martes, noviembre 22

Harto de chorradas


Hace poco, una merodeadora de Babel dejó en el blog la siguiente afirmación: “Aquí no se trata de que los ricos se han quedado con lo que es de los pobres. Esta crisis trata de que los pobres se han endeudado para poder vivir como ricos. Y eso en economía hace !crack!”. No es la primera vez que oigo decir cosas semejantes, y no precisamente a orondos oligarcas, sino a personas normales, de clase media, como tú y yo. “Es que la gente ha vivido por encima de sus posibilidades y, claro, pasa lo que pasa”, dicen. Genial; resulta que quienes están padeciendo la crisis, quienes más la sufren, son en realidad los culpables. Ése es uno de los eslóganes favoritos de la derecha extrema, de los neo-con a la española (¿el manzanilla party?). El sistema, el sacrosanto mercado, jamás tiene la culpa de nada; es el populacho que no sabe cuál es su lugar quien estropea las cosas. Me sacan de quicio semejantes soplapolleces; me parecen insultantes, entre otras cosas para la inteligencia. Pero aún más me indigna que entre el propio “populacho” haya quien está tan absolutamente desnortado que no sólo se lo cree, sino que además lo repite.

Así que los pobres se han endeudado para poder vivir como ricos, ¿eh? Los pobres se han comprado yates, e islas privadas, y deportivos, y joyas, y palacetes en el lago de Como, y jets privados. Vaya, qué cucos los pobres. Y qué almas de la caridad aquellos que les han prestado dinero para costearse todos esos lujos...


Joder, estoy hasta los güevos de tanta gilipollez.


Perdón. Me ponen de mal humor estas cosas, lo reconozco; me cabrea que Goebbels tenga razón y una mentira repetida mil veces acabe siendo la verdad. Bien, contención. Intentaré exponer mis argumentos de forma jodidamente desapasionada (aunque dudo que los argumentos sirvan de algo para quienes se limitan a repetir consignas).


La deuda pública española actual equivale a un 71 % del PIB. Es decir, unos veinte puntos menos que la media europea. Así que el problema económico de nuestro país no es la deuda pública.


La deuda privada, por el contrario, es el 292 % del PIB. Esto se desglosa de la siguiente manera: la deuda corporativa (de las empresas) asciende al 134 % del PIB; la financiera al 76 % y la familiar al 82 %. Ahí está el auténtico problema de nuestra economía, en la deuda privada; y no tanto por su tamaño en números brutos, sino por el hecho de que supera con mucho el volumen del ahorro del país y, por tanto, es una deuda contraída con capitales extranjeros. Pero eso no viene ahora al caso y, además, para explicarlo haría falta alguien con más conocimientos que yo, que me limito a la cuenta de la vieja.


Sigamos a lo nuestro. Los pobres se han endeudado para poder vivir como ricos y eso ha jodido la economía, ¿no? Veamos. Está claro que ni empresarios ni financieros pueden enclavarse en la categoría de “pobres”, así que lo único que queda es la deuda familiar de los cojones (tengo que dejar de escribir palabrotas). Esa deuda supone, más o menos, la quinta parte de la deuda total del país.


¿En qué consiste esa deuda, en qué se entrampaban las familias (los pobres) españolas? Los números son claros: casi el 80 % del endeudamiento familiar es hipotecario. El restante 20 % está destinado, supongo, a adquirir yates, islas, deportivos, joyas y jets privados.


Una quinta parte de esas hipotecas corresponde a la adquisición de segundas viviendas; algo que, con la manga muy ancha, podría entenderse como “querer vivir como ricos”, aunque en su momento fue más bien inversión y ahorro. En cualquier caso, la inmensa mayor parte de la deuda de las familias estuvo y está motivada por la adquisición de la primera vivienda.


Entonces, ¿aspirar a tener una casa es querer vivir como ricos? ¿Eso es vivir por encima de las posibilidades?


¡Córcholis! (Estoy mejorando; el cuerpo me pedía escribir “¡hostias!”)


Aunque, claro, ¿por qué comprar una casa si se puede alquilar?


Eso le dije yo a mi mujer cuando, a mediados de los 90, tuvimos que desalojar el piso de renta antigua donde vivíamos. Y ella me contestó: vale, haz números. Averigüé los precios de alquiler, los comparé con los costes de hipoteca y, bingo, teniendo en cuenta las desgravaciones fiscales, resultaba mucho más rentable para nuestra economía familiar comprar que alquilar.


Veamos unos datos de antes de la crisis, datos del año 2001. En España, la oferta de alquiler cubría tan solo el 11,3 % de las necesidades residenciales (sólo una de cada diez familias tenía la opción de alquilar). Por otro lado, el precio medio del alquiler equivalía al 79,5 % de los ingresos medios mensuales de una familia. Una barbaridad. Es decir, que si querías tener tu propia casa, prácticamente la única opción era comprar. Aunque eso significara entraparte hasta las cejas y de por vida.


¡Ole, ole, eso sí que es vivir a lo grande!


Porque, si querías independizarte y formar una familia (¿eso sólo pueden hacerlo los ricos?), no quedaban más narices que comprar una vivienda; pero no era un regalo, ni mucho menos. Porque había una burbuja inmobiliaria. ¿En qué consiste eso?


Primero hace falta dinero barato. Creo recordar que en los años 80 los intereses hipotecarios rondaban el 18 %. Una década más tarde estaban en torno al 3 %. Pasta barata.


En segundo lugar, hace falta mucha demanda. Hay poco alquiler y la gente necesita casas, eso ya es un buen incentivo. Pero había más incentivos: dinero barato, como hemos visto, y desgravaciones fiscales. Y, además facilidades de pago: hipotecas a 30, 40, 50 años. ¡Incluso a 100! (acabo de leerlo en Internet).


En tercer lugar, hace falta que el precio de la vivienda suba constantemente. Y en España, durante los cinco primeros años de este siglo, el precio de la vivienda por metro cuadrado tuvo un incremento medio anual del 13’5 %, muy superior al aumento del poder adquisitivo de las familias.


Pero ojo, en su momento, fue un negocio redondo para los bancos (y para los especuladores, si es que hay alguna diferencia entre unos y otros). La ecuación era sencilla: yo presto mucho dinero, a mucha gente, muy barato. Si me pagan la deuda, gano. Y si no me pagan, como el aval es una vivienda, un bien cuyo valor no deja de subir, gano también. Fantástico, genial. Hasta que el precio de la vivienda no sólo deja de subir, sino que comienza a bajar, y los endeudados no pueden pagar la deuda. Entonces se pincha la burbuja, sobreviene una crisis de cojones y los pobres-que-querían-vivir-como-ricos-por-pretender-tener-una-casa se van a la puta mierda. Bien merecido se lo tienen.


Durante ese proceso, el precio de la vivienda alcanzó niveles absurdos, desproporcionados, surrealistas. Por eso, los jóvenes españoles no podían, ni pueden, abandonar la casa paterna hasta bien pasados los treinta años. Por eso, aunque lo recomendable es no invertir más del 35 % de los ingresos en el coste de la vivienda, ha habido y hay mucha gente que destina el 75 % de su sueldo, o más, a pagar una hipoteca. Por eso, el ahorro descendió en nuestro país. Por eso, alguna gente, atraída por el dinero barato y el incremento constante de los bienes inmobiliarios, invirtió sus ahorros en casas que ahora valen mucho menos de lo que pagaron (o siguen pagando) por ellas.


Y con este panorama, ¿todavía hay alguien que tiene los santos cojones de afirmar, sin que se le caiga la cara de vergüenza, que los culpables de la crisis han sido los pobres que querían vivir como ricos? ¿De verdad el problema es que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades? ¿Quién leches ha vivido por encima de sus posibilidades? ¿Los que sólo pretendían tener algo tan básico, tan elemental, como una casa, un techo, un puto hogar? ¿Los jóvenes que aspiraban a abandonar el nido y vivir su propia vida, pero que ni sumando dos miserables sueldos lograban cuadrar cuentas? ¿Esos son los culpables?


¡Y una puta mierda pinchada en un palo! (Vale, soy un caso perdido)


¿Sabéis quiénes son los verdaderos culpables? Los ayuntamientos que obtenían cuantiosos beneficios mediante comisiones ilegales por recalificar terrenos (una parte pal municipio, otra parte pal partido y lo que sobre pa mí). Los directivos bancarios que se forraron a base de repartir hipotecas a todo dios y de cualquier forma (sus generosos bonos dependían de ello). Los financieros que llenaron de basura oculta (hipotecas incobrables) la economía mundial. Los economistas que fueron incapaces de prever lo que iba a pasar. Los políticos corruptos o, sencillamente, ineptos. Los sucesivos gobiernos, tanto del PP como del PSOE, que no quisieron acabar con la burbuja inmobiliaria (creaba un simulacro de prosperidad, ¿no?) ni supieron reconvertir la economía española en algo más que puto ladrillo.


Esos son los culpables. No pobres queriendo ser ricos, sino avariciosos ricos queriendo ser aún más ricos. Y lográndolo, por cierto. Mientras que quien paga el pato de la crisis son las clases medias y bajas, ellos, los verdaderos culpables se dedican a... Voy a daros un dato: la venta de coches en España ha caído un 24 % durante el último año. ¿De todos los coches? No; los modelos de alta gama, los automóviles de lujo, han experimentado un aumento de ventas ¡del 111,8 %! (dato extraído de CincoDías) Bueno, pues ya sabéis lo que hacen los responsables de la crisis: cambiar de coche.


Así que, por favor, que no nos vengan con gilipolleces. Y para aquellos que sólo piensan con eslóganes y consignas, un consejo: antes de poner la lengua en movimiento, poned el cerebro en funcionamiento.

MENSAJE POSTELECTORAL




“El demonio –padre de la mentira y víctima de su soberbia- intenta remedar al Señor hasta en el modo de hacer prosélitos. ¿Te has fijado?: lo mismo que Dios se vale de los hombres para salvar almas y llevarlas a la santidad, Satanás se sirve de otras personas, para entorpecer esa labor y aun para perderlas”.

José María Escrivá de Balaguer

viernes, noviembre 18

MENSAJE ELECTORAL



"Para que el mal triunfe basta con que las personas buenas no hagan nada".

Edmund Burke


miércoles, noviembre 16

La ciencia ficción y yo (IV)


En los 60 cometí el gran error de convertirme en coleccionista de libros de cf (queridos niños, nunca coleccionéis libros: ocupan espacio, pesan, acumulan polvo y, como es una colección, la mayor parte no los leeréis jamás). Todos los sábados, por la mañana, iba a la Cuesta de Moyano (una calle de Madrid, junto al Retiro, donde hay una feria permanente del libro usado) en busca de viejos títulos. La caseta número 3, la de Antonio, estaba especializada en cf, y allí descubrí algo que no me había planteado nunca: aparte de mi hermano y de mí, había en España otros pirados de la cf. Ése fue mi primer contacto, aunque indirecto, con el incipiente fandom español. Una aclaración para los neófitos: la cf quizá sea el género que cuenta con aficionados más activos. Se comunican entre sí, se reúnen, crean asociaciones, editan publicaciones de aficionados... no son muchos, pero sí muy participativos. Pues bien, a ese grupo de superaficionados a la cf se lo denomina fandom, que es la contracción de fanatic kingdom, reino de los fans.


¿Era yo un friki? Bueno, lo cierto es que por aquel entonces, y en España, no resultaba fácil serlo (ni siquiera existía el término); sobre todo en lo que a merchandising se refiere, por la sencilla razón de que no había. Pero, reconozcámoslo, un poco friki sí que era; digamos que protofriki. Un pirado de la cf y el fantástico en (casi) todas sus modalidades.


1968 fue un año especial. Hacía tiempo que se venía hablando de la próxima superproducción de Stanley Kubrick, 2001: Una odisea del espacio. El guionista del film era el famoso escritor de cf, Arthur C. Clarke (de quien yo había leído muchos cuentos y novelas), y todo lo que se decía de la película prometía maravillas (una anécdota: se comentaba como algo extraordinario que Kubrick, que vivía en Londres, y Clarke, que vivía en Sri Lanka, se comunicaban mediante ordenadores conectados por teléfono). Mi hermano José Carlos viajó a Londres ese año y vio la película (allí se había estrenado en mayo del 68). Volvió encantando y me trajo un lujoso programa de mano del film, que todavía conservo. Joder, qué envidia me daba el cabrón (mi hermano, no el programa). Finalmente, 2001: Una odisea del espacio se estrenó en España en octubre del 68, en el cine Albéniz de Madrid, con su maravillosa pantalla de Cinerama tan adecuada para los 70 gloriosos mm. del film.


Yo estaba castigado por sacar malas notas, pero un domingo mi padre me invitó a ver la película con él, en la sesión matinal. ¿Cómo describir la experiencia? Yo adoraba la cf en una época en la que los efectos especiales más avanzados eran los dibujitos naif que diseñó la Walt Disney Co. para Planeta Prohibido (1956), una película cuyo más deslumbrante efecto especial era la minifalda de Anne Francis. Y de pronto, ante mis ojos, veía naves surcando el espacio, tan reales como la vida misma, ingravidez, estaciones espaciales en construcción, la superficie de la Luna, inteligencia artificial, extraterrestres... Fue un sueño, una epifanía, un orgasmo de 160 minutos de duración. Volví a ver la película en el Albéniz otras seis veces.


Diez meses antes, en enero del 68, había tenido lugar un acontecimiento de especial relevancia para la cf hispana: la aparición del número 1 de la revista especializada en el género Nueva Dimensión. Esta publicación, creada por tres aficionados catalanes, Sebastián Martínez, Domingo Santos y Luis Vigil, fue un milagro en aquella España mugrienta y mediocre. Ya se había intentado con anterioridad lanzar revistas de cf (por ejemplo, Anticipación), pero ninguna había durado mucho. Nueva Dimensión (ND por abreviar) se extendió a lo largo de 148 números y se mantuvo quince años en el centro de la cf española.


ND publicaba relatos, tanto de cf clásica como de la nueva cf que comenzaba a escribirse por aquel entonces. Pero lo más importante eran sus famosas páginas verdes, una sección de opinión, información y ensayo que iba a ser lugar de cita ineludible para todos los aficionados hispanohablantes. Entre otras muchas cosas, ND unió (creó en realidad) el fandom español y propició las primeras hispacones, reuniones de aficionados de las que hablaré más adelante. Además, en sus páginas dieron los primeros pasos algunos de los principales autores españoles del género (y también del cómic, por cierto).


En algún momento de finales de los 60 descubrí a Ray Bradbury. Supongo que había leído antes algún que otro relato suyo, pero lo que me impactó fueron sus famosas Crónicas Marcianas. Bradbury era un francotirador que iba por libre y su forma de encarar el género, siempre profundamente humanística y alejada de la tecnología, era completamente distinta a la de cualquier otro autor. A partir de ese momento, devoré todo lo que encontraba de Bradbury; de hecho, como ya estaba haciendo mis primeros pinitos como escritor, comencé a copiarle descaradamente. Es más, uno de mis propios relatos de los que estoy más satisfecho, El rebaño, está inspirado en un cuento de Bradbury, Volverán las mansas lluvias. Bradbury me enseñó el secreto placer de la melancolía.


Pero resultaba que todos los libros de Bradbury estaban publicados por Ediciones Minotauro, una colección dedicada al fantástico en general y a la cf en particular, creada por Francisco Porrúa, el editor que publicó Cien años de soledad. El primer libro de la colección, editado en el 55, fue precisamente Crónicas marcianas, con prólogo de Borges. Minotauro publicaba poco, pero selecto; Porrúa escogía personalmente lo mejor de la cf mundial y acabó forjando la más brillante colección de cf en español y, probablemente, una de las mejores del mundo. Allí descubrí las novelas de Sturgeon (Mas que humano y Los cristales soñadores), a Cordwainer Smith, a Ballard y, muy en particular, a Alfred Bester, cuya pirotecnia narrativa me asombró y todavía me asombra. (Nota: lo que digo sobre Minotauro es válido hasta que Porrúa le vendió la editorial a Planeta; a partir de ese momento, las cosas fueron lamentablemente distintas).


Para entonces, yo ya tenía formado un criterio propio sobre el género. Me gustaba más la cf cercana al ser humano que la tecnológica (hard); me gustaba la cf que, quizá adentrándose en el futuro, hablaba de nuestro presente; me gustaba la cf que exploraba ideas originales y extrañas acerca de nosotros mismos. (...) Releo lo que acabo de escribir y compruebo que da la sensación de que sólo me gustaba la cf profunda, comprometida y sesuda, lo cual no es cierto. También me gustaba, y mucho, la cf que sólo es entretenimiento e imaginación. Pero bien narrada e inteligente. En realidad, lo que me gustaba era la cf más literaria.


Por esa época, creo que fue en 1970, descubrí a Jorge Luis Borges y el impacto fue brutal (pensaréis que me impactaban muchas cosas, y es cierto; supongo que era un jovencito impresionable). Leí Ficciones y El aleph y me quedé anonadado. ¡Más allá de la cf había maravillas deslumbrantes! Pero maravillas intelectuales, filosóficas, estéticas. Leí de seguido todo lo de Borges, y luego lo releí (y sigo releyéndolo), y más tarde comencé a leer libros sobre Borges, que son un género en sí mismos. Salté a Kafka, García Márquez y Cortázar, seguí con Wough, Golding y Hemingway, y también Stevenson, y Conan Doyle, y Buzzati, y Wilde, y Kipling... Mis gustos literarios se fueron ampliando progresivamente, aunque durante la siguiente década seguí siendo un gran aficionado a la cf.


Pero es que los 70 fueron, en cuanto a publicaciones del género, una edad de oro en España. Veréis, como dije en una entrada anterior, la cf alcanzó la madurez en los 50/60. A finales de los 60 y durante parte de los 70 surgió un movimiento de renovación del género, la new thing, que generaría grandes autores y grandes obras. Hablaré de eso en la siguiente entrada. El caso es que en los 70 se publicaba, además de la cf del momento, mucho material de las dos décadas anteriores. Todo un festín.


En mi opinión, esos treinta años, entre 1950 y 1980, fueron el periodo de máximo esplendor del género. Nadie podía imaginarse que pronto llegaría su rápido declive, y a mí ni se me pasaba entonces por la cabeza que acabaría escribiendo y publicando cf, y al mismo tiempo dejando de leerla. Y es que, como decía la mamá de Forrest Gump, la vida es una caja de bombones.

lunes, noviembre 7

La ciencia ficción y yo (III)


Ya he hablado de Fredric Brown en Babel (AQUÍ). Fue un escritor de novela policíaca y de cf, especializado en relatos cortos. Según palabras de José María Merino: “Los relatos breves de Fredric Brown están a la altura de la ficción literaria más interesante del siglo XX por la mirada irónica, la calidad de las invenciones y su intensidad expresiva”. Brown fue un maestro del ingenio, de la vuelta de tuerca, de los bruscos cambios de perspectiva. No tenía demasiado buen concepto de la humanidad y, en particular, de los fans de la cf; quizá por eso dos de sus mejores novelas, Marciano vete a casa y Universo de locos, son sátiras del género. De él aprendí al menos dos cosas. Que no hay situación, por dramática que sea, que no admita un punto de vista irónico. Y que en vez de héroes es mucho mejor tener por protagonistas a personas normales arrastradas a situaciones que les superan.


Clifford D. Simak es mi particular debilidad. No fue un gran escritor desde un punto de vista literario, pero sí un escritor sincero y honesto. Aunque escribía cf, un género relacionado con el futuro, sus mejoras obras hablan en realidad del pasado, de un tipo de vida, más sencilla e inocente, que ya había dejado de existir cuando se publicaron por primera vez, y de la que ahora no quedan ni rastros. Simak fue uno de los primeros representantes de lo que podríamos denominar “cf humanística”, y me enseñó que el género es mucho más rico e interesante cuando se aleja de las máquinas y se aproxima a los personajes. Escribió sus mejores obras en las décadas de los 50 y 60; luego, el mundo y la cf le pasaron por encima.


Robert Heinlein me encantaba cuando yo era niño; releía algunas de sus novelas una y otra vez, y aguardaba impaciente cualquier novedad surgida de su pluma. También he hablado de este autor en Babel (AQUÍ). Heinlein es un escritor controvertido a causa de su ideología. En USA le adoran, pero en España muchos le tildan de ultraderechista, cuando no directamente de fascista, mientras que otros intentan disculparle remitiéndose a las peculiaridades del pensamiento político yanqui. Como es lógico, todo eso me importaba un bledo cuando de niño le leía. Y en gran medida sigue importándome un bledo ahora.


Lo cierto es que Heinlein era un extraordinario narrador, en la mejor tradición literaria norteamericana que parte de Mark Twain. Además, ocurría algo curioso: aparte de su producción para adultos, Heinlein había escrito una decena de novelas juveniles. En España, muchas de esas novelas se publicaron en colecciones generales, sin advertir que estaban destinadas a lectores jóvenes. Y nadie se dio cuenta. Porque cuando Heinlein escribía literatura juvenil, lo que hacía era elegir un protagonista joven y luego desarrollar la novela exactamente igual que cuando escribía para adultos. De hecho, la que quizá sea su obra más conocida, Tropas del espacio, estaba destinada al público juvenil. Cuando los editores, con no poca sensatez, se negaron a publicar en sus colecciones juveniles una novela tan rabiosamente militarista, Heinlein la vendió a una publicación para adultos. Y nadie se dio cuenta.


Pues bien, cuando yo comencé a escribir literatura juvenil, seguí exactamente la misma estrategia que Heinlein: escribir para jóvenes igual que se escribe para adultos. ¿Casualidad? Lo dudo mucho. Por supuesto, yo no tenía a Heinlein en la cabeza cuando opté por ese camino, pero la huella que dejaron en mí sus novelas juveniles tuvo forzosamente que pesar en la decisión (aunque tampoco hay que descartar la influencia de Richmal Crompton y del propio Twain). No hace mucho que me he dado cuenta, pero reconozco que mi estilo a la hora de afrontar el género juvenil, aunque sea en temáticas distintas, se parece mucho al de Heinlein, así que estoy en deuda con él.


Bien, estos eran mis tres autores favoritos cuando yo tenía trece o catorce años. ¿Y Asimov? Muchos fans de la cf se aficionaron al género gracias a Asimov, pero no ocurrió así conmigo. Me gustó la trilogía inicial de las Fundaciones, El fin de la eternidad y Yo robot, pero el resto de sus novelas me parecían un pestiño, así que nunca estuvo entre mis favoritos. Por supuesto, me gustaban otros autores, como John Wyndham, Arthur Clarke o Theodore Sturgeon, pero quizá les había leído menos por aquel entonces y, en cualquier caso, no formaban parte de mis santa trinidad infantil.


Siendo un abducido por la cf, como yo era, no me nutría sólo de literatura, sino también de material audiovisual. No había demasiado cine de cf por aquellos tiempos (al menos buen cine), así que no tenía mucho donde elegir. Me encantaban El enigma de otro mundo, de Nyby/Hawks, y Planeta Prohibido, de Wilcox, y La invasión de los ladrones de cuerpos, de Siegel, y El increíble hombre menguante, de Arnold, y Ultimatum a la Tierra, de Wise. Y poco más, porque no había mucho más.


Curiosamente, creo que la TV me ofreció por aquel entonces más, y en ocasiones mejor, material de cf que el cine. Y también productos muy malos que, entonces, me encantaban. Por ejemplo, Viaje al fondo del mar; las aventuras de un submarino ultramoderno (el Seaview) que solía encontrarse con monstruos gigantes y/o alienígenas cabrones. Estaba producida por Irwin Allen, que también tenía otras series de cf que me chiflaban: El túnel del tiempo, Perdidos en el espacio y Tierra de gigantes. Todas eran malas, material de derribo, productos de reciclaje, pero coño, yo era un niño.


Otra de mis series favoritas era Los invasores. La Tierra sigilosamente invadida por malintencionados ETs que adoptaban nuestro aspecto, salvo por el hecho de no poder doblar el dedo meñique (como snobs bebedores de te). Huelga decir que en el colegio todos íbamos con el meñique tieso. Probablemente la serie era mediocre, y desde luego repetitiva, pero reflejaba a la perfección el espíritu paranoico de la cf escrita durante la Guerra Fría.


Y no puedo olvidarme de las “supermarionetas” de Gerry Anderson. Telefilms de cf protagonizados por marionetas cabezonas muy realistas. La primera que vi, y que casi nadie recuerda, era Supercar, las aventuras de un coche volador. Yo tenía nueve o diez años, así que era de mi etapa pre-cf. Luego vinieron Los guardianes del espacio (Thunderbirds), que me encantaba, y por último El capitán Escarlata. Cuando se estrenó en España yo tenía 15 o 16 años y me sentía demasiado mayor para ver telefilms de marionetas, pero me gustaban los guiones de esa serie, así que la veía medio a escondidas y totalmente avergonzado.


En la tele había mucho material infantiloide de cf, pero también productos de calidad. Como por ejemplo Star Trek, la serie original, con guiones muchas veces escritos por conocidos autores de cf. O mitos de la TV (y de la cf), como Rumbo a lo desconocido (The Outer limits) o la prodigiosa The Twilight Zone. También había series que, sin ser cf, recurrían con frecuencia al género. En primer lugar Los vengadores, con Patrick McNee y mi adorada, ay, Diana Rigg, donde se mezclaba el espionaje, la cf y el puro cómic, añadiéndole al cóctel grandes dosis de humor británico. O la divertidísima Jim West, que era un western, pero también espionaje y cf en plan steampunk avant la lettre. Me encantaba esa serie y jamás olvidaré a su principal supervillano, Miguelito Loveless, enano, megalómano y excéntrico mad doctor. Más adelante llegó otra serie también mítica que mezclaba el espionaje (tan en boga en los 60) con la cf: El prisionero, un delirio pop que aún hoy en día sigue resultando extraño y transgresor. Pero esa serie llegó más tarde, en el 69, y corresponde al comienzo de otra etapa de mi vida.


Por último, dos rarezas que lo son por ser productos españoles: Mañana puede ser verdad e Historias para no dormir, ambas de Chicho Ibáñez-Serrador. La segunda pertenecía al género de terror, pero la primera era pura cf, historias originales de Ibáñez-Serrador o adaptaciones de autores anglosajones, como Bradbury y Heinlein. Algún día hablaré largo y tendido sobre Chicho, pero ahora me limitaré a decir que esas dos series de terror y cf fueron, allá por mediados de los franquistas 60, y para un chaval con la cabeza en las nubes como era yo, algo así como rayos de luz entre las tinieblas.


La década de los 60 estaba a punto de acabarse; yo tenía unos 16 años. Tras una impetuosa inmersión en la cf, en la que devoré de todo, incluyendo muchas piezas indigestas, comenzaba a ser selectivo y a formarme mi propio criterio sobre lo que me gustaba y lo que no. Al mismo tiempo, y gracias a la influencia de mi hermano Eduardo, comencé a leer otra clase de literaturas. Entre tanto, y aunque yo no lo sabía, la cf estaba cambiando.


Por aquel entonces entraron en mi vida dos importantísimas publicaciones de cf: la colección (y editorial) Minotauro y la revista Nueva dimensión. Y un autor que cambió radicalmente mi forma de entender el género: Ray Bradbury. Y una epifanía: 2001. Una odisea del espacio.


Pero eso en el próximo post.