. Pero entonces apareció Copérnico y, zas, la Tierra dejó de ser el centro y se puso a girar en torno al Sol, como el resto de los planetas. Eso desanima a cualquiera, aunque al menos el Sol, nuestro Sol, era el centro del universo. Algo es algo. Pero la alegría duró poco, pues no tardó en descubrirse que nuestro maravilloso Sol era en realidad una birria de sol situado en la periferia de la Galaxia (algo así como vivir en Parla). Bien, vale, pero la Galaxia es el universo, ¿no? Pues no; nuestra galaxia sólo es una más entre los millones de galaxias que pueblan el verdadero universo.
Deprimente, ¿verdad? Pero al menos teníamos las férreas leyes de la mecánica newtoniana poniendo orden en el cosmos y haciendo que todo fuese tranquilizadoramente previsible. Entonces llega Einstein y nos dice que el tiempo es elástico y que el espacio tiene una simpática tendencia a curvarse. Ya no podemos ni preguntar la hora, porque si lo hacemos, nos responderán: “¿Qué hora es dónde y a qué velocidad?”. Bueno, al menos la velocidad de luz es una constante fija. Y siempre nos quedaba la sólida materia que nos rodea, lo que podíamos tocar y sentir... Hasta que aparecieron Planck y sus amigotes con la teoría cuántica, demostrándonos que la materia no está constituida por ordenadas pelotitas de diversos tamaños, sino que el micromundo es un lugar desconcertantemente parecido al País de las Maravillas de Alicia. Para colmo, el gamberro de Heisenberg va y se marca el Principio de Incertidumbre. De incertidumbre, tú; es decir, lo contrario a la certidumbre. Un principio que viene a decir: “no sólo no tienes ni idea, chaval, sino que nunca la vas a tener” (Gödel también dijo algo deprimentemente parecido). Incluso el mismo Universo, que antes lo era literalmente todo, ahora puede no ser más que un universo de mierda entre infinitos universos paralelos.
Vale, todo lo que antes era sólido se derrumba a nuestro alrededor. Pero siempre nos queda Dios, ¿no? Pues no. Aparte de que Nietzsche asegura que ha muerto, las evidencias nos dicen que, o bien Dios no existe, o bien juega de puta madre al escondite. En cualquier caso, no podemos contar con él. Entonces, ¿qué nos queda? ¿Acaso hay algo predecible y constante a lo que podamos agarraros? ¿El inmutable ciclo de las estaciones, quizá? Pues no, el puñetero cambio climático ha mandado el orden estacional a hacer puñetas, y si no que se lo pregunten a las cigüeñas.
No obstante, aún disponíamos de algo fijo e inalterable, un último baluarte del orden y de la previsibilidad al que podíamos aferrarnos para sentir que pisábamos terreno sólido. Pues bien, amigos míos, ese bastión ha caído.
Porque, vamos a ver, ¿quién en su sano juicio podría haber predicho que la Selección Española de Fútbol, en vez de caer derrotada en cuartos de final practicando un juego pesado y aburrido, iba a ganar la Eurocopa mediante un bellísimo juego de control y tiralíneas que recuerda a la mejor selección brasileña? ¿Es que nos hemos vuelto locos o qué?
Cosas así hacen que el suelo zozobre bajo nuestros pies.
No obstante, en medio de ese huracán cósmico, había lugares donde imperaba el orden; o, al menos, el suficiente orden como para que surgiese la vida y evolucionase hasta la aparición de una especie inteligente. Me refiero al Sistema Solar y a la Tierra (lo aclaro, porque lo de “especie inteligente” podría sembrar alguna duda). El caso es que los seres humanos estamos habituados a vivir en un entorno más o menos ordenado y predecible. De hecho, nuestro equilibrio mental depende en gran medida de la exactitud con que se cumplen nuestras predicciones. Oprimimos un interruptor porque predecimos que, haciéndolo, se encenderá la luz. Conducimos un coche del punto A al punto B porque aventuramos: 1º que el coche va a funcionar; 2º que el punto B está donde se supone que está; y 3º, que completaremos el trayecto sin sufrir un accidente o ser alcanzados por un rayo. Conectamos la televisión presuponiendo que sintonizaremos el programa deseado, saltamos confiando en que la fuerza de la gravedad impedirá que salgamos despedidos hacia el espacio, escribimos correos electrónicos augurando que llegarán a su destino... A lo largo de la vida, vamos acumulando un bagaje de experiencia cuyo único fin es permitirnos conocer y predecir el comportamiento del mundo que nos rodea. Eso, la predictibilidad del universo local, nos conforta y estabiliza.
Porque, ¿qué pasaría si oprimiéramos el interruptor y no se encendiera la luz, si abriéramos el grifo y no saliera agua, si las cosas cambiaran de lugar espontáneamente, si lanzáramos al aire una piedra y la piedra nunca cayese? El orden del mundo se tambalearía y nuestra mente zozobraría igual que una barca en medio de una galerna. En gran medida, la locura no es más que la imposibilidad de realizar predicciones correctas.
Necesitamos orden para sentirnos seguros, pero cada vez hay menos orden al que agarrarse. Antes no era así; por el contrario, el orden de las cosas estaba tan claro que la palabra esquizofrenia ni siquiera se había inventado. Por ejemplo, la Tierra era plana y estaba sustentada sobre una inmensa tortuga. “¿Y sobre qué está sustentada la tortuga?”, le preguntó el discípulo al sabio. “Sobre otra tortuga”, respondió el sabio. “¿Y esa otra tortuga sobre qué se sustenta?”, insistió el discípulo. El sabio carraspeó, se rascó la axila y respondió: “Mira, de la tortuga para abajo, todo son tortugas”. ¡Genial! Eso es una respuesta tranquilizadora que permite predecir confortablemente el universo. Si haces un agujero lo suficientemente hondo, ¿qué encontrarás? Pues tortugas hasta aburrirte.
Sin embargo, este universo tan reconfortante se tambaleó cuando empezó a correr el rumor de que la Tierra era esférica. ¿Esférica? Entonces, ¿por qué diantres no se caen los que están abajo? Y ahí tienes a todos los habitantes del hemisferio sur, hechos un manojo de nervios ante la lógica posibilidad de que un buen día acaben precipitándose al vacío estelar, y desconcertados porque algo tan evidente no haya sucedido todavía.
En fin, esférica o no, la Tierra ocupaba el centro del universo y el firmamento giraba a nuestro alrededor desgranando la música de las esferas. Eso, ser el eje de la creación, quieras que no tonifica. Pero entonces apareció Copérnico y, zas, la Tierra dejó de ser el centro y se puso a girar en torno al Sol, como el resto de los planetas. Eso desanima a cualquiera, aunque al menos el Sol, nuestro Sol, era el centro del universo. Algo es algo. Pero la alegría duró poco, pues no tardó en descubrirse que nuestro maravilloso Sol era en realidad una birria de sol situado en la periferia de la Galaxia (algo así como vivir en Parla). Bien, vale, pero la Galaxia es el universo, ¿no? Pues no; nuestra galaxia sólo es una más entre los millones de galaxias que pueblan el verdadero universo.
Deprimente, ¿verdad? Pero al menos teníamos las férreas leyes de la mecánica newtoniana poniendo orden en el cosmos y haciendo que todo fuese tranquilizadoramente previsible. Entonces llega Einstein y nos dice que el tiempo es elástico y que el espacio tiene una simpática tendencia a curvarse. Ya no podemos ni preguntar la hora, porque si lo hacemos, nos responderán: “¿Qué hora es dónde y a qué velocidad?”. Bueno, al menos la velocidad de luz es una constante fija. Y siempre nos quedaba la sólida materia que nos rodea, lo que podíamos tocar y sentir... Hasta que aparecieron Planck y sus amigotes con la teoría cuántica, demostrándonos que la materia no está constituida por ordenadas pelotitas de diversos tamaños, sino que el micromundo es un lugar desconcertantemente parecido al País de las Maravillas de Alicia. Para colmo, el gamberro de Heisenberg va y se marca el Principio de Incertidumbre. De incertidumbre, tú; es decir, lo contrario a la certidumbre. Un principio que viene a decir: “no sólo no tienes ni idea, chaval, sino que nunca la vas a tener” (Gödel también dijo algo deprimentemente parecido). Incluso el mismo Universo, que antes lo era literalmente todo, ahora puede no ser más que un universo de mierda entre infinitos universos paralelos.
Vale, todo lo que antes era sólido se derrumba a nuestro alrededor. Pero siempre nos queda Dios, ¿no? Pues no. Aparte de que Nietzsche asegura que ha muerto, las evidencias nos dicen que, o bien Dios no existe, o bien juega de puta madre al escondite. En cualquier caso, no podemos contar con él. Entonces, ¿qué nos queda? ¿Acaso hay algo predecible y constante a lo que podamos agarraros? ¿El inmutable ciclo de las estaciones, quizá? Pues no, el puñetero cambio climático ha mandado el orden estacional a hacer puñetas, y si no que se lo pregunten a las cigüeñas.
No obstante, aún disponíamos de algo fijo e inalterable, un último baluarte del orden y de la previsibilidad al que podíamos aferrarnos para sentir que pisábamos terreno sólido. Pues bien, amigos míos, ese bastión ha caído.
Porque, vamos a ver, ¿quién en su sano juicio podría haber predicho que la Selección Española de Fútbol, en vez de caer derrotada en cuartos de final practicando un juego pesado y aburrido, iba a ganar la Eurocopa mediante un bellísimo juego de control y tiralíneas que recuerda a la mejor selección brasileña? ¿Es que nos hemos vuelto locos o qué?
Cosas así hacen que el suelo zozobre bajo nuestros pies.
8 comentarios:
Uno de mis jugadores cuando arbitraba yo al rol, decia que, de existir una piedra de toque multiversal, esa seria la cerveza. Porque da igual en que mundo paralelo estes, ya sea de fantasia, ciencia ficcion, o terror arcano siempre vas a encontrarla (en cambio, el futbol no siempre estara ahi)
Hay una cosa inalterable, que sigue en orden: viejo amigo, desde que leí las primeras líneas de este post cósmico sabía que acabarías hablando de fútbol (de la selección española). Desde luego es original la forma en que lo has hecho. ¿No podían intentar algo así el resto de periodistas que hoy babean en los micrófonos y linotipìas las mismas sandeces una y otra vez hasta el aburrimiento más atroz? Con comunicadores deportivos así es muy fácil odiar el fútbol el cual, por otro lado, no tiene la culpa, sino que más bien merece otro trato. Ayer y el jueves disfruté viendo fútbol. Sigo sin disfrutar escuchándolo.
Canción sobre el principio de incertidumbre de Heisemberg ( y de amor)
http://www.youtube.com/watch?v=hv9s_MO0Ojo
Pues sí, ya no hay nada fijo a lo que agarrarase
Copérnico, Galileo, Newton,Darwin, Nietsche, Einsten, Plank, Heisenberg y Luis Aragonés nos han destrozado toda certidumbre.
Muy bueno el post y fenomenal esta Eurocopa (ni en los mejores sueños)
Cuéntaselo a los dde Media Markt, que habían hecho la campaña de "Devolvemos el 25% de la compra del televisor si España pasa de cuartos"...
¡La victoria de la selección es una revolución del pensamiento (hispano)!
Olé!
Suscribo lo dicho por Samael (incluído lo de saber, desde el principio del post, que la cosa iba de la VICTORIA (al modo que los portugueses se refieren a la de Aljubarrota)). Y también me parece la mejor crónica del partido que he leído.
Para envidia general: visto en Alta Definición y pantalla gigante fué más pasada todavía.
A mí los alardes de patriotismo que tiene la gente últimamente me resultan contradictorios. En cualquier otra época del año, te sacas la bandera de España a modo de capa y ya te tildan de facha. Pero si ganamos la Eurocopa, ya es para sentirse orgulloso de nuestra bandera. ¿Lo he entendido bien? ¿Es así como va el país?
Bueno, yo me alegré por los jugadores, que se lo curraron mucho, y punto. El deporte es así, que sudar es lo que más cuesta, y no seguir el partido desde el sofá de casita con la cerveza espónsor y los panchitos. :-P
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