miércoles, noviembre 6

Estoy enfadado



            Estoy cabreado. Lo estoy por muchos motivos, algunos privados, otros públicos. Y me jode, porque últimamente me han sucedido cosas buenas y debería estar contento, feliz como una perdiz. Pero no, estoy cabreado. Qué mala suerte...

            Para colmo de males, de todos mis motivos de cabreo sólo uno me afecta directamente, y es el menos importante. Los demás motivos están relacionados con otras personas, o con el país en el que vivo. Y eso es chungo, porque lo me afecta a mí puedo manejarlo a mi manera, pero ante lo que le sucede a los demás no puedo hacer nada. Y me siento impotente, enfadado y preocupado. Me preocupan tantas cosas sobre las que no tengo control...

            Unas vez le oí decir a un etólogo que el sentimiento básico de los mamíferos superiores en la naturaleza es el miedo. Miedo a no comer o a ser comidos. Lo comprendo; también el miedo es el sentimiento básico de la humanidad. Miedo a no conseguir trabajo o miedo a perderlo, miedo a quedarte sin casa, miedo al desarraigo, miedo al desprestigio social, miedo a la enfermedad, miedo al futuro (que es el temor más terrible)...

            En realidad, el miedo es una herramienta de supervivencia. Te hace evitar los peligros; y, si no queda más remedio, enfrentarte a ellos con más energía, sea corriendo o sea luchando. Pero ¿qué ocurre cuando no se puede huir y no hay nada ni nadie en concreto contra lo que luchar? A eso se le llama estrés. Y el miedo se queda ahí, retroalimentándose a sí mismo. El miedo sin salida ofusca y paraliza. Eso lo saben bien los manipuladores sociales.

            Curiosamente, no tengo miedo. Hace siete años, un médico me anunció que iba a morir, que la enfermedad que tenía me iba a matar en breve. Fue extraño, porque no sentí miedo. Sentí asombro y distanciamiento; como si en vez de ser el protagonista de un drama fuera un mero espectador. Era como verme a mí mismo desde fuera. El caso es que llevaba mucho tiempo en el hospital, sin que nadie pudiera diagnosticar mi enfermedad. Y durante ese periodo sí que tuve miedo. Pero cuando me dijeron que iba a morir, el miedo desapareció.

            Afortunadamente, fue un error. Los médicos acabaron diagnosticando correctamente mi enfermedad, me sometí a un tratamiento y aquí estoy. Fue un proceso largo, penoso y duro, un proceso que, sin embargo, produjo un inesperado efecto: me libró del miedo a lo que pueda pasarme a mí. Veréis, cuando me dijeron que iba a morir, me quitaron la esperanza. Y cuando a una persona le quitan la esperanza, también le quitan el miedo. Porque en última instancia la causa del miedo es la expectativa de una pérdida; por eso, cuando ya no tienes nada que perder, el miedo se desactiva.

            No estoy curado; mi enfermedad no tiene cura. Pero puede cronificarse, mantenerse a raya, que es lo que los médicos han hecho conmigo. Hago vida normal, ni siquiera tomo medicinas, pero me someto a controles cada tres o cuatro meses. Y sé que, inexorablemente, mi enfermedad, ese monstruo dormido que llevo dentro, algún día despertará. Y entonces habrá que volver a luchar contra ella, y puede que me mate o puede que no. Quién sabe. Lo sorprendente es que, en el fondo, me da igual. Miento; no es que me de igual. Preferiría vivir, claro. Pero si no es así... bueno, no me da miedo. Creo que cuando se equivocaron anunciando mi muerte inminente, me vacunaron contra el miedo a morir. De un modo u otro, yo ya he muerto. Y no es tan malo como dicen.

            Por otra parte, desde entonces, desde hace siete años, tengo la sensación de estar viviendo un tiempo extra, un tiempo prestado por el que sólo puedo sentirme agradecido, pues me ha permitido seguir disfrutando de las personas que amo. Cuando ese tiempo acabe, será lo que sea, pero no una injusticia, porque nada tiene de injusto que los regalos no sean eternos. En realidad, para qué negarlo, he tenido mucha suerte.

            Mi enfermedad también fue muy instructiva; me enseñó muchas cosas sobre mí y sobre los demás. Al principio me cogió por sorpresa, con la guardia bajada, y me dejé llevar por la autocompasión. Y nunca me he dado tanto asco, nunca me he sentido tan miserable y despreciable. Me entran ganas de darme de bofetadas sólo de recordarlo. Y me juré que nunca, jamás de los jamases, utilizaría mi enfermedad como chantaje moral. Mi enfermedad no debía ser una carga para nadie, salvo para mí; mi enfermedad no debía obligar a nadie a hacer nada. Pasé dos meses ingresado en un hospital creyendo que me iba a morir. Cuando mis amigos venían a visitarme, yo bromeaba, me burlaba de mí mismo, simulaba el mejor humor posible. No quería que mi muerte fuera un drama, sino una comedia. No quería que los demás me recordaran con lágrimas, sino con una sonrisa. Las enfermeras me llamaban “el paciente paciente”, por la poca lata que daba. No quería ser una carga; eso me habría horrorizado.

            Aún recuerdo a Pepa, mi mujer, viniendo a verme cada día antes y después del trabajo. Se estaba machacando por mí, y eso me partía el corazón. Un día me enfadé con ella, le dije que no quería que viniese a verme tanto, que no me iba a pasar nada por estar solo (si algo sé manejar bien es la soledad); le dije que quería que descansase, que quería que se olvidase un poco de mí, que quería que estuviese con nuestros hijos. No quería convertirme en una carga para ella, ni para nadie, porque prefiero estar muerto que ser un pesado. Y no lo digo por altruismo, sino por dignidad.

            También recuerdo a Samael, mi gran amigo. Hurtándole tiempo al trabajo me visitaba todos los días al mediodía, aunque sólo fuera durante unos minutos. Yo bromeaba con él: ¿Otra vez aquí?, le decía. Pero qué pesado eres... Aunque en el fondo lo que me pedía el cuerpo era darle un abrazo y echarme a llorar de agradecimiento. Pero nada de dramas; ése era el lema.

            En realidad, si me paro a pensarlo, en cierto modo mi enfermedad ha sido una bendición. Me ha enseñado muchísimas cosas. Por ejemplo: la próxima vez que me muera lo haré mejor. Aparte de eso, me ha mostrado mis límites, y que esos límites están mucho más lejos de lo que yo pensaba. También me ha enseñado lo entrañables, desinteresadas y bondadosas que pueden ser las personas. Me ha enseñado que la muerte no es nada, absolutamente nada en el sentido más literal de la palabra. Lo único que importa es lo que ocurre antes. Me ha enseñado a respetarme a mí mismo no permitiéndome caer en la autocompasión. Me ha enseñado a valorar cada minuto de la existencia. Me ha enseñado que la mejor respuesta a un drama es la risa. Me ha enseñado que sólo soy un chiste y que eso no tiene nada de malo. No soy importante para nadie, ni siquiera para mí mismo, y eso es genial.

            Así que vivo un tiempo prestado y quizá soy un poquito más sabio que antes. Estupendo, ¿no?

            Entonces, ¿por qué demonios tengo que estar tan cabreado?

            NOTA: No sé por qué he escrito esto. Quería soltar vapor, supongo, así que me he puesto a escribir sin saber muy bien sobre qué. A veces, Babel es una catarsis. Y sin comerlo ni beberlo he hablado de mi enfermedad. No lo había hecho antes en el blog, nunca; aunque escribí entradas estando enfermo, y unas cuantas desde el hospital, con las manos temblándome tanto a causa de la cortisona que apenas podía pulsar el teclado. Pero nunca mencioné mi enfermedad.

            No quería que me vieseis como a un enfermo. Mi mundo analógico se había ido a la mierda, pero en el mundo digital yo seguía siendo el mismo de siempre. Necesitaba sentirme así y Babel fue entonces una gran ayuda para mí. Quizá por eso sigo escribiéndolo.

            No hay nada que me irrite más que la injusticia, el abuso con que los fuertes tratan a los débiles. No, no es que me irrite; es que me revuelve las tripas, me saca de mis casillas. Hay tantas injusticias en España que ya ni me quedan fuerzas para indignarme. Pero es que últimamente también hay muchas injusticias a mi alrededor, injusticias que afectan a personas a las que quiero, incluso injusticias que comenten personas próximas a mí. Y ya estoy harto de tanta mierda. No me he muerto ni he resucitado para eso...

            Joder, qué enfadado estoy.

27 comentarios:

Juan Constantin dijo...

Saludos, César:

Me he quedado sin saber qué decir durante un buen rato. No me esperaba una entrada de este tipo. Ni en un millón de años.

Hace unos cuantos años, un gran amigo mío -Jotajota, por cierto ferviente seguidor de El Coyote-, tuvo también un grave problema de salud. Sigue un tratamiento de por vida. También lo guardó para sí durante mucho tiempo. Cuando me enteré, sentí muchas cosas, algunas no demasiado bonitas ni agradables. Contra él, contra el mundo y contra mí. Por fortuna, parece que el tratamiento funciona razonablemente bien y puede seguir con su vida. Es un alivio.

Quisiera poder transmitirte ánimo pero sólo me salen palabras vacías.

Juan Constantin

Musta dijo...

En momento alguno se me habría pasado por la cabeza que hubieses pasado por momentos tan difíciles, César. Ahora no solo veo en ti un gran sentido del humor, sino algo mucho más importante: una gran entereza, sin duda, de lo más encomiable. Cuando veo casos como el tuyo no puedo dejar de pensar que, hoy día, muchos nos quejamos por nimiedades, mientras hay otras personas que de verdad tienen motivos suficientes para hacerlo; pero tú, César, a pesar de todo, sigues siendo tú mismo.

Créeme, César: eres admirable.

Samael dijo...

Lo hubiera hecho por cualquiera que fuera mi mejor amigo.
Si necesitas una tarde de daikiris...

Mazcota dijo...

Pues, lo que se dice estar muy, muy enfadado, no me ha dado la impresión, francamente.
Más bien, lo que me ha parecido, es haber presenciado la declaración de un hombre que, tras haber pasado por uno de los momentos más difíciles de su vida (pienso que, al menos, psicológicamente), ha decidido compartir, con valentía y gratitud, esos sentimientos con unos desconocidos. Desnudarse de esa forma no es sencillo. Aunque imagino que lo más complicado no habrá sido escribirlo (que para algo eres escritor, digo yo), sino publicarlo.
Felicidades por tu entereza y, sobre todo, por atesorar esos familiares y amigos que tanto te ayudaron cuando más lo necesitabas.
Ahora, eso sí. El susto que me he llevado cuando he leído que te habías convertido en un muerto viviente no me lo quita nadie. Hubieses sido, sin duda, el zombie que mejor se expresa en este mundo.

Juan H dijo...

Cómo no te vas asentir enfadado por lo que pasa a tu alrededor, es normal, tengas o no una enfermedad crónica, hayas muerto o resucitado. He visto mucha gente morir o con enfermedades crónicas, debido a mi profesión, demasiada, y es cierto todo lo que dices, César, no somos más que un chiste y deberíamos saber morir con sentido del humor y dignidad,acorde a lo que se ha vivido y con cada forma de ser, digo yo, pero mientras estés, sea bien o mal, sigues y cuando sigues hasta un problema grave o leve, o un telediario que no deberíamos haber visto...lo cotidiano sigue siendo pese a nuestros problemas, el día a día, lo que importa es el presente, como a mí y a un montón de gente le pasa(sí,sí , mal de muchos...).Cualquier cosa nos puede crispar. Cada uno es lo que ha sido antes de la enfermedad: el que es un mezquino lo sigue siendo a la exponencial, el que ha sido bueno, se resgina, el de infantería como yo digo, sigue igual que antes, además de la incertidumbre. La enfermedad produce egoismo y saca lo peor de las personas por mucho que nos quieran decir lo contrario. Si no te sintieras enfadado, no estarías vivo y disfrutando de ese tiempo que dice demás, tiempo más que merecido. Agradezco tu lucidez que casi nadie alcanza y me alegro que estés enfadado y que no te enfades por lo que he escrito. Si la gente supiera la verdad...nadie se hipotecaba. Bueno ahora debería dejar el teléfono de la esperanza aquí puesto... je, je Un fuerte abrazo

César dijo...

Queridos amigos: Aún no sé por qué escribí eso ayer. O quizá sí lo sepa, pero es complicado de explicar... Estaba muy enfadado y necesitaba desahogarme, y supongo que quería decirle algo a alguien. Pero me salió lo de la enfermedad, sin pensarlo, porque el post de ayer fue algo muy parecido a la escritura automática. No pensaba; sólo escribía.

Quiero aclararos algo acerca de mi enfermedad. O, mejor dicho, sobre la enfermedad en abstracto. No soporto a esa gente que convierte su enfermedad en una especie de medalla de honor. Esos enfermos de cáncer que escriben libros sobre su heroica lucha contra la enfermedad. ¿Heroica lucha? Bobadas. ¿Qué tiene de heroico pelear por la propia vida? Coño, pero si se trata de algo básico; se llama instinto de supervivencia, el más poderoso de los instintos.

En una enfermedad grave hay héroes, por supuesto: los médicos, las enfermeras, los parientes y amigos próximos al enfermo. Pero ¿el paciente? El paciente no es un héroe; el paciente es el campo de batalla. Otra cosa es, por supuesto, el modo en que encara cada enfermo su enfermedad. Algunos lo hacen con gallardía y otros de forma miserable, pero ése es otro tema.

Con todo esto pretendo deciros algo: absolutamente nada de lo relacionado con mi enfermedad supone un mérito para mí. Ni, creo, que un demérito, lo que tampoco está del todo mal. No soy admirable en ningún sentido.

Por otro lado, tampoco hay razones para sentir piedad por mí. Enfermé en 2006; el diagnóstico y el primer tramo del tratamiento se produjo en 2007, y la última parte en enero de 2008. A partir de entonces, comencé a reponerme hasta poder hacer una vida normal. Que es la que hago ahora. Como os decía, ni siquiera tengo que tomar medicinas. Lo único, hacerme tres o cuatro análisis de sangre al año. Odio los pinchazos, pero ya me he acostumbrado. Llevo seis años haciendo una vida enteramente normal. La verdad es que la mayor parte del tiempo olvido que estoy enfermo. De hecho, mi esperanza media de vida tan solo es cuatro o cinco años inferior a la de cualquiera de vosotros; y por cuatro o cinco años de decrepitud tampoco nos vamos a poner tontos, ¿verdad?

Así que soy César, el mismo de siempre. Igual que vosotros. A fin de cuentas, somos como los yogures: todos tenemos fecha de caducidad. El problema es que está borrosa y no sabemos cuándo será.

César dijo...

Juan Constantin: Gracias, de corazón. Pero, en serio: no necesito ánimo. Necesito relajarme. Debería ir a un spa...

Mustapha: Gracias, eres un encanto. Pero escúchame: no soy admirable en ningún sentido. Eso sí, soy el de siempre.

Mazcota: Era enfado, pero el enfado se convirtió en catarsis. Necesitaba soltar presión. Pero no soy valiente, y dudo de mi entereza. Me desnudo, es cierto, intento ser sincero conmigo mismo y, por tanto, con los demás. Pero me desnudo hasta cierto punto; hay partes de mí que no muestro y que, probablemente, incluso disfrazo. En realidad, supongo que sufro una descarada falta de pudor. Puede que sea un exhibicionista.

En lo que sí tienes razón es en la suerte que tengo al tener a personas tan estupendas a mi alrededor. Y también, en la suerte de contar con unos merodeadores como vosotros. Todo un lujo.

Juan H: Vaya, no sabes cuánto me ha hecho pensar tu comentario. "Cada uno es lo que ha sido antes de la enfermedad". Tienes toda la razón; la enfermedad sólo potencia los rasgos más marcados de la personalidad del enfermo. Es un punto límite que lo lleva todo al límite. Y a veces las cosas no son lo que parecen.

Mi madre era una mujer muy posesiva y con cierta propensión a perder los nervios. Sin embargo, cuando enfermó (de algo muy parecido a lo mío, por cierto) llevó su enfermedad de una forma admirable. Y supo morir con una inmensa dignidad.

He visto a otros, sin embargo, en apariencia mucho más fuertes, que al enfermar se desmoronaban y se entregaban a la autocompasión y el chantaje moral.

La enfermedad, como dices, saca a relucir lo que realmente somos.

En cierto modo, una enfermedad mortal es como cuando te echan de una fiesta o de un local. A nadie le gusta que le echen, por supuesto; pero te pueden echar cogiéndote del pescuezo y tirándote a un callejón trasero, o bien puedes hacer un comentario irónico y largarte elegantemente por la puerta principal.

Gracias por tu comentario. Ha sido muy interesante.

César dijo...

Samael: Sí, la verdad es que puede que necesite una tarde de daikiris...

Hal 9000 dijo...

Referente al cabreo, en una ocasión le oí a Ramón Trecet (no sé si la cita es suya) …Si no puedes cambiar el mundo, al menos que este no te cambie a ti.
Saludos

CorsarioHierro dijo...

Me quedo sin paabras. Post que hace reflexionar. Que vaya bien.

Numael dijo...

Siempre he pensado que uno no sabe como va a reaccionar en momentos de grave crisis hasta que los vive. De las crisis que he pasado, vistas con la perspectiva del tiempo, estoy en general satisfecho de mi reacción y comportamiento.
No me he visto en en una situación similar a tu enfermedad, pero, llegado el caso, espero reaccionar a ella como lo has hecho tú.

Luis Manuel Ruiz dijo...

!!!!!!!!!!!!!!!

Lo único que puedo decir es que me alegro de que sigas ahí, y de que sigas escribiendo.

Abrazos.

Jarl-9000 dijo...

Desde luego es para quedarse a cuadros ante semejante testimonio. Aun teniendo noticia de la enfermedad de tu madre (como ya has comentado alguna vez por aquí,) ni por un momento me imaginaba que pudieras haber pasado por un trance similar. Sencillamente, nada de lo que te he leído hasta ahora dejaba traslucir siquiera un atisbo de ello (y has escrito cosas muy personales). Pues sí que se te da bien eso de ocultar una parte de ti. No sé si aplaudirte o mirarte con recelo (¿qué otros oscuros secretos esconde César Mallorquí?).

Ya más en serio, me alegro de que todo eso esté superado y de que hagas una lectura tan positiva de ello. Esto último sí que me parece admirable. Personalemnte, quiero transmitirte mi gratitud por las reflexiones que haces en el blog y que a su vez me hacen a mí reflexionar.

Sobre las injusticias que nos rodean... son como otra enfermedad, que se extiende a todos los niveles de la sociedad y lo corrompen todo y a todos. Cuando te putean por todas partes, no es raro encontrarse a sí mismo cometiendo las mismas injusticias con otras personas. El mal engendra mal. Es un círculo vicioso del que difícilmente se puede salir airoso. Mucho ánimo.

Pedro dijo...

Sabes, César?
Pensaba pedirte ayuda (otra vez, para variar)pues no se me ocurre de que escribir, ninguna de mis ideas me convence.
¿Qué puedo hacer?

P.D.
La víspera de un examen de mate empecé a leerme la cruz de el dorado, y fue una putada porque tuve que decidir entre estudiar y leer.
Y los colegios de monjas son muuuyyy duros.


Sabes? Me gustaría que probaras a escribir fantasía del estilo de la famosa Laura Gallego.
Podría empezar así: "Cuando Lord César de Mallorquí descendió de su dragón con la ensangrentada espada en la mano, recordó como había luchado a las ordenes del rey Sirgurd, en la guerra contra los orcos del noreste.

Ferran dijo...

Bueno César, tampoco me esperaba una entrdada como la que has hecho. Sabes? Pienso que la escritura automatica se basa en escribir con el corazón, no con la cabeza. Y también me ha gustado mucho que hayas escrito un poco sobre un aspecro de ti que no conocíamos. Yo soy bastante más joven que tu y tengo dos enfermedades crónicas y la reaccion de la gente cuando se entera es de "Ostia, que putada, que mala suerte, lo siento". Yo en cambio pienso en la suerte que tengo de poder hacer vida normal ya que hay otras personas que no podran hacerlo. Pienso como tu que las enfermedades no tienen que servir como bandera y que realmente nos definen.
Gracias por compartir tus pensamientos. Un saludo y ánimos.

Begoña Argallo dijo...

Por si te sirviese de consuelo, todo mi blog está lleno de entradas que no sé porqué escribo. Y siempre pienso que hay una razón coherente en algún lugar y que quizá ni necesite entenderlo.

Solo quería decir que has escrito una entrada hermosa por todo lo que significa y que has vuelto a darnos una gran lección. Eres grande y no solo de tamaño, sino de corazón. Que es lo verdaderamente importante. Y escribes que da una envidia que no veas...eso también =)

Anónimo dijo...

Cambiando de tema. Aquí un enlace, aunque supongo César que ya lo habrás leído, revindicando la obra de tu padre "el rey de la pulp fiction":

http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/33614/El_rey_de_la_pulp_fiction_hispana

Anónimo dijo...

Un amigo tuyo decía lo mismo: "soy como los yogures, tengo fecha de caducidad".
La suya llegó, lamentablemente, mientras él vivía con gallardía "a lo Bruce Willis".
Y los que aquí seguimos se lo agradecemos, no sólo porque nos sirvió de bálsamo sino como ejemplo vital.
¡salud para todos!

César dijo...

Francisco Javier x & CorsarioHierro & Numael & Jarl 9000 & Luis Manuel Ruiz & Ferrán & Begoña: Muchas gracias, sois la pera de majos.

Pedro: Busca primero un tema, lo que sea, que te interese. Luego, intenta crear una historia relacionada con ese tema. Es lo que yo hago. Lo fundamental es que te interese lo que escribes, porque si no te interesa a ti, ¿cómo va a interesarle al lector?

Precisamente por eso no escribo fantasy, porque no me interesa. Lo he intentando un par de veces y la cosa no funcionaba. Qué le vamos a hacer... Ni para matar dragones valgo ;)

Anónimo de las 9:26: Muchas gracias; no, no lo había leído. Luego me lo ha comentado otra gente, pero tú has sido el primero.

Anónimo de las 4:52: Sí, amigo mío, esa frase la he tomado de Alejo. Lo suyo sí que fue un bien morir. Sencillamente admirable. Le echo mucho de menos.

Anónimo dijo...

Hola César. Te escribo desde Montevideo - Uruguay. Mi nombre es María Campot y también soy escritora en mi país (a pesar de haber desarrollado mi carrera en el mundo de la economía). Di con este blog por pura casualidad (si es que ello existe), y no quería dejar de comentarte que tus palabras me han tocado el alma. Admiro tu talento con la pluma tanto como tu capacidad para hacer frente a la situaciones más adversas con una sonrisa dibujada en tu rostro; no nos conocemos pero he de confesar que me he sentido plenamente identificada con muchísimos de tus posts. Hasta en tu excelentísimo "tutorial" para escritores me he sorprendido gratamente, siguiendo los mismos pasos intuitivos que tú para elaborar mis textos. No me quiero explayar mucho más, sólo enviarte un cálido abrazo desde Sudamérica y agradecer siempre a este maravilloso "puente comunicacional" y desconocedor de fronteras, como lo es la escritura. Saludos!!!

César dijo...

María Campot: Me alegro mucho de que te sientas a gusto en Babel, amiga mía. Bienvenida. También me alegro de que compartamos criterios; eso significa que, o bien no estoy del todo errado, o bien lo estoy en compañía.

Me encanta recibir a merodeadores sudamericanos. Estamos tan lejos y, al tiempo, tan cerca... es mágico. Bienvenida de nuevo.

Manuel: Me ha llegado un e-mail con tu comentario, pero no aparece en el blog. Qué cosas... Respondiendo a tu pregunta; o, mejor dicho, no respondiendo: en efecto, no decía en el post los motivos de mi enfado. En realidad no importan. Sólo soltaba vapor.

Oscar dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Oscar dijo...

Te escribo estas palabras para comentarte la reacción de mi hijo a una de tus novelas.
Se llama Ricard y es un chaval de 14 años con Trastorno de espectro autista.
Paso de hablarte de los problemas y peripecias que tenemos que pasar para que lleve una vida normal e integrada con los demás por que el cabreado como Hulk pasare a ser yo.
El caso es que JAMÁS se ha leído un libro de novela, aventura etc.. le aburren.. Donde este un buen manual de un utilitario, de un microondas o una vieja enciclopedia que se quite el resto.
Como buen informático friki no sera por haberlo intentado. Tengo una buena colección de ciencia ficción, fantasía, novela histórica. pero que si quieres arroz... Hasta que salio de la nada tu libro dispuesto a presentar batalla. La verdad es que no di un duro por el. Seria el último de una larga lista de títulos vencidos bajo el yugo de su peculiar criterio. Pero mira por donde aunque empecé a leérselo yo al rato me pidió el libro y una vez empezó no ha parado hasta terminarlo.
Sobra decir que mañana tengo cita con la librería de mi localidad para pedir el resto de libros tuyos.
En eso estaba, (buscando información sobre el autor) cuando he llegado a tu blog.
Permíteme que salte discretamente sobre tu enfermedad y vaya al grano.
¡Sigue escribiendo! Si el resto de libros tuyos le gustan la mitad que este ultimo terminara pronto con todo lo que has sacado y empezara a pedirme otra vez manuales de cosas y esa lectura sale por un riñón ya que tienes que comprar un carísimo objeto adjunto para disfrutarla.
Lo dicho, menos cabreo y mas tecleo.
PD: Hoy me he leído el libro yo y entiendo que le gustase. Me lo he pasado pipa con el :)

César dijo...

Óscar: Cuando alguno de mis libros consigue atraer a la literatura a un joven no lector, siento que mi trabajo tiene sentido. Pero lo que me cuentas de tu hijo va mucho más allá. Sinceramente, me llena de orgullo y me emociona. Muchísimas gracias por contármelo.

Por otro lado, un joven que lee manuales... Me parece fascinante; tanto que mi cerebro se ha puesto automáticamente a pensar cómo podría utilizar esa idea para algún relato. En cualquier caso, te prometo que intentaré seguir vivo para poder escribir más libros para Ricard. Dale un abrazo de mi parte.

Y otro para ti.

P.S.: Por curiosidad, ¿qué novela era?

Oscar dijo...

Las lagrimas de Shiva.
Creo que el tío inventor mas la personalidad de la familia (siempre dice que la gente hace mucho ruido y habla mucho) ha sido la clave.
Ahora que estoy en casa estaba repasando el historial de navegación y evidentemente le ha gustado
Búsquedas de la retransmisión original en españa de la llegada del hombre a la luna,(y eso que ya conocía el tema) información sobre la diosa Shiva, gafas de John Lennon y estos dos enlaces que destaco

http://www.ehowenespanol.com/proceso-fabricacion-television-como_149217/

http://www.cannell.co.uk/Jaguar_Workshop_Manuals/E-type_CD_1.zip --> mas de 100 megas de esquemas del coche :)

Luego le enseñare tu respuesta. Seguro que le hace mucha ilusión.
Un abrazo y gracias!

Anónimo dijo...

César acabo de leer El hombre de Arena, creo que tú primer libro,no.
Me he sentido transportada al País de los sueños,he vuelto por unas horas a sentirme niña, he disfrutado como una enana, se lo recomiendo a todos los niños y adultos, con que sentido del húmor tratas los miedos que hemos tenido en la niñez al acostarnos, el personaje del Agarrador me parece genial, gracias otra vez por tus libros.

Un saludo. Mabel

César dijo...

Mabel: Me alegro muchísimo de que te haya gustado "El hombre de arena". No, no fue mi primer libro (fue el octavo), pero sí el primero infantil, y el único, que he escrito.

Cuando mi hijo Pablo tenía nueve años, me pidió que escribiera una novela que pudiera leer él. Así que le escribí "El hombre de arena", pero me supuso un esfuerzo enorme. Porque yo creo que cualquier texto, para ser bueno, debe poder gustarle a todo el mundo, con independencia de la edad. Hacer eso con una novela juvenil es relativamente fácil, pero con una infantil la cosa cambia. Se trata de escribir para dos públicos distintos a la vez, para los adultos y para los niños, y las diferencias de mentalidad son tan grandes que resulta dificilísimo.

Al final, escribí una novela para los niños sobre los miedos nocturnos y, paralelamente, una amable sátira sobre el psicoanálisis para los adultos. En fin, quedé contento con el resultado, pero me dio un trabajo tremendo.

A mí también me gusta Agarrador, tan surrealista él. Pero de lo que estoy más orgulloso es de haber convertido a Sigmund Freud en un personaje de cuento infantil.