
Siempre he sido un gran lector, aunque no un lector muy selecto que digamos, al menos en mi primera juventud. Hasta los once o doce años, lo que leía fundamentalmente eran tebeos. Toneladas de tebeos, desde el Tío Vivo o el Pulgarcito hasta Superman, Flash Gordon o El Hombre Enmascarado. También leía lo que había para niños en aquella época, que no era mucho: algo de Enid Blyton y, sobre todo, Las aventuras de Guillermo, de Richmal Crompton. Y no me duelen prendas en confesar que eso último, las excelentes historias de Guillermo Brown, quizá sea la lectura que más me ha marcado en mi vida. El caso es que, cuando contaba unas doce tiernas primaveras, descubrí la ciencia ficción y me lancé a consumirla con pantagruélico apetito; de hecho, creo que durante tres o cuatro años era casi lo único que leía. Luego, convertido ya en un pizpireto pos-adolescente, comencé a ampliar mi espectro de lecturas, pero nunca abandoné del todo la ciencia ficción. Hasta que, allá por los 80-90, el género tomó un rumbo que no me convencía y dejé prácticamente de leer cf.
Pero todavía hoy, de vez en cuando, mi naturaleza omnívora me demanda leer un libro de cf, y no os creáis que es fácil encontrar uno decente en estos tiempos. De hecho, desde hacía unos meses andaba yo querencioso de una novela de cf clásica, de las de toda la vida; no hacía falta que fuese especialmente buena, me bastaba con una lectura intranscendente, pero que respetase mi inteligencia y mi buen gusto de patán. Y de repente, zas, me encuentro con Visión ciega, de Peter Watts (Bibliópolis, 2009). El argumento va de lo siguiente: “El 13 de febrero de 2082, más de 65.000 sondas de origen desconocido aparecieron alrededor de la Tierra, dispuestas en una red esférica para cubrir toda la superficie del planeta. Con un destello simultáneo, se desintegraron en la atmósfera... y enviaron una señal al espacio. Alguien acababa de hacernos una foto”. Vamos, que se trata de una novela de primer contacto.
Adoro esa clase de historias. De hecho, creo que el encuentro entre la humanidad y una inteligencia extraterrestre es, en todas sus variedades (primer contacto, mensaje espacial, invasión...), uno de los temas centrales del género. Y esa es una de las cosas buenas de los géneros: leer cómo diferente autores proponen distintas alternativas para el mismo tema. Además, estamos hablando de un asunto que ha generado títulos tan estimulantes como Cita con Rama, de Clarke, Estación de tránsito, de Simak, Marciano vete a casa, de Brown, o Solaris, de Lem, eso por no mencionar las múltiples invasiones extraterrestres que han asolado la Tierra desde los tiempos del viejo Wells. El caso es que Visión ciega había sido finalista al premio Hugo y venía precedida de buenas críticas, de modo que me la agencié y me dispuse a disfrutar de un tonificante relato de primer contacto.
Lo primero que descubrí nada más empezar es que me costaba un huevo (y no precisamente frito) entender lo que leía. Sea porque el autor escribe de forma confusa, o porque el traductor no ha hecho bien su trabajo, el caso es que me resultaba difícil comprender el texto, en particular las descripciones. Algunos párrafos los releía dos o tres veces y seguía sin tener ni puñetera idea de qué narices pretendía decirme el señor Watts. Pero a lo mejor es que yo me había vuelto tonto, pensé, así que seguí adelante ajeno al desaliento.
Bien, según la novela, un artefacto extraterrestre, llamado Rorschach, aparece en algún lugar del espacio (de cuya localización no acabé de enterarme) y los terrestres mandan una nave espacial para investigarlo. Hasta ahí, normal. Pero la tripulación de la nave está formada por un grupo de humanos transformados por biotecnología para ejecutar mejor ciertas tareas: al narrador le falta medio cerebro y es incapaz de empatizar, una tripulante tiene personalidad múltiple, otro está conectado a la maquinaria de no sé que manera y... ah, sí, el jefe del cotarro es un vampiro. Sí, no me miréis así, un vampiro, aunque todavía me pregunto qué coño pinta un nosferatu en ese turbio asunto. El caso es que todo eso ya no me parece tan normal. Paraos a pensarlo: va a producirse el primer contacto con extraterrestres ¿y la humanidad envía como emisarios a un grupo de frikis que no desentonarían lo más mínimo en un barracón de feria? Sería algo así como nombrar embajador de España en la ONU a Rappel.
Pero olvidémonos de la lógica. La cuestión es que resulta imposible simpatizar (ni empatizar) con ninguno de los extraños personajes de la novela, comenzando por el narrador, un tipo medio autista que, supuestamente, está entrenado para captar la verdad de la gente, pero que se pasa media novela sin enterarse de nada. El autor intenta infructuosamente prestarle cierta humanidad mediante una serie de flash backs que narran un amor frustrado, pero lo cierto es que esa historia carece por completo de interés. Así que tenemos un texto confuso poblado de personajes vacíos; vale, pero al menos sucederán cosas asombrosas, ¿no?
Pues no mucho. Algunos tripulantes aterrizan en la superficie de Rorschach, un lugar, como es lógico, muy raro que, como el autor es confuso en las descripciones, acaba resultando más raro aún. Y a los personajes les suceden cosas raras. Y aparecen unos ET’s muy raritos. Y de vez en cuando alguno de los tripulantes se enrolla marcándose un soliloquio lleno de “ideas sorprendentes” y excitantes disquisiciones científicas. Y al final la novela acaba... en fin, no estoy muy seguro de saber cómo acaba la puñetera novela. En resumen: fui al restaurante de la ciencia ficción y me sirvieron unos huevos requemados, con la clara sin cuajar, la yema dura y un chorizo de tercera.
Ahora bien, ¿vale la pena dedicar un post a una mala novela? A fin de cuentas, malas novelas las hay a paletadas... Sí, es cierto, y por lo usual no perdería el tiempo hablando de esta clase de chorradas; pero es que se supone que Visión ciega es de lo mejorcito que ha producido el género en los últimos tiempos, lo cual me lleva a preguntarme: si esto es lo mejor, ¿cómo será lo peor?
