viernes, junio 8

Luz que se extingue

Dedicarse a una actividad creativa supone conocer el manejo de las “herramientas del oficio”; en el caso de la literatura, dominar las técnicas narrativas, la composición de personajes, la arquitectura de la trama, etcétera. Pero eso se aprende, sobre todo leyendo. Se trata de técnicas que pueden verbalizarse, y transmitirse, en forma de principios más o menos generales. Son conceptos racionales. Sin embargo, una parte muy importante del proceso creativo procede del inconsciente; es decir, de zonas de nuestro cerebro sobre las que no tenemos verdadero control.

Con mucha frecuencia, cuando estoy escribiendo, me vienen a la cabeza ideas que parecen brotar de la nada. Se refieren a aspectos parciales de la trama, o al desarrollo de los personajes, o son pequeñas digresiones, o simples fragmentos de diálogo, sutiles detalles que, a mi entender, mejoran el texto y dan sustancia a la narración. Pero, como decía, no sé de dónde vienen esas ideas. No están y, de repente, aparecen, sin que yo les haya dedicado el menor pensamiento consciente previo. Pero de algún sitio tienen que venir, ¿no?... Creo que, durante el proceso creativo, una parte de nuestro inconsciente se dedica a asociar ideas dispares siguiendo algún tipo de patrón (porque si no el proceso sería infinito); luego, tras pasar por una serie de filtros, algunas de esas asociaciones inconscientes –una minoría- se vierten al consciente en forma de “ideas mágicas” listas para ser incorporadas a la materia creativa (o no, porque no todas valen). Bueno, es sólo una teoría; en cualquier caso, estoy convencido de que esas “ideas mágicas”, vengan de donde vengan, no sólo mejoran mi trabajo, sino que conforman en gran medida mi esencia como escritor, la naturaleza de mi narrativa, mi temática, mi estilo. Creo también que lo mismo le sucede a cuantos se dedican a un trabajo creativo, sea cual sea. En realidad, le sucede a todo el mundo en mayor o menor medida. La cuestión es que se trata de un proceso involuntario; no disponemos de un botón que, al pulsarlo, ponga en marcha la máquina de las ideas. A lo sumo, podemos intentar estimular un mecanismo mental inconsciente que ni comprendemos, ni mucho menos controlamos. Ahora bien, dado que se trata de un proceso involuntario, igual que hoy funciona, mañana puede dejar de funcionar. Y esas cosas suceden. El talento, a veces, se extingue.

Dicen que si un matemático no ha hecho un gran descubrimiento antes de los treinta años, ya jamás lo hará. Puede que esto sea cierto para las matemáticas, una ciencia que requiere grandes dosis de abstracción y concentración, algo que quizá sólo una mente joven y fresca puede aportar, pero en general no creo que la edad tenga que ver con el talento o la creatividad. Ahí está Picasso, que no dejó de evolucionar hasta que, a los 91 años, murió. O Kurosawa. O Saramago. O Bach. No, la edad no tiene necesariamente que jugar en contra del talento; a veces ocurre, por supuesto, sobre todo si hay enfermedades de por medio, y sin duda es un factor que influye a la larga, pero no se es más creativo por ser más joven, ni menos por estar con una pata al borde de la tumba. Además, muchas veces el talento se extingue en personas jóvenes o en plena madurez.

Por ejemplo, Joseph Heller. Publicó Catch 22, su primera novela, en 1961, cuando contaba 38 años de edad. Catch 22 fue un rotundo éxito de crítica y ventas, convirtiéndose casi en el acto en un clásico americano del siglo XX. Desde entonces, Heller fue absolutamente incapaz de escribir nada que le llegase a la altura de los zapatos a su opera prima. Fue como si hubiese invertido todo su talento en un único libro, quedando seco después. ¿Qué sucedió? ¿El peso del éxito, quizá? Otro ejemplo es Truman Capote. Publicó A sangre fría, su obra maestra, en 1966, a los 42 años de edad, y desde ese momento prácticamente no volvió a escribir nada reseñable. ¿Se ahogó su creatividad en un mar de alcohol y drogas? Veamos ahora un par de casos distintos, dos escritores de ciencia ficción que se cuentan, sin duda, entre lo mejor del género: Alfred Bester y Robert Silverberg. Durante la década de los 50, Bester produjo una exquisita colección de cuentos y dos novelas que están consideradas obras maestras: El hombre demolido y ¡Tigre, tigre! Luego, se convirtió en redactor jefe de la revista Holiday y abandonó la literatura durante tres lustros. Cuando regresó a ella, su descomunal talento se había esfumado, Bester parecía un mal remedo de sí mismo. En cuanto a Silverberg, entre 1967 y 1972 publicó algunas de las mejores novelas que ha dado el género –El hombre en el laberinto, Muero por dentro, Regreso a Belzagor...-: luego, se retiró de la literatura durante ocho años y, cuando regresó, igual que Bester, su talento se había esfumado. El caso de Arthur Conan Doyle es particularmente patético; tras la muerte de su hijo, se volcó en el espiritismo y acabó defendiendo la existencia de las hadas. Esa “conversión” se tradujo en una lamentable pérdida de calidad (y cordura) en su producción literaria.

El cine también nos proporciona unos cuantos casos de talentos marchitos. Ridley Scott, por ejemplo. Sus tres primeras películas fueron Los duelistas, Alien y Blade Runner. ¿Qué puede esperarse de alguien con una obra semejante? Genialidad en estado puro, claro. Bueno, pues no; su cuarta película fue la fallida Legend y luego se dedicó a dirigir chorradas como La tormenta blanca o La teniente O’Neil. Desde entonces, Scott no ha levantado cabeza (artística, porque comercial sí) con la posible excepción de la muy tramposa Thelma y Louise. Es más, incluso cuando se corrige a sí mismo se equivoca, como demostró con el “montaje del director” de Blade Runner sugiriendo al final de la película que Deckard es también un replicante. Es decir, convierte el drama de un hombre que se enamora de alguien que no existe en una tonta fábula de dos robotitos que simulan enamorarse. ¿Cómo es posible que la persona que comenzó su carrera dirigiendo tres obras maestras (o casi) haya acabado convirtiéndose en un director tan vulgar?

Hay más ejemplos, por supuesto. Walter Hill inició su carrera como director con títulos tan notables como El luchador, Driver, Los amos de la noche o La compañía, thrillers estilizados y violentos dotados de una épica muy particular. Y de pronto, tras el éxito de Límite: 48 horas, comenzó a dirigir chorradas tipo Danko, color rojo o El último hombre, hasta que prácticamente dejó de dirigir. Una promesa incumplida, igual que lo fue John McNaughton, quien con su primera película, esa obra maestra que es Henry, retrato de un asesino, parecía la gran esperanza blanca del cine norteamericano, pero al final no ha hecho nada de nada. Aunque el ejemplo más lamentable de todos es Francis Ford Coppola. Porque, vamos a ver, estamos hablando del tipo que dirigió Llueve sobre mi corazón, El Padrino, La conversación, El Padrino II, Apocalipse Now, Corazonada o Rebeldes, y ese genio mayúsculo, de repente, se pone a dirigir películas tan tontas como Peggy Sue se casó y Jack, o tan insulsas como Cotton Club y Jardines de piedra. Es para echarse a llorar.

Estoy seguro de que en el mundo de la música sucede lo mismo, pero como mi incultura musical es tan vasta (y tan basta), no puedo poner muchos ejemplos. De hecho, sólo puedo poner uno, aunque eso sí, muy nuestro: Juan Manuel Serrat. Un excelente cantautor con una impresionante discografía hasta que alcanza el punto culminante de su carrera con Mediterráneo. Luego... ¿Recuerdas alguna canción del último disco de Serrat? Yo tampoco.

En fin, no se trata de llenar este post de ejemplos. El caso es que a veces el talento se extingue, como una luz que agoniza. No tiene nada que ver con la edad, ni con las circunstancias, ni con el fracaso o el éxito; puede que en ocasiones ni siquiera haya una razón objetiva para que la creatividad se esfume. Lo único cierto es que cuando el talento desaparece, ya no regresa jamás.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Frank Lloyd Wright, el genio máximo de la arquitectura del siglo XX siguió trabajando hasta su muerte (de hecho su última obra, el Guggenheim de Nueva York, se terminó despues de su muerte, a los noventa y tantos años). Y no hay, en toda su obra, nada que no vaya de genial para arriba. Creo que él y Picaso son dos ejemplos claros de que en algunos casos el artista es la inspiración. No sé si tener ese don es una suerte o una maldición pero les envidio profundamente.

Akaki dijo...

En la música también pasa mucho, y la verdad es que este tipo de cosas, si eres un seguidor de las obras ya sea de un escritor, un cineasta,etc. pero sobre todo de un músico o músicos te deja "seco" cuando crean algo que no concuerda con tus expectativas. Te destruye, pero bueno, siempre tienes esperanzas que saldrán nuevos que le sustituirán

Anónimo dijo...

De Walter Hill te dejas la que para mí es su mejor película, "la presa" (Southern Comfort), una de las películas más claustrofóbicas que recuerdo, aunque se desarrolle al aire libre, en los pantanos de Lousiana.
Es más, según dicen las malas lenguas, la mejor película del bueno de Hill es Alien. Según se cuenta, tuvo muchísimo más que ver en el resultado final que el propio Scott.

Juan Antonio del Pino dijo...

La idea parece atrayente pero creo que hay que matizar bastantes aspectos. De Serrat conozco más cosas aparte de su Mediterráneo. No llegan a esa altura mítica y única pero son buenas, muy buenas, tanto que podrían considerarse el cénit en otro autor distinto.
Coppola es cierto que ha dirigido películas alimenticias pero ha sabido mantener un nivel muy digno de calida. Nada será tan redondo como el Padrino (II y I), pero lo de Drácula tenía momentos e imágenes muy buenas, y Cotton Club fue un magnífico espectáculo visual y musical, de una calidad más que espléndida. Y Peggy Sue no es una mala película, ni mucho menos. Personalmente creo que ha envejecido mejor que Rebeldes o la del chico de la moto rules.
Efectivamente, Ridley Scott ha decepcionado después de Alien y Blade Runner. Sin embargo, en Black Hawk derribado es capaz de resucitar el cine bélico de una forma magnífica.
desde luego, no estoy de acuerdo con su "montaje de director" de Blade Runner, como tampoco con el que hizo Coppola en Apocalypse Now. Ganas de estropear algo que ya estaba bien.
Curiosamente, no has menionado el caso de ese poeta francés, enfant terrible de verdad, Arthur Rimbaud,que poco antes de los veinte años ya había escrito todo y se fue a Africa a una oscura legación diplomática/comercial.

Elielade dijo...

hola césar. Soy una admiradora de tu trabajo que este domingo 10 de junio tambien cumple años, 15 para ser exactos. Me encantan tus historias. Si quieres puedes pasarte por mi blog y me cuentas, es www.elcuadernodehojassecas.blogspot.com

Anónimo dijo...

Discrepo en tu apreciación de Serrat, César. Después de "Mediterráneo" ha hecho grandísimas canciones: Esos locos bajitos, Hoy puede ser un gran día, Plany al mar, Pare, Para piel de manzana, A quien corresponda, Una de piratas. Y su último disco, Mo, es una maravilla.

Cierto es que Mediterráneo, como álbum, es el más redondo de su discografía: pero es que Mediterráneo, como álbum, quizá sea el más redondo de toda la discografía española.

Creo que la música no es la literatura. La atracción por la música, quiero decir: somos fans de un grupo o un cantante durante un periodo de nuestras vidas porque esos grupos o esos cantantes cantan cosas de nuestras vidas. Cuando nuestras vidas cambian (y suele ser al llegar al mundo laboral) cambia nuestro tiempo para escuchar música, nuestra percepción de nuestros músicos. Los que no queremos dejarnos llevar por la nostalgia, normalmente nos desenganchamos de la música y ya dejamos de prestar atención a la evolución de esos músicos, porque ya no coincide con nuestra evolución particular como personas.

Los libros, sin embargo, siempre están ahí, y la evolución de los autores va más en consonancia con la nuestra.

(Coppola justifica esas pelis menos buenas suyas con una excusa impepinable: tiene que hacer dos o tres pelis malas para poder conseguir pasta para hacer una buena).

Un abrazo.

Akaki dijo...

Lo que dice Juan p sobre la pelicula de black hawk derribado es verdad, Ridley Scot realizó una muy buena pelicula bélica, yo la he visto muchas veces y me sigue atrayendo.
saludos!

César dijo...

BB: en efecto, Wright es un ejemplo de brillantísima longevidad creativa. A mí también me da envidia.

Anónimo: tienes toda la razón. De hecho, me confundí en la entrada y puse "La compañía" cuando en realidad quería poner "La presa". Una película excelente, estoy de acuerdo.

Juan P: Con respecto a Serrat, estoy de acuerdo en algo que dices: parece un cantautor distinto. Lo que pasa es que el "viejo" cantautor resulta en mi opinión mucho más creativo que el "nuevo". Coppola, por supuesto, conserva su maestría técnica, pero no así la inspiración. Y sí, en efecto, estuve a punto de citar a Rimbaud, pero nó quería llenar la entrada de ejemplos.

RM: por supuesto, Serrat compuso algunas buenas canciones después de Mediterráneo. Pero muchas menos de las que había compuesto antes. En el fondo, como dice Juan P, es como si se hubiese convertido en un artista diferente. Y, a mi modo de ver, menos inspirado. Por otro lado, es posible que tengas razón en tus comentarios sobre la música y la literatura. En cuanto a Coppola, vale que haga películas mediocres para permitirse dirigir una buena. La pregunta es: ¿cuándo narices va a dirigir esa buena película?

Akaki: lo siento "Black Hawk derribado" no me gusta ni un pelo.

Jose Antonio del Valle dijo...

Yo con Black Hawk me descojoné bastante: Resulta que "¡semos rangers, hua! lo mejó de lo mejó, los más duros de pelá". Y resulta que toda la operación se les va al carajo porque uno de ellos se cae del helicóptero y los demás se comportan como ursulinas: "¡Ay, Dios mío, pa haberse matao!"
Eso y que los yanquis se meten en una guerra civil entre negros y consiguen que todos se unan para sacudirles.
Tengo un amigo que dice que si Ridley Scott se hubiese muerto después de Alien y Blade Runner el cine habría ganado un gran mito. Y creo que está en lo cierto.

Jorge Gómez Soto dijo...

A mí me sorprendió bastante leer una entrevista de Paul Auster en la que decía algo así como: ya he escrito mis grandes obras, no esperéis otra.
No sé si es un caso de falsa modestia o si se trata de un credor que es consciente de que su talento ha terminado.
A mí me han gustado sus últimos libros pero es verdad que les falta la chispa de genialidad y de originalidad de los de su época más gloriosa.
Es muy fácil comprobar que un creador pierde inspiración salvo si el creador es uno mismo, por lo que le doy mérito a Auster.

sfer dijo...

Como con tantas otras cosas, uno se queda con las ganas no solo de constatar, sino de saber el por qué. Por qué en algunas personas aparece ese genio, esa fuerza creadora y por qué en otras personas no. Y por qué en algunos se extingue como lo hace y en otros dura hasta la muerte de la persona. ¿Qué hicieron mal Scott, Heller o Serrat? ¿O qué podrían haber hecho para seguir creando como en su mejor momento?

Claro que si lo supiéramos, quizá echáramos de menos el misterio...