jueves, noviembre 13

Vértigo


La escena tiene algo de cinematográfica: es de noche; la cámara fija, centrada en la puerta, muestra desde dentro la parte superior de la cabina de un cajero automático. Sabemos que hay una mujer tumbada en el suelo, una indigente que duerme, o intenta dormir, resguardándose del frío en ese lugar; lo sabemos, pero no la vemos, porque el encuadre lo impide. Tres chicos, muy jóvenes, abren la puerta y empiezan a tirarle basura a la mendiga; a ella no la vemos, pero a ellos sí. Se ríen, se lo están pasando de puta madre. Los chicos, después de martirizar un poco a la pobre mujer, se van. Corte. Los chicos vuelven; traen con ellos un bidón de líquido inflamable, rocían con él a la indigente y uno de ellos arroja al suelo un cigarrillo encendido. De pronto, un fogonazo y las llamas se elevan interponiéndose entre la cámara y los rostros de los asesinos. Como en las buenas películas de terror, no presenciamos la agonía de la pobre mujer, porque se produce fuera de cuadro. Eso queda para nuestra imaginación.

Dos de los asesinos se llaman Oriol Plana y Ricard Pinilla, y tenían dieciocho años cuando mataron; el tercer asesino tenía diecisiete, era un menor, de modo que su identidad de hijo de puta está protegida por la ley y sólo sabemos que se llama Juan José y que su apellido empieza por M. La mujer se llamaba María del Rosario Endrinal. El crimen se cometió el 16 de diciembre de 2005; faltaba poco para Navidad.

Supongo que todos habéis visto esas imágenes en los telediarios. A mí, igual que a vosotros, se me revuelve el estómago al contemplarlas; pero, si he de ser sincero, no sé qué me impresiona más: el asesinato en sí o el desastre vital que precedió a ese asesinato. Vale, las caras de esos niños bien de clase media alta, esas sonrisas tan similares a las de los torturadores de Funny Games, la película de Haneke, me asquean. Son bestias cobardes que sólo se atreven a dar rienda suelta a su sadismo cebándose en los débiles, torturando a aquellos que no pueden defenderse. Son malas personas, escoria moral, y al mismo tiempo son algo incluso peor: son absolutamente estúpidos. A los dos mayores de edad los han condenado a 17 años de cárcel; lo único que espero es que los demás reclusos de la prisión les enseñen, en sus propias carnes, lo que significa abusar del más débil.

Pero hay algo que se me antoja aún más estremecedor. En los telediarios, tras las imágenes que he descrito antes, aparecieron otras imágenes: un grabación en video casero de María del Rosario cuando tenía unos treinta años y era una persona normal que vivía una vida normal, cuando aún era guapa y todo el mundo la llamaba afectuosamente Charito. Antes de extraviarse en el submundo, Charito trabajaba como secretaria de dirección, estaba casada, tenía un hija, vivía en un piso lujoso, la vida era amable con ella. Hasta que un buen día aparecieron las drogas. Ignoro qué clase de drogas tomaba Charito; que yo sepa, sólo la heroína, el blanco jaco oscuro, puede provocar una caída tan en picado. Pero en el ambiente en que se movía Charito no era frecuente la heroina. Quizá fue la farlopa, quizá comenzó a tejer su vida con un estampado de rayas colombianas. No lo sé y poco importa. A fin de cuentas, puede que las drogas no fueran la enfermedad, sino un síntoma, pero tampoco lo sé. El caso es que Charito se cayó de su torre de cristal y perdió el trabajo, perdió a su marido, perdió a su hija, perdió a sus padres, perdió su hogar, perdió la cordura, lo perdió todo. No quiero ni imaginarme lo terrible que fue ese descenso a los infiernos. Luego, la calle, pedir limosna, dormir en los portales sobre nidos de cartón, cambiar las drogas prohibidas por la droga permitida del alcohol barato, y las violaciones por parte de otros mendigos, los robos, los golpes, el desprecio, la soledad absoluta, hasta que finalmente, tres sádicos descerebrados la quemaron viva una noche de invierno. Por aquel entonces tenía 50 años; éramos más o menos de la misma edad.

Creo que jamás seré una alimaña semejante a los asesinos de Charito. Creo, igualmente, que nunca caeré tan bajo como ella cayó. Pero, ¿estoy seguro? Pensamos que el infierno se encuentra lejos, en remotos lugares que nunca visitaremos, pero es mentira; el infierno está muy cerca, a la vuelta de la esquina, porque, al final, el infierno somos nosotros mismos. Por eso, cuando contemplo la foto de Charito que hay sobre estas líneas, y luego recuerdo las llamas que consumían su cuerpo en el cajero automático, lo que siento, aparte de horror, es un profundo vértigo.

15 comentarios:

eulez dijo...

Sí, es una historia tremenda. Por supuesto, cobardes como esos niñatos solo se atreven con gente indefensa... Triste lo de Charito, si, triste.

Anónimo dijo...

todos conocemos como son las espigas de trigo: las deslizas con extrema facilidad entre los dedos en uno de los sentidos, pero resulta imposible hacerlo en el contrario. Lo mismo sucede con la vida normal y otras qe corren en paralelo a nuestro lado. Es tremendamente sencillo deslizarte hacia el infierno y caer en sus tormentos, pero imposible que el fenómeno suceda al contrario: si estás en el infierno, nada te saca de él.
glups.

Anónimo dijo...

No sé si alguna vez, en un futuro indeseado, llegaré a caer en los infiernos de Charito. Creo y espero que no. Pero sé, con absoluta certeza, que nunca, absolutamente nunca, descenderé al de sus asesinos. Como sé que no lo harás tú, César, ni tantos y tantos otros que sin ser perfectos no son, tampoco, monstruos de depravación. Me niego a asumir, ni siquiera por motivos éticos, la renuncia a creer en la calidad humana de la mayoría de nosostos.

Severian dijo...

Hay algo que a mi me llama mucho la atención. No conocía la historia, y me parece terrible. Y creo, como vos y tus comentadores, que así como es muy improbable que alguna vez en mi vida caiga en el infierno de esa mujer, es absolutamente imposible que pueda parecerme a sus asesinos. Ahora bien ¿como puedo estar tan seguro de eso último?....

Me explico:

Es relativamente fácil imaginar muchas cadenas de acontecimientos susceptibles de terminar con esa mujer en la calle y en ese estado. El el post relataste una, sin mucho esfuerzo podemos imaginar otras. Y en esas concatenaciones se insertan varios elementos que sabemos muy difícilmente nos afectarán (las adicciones, digamos, o su causa la carencia afectiva). Por lo tanto, estamos razonablemente seguros de que, si bien es posible, es muy poco probable que algo así nos suceda.

Ahora bien ¿podemos imaginar una sola historia capaz de explicar por qué esos adolescentes se transformaron en unos asesinos sádicos? Notá que no alcanza con decir que son unos hijos de puta, eso es tan obvio como que la mujer era una alcohólica indigente, es sólo un diagnóstico, no la causa. ¿Tenemos alguna manera de imaginarnos que clase de vida los pudo empujar a hacer algo así? Yo no la tengo. Pero entonces ¿como puedo estar seguro que no me sucederá a mí?

No tengo idea...

Jose Antonio del Valle dijo...

A mí me parece que en las actuales circunstancias económicas cualquiera corre el riesgo de caer en la situación de María del Rosario. Pero soy bastante pesimista. Respecto a lo segundo, no creo que ni César ni ninguna persona que ha pasado cierta edad con una educación y un ambiente que no le haya llevado a ello se convierta de pronto en eso. Salvo, todo hay que decirlo, circunstancias muy especiales. Y estoy hablando de algo tan catastrófico como la guerra de Yugoslavia (Recomiendo, y no me canso de ello, el libro "No matarían ni una mosca" de Slavenka Drakulic), nuestra guerra civil, las dictaduras en Argentina, Chile, etc.

Akaki dijo...

El infierno está en nosotros mismos, si, creo que por eso a veces nos tememos.

saludos.

Manuel dijo...

¿Nadie se ha puesto aún en contacto contigo para proponerte que reelabores el artículo hacia un guión de cine?

Impresionante tu descripción de los hechos y de todo su contexto. Y más aún, usando el punto de vista de una humilde cámara de seguridad que ni siquiera capta toda la escena.

Boeder Escalier. dijo...

Nada que decir, escepto que me ha llegado el texto.

Espero no meterme jamas en las drogas, espero no caer, y espera jamas ser tan estúpido como para no darme cuenta del dolor que inflijo en gente, que yo veo de papel, pero que sufren y que tienen una vida mas lejos de la mía.

Anónimo dijo...

Los agujeros negros son invisibles. Si te acercas, caes en ellos sin remedio. Pero puedes salvarte, puedes evitar la caída e incluso se puede salir cuando estás dentro. Para evitar la caída, para salir, sólo hace falta tener cerca alguien que te quiera. Creo que lo dramático del asunto es, además del asesinato, además de lo terrorífico de pensar en unos adolescentes capces de eso, lo peor es imaginar la soledad en la que se encontraba esta mujer. ¿Qué amores hubo en su vida, qué amigas, qué amigos? Me parece acojonante la idea del abandono al que había sido condenada. Cesar, sé a ciencia cierta la calidad de alguno de tus amigos y creo que además eso lo valoras en su verdadera dimensión, el horror es vivir sin nadie con quien disfrutar, sufrir, discutir.

Velda Rae dijo...

¿Realmente podemos estar seguros de hasta donde podemos llegar como víctimas o como verdugos? A pesar de los cuestionados que han sidos por diferentes motivos, sobre todo el segundo de ellos, los experimentos de Milgram y de la cárcel de Stanford son una gran interrogante aún sin resolver sobre la naturaleza humana.

Arturo Villarrubia dijo...

Hubo un rasgo de esta historia que explica bastante bien como han llegado hasta este punto: el padre de uno de esos niños diciendo que "solo era una travesura".¿Que otras cosas ha tolerado ese hombre antes?

Anónimo dijo...

Exacto, Arturo: "sólo era una travesura..."

No creo que los chicos de ahora sean peor de los de mi generación, ni peores que los de la generación de nuestros padres y abuelos. Sólo que, en otra època, no había cámaras de seguridad y esos chicos hubiesen llegado a ser directores de banco o a vender hipotecas subprime sin problemas. Hubiesen sido "gente bien".

Mirad a vuestro alrededor, y pensadlo un momento. Resulta estremecedor, ¿verdad?

Anónimo dijo...

La línea de "normalidad" es muy fina, podemos caer hacia cualquiera de los lados casi sin darnos cuenta, aunque nos cueste mucho imaginarlo.

César dijo...

Big Brother, Severian, José Antonio del Valle, Velda Rae, No sacado de Internet: creo que no conocemos nuestros límites, que ignoramos hasta dónde podemos llegar, como víctimas y como verdugos. Dadas las circunstancias adecuadas (José Antonio mencionaba una guerra), podemos hacer cualquier cosa, desde la mayor heroicidad hasta la máxima vileza. Los seres humanos somos extraordinariamente adaptables; por eso hemos sobrevivido como especie.

Personalmente, creo que no existe circunstancia alguna que, sin estar seriamente alterada mi cordura, me lleve a quemar viva a una mujer por diversión. No obstante, si mi hijo hubiese sido el chico al que un matón de discoteca asesinó de una paliza el otro día en Madrid... en fin, creo que disfrutaría enormemente quemando vivo a ese abyecto asesino. Y no defiendo la venganza; sencillamente afirmo que, guiado por ella, yo podría cometer la barbarie de prenderle fuego a un ser humano y disfrutar con ello.

Samael: creo que el descenso a los infiernos destruye partes sustanciales de nuestra naturaleza. Por eso no hay vuelta atrás.

Manuel: el mérito de esa descripción no es mío, amigo mío; me limito a reproducir lo que mostraban esas horribles imágenes. En este caso, la cámara fija de seguridad se ha comportado como un gran director de cine de terror.

Boeder Escalier: espero que se cumplan tus propósitos. Seguro que sí.

Arturo y Suevo: sí, ese comentario del padre define bien la situación. Yo no creo que las nuevas generaciones sean peores que las anteriores. Pero sí creo que hay un problema: los niños actuales crecen sin la presencia de sus padres, son semi-huérfanos, y los padres actuales eluden los problemas y su responsabilidad volcándose en una tolerancia que, como en este caso, puede generar monstruos. A quien se lo han permitido todo le resulta muy difícil entender el concepto de "límite".

S_Marc dijo...

Así está el tema, ¿qué le pasa a esta sociedad? Porteros de discoteca que matan a golpes a jovenes de 18 años, niñatos que queman vivos a indigentes, abuelos que abusan de sus propios nietos... Cada vez entiendo menos a la gente y cada vez creo que hay menos gente "normal"