Ignoro cuál fue mi primer contacto con el mundo celta. Supongo que los cuentos tradicionales, muchos de los cuales provienen de ese folclore. O quizá fue Asterix, vete tú a saber. Cuando tenía trece años viajé durante un verano con mi familia por Galicia (que allá por mediados de los 60 parecía el fin del mundo, un Finisterre de lo más convincente); una noche dormimos en una casa de huéspedes de no sé que pueblo y su dueña nos estuvo contando historias de la santa compaña, de aparecidos y de meigas, aunque por aquel entonces yo ignoraba que las raíces de todo aquello eran celtas. Más tarde cayó en mis manos un disco de Gwendal, el grupo bretón, y empecé a aficionarme a esa clase de música; inclinación que se consolidó cuando hice la mili en La Coruña.
Tampoco tengo muy claro cuándo empezaron a interesarme los celtas. Supongo que fue conforme me aficionaba a la antropología, cuando me enteré de algo muy curioso: en Europa Occidental hubo dos “rodillos” históricos que acabaron con las culturas que había antes: el Imperio Romano y el cristianismo. En ambos casos fue como borrar una pizarra y volver a escribir sobre ella. Pero no ocurrió así en todas partes. Las tribus germánicas y nórdicas se libraron de los romanos, aunque no del cristianismo, lo cual les permitió conservar sus raíces culturales durante más tiempo. E igual ocurrió con los restos de la cultura celta que resistieron a la colonización romana: Irlanda, Escocia, Gales, Cornualles, varias islas atlánticas y, por extensión (y migración) Bretaña. En este caso, además, la iglesia cristiana celta, por su aislamiento, fue durante muchos años a su bola, con escasa dependencia del papado. Por eso conocemos tanto acerca de la cultura y folclore celta. Y como todo ese conjunto de tradiciones es anterior al Imperio Romano, suponen una línea directa a la Edad del Hierro, la del Bronce y, en última instancia, al Neolítico. Eso es lo que más me interesa de los celtas: lo que su cultura revela acerca del pasado remoto.
Ahora bien, aparte de los conocimientos históricos y antropológicos, ¿qué queda hoy del mundo celta? Poca cosa; prácticamente nada. Los celtas eran una cultura eminentemente rural y, tras las invasiones romanas y germánicas, sus tradiciones permanecieron en el medio rural. Conforme el campo fue deshabitándose y las ciudades creciendo, los restos de la cultura celta se esfumaron poco a poco. En 1893, W. B. Yeats publicó El crepúsculo celta, un conjunto de historias y tradiciones de su tierra, Irlanda. El motivo de ese libro era preservar una literatura oral que se estaba perdiendo... y de eso hace más de un siglo.
Galicia cuenta con tradiciones y folclore celta, pero fue romanizada y su lengua proviene del latín, así que es una especie de hermana bastarda de los países celtas. En Cornualles no queda rastro de celtismo, igual que en Gales. Bretaña, por el contrario, es de lo más celta, aunque creo que es una cuestión sobre todo nacionalista. No conozco Irlanda ni las islas. Pues bien, no sé por qué, pero me imaginaba que Escocia sería la repanocha de celta. Y no es así.
Lo cual no quiere decir que me haya decepcionado, ni mucho menos: Escocia es uno de los países más bellos que he visitado. Estuvimos primero en Aberdeen, al norte, en la costa este. Es una zona muy bonita que recuerda a Galicia, sólo que con más campos de cereales (cebada y malta, supongo; pa’l güisqui). Luego nos fuimos a Inverness, que es una ciudad preciosa cruzada por el Ness, río que acaba desembocando, catorce millas al sur, en, premio, Loch Ness. Es sorprendente el poder de las leyendas; sé perfectamente que no hay ningún monstruo en ese lago, sé que todo es puro sensacionalismo, pero a pesar de eso, cuando contemplaba las tranquilas y oscuras aguas del lago, una vocecita muy débil musitaba en mi mente un tímido “¿y sí...?”.
Inverness está en el corazón de las Highlands. Y seguro que ese nombre, Highlands, os evoca a Rob Roy y a Braveheart, a clanes con faldas de cuadros y a gaiteros montaraces. A mí, desde luego, sí. Las Highlands son, sencillamente, deslumbrantes. Se trata de una región montañosa, pero no demasiado alta; la cumbre más elevada apenas sobrepasa los 1.300 metros. Sin embargo, se dan una serie de curiosas circunstancias. Las Highlands son muy boscosas, pero, por alguna razón que desconozco, a partir de los seiscientos o setecientos metros de altura no crece ni un árbol, ni un arbusto decente, prácticamente nada. Son los famosos páramos escoceses, amplías y totalmente deshabitadas extensiones de terreno cubierto de hierba y, sobre todo, de unos arbustillos bajos y rastreros, de un verde muy oscuro, que dan al paisaje un tono negruzco y plomizo. Son lugares de lo más siniestro, os lo juro, y no me extrañaría nada que estuvieran llenos de hombres lobo; sin embargo, poseen una extraña y tétrica belleza.
Es curiosa esa mezcla de bosque exuberante lleno de ríos y lagos, y en cuanto subes un poco, zas, un sombrío páramo sobre el que no te sorprendería que apareciese el rótulo de la Hammer. Y, además, hace un frío que te pelas; era agosto y la temperatura no sobrepasaba los once o doce grados...
De Inverness nos trasladamos a Oban, en la costa oeste, frente a las Hébridas Interiores. El trayecto de un lugar a otro discurre a lo largo del Great Glen. Se trata de una serie de valles que siguen, durante más de cien kilómetros, una falla de fractura en sentido NE-SO, desde el fiordo de Moray hasta Fort William. En cada valle hay un lago (entre otros Loch Ness) y todos están unidos por el canal de Caledonia. Se trata de una sucesión de paisajes tan increíblemente bellos que te roban el aliento. Imprescindible: ni se os ocurra moriros sin verlo. En fin, la costa oeste es una pasada, llena de fiordos e islas de todo tamaño. Y, por supuesto, castillos en abundancia. Pero no voy a aburriros con los detalles del viaje... Aunque, bien pensado, podría colgar aquí las fotografías que he hecho; a fin de cuentas, sólo son unas seiscientas... Nooooo, es broooooma.
De Oban nos dirigimos a Edimburgo, que es una ciudad bellísima; me sorprendió, no esperaba algo así. Además, en agosto se celebran allí un montón de festivales -más de veinte y, entre ellos, el famoso Fringe- y hay mucho ambiente por las calles. (Nota para los merodeadores más junior: no dejéis de ir a Edimburgo en agosto; no sólo se respira cultura viva por todas partes, sino que además la ciudad está llena de jóvenes y jóvenas llegados de todo el mundo y, a juzgar por su aspecto, con el sistema endocrino en impecable estado). Por cierto, nada más llegar a la capital de Escocia me asaltó una intensa sensación verniana; tardé en caer en la cuenta, pero finalmente recordé que el profesor Lidembrock, protagonista de Viaje al centro de la Tierra, vivía precisamente en Edimburgo.
Volviendo al celtismo de Escocia, conviene señalar que todo el Norte, y en particular las Highlands, está muy, pero que muy poco habitado. Eso tiene una causa histórica. A finales del siglo XVII, el rey Jacobo VII fue destronado por Guillermo de Orange. Los jacobitas, entre los que se contaban los highlanders, protagonizaron varias insurrecciones, hasta que en 1746 fueron definitivamente vencidos en la batalla de Culloden (por cierto, nuestro primer hotel, Culloden House, está emplazado en el escenario de esa batalla). A partir de la derrota, los highlanders sufrieron una salvaje persecución. Los clanes fueron disueltos y sus jefes ajusticiados, las tierras fueron confiscadas y, finalmente, los nuevos propietarios quemaron las granjas, para dedicar el terreno a pastos, expulsando a los habitantes de sus propiedades. Hasta tal punto llegó la represión que estaba penado con la muerte vestir kilt o tocar la gaita. Dado lo sombrío del panorama, los highlanders emigraron en masa, sobre todo a Estados Unidos, Australia y Canadá (¿por eso los rudos leñadores canadienses llevan camisas a cuadros?). Y el norte de Escocia se quedó prácticamente vacío. Más tarde, en el siglo XIX, la corriente romántica propició un movimiento de recuperación de las tradiciones y folclore de las Highlands; el único problema era que apenas quedaban highlanders, pero el problema se resolvió echándole imaginación al asunto. Por ejemplo, todos sabemos que cada clan escocés tenía desde siempre un color y diseño del tartán diferente que los identificaba, ¿no? Pues es falso. Los diferentes tartanes correspondían a diferentes regiones, no a diferentes clanes; pero a los románticos del XIX les pareció mucho más molón que cada clan tuviera su tartán, así que ahora prácticamente cada apellido escocés cuenta con su propio diseño de tela a cuadros. Pero esa tradición no es auténtica.
Lo mismo sucede con los “juegos deportivos” de las Highlands (lanzar troncos, levantar piedras, etc.), que no son más que un espectáculo para atraer turistas. Y con la música, y con las ceremonias, y con la mayor parte de las tradiciones. Todo es una reconstrucción, la imagen de una postal romántica. ¿Vi tíos con kilt en Escocia? Por supuesto: los botones de los hoteles, los gaiteros de las bandas o los asistentes a una boda que hubo en uno de los hoteles (con kilts alquilados, por supuesto). Pero en la mayor parte de Escocia ni siquiera se habla gaélico; de hecho, ese idioma cuenta con menos de 70.000 hablantes. En realidad, las raíces celtas se limitan a la población de las islas Hébridas. Mientras recorríamos el norte del país, me fijé en que en los cementerios del noreste apenas se veían cruces celtas; sin embargo, en la costa oeste, cerca de las islas, había muchísimas.
La verdad es que resulta un poco triste. La cultura celta, que ocupaba la mayor parte de Europa occidental y la casi totalidad de la Península Ibérica, fue tan completamente barrida que los únicos vestigios que quedan de ella están, con la excepción de Irlanda, en pequeñas islas y en remotas franjas de la costa atlántica. Eso no es un crepúsculo, sino noche cerrada.
Pero da igual, he disfrutado muchísimo de nuestro periplo por Escocia. Y, por si todavía no os he dado suficiente envidia, añadiré que tres de los cuatro hoteles en los que estuvimos eran castillos escoceses. Podéis ver dos de ellos en las fotos. Y como sin duda os preguntaréis si en esos castillos había algún fantasma, la respuesta es: a partir del momento en que me hospedé yo, sí.
Y ya para acabar, fijaos en la foto que preside esta entrada. Es un lago escocés llamado Loch Lomond. ¿Os suena de algo? ¡Por las barbas del profeta, hay que ser un bebe-sin-sed, un flebotoma y un bachi-buzuc para no darse cuenta! ¡Loch Lomond es la marca de whisky favorita del capitán Haddock! La verdad, me sentí tan embargado por el mito y la leyenda cuando visité ese lago tan hergiano como cuando estuve en Loch Ness.
Besos y abrazos de reencuentro para todos.
Tampoco tengo muy claro cuándo empezaron a interesarme los celtas. Supongo que fue conforme me aficionaba a la antropología, cuando me enteré de algo muy curioso: en Europa Occidental hubo dos “rodillos” históricos que acabaron con las culturas que había antes: el Imperio Romano y el cristianismo. En ambos casos fue como borrar una pizarra y volver a escribir sobre ella. Pero no ocurrió así en todas partes. Las tribus germánicas y nórdicas se libraron de los romanos, aunque no del cristianismo, lo cual les permitió conservar sus raíces culturales durante más tiempo. E igual ocurrió con los restos de la cultura celta que resistieron a la colonización romana: Irlanda, Escocia, Gales, Cornualles, varias islas atlánticas y, por extensión (y migración) Bretaña. En este caso, además, la iglesia cristiana celta, por su aislamiento, fue durante muchos años a su bola, con escasa dependencia del papado. Por eso conocemos tanto acerca de la cultura y folclore celta. Y como todo ese conjunto de tradiciones es anterior al Imperio Romano, suponen una línea directa a la Edad del Hierro, la del Bronce y, en última instancia, al Neolítico. Eso es lo que más me interesa de los celtas: lo que su cultura revela acerca del pasado remoto.
Ahora bien, aparte de los conocimientos históricos y antropológicos, ¿qué queda hoy del mundo celta? Poca cosa; prácticamente nada. Los celtas eran una cultura eminentemente rural y, tras las invasiones romanas y germánicas, sus tradiciones permanecieron en el medio rural. Conforme el campo fue deshabitándose y las ciudades creciendo, los restos de la cultura celta se esfumaron poco a poco. En 1893, W. B. Yeats publicó El crepúsculo celta, un conjunto de historias y tradiciones de su tierra, Irlanda. El motivo de ese libro era preservar una literatura oral que se estaba perdiendo... y de eso hace más de un siglo.
Galicia cuenta con tradiciones y folclore celta, pero fue romanizada y su lengua proviene del latín, así que es una especie de hermana bastarda de los países celtas. En Cornualles no queda rastro de celtismo, igual que en Gales. Bretaña, por el contrario, es de lo más celta, aunque creo que es una cuestión sobre todo nacionalista. No conozco Irlanda ni las islas. Pues bien, no sé por qué, pero me imaginaba que Escocia sería la repanocha de celta. Y no es así.
Lo cual no quiere decir que me haya decepcionado, ni mucho menos: Escocia es uno de los países más bellos que he visitado. Estuvimos primero en Aberdeen, al norte, en la costa este. Es una zona muy bonita que recuerda a Galicia, sólo que con más campos de cereales (cebada y malta, supongo; pa’l güisqui). Luego nos fuimos a Inverness, que es una ciudad preciosa cruzada por el Ness, río que acaba desembocando, catorce millas al sur, en, premio, Loch Ness. Es sorprendente el poder de las leyendas; sé perfectamente que no hay ningún monstruo en ese lago, sé que todo es puro sensacionalismo, pero a pesar de eso, cuando contemplaba las tranquilas y oscuras aguas del lago, una vocecita muy débil musitaba en mi mente un tímido “¿y sí...?”.
Inverness está en el corazón de las Highlands. Y seguro que ese nombre, Highlands, os evoca a Rob Roy y a Braveheart, a clanes con faldas de cuadros y a gaiteros montaraces. A mí, desde luego, sí. Las Highlands son, sencillamente, deslumbrantes. Se trata de una región montañosa, pero no demasiado alta; la cumbre más elevada apenas sobrepasa los 1.300 metros. Sin embargo, se dan una serie de curiosas circunstancias. Las Highlands son muy boscosas, pero, por alguna razón que desconozco, a partir de los seiscientos o setecientos metros de altura no crece ni un árbol, ni un arbusto decente, prácticamente nada. Son los famosos páramos escoceses, amplías y totalmente deshabitadas extensiones de terreno cubierto de hierba y, sobre todo, de unos arbustillos bajos y rastreros, de un verde muy oscuro, que dan al paisaje un tono negruzco y plomizo. Son lugares de lo más siniestro, os lo juro, y no me extrañaría nada que estuvieran llenos de hombres lobo; sin embargo, poseen una extraña y tétrica belleza.
Es curiosa esa mezcla de bosque exuberante lleno de ríos y lagos, y en cuanto subes un poco, zas, un sombrío páramo sobre el que no te sorprendería que apareciese el rótulo de la Hammer. Y, además, hace un frío que te pelas; era agosto y la temperatura no sobrepasaba los once o doce grados...
De Inverness nos trasladamos a Oban, en la costa oeste, frente a las Hébridas Interiores. El trayecto de un lugar a otro discurre a lo largo del Great Glen. Se trata de una serie de valles que siguen, durante más de cien kilómetros, una falla de fractura en sentido NE-SO, desde el fiordo de Moray hasta Fort William. En cada valle hay un lago (entre otros Loch Ness) y todos están unidos por el canal de Caledonia. Se trata de una sucesión de paisajes tan increíblemente bellos que te roban el aliento. Imprescindible: ni se os ocurra moriros sin verlo. En fin, la costa oeste es una pasada, llena de fiordos e islas de todo tamaño. Y, por supuesto, castillos en abundancia. Pero no voy a aburriros con los detalles del viaje... Aunque, bien pensado, podría colgar aquí las fotografías que he hecho; a fin de cuentas, sólo son unas seiscientas... Nooooo, es broooooma.
De Oban nos dirigimos a Edimburgo, que es una ciudad bellísima; me sorprendió, no esperaba algo así. Además, en agosto se celebran allí un montón de festivales -más de veinte y, entre ellos, el famoso Fringe- y hay mucho ambiente por las calles. (Nota para los merodeadores más junior: no dejéis de ir a Edimburgo en agosto; no sólo se respira cultura viva por todas partes, sino que además la ciudad está llena de jóvenes y jóvenas llegados de todo el mundo y, a juzgar por su aspecto, con el sistema endocrino en impecable estado). Por cierto, nada más llegar a la capital de Escocia me asaltó una intensa sensación verniana; tardé en caer en la cuenta, pero finalmente recordé que el profesor Lidembrock, protagonista de Viaje al centro de la Tierra, vivía precisamente en Edimburgo.
Volviendo al celtismo de Escocia, conviene señalar que todo el Norte, y en particular las Highlands, está muy, pero que muy poco habitado. Eso tiene una causa histórica. A finales del siglo XVII, el rey Jacobo VII fue destronado por Guillermo de Orange. Los jacobitas, entre los que se contaban los highlanders, protagonizaron varias insurrecciones, hasta que en 1746 fueron definitivamente vencidos en la batalla de Culloden (por cierto, nuestro primer hotel, Culloden House, está emplazado en el escenario de esa batalla). A partir de la derrota, los highlanders sufrieron una salvaje persecución. Los clanes fueron disueltos y sus jefes ajusticiados, las tierras fueron confiscadas y, finalmente, los nuevos propietarios quemaron las granjas, para dedicar el terreno a pastos, expulsando a los habitantes de sus propiedades. Hasta tal punto llegó la represión que estaba penado con la muerte vestir kilt o tocar la gaita. Dado lo sombrío del panorama, los highlanders emigraron en masa, sobre todo a Estados Unidos, Australia y Canadá (¿por eso los rudos leñadores canadienses llevan camisas a cuadros?). Y el norte de Escocia se quedó prácticamente vacío. Más tarde, en el siglo XIX, la corriente romántica propició un movimiento de recuperación de las tradiciones y folclore de las Highlands; el único problema era que apenas quedaban highlanders, pero el problema se resolvió echándole imaginación al asunto. Por ejemplo, todos sabemos que cada clan escocés tenía desde siempre un color y diseño del tartán diferente que los identificaba, ¿no? Pues es falso. Los diferentes tartanes correspondían a diferentes regiones, no a diferentes clanes; pero a los románticos del XIX les pareció mucho más molón que cada clan tuviera su tartán, así que ahora prácticamente cada apellido escocés cuenta con su propio diseño de tela a cuadros. Pero esa tradición no es auténtica.
Lo mismo sucede con los “juegos deportivos” de las Highlands (lanzar troncos, levantar piedras, etc.), que no son más que un espectáculo para atraer turistas. Y con la música, y con las ceremonias, y con la mayor parte de las tradiciones. Todo es una reconstrucción, la imagen de una postal romántica. ¿Vi tíos con kilt en Escocia? Por supuesto: los botones de los hoteles, los gaiteros de las bandas o los asistentes a una boda que hubo en uno de los hoteles (con kilts alquilados, por supuesto). Pero en la mayor parte de Escocia ni siquiera se habla gaélico; de hecho, ese idioma cuenta con menos de 70.000 hablantes. En realidad, las raíces celtas se limitan a la población de las islas Hébridas. Mientras recorríamos el norte del país, me fijé en que en los cementerios del noreste apenas se veían cruces celtas; sin embargo, en la costa oeste, cerca de las islas, había muchísimas.
La verdad es que resulta un poco triste. La cultura celta, que ocupaba la mayor parte de Europa occidental y la casi totalidad de la Península Ibérica, fue tan completamente barrida que los únicos vestigios que quedan de ella están, con la excepción de Irlanda, en pequeñas islas y en remotas franjas de la costa atlántica. Eso no es un crepúsculo, sino noche cerrada.
Pero da igual, he disfrutado muchísimo de nuestro periplo por Escocia. Y, por si todavía no os he dado suficiente envidia, añadiré que tres de los cuatro hoteles en los que estuvimos eran castillos escoceses. Podéis ver dos de ellos en las fotos. Y como sin duda os preguntaréis si en esos castillos había algún fantasma, la respuesta es: a partir del momento en que me hospedé yo, sí.
Y ya para acabar, fijaos en la foto que preside esta entrada. Es un lago escocés llamado Loch Lomond. ¿Os suena de algo? ¡Por las barbas del profeta, hay que ser un bebe-sin-sed, un flebotoma y un bachi-buzuc para no darse cuenta! ¡Loch Lomond es la marca de whisky favorita del capitán Haddock! La verdad, me sentí tan embargado por el mito y la leyenda cuando visité ese lago tan hergiano como cuando estuve en Loch Ness.
Besos y abrazos de reencuentro para todos.
12 comentarios:
Hola, César, yo he estado este verano en Irlanda, concretamente en Connemara, en la costa oeste, y te puedo decir que allí sí se habla gaélico, sobre todo en los pequeños pueblos como en el que me alojé, y todo, desde los cercados de piedras hasta el olor de las algas en las playas y las inmensas extensiones de hierba y roca, todo tenía un inconfundible sabor celta. O eso me pareció a mí.
Un abrazo.
(Hace mucho tiempo que leo este blog, desde dos mil seis o dos mil siete, y siempre es un placer.)
Hace tiempo que te leo. Unas veces me gustas más y otras menos, pero vamos de eso se trata. Hoy me ha parecido curioso ver "Caledonia" que he descubierto este verano qué era (llámame ignorante si quieres) y cual ha sido mi sorpresa al leer tu entrada y ver que hemos compartido destino de vacaciones. Por si te hace gracia leer una visión muy distinta de esa maravillosa Escocia que coincido contigo en recomendar su visita antes de morir, te adjunto "mis" vivencias.
http://casiopea19-tjr.blogspot.com/2010/07/from-edinburgh-with-love.html
Entradas del 26/07 hasta el 15/08
Hola, le leo desde hace tiempo aunque he descubierto hace poco su blog y nunca he encontrado el momento de comentar. Primero quisiera felicitarle por su última novela, El juego de los herejes.
Como no sé donde preguntarle aprovecho para hacerlo aquí, llevo un blog de ciencia ficción y afines donde me gustaría publicar al menos un extracto o algunos párrafos de su relato "El Rebaño", uno de mis favoritos de la ciencia ficción española y que me recuerda a un autor que siempre me ha gustado muchísimo, Clifford D. Simak.
Como desconozco el tema de los derechos de autor por eso le pregunto. Espero poder ponerlo porque la verdad es que es genial (soy uno de esos lectores que rebuscan en librerías de viejo en busca de la ciencia ficción española). Muchísimas gracias.
Mi blog es:
http://escenarioabismo.wordpress.com/
Bienvenido,César,de nuevo a la rutina...Me alegro de que tus vacaciones hayan sido estupendas,aunque frías (En Santander decimos que "el cielo o el suelo").En cuanto a la "amenaza" de las fotos,creo que tanto a mí como a la mayoría de tus lectores no nos importaría nada que nos alegraras con alguna más,a mí me encanta ver fotos de vacaciones ajenas,debo de ser un poco rara...Bueno,que me has dejado con ganas de más.
Yo estuve casi todo el mes de julio en Londres,pero no pude hacer ningún viaje por el resto del país,por circunstancias varias,y por ello me das mucha envidia.Aunque Cantabria es también verde,fría (ya no tanto),húmeda y celta (un poco,al menos en la voluntad) no me importaría nada conocer Escocia...me lo apunto para futuros viajes.
Un saludo de Aurora Boreal
P.D.¿Alguna inspiración para nuevas historias ambientadas en esas tierras?
conforme con lo de enlazar con el Neolítico a través de los celtas. Las leyendas artúricas dicen que Merlín hizo Stonehege. Vale que será una explicación mítica anacrónica como los festivales que puedan hacerse. Pero ¿Y si es al revés? Si la leyenda de merlín viene de la época de Stonehege.
Er, con perdón,pero el profesor Lidembrock vivía en Hamburgo. Aunque bien vale un error si permite disfrutar más o sugiere nuevas ideas. Un relato de como buscamos el legado de Lidembrock por la ciudad.
¿Al final pudiste visitar The Elephant House?
A mí me impresionó mucho el Loch Ness porque nos pilló un día medio nublado medio soleado, y el cambio de colores en el agua era impresionante.
Una pasada tu viaje, gracias por compartirlo. =)
Jesús Miramón: En realidad, el único país de raíces inequivocamente celtas que queda es Irlanda. Para mí es, por muchos motivos, algo así como un mito, y si todavía no he ido ha sido porque me daba miedo decepcionarme. Pero, a tenor de lo que dices, lo visitaré en cuanto pueda. Gracias por tu comentario.
Laura T. Marcel: Me ha encantado leer tus escritos sobre Escocia. Hablas de muchos lugares donde también estuvimos Pepa (mi mujer) y yo. De hecho, en una de tus fotos aparece un artista callejero (el que se sube a la barra) a quien también vimos en Edimburgo.
Qué envidia que fueras a Skye; nosotros no pudimos. En su lugar fuimos a Mull. También me hubiera encantado visitar Lewis y Las Orcadas, pero quince días no dan para tanto. En cualquier caso, coincidimos en que Escocia es una maravilla.
Escenarioabismo: Por supuesto, puedes reproducir cuantos párrafos quieras de "El rebaño". Es curioso: todo el mundo piensa que ese relato está influido por Simak, pero en realidad la influencia es de Bradbury. En cualquier caso, coincido contigo: Simak es uno de mis autores de cf favoritos. Pero tutéame, coño :)
Aurora Boreal: Aunque nací en Barcelona (el Mediterráneo) y me crié en Madrid (la meseta), siempre me he sentido un hombre del norte. Y no solo por mi aspecto vikingo (vikingo baqueteado por la vida, pero vikingo a fin de cuentas), sino porque de pequeño veraneaba en Santander, y Cantabria es para mí un lugar mágico. Vamos, que me gusta más el norte y el oeste que el sur y el este. Escocia y Cantabria son fríos, celtas, verdes, húmedos y hermosos, pero la verdad es que no se parecen demasiado.
¿Inspiración? Cuando viajo se me ocurren mil ideas relacionada con los sitios que visito. El año pasado viajé por el sur de Inglaterra y un capítulo de mi nueva novela (aún en proceso de escritura) sucede en uno de los lugares que visité. Así que seguro que Escocia aparecerá en alguna de mis futuras historias.
Corsariohierro: No sabes hasta qué punto tienes razón acerca de Merlín. Es muy posible que su leyenda, incluso el nombre (que en realidad era Merddin), procedan de tradiciones pre-celtas.
Por otro lado, qué poco puedes fiarte de la memoria y de Internet. Recordaba que Lidenbrock era de Edimburgo, pero no estaba seguro, así que puse en Google "Lidenbrock+Edimburgo" y me salieron varias páginas donde se cometía mi mismo error: es decir, atribuir a Edimburgo la procedencia del profesor.
Pero tiene usted toda la razón del mundo: Lidenbrock es en realidad de Hamburgo. Una colleja para mí por burro y por fiarme de la Red. Aun así, que me quiten lo bailao.
Gracias por corregirme.
Artemisa Valverde: Ay, no, al final no pudimos ir "The Elephant House". Había demasiadas cosas que ver. Otra vez será. Y sí, Loch Ness es impresionante; sobre todo, diría yo, cuando está nublado (es decir, casi siempre).
Seguro que Irlanda no te decepcionará, César, también para mí era -es- un mito (cinematográfico, literario, musical) casi desde la infancia y he vuelto maravillado. Aquí te dejo mi diario del viaje: Días de Connemara, tal vez te anime más a visitarla. Yo me apunto Escocia para el futuro.
El problema de Irlanda (o al menos tal fue mi impresión cuando pasé por allí) es que todo resulta tan deliberadamente celta que las cejas de uno acaban por fruncirse en un gesto de sospecha. Por lo demás, la gente y los paisajes son excelentes, sí.
El problema de Irlanda (o al menos tal fue mi impresion cuando pasé por allí) es que todo resulta tan deliberadamente celta que la ceja de uno acaba por fruncirse en un gesto de sospecha. Por lo demás, la gente y los paisajes son excelentes, sí.
¡Muchas gracias! Acabo de colgar el comentario sobre el relato. La verdad es que me ha hecho mucha ilusión poder poner los fragmentos. El encuentro entre el mestizo de San Bernardo y Brezo es impresionante (o la lucha con Trueno), uno de los fragmentos es relativo a esa escena. Pero no desvelo nada del final, ni nada importante. Un saludo y gracias de nuevo :)
Hola César: acabo de volver yo también de Escocia y coincido en tus impresiones. Me ha encantado leerte. Un saludo.
Publicar un comentario