martes, octubre 7

¿Qué significa ser algo?



            Hace unos meses leí Dominación, de C. J. Sansom; una ucronía en la que Inglaterra firmó un rápido armisticio con la Alemania nazi y, en los años 50, se encuentra gobernada por un gobierno títere pro-alemán que está a punto de internar en campos de concentración a los judíos británicos. La madre del protagonista era judía, pero se cambió el apellido para aparentar ser irlandesa. El prota, como es lógico, teme que su secreto se descubra y hace la siguiente reflexión: corre el riesgo de que le detengan y encarcelen por ser judío, pero él ni siquiera sabe qué es ser judío.

            Eso me hizo pensar en mí mismo. Mi primer apellido es de origen judío, lo cual bastaría para, en caso de estar bajo la bota nazi, convertirme en candidato a respirar unas cuantas bocanadas de Zyklon B. Sin embargo, si queda algo de sangre hebrea corriendo por mis venas, debe de estar tan diluida como un timo-compuesto homeopático. Por otro lado, igual que el protagonista de mi novela, no tengo ni idea de lo que significa ser judío. ¿Vestirse de negro, dejarse coletitas, ponerse un sombrero raro o una kipa y tener tropecientos hijos? Bueno, yo no hago nada de eso; y la mayor parte de los supuestos judíos tampoco. De hecho, es imposible distinguir a un judío de un gentil, salvo que se realice un concienzudo estudio de su árbol genealógico. Entonces, ¿qué sentido tendría definirme a mí, y a cientos de miles de personas en similares circunstancias a las mías, como judíos? (Si vuestro apellido procede de un topónimo o de un oficio, tenéis muchas posibilidades de descender de los hijos de Israel)

            Siguiendo conmigo, nací en Barcelona y mi apellido es de origen catalán (gerundense, para mayor precisión); mis padres y mis hermanos eran catalanes, pero yo he vivido desde que tenía un año en Madrid. Pues bien, cuando gané el Nacional la casi totalidad de los medios analógicos y digitales dieron la noticia así: “El escritor catalán (o barcelonés) César Mallorquí ha ganado el...”.

            Reconozco mi perplejidad: ¿qué más dará si soy catalán, castellano, extremeño o de la Cochibamba? Si escribiera en catalán, bueno, quizá tuviera algún sentido; pero escribo en español, así que ¿qué coño importa dónde haya nacido? Es más: igual que me ocurre con ser judío, no sé qué significa ser catalán. ¿Hablar catalá, bailar sardanas, ser fan del Barça o comer pa amb tomaca? Bueno, pues salvo en lo de ponerme ciego a pan con tomate, no hago nada de eso. Sin embargo, nací en Cataluña, eso pone mi DNI. Pero se trata de una casualidad, como todo nacimiento, y desde luego no lo considero en ningún sentido importante. Sin embargo, a los periodistas sí debía de parecérselo, pues lo destacaron en titulares. Así que se supone que ser catalán significa algo, aunque yo no tenga ni idea de qué. Y si vamos a eso, tampoco sé lo que significa ser madrileño.

            Vale, de acuerdo, como dijo Rilke: La patria de un hombre es su infancia. Y mi infancia transcurrió en Madrid, así que ¿Madrid es mi patria? Pues todo Madrid no, desde luego, y no solo Madrid. La inmensa mayor parte de mis recuerdos de infancia están asociados al barrio de Chamberí, y en menor medida a ciertos lugares como el parque de El Retiro, el del Oeste o la Casa de Campo. Pero también tengo poderosos recuerdos del Santander donde pasaba las vacaciones con mi familia. En cualquier caso, da igual. Aunque Madrid fuera mi patria sentimental, eso de ningún modo me definiría como persona.

            Porque cuando dices SOY TAL COSA, se supone que esa TAL COSA es el principal rasgo distintivo de tu identidad, aquello que te resume y te explica. Pero, ¿cómo puede un solo factor abarcar la enorme complejidad de cualquier ser humano? Sencillamente, no puede; a menos que simplifiquemos hasta la caricatura al ser humano.

            ¿Qué soy yo? Supongo que, de entrada, soy un miembro del sexo masculino. ¿Eso me define? En parte sí, claro, pero me sitúa en un difuso grupo formado por unos 4.000 millones de personas. Además, no creo que haya radicales diferencias entre hombres y mujeres.

            También soy un adulto de edad madura tirando a pocha, lo cual tampoco dice gran cosa. Además, soy escritor. ¿Es ése mi rasgo distintivo? No todo el tiempo, desde luego; soy escritor ocho horas al día cinco días en semana. El resto del tiempo soy otras cosas. Por otro lado, antes fui publicitario, y antes periodista, y antes estudiante. ¿Quiere eso decir que he experimentado sucesivas metamorfosis en mi esencia conforme cambiaba de trabajo? Para nada; no hay que confundir lo que uno es con lo que uno hace.

            Bien, ya he dicho que soy español, nacido en Cataluña y criado en Madrid. Y ya he dejado claro que nada de eso determina mi naturaleza. ¿Qué más? Soy alto, soy de piel blanca, soy calvo, soy esposo, soy padre, soy bloguero, soy aficionado a la literatura y al cine, soy un poco friki, soy un tímido reconvertido, soy leísta, soy desmemoriado, soy ex-bebedor, soy fantasioso, soy temperamental, soy del Real Madrid, soy pacífico, soy progresista, soy feminista, soy procrastinador, soy escéptico, soy romántico, soy... soy muchas cosas. Y ninguna de ellas, por sí sola, me define.

            A ello debemos añadirle todas las influencias que han contribuido a conformar mi personalidad y mi bagaje cultural, estético y ético. Pero esas influencias son múltiples y proceden de todas partes: de Inglaterra, de Francia, de Estados Unidos, de Alemania, de Italia, de Grecia, de Japón, de Irlanda... o, claro, de España, incluyendo a Cataluña. Pero ninguna basta para explicar qué soy yo.

            En definitiva, no hay un núcleo básico y simple que defina nuestra esencia. De hecho, no existe tal esencia. Somos una amalgama de múltiples cosas de muy diversa procedencia. No somos un bloque compacto; somos una construcción de Lego. Y eso, esa pluridimensionalidad, es lo que nos hace interesantes.

            No obstante, mucha gente decide ser una única cosa. O, mejor dicho, decide focalizar toda su naturaleza en un único sentido. Quizá su trabajo, quizá su nacionalidad, quizá su religión, o la paternidad, o las aficiones, lo que sea. Se simplifican a sí mismos, se reducen a un único aspecto. A mi modo de ver, eso los adocena, los convierte en seres unidimensionales y aburridos, en caricaturas de personas. ¿Por qué lo hacen?

            Bueno, si alguien jamás sale de donde nació y recibe una única clase de influencias, entonces la cosa tiene lógica. Por ejemplo, si un niño nace y se cría en el seno de una secta, tiene todas las papeletas para ser única y exclusivamente un fanático religioso. Pero hay gente que ha recibido toda suerte de influencias, una educación cosmopolita, gente que ha viajado y se ha expuesto a otras culturas, personas que son la suma de mogollón de piezas de Lego, y sin embargo optan por reducirse a un único aspecto. ¿Por qué?

            Si reflexionamos en profundidad sobre la frase “SOY YO”, es muy probable que descubramos que ese “YO” no tiene un sentido concreto, que la propia identidad es difusa, oscura, cambiante y, con frecuencia, contradictoria. Eso a mí me parece de lo más interesante (somos ríos, no embalses), pero hay gente se siente aterrada ante esa idea. Hay gente que necesita aferrarse a algo sólido en un mundo en el que nada lo es, así que inventan, o más frecuentemente adoptan, construcciones mentales ficticias a las que poder agarrarse para darle sentido a unas vidas que no lo tienen, y para ser algo concreto que otorgue un significado manejable a la palabra “yo”.

            Así pues, cuando decimos “soy tal cosa”, en realidad estamos confesando nuestro miedo más profundo: no ser nada.

15 comentarios:

Anónimo dijo...

Ese es el problema del reducionismo, y que además se ha utilizado siempre por parte de los políticos. Es una forma fácil de meter en un saco u otro a los individuos. En el pasado histórico, Medievo y tal, las relaciones con el estado no eran individuales sino en grupo. Pertenecías a una comunidad, ya fueras judío, cristiano, armenio, ortodoxo, morisco, lo que fuera. Así se gestionaba (el imperio turco lo hizo hasta entrado el XX) esa diversidad. Si tu tenías un problema, vete a hablar con tu jefe de tribu, y si dabas por saco, llamaban al jefe de tribu a pedirle explicaciones. Pero con la revolución francesa eso cambió. Ahora somos nosotros frente al estado (el rollo de ser ciudadano).
Aún así seguimos tendiendo a reducir al mínimo a los individuos. Debe ser algo psicológico. Y cuando nos sentimos amenazados, corriendo a tu choza a protegerte. De hecho los estados y naciones están construidos en base a la exaltación de algún/os elementos (lengua, religión, o lo que sea). El problema es que haya peña que a estas alturas entre por ese aro.
Por cierto, mientras escribo esto me estaba acordando de una novela tuya en la que aparecía una fundación nazi, la anenherbe, o algo así. Después de leerla me compre un ensayo que hablaba sobre ella, y era realmente alucinante como bajo esos parámetros (los nazis) falsearon historia, arqueología, lenguas, y todo lo que se pusiera a tiro. Vamos, Había que descender de alguna walkirya por narices.
Mazarbul

Anónimo dijo...

Lo peor es que cuando alguien dice "SOY YO", lo que quiere decir en realidad es "NO SOY TÚ", es decir, la identidad construida en base a la diferencia (o "el hecho diferencial" que dicen algunos), en cuanto oposición al otro, excluyendo así cualquier posibilidad de identificación o de empatía con el otro, con el vecino, con el congénere.

Ya hablamos de ello en otra entrada tuya, César, y allí comenté todas las influencias que habían hecho de mi lo que soy y como muchas de ellas vienen de cosas como la lectura, el cine y la televisión y de lugares como Estados Unidos, Japón, etc.

En mi caso, y como muestra de tales influencias en lo que soy y lo que pienso, siempre me quedaré con esa gran frase que decía Kirk Douglas en esa gran película que es "Senderos de gloria": "El patriotismo es el último refugio de los canallas".

Rickard

Jarl-9000 dijo...

Una reflexión muy interesante, y que a mí por lo menos me hace pensar, no en vano mi tema favorito en la ciencia ficción es el de la identidad.

No sé si tengo una opinión formada sobre el tema. Más bien son diversas ideas deslavazadas.

Por una parte, se podría decir que somos nuestro nombre. Con eso me refiero a que es lo que mejor nos define, pues con sólo él te estás refiriendo a ti mismo en toda su totalidad, sin dejar nada fuera. Pero en realidad tenemos muchos nombres, según las situaciones, y cada uno de ellos implica unos matices diferentes; podríamos decir que potencian ciertos aspectos de nuestra personalidad. Yo, por ejemplo, en internet soy Jarl-9000 (lo elegí expresamente y me siento muy orgulloso de él), pero evidentemente no es lo que pone mi DNI, que es José Manuel. Ése es otro... digamos, más formal. Para mis hijos soy papá, para el resto de mi familia soy Jose (que no José, es algo que me disgusta mucho, no me siento identificado para nada con ese nombre). Tengo unos cuantos más... Incluso a veces, para mí mismo, me refiero a ese otro que está dentro de mí como Manuel.

Por otra parte, somos nuestro código genético; pero no solamente eso, somos más bien el resultado de la combinación del genotipo con el ambiente, que pesa tanto o más que el primero. De hecho, la manifestación de un mismo genotipo puede diferir mucho según sea el ambiente en el que se críe.

En definitiva, reducir todo lo que significamos a una sola cosa es limitarnos (sería algo así como atarnos de pies y manos) y puede resultar incluso peligroso.
Pero yo sí creo que tenemos una esencia, lo que pasa es que esa esencia es muy compleja (tal vez demasiado compleja para ser llamada así). Y ella sola aglutina la mayor parte de nuestra personalidad. Y puede que ésa sea la palabra: nuestra esencia no es aquello a lo que nos reducimos, sino aquello que aglutinamos y alrededor de lo cual construimos nuestra identidad. Tal vez haga falta una o varias páginas para expresarlo, y puede incluso que no seamos capaces de darle forma, pero existe, y si lo viéramos por escrito, no podríamos evitar sentirnos reflejados.

A mí al menos fue lo que me ocurrió. Voy a haceros partícipes de una experiencia. ¿Queréis saber cuál es mi esencia? Pues resulta que soy un número 6. Así, tal cual. No, no me refiero a Patrick McGoohan. Me explico.

No creo en la numerología, nunca lo he hecho, me parece absurdo, incluso aberrante, que nos puedan reducir a una simple lista dictada por nuestra fecha de nacimiento. No se me ocurre nada más arbitrario y falto de fundamento científico. Pero parece que la numerología sí cree en mí, porque una vez por diversión calculé mi número y me dio el 6 (aunque en realidad es un 33, que tiene mucha más miga). Pues bien, consulté ambos números y me vi reflejado como no me había visto en mi vida. Expresaba casi a la perfección cómo me sentía. En definitiva, esa era mi esencia.

Da miedo encontrarte así por las buenas con el espejo de tu alma. Repito que no creía en la numerología y sigo sin creer, no sé si es casualidad o qué, pero que te ocurra algo así acojona.
Maldita sea, soy un p*** estereotipo.

Bueno, creo que ya he dado bastante por saco por hoy. Hasta otra.

Mazcota dijo...

Siempre he escuchado decir que la identidad de cada uno está en cómo se siente. O sea, que si te sientes madrileño, serás madrileño; si te sientes catalán, serás catalán; y si te sientes parte madrileño y parte catalán, pues serás las dos cosas. Y por muy confuso que a los demás les parezca un sentimiento, para ti es algo real y tangible a lo que agarrarte para saber quien o qué eres. Y así con todo, no sólo con el lugar de procedencia. Creo que estaremos de acuerdo en que, para que esos sentimientos afloren, has de haber mantenido alguna relación personal o características en común con esos lugares. Resulta difícil pensar que una persona nacida en Córdoba, por poner un ejemplo, pueda llegar a sentirse keniata, a no ser que viaje a Kenia y cultive una relación con las gentes de ese país. Así llegaremos a la conclusión de que cada uno es la suma de él y sus circunstancias, que son las que le harán sentirse de una forma u otra. Ahora bien, si seguimos dando por buena esa tesis, deberíamos incluir en la fórmula, además de nuestras circunstancias, las de los demás. Porque no sólo nos relacionamos con nuestro entorno, también con las personan que lo componen. Personas que, según nos traten, son capaces de hacernos sentir de una manera u otra. Por continuar con el ejemplo de la novela, imaginemos que ahora, en estos momentos que no te sientes judío ni sabes cómo llegar a ese sentimiento, irrumpe por la frontera un ejército nazi y te detienen, junto a muchos otros, por tu apellido. Desvalijan tu casa, fusilan a familiares delante de tus ojos y te encierran en un campo de concentración, donde eres considerado un animal. Tú nunca has pensado que fueras judío, pero esos invasores han visto uno en ti y te tratan como tal, igual que lo hacen tus compañeros de cautiverio. ¿Te conviertes en judío si todos a tu alrededor te hacen sentir como si lo fueras? ¿Incluso dejas de ser persona si no te tratan como tal?
Igual me he puesto un poco tremebundo, pero creo que esta suposición puede ayudar a aclarar mi punto de vista.

Numeros dijo...

Para tu tranquilidad lo de asociar gentilicios, profesiones o similares a razas, confesiones religiosas tiene mucho de mito y leyenda urbana.

Los apellidos se originan en la Edad Media, de manera que si eras de Mallorca y te trasladabas a Gerona, para distinguirte de Juan "el zapatero", la gente te comenzaría a llamar Juan "el mallorquín", del mismo modo si eras tartamudo te llamarían "el tartaja".

También estaba el que había salido por piernas de Alba de Tormes por haberse calzado a la mujer del burgomaestre y se instalaba digamos en Gerona. Naturalmente al llegar no iba a decir ni su origen, ni que era conocido, por razones obvias, como el pichabrava. Más bien trataría de camuflar su origen, diciendo que veía huyendo de los piratas berberiscos que asolaban su tierra natal de, digamos, Mallorca.

César dijo...

Mazarbul: Muy atinado tu comentario; en efecto, el concepto de "identidad" ha cambiado a lo largo del tiempo. Respecto a la Ahnenerbe, su nombre completo, traducido, era: "Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana". Fue un ejemplo perfecto de cómo se falsea e inventa una identidad común. Ser "ario", menudo reduccionismo absurdo.

Rickard: En efecto, decir "soy yo" suele significar "no soy tú"; y con frecuencia "estoy contra ti". Pero aún peor es cuando se dice "somos nosotros".

Mazcota: Planteas una cuestión interesantísima. Si todo el mundo te considera algo, ¿acabarás sintiéndote ese algo? Pues probablemente sí.

Números: La leyenda urbana es que TODOS los apellidos referidos a topónimos u oficios son judíos. Esto, evidentemente, no es así. Pero sí es cierto que muchos judíos, tras su generalmente forzada conversión al cristianismo, adoptaron apellidos de esa clase.

Lo de que mi apellido, "Mallorquí" es de origen judío me lo contó mi padre. Según él, proviene de una familia judía (de Gerona) que tenía una barca con la que iba y venía a Mallorca para comerciar. Por eso sus vecinos los llamaban los "mallorquí" (mallorquines en catalán),

La verdad es que no sé si es cierto, pues, aunque he buscado referencias históricas de mi apellido, jamás las he encontrado. No es extraño, porque se trata de un apellido muy poco frecuente.

Mi segundo apellido -"del Corral"- también tenía su historia familiar. Mi madre me contó que procedía de la Reconquista. La historia, básicamente, era que en la Edad Media, un soldado cristiano luchó contra otro árabe en un corral y le cortó la cabeza de un tajo. Ante tamaña hazaña, su señor le otorgó el apellido de "del Corral" (o "de Corral", o "Corral" a secas).

Reconozco que nunca acabé de creerme del todo esa historia; pero mira tú por dónde, resultó ser cierta (o posiblemente cierta, más bien).

Según he leído, todo sucedió alrededor de 940, durante el asedio de Sepúlveda por parte de las tropas del conde Fernán González. Por lo visto, un buen día un soldado árabe se puso chulo y "pidió campo"; es decir, invitó a cualquier cristiano a luchar contra él en combate singular. Uno de los caballeros aceptó el reto y luchó contra el moro en un corral. Lo mató, le cortó la cabeza y se la llevó a su señor. Fernán González, en reconocimiento a su valor y destreza, le dio al caballero el apellido "Corral" y un escudo de armas.

Esta historia la cuenta el cronista Francisco Piferrer; pero justo es reconocer que hay otras versiones, más prosaicas, sobre el origen del apellido.

Juan Constantin dijo...

Saludos:

Gran entrada, César. Invita y casi obliga a pensar y replantearse conceptos que parecían escritos en piedra.
Sobre el comentario de Mazcota me gustaría aportar algo. Hace una semana, pude ver por televisión un documental acerca de un hombre que hacía de la impostura su forma de vida. Debido a su convulsa infancia prácticamente llevaba toda su vida haciéndose pasar por otros, viviendo sus vidas. Llegó a España y al ser llevado a un Centro de Acogida para Menores, hubo de buscarse una identidad: consiguió la de un chico estadounidense que había desaparecido unos años antes. Las autoridades contactaron con la familia y una hermana se desplazó hasta España para reconocerlo y llevarlo de vuelta. No sigo, para no destriparlo, pero coloco su enlace en Youtube:

https://www.youtube.com/watch?v=FzmyLk_lLlM

por si alguien quiere verlo. Se titula El Impostor, y su desenlace no es muy habitual.

Juan Constantin

César dijo...

Juan Constantin: Muchas, muchas, pero que muchas gracias por recomendarme ese documental. Ayer comencé a verlo, sólo para echarle un vistazo rápido (estaba currando), y chico, me quedé enganchado hasta el final. Qué historia más alucinante... para que luego digan que la vida no tiene argumento. Me recordó un poco a "El adversario", de Carrère, pero más sorprendente todavía.

Lo que ya sería la repanocha es que lo que sospecha el detective privado, y sostiene el falsario, fuese cierto. Menuda vuelta de tuerca.

En fin, de nuevo te agradezco la recomendación. He disfrutado mucho con ese documental, que por cierto está magistralmente realizado. Aún me hacen chiribitas los ojos...

Juan Constantin dijo...

Saludos:

No hay de qué, César.
A mí también me hacen chiribitas pero por otras razones: si el Linares que aparece en el documental es el que creo -vivo al lado y lo conozco muy bien- creo que voy a poder averiguar algo más sobre la historia. Desde luego no si lo que sospecha el detective es cierto, pero sí podré indagar si efectivamente estuvo en ese centro.
De todas formas, he trabajado en Bienestar Social en algunas ocasiones y no me termina de cuadrar la historia en lo referente al Centro de Acogida. Me chirría un poco...
Bueno, si mis gestiones detectivescas obtienen algún resultado positivo, lo haré saber.

Juan Constantin

Musta dijo...

El carácter de un ser humano es tan complejo que intentar definirlo en una sola palabra es sumamente inútil. Muy de acuerdo contigo, César. Por otro lado, añadiría algo que me parece importante: la mayoría de nosotros creemos que nos conocemos bien a nosotros mismos, pero hay sobrados rasgos de nuestra personalidad que se nos escapan, que subyacen bajo nuestro ser sin tener nosotros constancia de ello. Por tanto, puedo afirmar lo siguiente: no nos conocemos tan bien como creemos; es más, lo más difícil en el mundo es, a mi juicio, conocerte a ti mismo. Ése es el mayor grado de conocimiento que puede alcanzar una persona. ¿Por qué es tan importante, a mi parecer, conocerse a uno mismo? Pues porque creo que son precisamente esos rasgos ocultos de nuestro carácter lo que determinan en cierto modo nuestro destino; muchas veces nos preguntamos el porqué de las cosas, por qué determinados hechos acaecen de un forma y no de otra; en fin, nos preguntamos qué es lo que determina nuestro destino. Pues mi respuesta a tales preguntas reside en nuestra persona, porque no somos conscientes de que nuestras acciones son determinadas en cierto sentido por uno o varios rasgos de nosotros que desconocemos por completo. Sé que es un tanto extraño y abstracto de lo que hablo, pero a lo largo de mi existencia y mi experiencia personal —por muy corta que sean éstas— voy reflexionado acerca de tales cuestiones, porque si algún día conseguimos conocernos bien a nosotros mismos, tendremos en nuestro poder el manejar mejor nuestro destino y futuro, pues es nuestro carácter lo que mueve los hilos de nuestro proceder y devenir.

Sé que esta idea es difícil de tragar y además soy consciente de que esta reflexión está todavía en sus inicios, y por tanto todavía le restra mucha reflexión que debe ser fundamentada en ejemplos de mi experiencia personal. Tengo muchos ejemplos para explicar mi "teoría", pero creo que no viene al caso.

Ha sido un placer, como siempre, leer tus escritos; no sé cómo lo haces, pero tus temas siempre invitan a la reflexión... Y te agradezco que tus escritos me hagan pensar, que hace mucha falta (soy consciente de que me estoy yendo por los cerros de Úbeda...). Un abrazo fuerte.

Juan H. dijo...

Hola César, sobre que significa ser algo, decía Borges, que decia Schopenhauer, que decía Aristoteles, que los bienes de la vida humana, eran , por este orden, lo que uno es, es decir,la salud, la fuerza, la belleza o fealdad , el aspecto fisico , el temperamento,el caracter moral , la inteligencia y sus manifestaciones, luego seguía con lo que uno tiene y finalizaba con lo que se representa, es decir, lo que los demás te consideran. Supongo que ser algo es en realidad un cúmolo de muchos factores impredecibles, creo que cada persona se define en base a su inteligencia y además del lugar geográfico, también en relación con sus vivencias personales, por tanto creo, que no somos nada ni nadie pero que en realidad cada persona es completamtente distinta y lo somos todos,( ¿Paradójico?, desde luego)es capaz de enriquecer la vida de los demás o empobrecerla, no lo sé, también decía Saramago que debíamos apostar por el mestizaje, en realidad todos somos mestizos, de nuestras ideas, nuestras vivencias, somos mezcla y pasamos por un tamiz de muchas influencias.Nada nuevo que no se sepa, pero en realidad es como cultivar, agua, tierra, sol, y un buen cuidador de la tierra, o malo, pero una serie de muchas cosas que es imposible definir, tantas personas como planetas. Una opinión desastrosa pero es lo que pienso. Un saludo César.

Molina de Tirso dijo...

Esa es la tesis (llena de lógica) de Identidades Asesinas, un ensayo de Amin Malouf que conocerás, seguro, y que ha quedado algo desfasado en cuanto a las previsiones, excesivamente optimista (es del 99 o algo así). Pero los argumentos son irreprochables.

Arcadi dijo...

Buenas, César :
Espero que estés lo mejor posible.
Volviendo a los orígenes , me has recordado alo que , cuentan , hacía Sócrates dar vueltas hablando consigo mismo y los demás para intentar desentrañar lo que no tiene entraña porque no la hay , y eso es lo que se la da .
Ya me he liado.
Leí hace mucho a alguien decir que , al llegar a cierta edad , uno descubre que no hay más que una docena de caracteres , de arquetipos , y cada uno de nosotros , de una forma u otra , acabamos metiéndonos , a martillazos o con vaselina , en el molde .
La vida como un carrusel , con caballitos o aviones o cochecitos . Pero carrusel.
Como el cuento de Matute .
ya me he puesto melancólico , serán las castañas .
Bueno , ¿ y que tal la novela de Sansom ,a todo esto ?

César dijo...

Mustapha: En efecto, conocerse a uno mismo es a lo que deberíamos aspirar. Pero es condenadamente difícil. Hay que intentarlo, por supuesto, pero sabiendo que nunca llegaremos a conseguirlo del todo. Somos un misterio para nosotros mismos.

Molina de Tirso: Pues mira, no conocía ese ensayo de Malouf; ni siquiera había oído hablar de él. Lo buscaré.

Arcadi: Puede que solo haya una docena de caracteres; pero yo diría que de trazo grueso, sin matices. Si vamos al detalle, cada persona es un universo.

Pero tienes razón, la gente se empeña en meterse a martillazos en moldes que en el fondo no hacen más que simplificarles. Supongo que somos ovejas y nadie quiere ser la negra.

César dijo...

Arcadi: Ah, se me olvidaba. La novela de Sansom es... muuuuuy larga. Tiene cosas interesantes; el andamiaje ucrónico, por ejemplo, está muy bien construido. Pero, aunque considero que la tradición narrativa inglesa es quizá la mejor del mundo, a veces hay narradores ingleses que adoptan un estilo gris, plomizo, carente de emociones (como John Le Carré, por ejemplo). Bueno, pues a mi modo de ver eso le pasa a la novela de Sansom: es gris plomo.