viernes, marzo 24
Oft in the stilly night
Os voy a confesar un defecto y una debilidad. En lo que a la música se refiere, soy un hortera. No, no es que me gusten las canciones de José Luis Perales; es que soy la persona menos sofisticada musicalmente que conozco. Me gusta lo que a todo el mundo, lo cual no significa que lo que le gusta a todo el mundo me guste a mí. De hecho, la mayor parte de la música me deja indiferente. ¿Cuáles son mis preferencias dentro del clasicismo? El Canon de Pachelbel, las Cuatro Estaciones, la Novena Sinfonía de Beethoven..., en fin, lo que le gusta a todo hijo de vecino. Para que os hagáis una idea, la ópera me aburre y, por ejemplo, las obras más complejas de Bach o Hendel me dejan frío, así que de Schönberg para qué hablar.
En cuanto a la música popular... bueno, aquí viene mi debilidad: me chifla la música celta. Quizá se deba a que hice la mili en Galicia y asistí a una magnífica edición del festival de Santa Marta de Ortigueira. O no, puede que sea algo genético; a mi padre sólo le gustaban los tangos (durante mi infancia, acabé hasta la coronilla de tangos, pardiez). Y a mí casi sólo me gusta lo celta. Quizá a los Mallorquí no nos quepa más que un estilo musical en la mollera, quién sabe...
Taras familiares aparte, estaba yo hace un rato escribiendo mientras escuchaba un CD recopilatorio de música celta, cuando de pronto ha sonado en los altavoces Oft in the stilly night, una triste balada irlandesa interpretada por Celtic Thunder.
¿Sabéis lo pornográficamente sentimentales y melancólicas que pueden ser las baladas irlandesas? Bueno, pues ésta se lleva la palma, os lo aseguro. Y, como es natural en un hortera tan grande como yo, me encanta. Cada vez que la oigo, se me humedecen los ojos y recuerdo a los que se fueron, porque de eso trata la canción: de los muertos. La letra fue escrita en el siglo XIX por el poeta irlandés Thomas Moore. Permitidme que os la transcriba:
Oft in the stilly night
Ere slumber’s chain has bound me
Fond memory brings the light
Of other days around me
The smiles, the tears of boyhood years
The words of love then spoken
The eyes that shone are dimmed and gone
The cheerful hearts now broken
Thus in the stilly night
Ere slumber’s chain has bound me
Sad memory brings the light
Of other days around me
When i remember all the friends
So linked together
I’ve seen around me fall
Like leaves in wintry weather
I feel like one who treads alone
Some banquet hall deserted
Whose lights have fled and garlands dead
And all but he departed.
Thus in the stilly night
Ere slumber’s chain has bound me
Sad memory brings the light
Of other days around me
Y, traducido al español:
A menudo en la callada noche,
antes de que me ate la cadena del sueño,
un agradable recuerdo me rodea
con la luz de otros tiempos.
Las sonrisas y lágrimas de los años de infancia,
las palabras amor que pronunciamos,
los ojos que brillaban, ahora apagados y desaparecidos,
los corazones joviales, ahora rotos.
Así, en la callada noche,
antes de que me ate la cadena del sueño,
un triste recuerdo me rodea
con la luz de otros tiempos.
Cuando recuerdo a todos los amigos
tan unidos, que he visto
caer a mi alrededor
como hojas en la época invernal,
me siento como alguien que se hallara solo
en una sala de banquetes abandonada,
con las luces apagadas y las guirnaldas marchitas
cuando se han ido todos menos él.
Así, en la callada noche,
antes de que me ate la cadena del sueño,
un triste recuerdo me rodea
con la luz de otros tiempos.
Los amigos que se fueron, los seres queridos que ya no están... Mi primer contacto con la muerte ocurrió cuando tenía quince años; mi abuela Julia falleció tras una larga enfermedad. No me afectó demasiado; se supone que los abuelos van a morirse, es el orden natural de las cosas, y, además, doña Julia nunca me cayó demasiado bien. La siguiente muerte, por inesperada, me afectó más. Fue un compañero de colegio cuyo nombre, lamentablemente, no recuerdo. Pero sí le recuerdo a él; era divertido, un poco loco, muy extrovertido. Un día, dejó de venir al colegio. Poco después, nos enteramos de que le habían amputado una pierna, ignoro por qué, nunca lo supe. Un año más tarde, nos dijeron que había muerto. Tendría diecisiete o dieciocho años. ¿Imagináis algo más injusto? Luego, murió mi madre, Leonor del Corral. De leucemia. Lloré mucho. Una noche de noviembre, año y medio después, mi padre, José Mallorquí, incapaz de soportar la pérdida de su mujer, se pegó un tiro. Yo tenía diecinueve años. Al día siguiente, encontré su cadáver yaciendo sobre una cama teñida de rojo. No me gusta tener ese recuerdo en la cabeza. Aquel disparo no sólo acabó con su vida: cambió la mía. En gran medida, soy lo que soy y estoy donde estoy por una bala. Qué paradójico, tratándose de un pacifista como yo. Muchos años después, falleció mi amigo Tuto. Tenía treinta y pocos años y se murió de repente, entrando en su casa. Restituto Esteban del Valle... era una fuerza de la naturaleza; ex jugador de rugby, bebedor, pendenciero, buen amigo de sus amigos y más bruto que matar un cerdo a besos. Vivía demasiado intensamente. Creo que murió porque concentró toda su existencia potencial en poco más de tres décadas.
Hace cinco años y una semana, mi hermano Eduardo, tras una larga depresión, siguió el camino de nuestro padre y se tragó varios tubos de pastillas. Sus cenizas están dispersas por la sierra de Madrid. Algún día, quiero escribir una novela acerca de él, si es que llego a encontrar una razón para hacerlo. Mi última muerte significativa fue la de Pepe Rivera, un viejo amigo, una excelente persona. Hacía muchos años que no nos veíamos; una noche, un conocido común mencionó, de pasada, el entierro de Pepe... Mi buen amigo había muerto cuatro años atrás, pero yo no lo sabía. Para mí, Pepe se extinguió esa noche. ¿Cuántas veces se muere? Supongo que tantas como el número de personas que te quieren.
Qué fúnebre me estoy poniendo; será por la maldita balada... Pero, en fin, como veis, estoy familiarizado con la pálida dama; he visto muchas veces el brillo de su guadaña destellando cerca de mí. Al principio, durante mi adolescencia, me aterrorizaba; luego, con el tiempo, fue dejando de asustarme. ¿Qué es estar muerto? Pues, literalmente, nada. Sin embargo, hay algo en la muerte que sí me entristece; no la pérdida de mi vida, sino la desaparición de mis recuerdos. Un diálogo de cierta película expresa maravillosamente esta idea. Es la famosa escena casi final de Blade Runner donde el androide Roy Batty, a punto de morir, dice con infinita tristeza: “He visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión; he visto rayos C brillar en la oscuridad, cerca de la Puerta de Tannhauser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”.
¿Comprendéis? Repasad vuestros recuerdos más hermosos... Aquel beso robado en un portal, esa noche de luna llena que fumaste un cigarrillo acodado en la ventana, el día que viste por primera vez el rostro de tu hijo, aquella tarde de domingo cuando eras niño y el mundo parecía nuevo y eterno... Todos esos momentos, ese inconmensurable tesoro de la memoria, que sólo es valioso para ti, pero infinitamente valioso, todo eso se perderá en el tiempo cuando llegue la hora de morir, como lágrimas en la lluvia.
Qué pena...
Hay una imagen de nuestra vieja, triste y puñetera balada irlandesa que me parece particularmente melancólica:
“me siento como alguien que se hallara solo
en una sala de banquetes abandonada,
con las luces apagadas y las guirnaldas marchitas
cuando se han ido todos menos él”.
¿No te has sentido alguna vez así? Supongo que si eres muy joven, no; pero descuida, tarde o temprano, y si no somos de los primeros en abandonar el banquete, nuestras vidas acabarán pareciéndose a eso.
Bueno, vale ya de sentimentalismo barato. Apago el reproductor y devuelvo el CD a su ataúd de metacrilato transparente (como la urna de Blancanieves). Y ahora, dejadme alzar mi copa –un vaso de agua helada- por aquellos que se fueron. Es hora de terminar.
Adiós, adiós...
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8 comentarios:
No es justo. Detrás de toda balada triste irlandesa siempre llega una canción de baile. Y nos has dejado a medias, con la flauta y el tambor, el violín y la gaita preparadas.
He llorado leyendo esto...
La vejez no está definida por el número de años, sino por el desequilibrio entre presentes y ausentes. Cuando éstos segundos empiezan a ser más que los primeros, envejeces. Y cuanto casi todos están ya en el segundo platillo, es cuando se dice eso de que se "pierden las ganas de vivir".
Un abrazo, don César, hoy me has dejado de un aire.
A estas horas de la mañana y después de haber dormido una hora menos de lo que toca, he leido tu blog y me he quedado sin palabras.
No he llorado. Mi voluntad no ha tenido nada que ver. Simplemente un par de lágrimas (una por cada ojo) han salido para ponerse a rodar por las mejillas.
Brindemos, como en Sandman: "Por los amigos lejanos, los amores perdidos y los viejos dioses". (Brindaré con café, que falta me hace... Si hubiese en esta oficina café irlandés...).
NOTA: To blog es muy bueno, pero los comentarios lo hacen redondo. (¡Y no lo digo por mí!).
Joder, César. Nos has dejado de piedra. Sólo se me ocurre que hagamos lo posible por hacer esperar al barquero un poco más.
La mayor satisfacción que puede experimentar un escritor es comprobar que lo que escribe es comprendido enteramente por quienes le leen. En particular, hay cierto tipo de emociones que son muy difíciles de transmitir, porque no tienen nombre. En esta entrada, impulsado por una obscenamente melancólica canción, he intentado "emitir" un sentimiento muy íntimo, muy privado, y me alegro un huevo, de verdad, al comprobar que lo habéis captado. Como dice Anónima de las 9:59, el verdadero tesoro de este blog son los comentarios. Muchas gracias a todos; sois cojonudos/as
Joder, esa estrofa que resaltas de la balada es de las que se clavan en lo más hondo. Hacía tiempo que no me pasaba por aquí, y leer este post me ha dejado helado.
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