lunes, julio 2

Estatus

Una de la cosas buenas de haber trabajado en publicidad es que acabas conociendo las auténticas motivaciones de las personas. Motivaciones para comprar, por supuesto, pero no olvidemos que, en nuestra sociedad, lo que compramos nos define. O, mejor dicho, nos definimos inconsciente a través de lo que compramos. Ese acto de definición, conviene recordarlo, no se refiere sólo a lo que realmente somos, sino también a lo que nos gustaría ser. Es decir, se trata de un acto con un fuerte contenido aspiracional. Cuando adquirimos cierta clase de productos estamos comprando al mismo tiempo un sueño.

Evidentemente, no todos los productos tienen la misma carga aspiracional. No es igual comprar un detergente (casi cero en la escala de la aspiracionalidad) que comprar un coche (en el tope máximo de dicha escala). Las motivaciones, sencillamente, son distintas. Pero vamos a detenernos un momento en el tema de los coches. Supongamos, por ejemplo, que un tal Pepe (cuarenta años, urbano, padre de familia de clase media) va a cambiar de coche, y analicemos el proceso mental de esta compra.

1. ¿Qué coche comprará Pepe (y el 95 % de los ciudadanos)? Respuesta: El más caro que pueda comprar. Luego volveremos sobre esto.

2. Hay un coche que, en principio, le gusta a Pepe, pero, claro, adquirir un vehículo no es lo mismo que comprar una Coca Cola; un coche es muy costoso y hay que meditar detenidamente las alternativas para realizar la mejor adquisición posible, así que Pepe se lee los folletos de todos los vehículos de la categoría, compra revistas de automovilismo, estudia análisis comparativos... y finalmente se compra el coche que le gustaba desde el principio. Porque Pepe ya había tomado la decisión antes incluso de plantearse cambiar de coche, una decisión irracional basada, por lo general, en factores emocionales. Lo que hace Pepe después no es más que intentar racionalizar lo irracional, buscando argumentos objetivos que justifiquen su primera decisión de compra.

3. ¿Por qué le gusta a Pepe el coche que le gusta? Por mil razones, claro; la publicidad, la imagen de marca, la estética, el hecho de que alguien a quien Pepe admira o envidia tenga uno igual... incluso puede ser que el coche en cuestión no le guste particularmente, porque lo que busca en él es algo distinto a un vehículo motorizado. Es decir, en cualquier caso, le guste o no, Pepe quiere más que un coche, quiere redefinirse, quiere cumplir una aspiración, quiere conseguir algo que está relacionado con el punto 1.

4. Una vez comprado el coche, y con total independencia del resultado que de, Pepe lo defenderá a muerte. Porque Pepe ha transferido parte de su identidad al vehículo (y también, claro, porque uno se siente gilipollas reconociendo que se ha gastado una pasta gansa en una mierda de coche).

Bueno, pues éste es el proceso normal que se sigue al adquirir un coche. Por supuesto, no todo el mundo compra así, pero la inmensa mayor parte de la gente sí. Ahora vamos a prestar atención al primer punto de la lista. “A la hora de adquirir el que va a ser el coche principal, la mayor parte de la gente elegirá el más caro que pueda comprar, incluso más caro de lo que realmente puede comprar”. Se trata de un hecho estadístico; la pregunta es, ¿por qué? Si nos paramos a pensarlo, no tiene nada de lógico. Un coche caro es un coche más potente y más grande, apropiado por tanto para conducir en carretera. Sin embargo, la inmensa mayor parte de los desplazamientos que realiza nuestro hipotético Pepe son urbanos, así que lo lógico sería adquirir un coche más pequeño, menos potente (menor consumo) y más barato. Pero no, Pepe quiere el más caro. ¿Cuál es la razón?

Hay dos. En primer lugar, cuando Pepe piensa en su futuro coche no piensa en las dos horas de atasco que se chupa cada día para ir al trabajo. Piensa en las vacaciones. Por eso tantos anuncios de coches están rodados junto al mar (mar = vacaciones). El coche es para Pepe una sublimación de su deseo de libertad. En fin, una forma como otra cualquiera de autoengaño. La segunda razón, y el meollo de este post, es que Pepe, además de un coche, está adquiriendo un signo de estatus.

Estatus. m. Posición que una persona ocupa en la sociedad o dentro de un grupo social.

Con frecuencia nos olvidamos, no sé por qué, de que somos animales. Pretendemos contemplarlo todo desde la atalaya de nuestro sofisticado neocórtex, pero lo cierto es que por debajo late la bestia. Somos mamíferos gregarios que nos relacionamos con nuestros semejantes siguiendo las pautas de comportamiento propias de nuestra especie, que no son muy diferentes a las de otras especies. Nos parecemos, por ejemplo, a los lobos en el sentido de que organizamos jerárquicamente nuestra estructura social. En una jauría hay un lobo alfa (el jefe), un lobo beta, y así hasta llegar al lobo omega, que es el último mono del grupo. El ascenso en la escala jerárquica lobuna se realiza mediante enfrentamientos entre los machos. Un buen día, el lobo beta se pone chulo y reta al lobo alfa; se enfrentan y el que gana se queda con el puesto. Ahora bien, esos enfrentamientos tienen más de ritual que de auténtica lucha a muerte. De hecho, salvo accidentes, nadie suele salir malherido de ellos. Los dos lobos se sitúan frente a frente, esponjan el pelo para parecer más grandes, fruncen los belfos enseñando los dientes, gruñen y lanzan dentelladas al aire. En el fondo es una pantomima, no quieren pelearse. Pero sí mostrar su poder y agresividad. El lobo beta mira a su rival y piensa: “hostia, me había olvidado del pedazo de dentadura que tiene Alfa”. Entretanto, Alfa se dice: “joder, cómo le han crecido los colmillos al hijoputa de Beta”.Y siguen gruñendo, mordiendo el aire y dando brincos hasta que, tras un par de rápidas escaramuzas, uno de los dos se tumba en el suelo y ofrece la yugular al vencedor, quien, lejos de triturarle el cuello, se limita a orinar sobre él y a otra cosa.

En realidad, más que una lucha lo que ambos lobos protagonizan es una “exhibición de estatus”. Para los lobos, el estatus se define por la masa corporal, la agresividad y el tamaño de los dientes. No obstante, entre lobos no hace falta usar todo eso; basta con mostrarlo. Ahora bien, ¿por qué es tan importante el estatus (la posición en el grupo) para los lobos? Por la sencilla razón de que el estatus favorece la supervivencia, tanto personal como biológica, pues cuanto más estatus acumule un lobo más posibilidades tiene de comer y follar mejor.

Follar, duplicar nuestros genes, ésa es la clave de la vida. Luego, nosotros lo complicamos mucho todo, pero la cosa empieza y acaba ahí. Cuando Darwin hablaba de la “supervivencia del más apto”, ¿a qué se refería con lo de “más apto”? Pues no al más fuerte, ni el más rápido, ni el más listo, sino al individuo que, de la forma que sea, llega a echar un casquete y se reproduce. Eso es todo. Nuestra aptitud biológica se establece follando, de modo que no es raro que nos obsesione tanto el sexo.

Como a los pavos reales. Porque el hermoso y desmedido plumaje de los pavos reales machos no es más que un signo de estatus destinado a conseguir hembras. Pero esa descomunal cola también es una especie de banderola que puede atraer a cualquier depredador que ande por los alrededores, así que el pavo real se juega literalmente el cuello con tal de conseguir el estatus necesario para echar un polvete.

En cuanto a los seres humanos, tenemos diversas formas de obtener estatus, y muchas de ellas han ido variando con el tiempo, pero hay una, la básica, que permanece inmutable a lo largo de los milenios: los humanos adquirimos estatus acumulando y exhibiendo posesiones. Por ejemplo, Pepe compra un coche demasiado caro porque eso le otorgará unos puntos más de estatus. Los vecinos y los compañeros de trabajo dirán: “Eh, mira el nuevo coche de Pepe; deben de irle bien las cosas”. Pepe no es mejor ni peor que antes, pero tiene un poco más de estatus. Su nuevo coche no es sólo un vehículo, sino también unos dientes de lobo y una cola de pavo real.

Hace años, a mediados de los 80, conocí a un empleado bancario al que llamaremos Luis. La agencia de publicidad donde yo trabajaba por aquel entonces tenía una cuenta abierta en su banco, de modo que Luis solía pasarse por la oficina con frecuencia. Que quede claro que no estoy hablando de un alto cargo, sino de un empleado medio, un joven de menos de 30 años con un sueldo del montón. Pues bien, un día el director de la agencia, Paco Pepe, se dio cuenta de que Luis llevaba en la muñeca un reloj Patek Philippe valorado en un millón y medio de pesetas. Vamos a ver; si no estás podrido de pasta, gastarte hoy en día kilo y medio en un reloj puede considerarse una cara excentricidad, pero a mediados de los 80 era sencillamente una barbaridad. Extrañado, Paco Pepe se interesó por el reloj y descubrió que Luis había tenido que pedir un crédito para poder comprarlo.

A nadie le gustan tanto los relojes como para endeudarse hasta las cachas con el único objeto de adquirir uno. No, ni mucho menos; Luis, probablemente inspirado por el engominado influjo de Mario Conde, héroe y modelo de la época, era un buitrecillo ansioso por escalar puestos, un trepa impaciente dispuesto a alcanzar el triunfo fuese como fuese. Pero Luis tenía escaso estatus, era poco más que un pringao, así que tuvo que buscarse el modo de adquirir un pelín de estatus extra. El Patek Philippe que se compró era su dentadura de lobo. Los clientes, al verle con ese pedazo de peluco, debían de pensar que se encontraban ante un alto ejecutivo de la entidad, y su colegas/competidores del banco le contemplarían con envidia y cierto complejo de inferioridad. Supongo que, además, ir por el mundo con kilo y medio de oro y engranajes enlazado a la muñeca contribuía a mejorar su autoestima.

No cabe duda de que el caso de Luis es extremo, pero todo el mundo en mayor o menor medida intenta conseguir estatus. Por eso las marcas van ahora por fuera de la ropa, bien visibles. Por eso hay un culto al logotipo. Por eso las ventas de coches de lujo se han multiplicado. Por supuesto, la exhibición de posesiones no es el único medio de adquirir estatus (aunque sí el principal): cada entorno tiene sus propios baremos particulares, de modo que el estatus de, por ejemplo, un científico es diferente al estatus de un banquero o un obispo. No obstante, si nos centramos en el entorno social más amplio, podemos afirmar que tiene más estatus un futbolista o un cantante que un científico o un catedrático. Porque los principales valores de nuestra sociedad, las medallas que todo el mundo quiere prenderse en la pechera, son el dinero y la fama. Por ese orden.

Pero no basta con exhibir posesiones (la fama se exhibe sola); la actitud también es importante. Si actúas como si fueras el rey del mundo, seguro que muchos idiotas que te rodean acabarán creyendo que eres el rey del mundo. Adquirir estatus significa ascender en una escala, lo cual implica que hay gente por encima de ti y gente por debajo. Así que tu actitud cuando te relacionas con los “superiores” será diferente a cuando te relaciones con los “inferiores”. Una especie de sistema de castas, vamos.

Vivo en Aravaca, muy cerca de Pozuelo de Alarcón, una de las zonas con mayor renta per capita de España. Aquí el estatus no se exhibe, se respira. Si doy una vuelta por el pueblo, veré pasar un desfile de BMW’s, Mercedes y Audis, veré damas saturadas de rayos UVA y vestidas por Carolina Herrera, veré adolescentes pijos a bordo de una Yamaha o un quad, veré niquelados palos de golf y relucientes botas de montar... Estatus, estatus, estatus.

No voy a mentir: aquí la gente es, en general, amable y educada; pero no toda y no siempre. Con cierta frecuencia me encuentro con algún que otro rey (o reina) del mundo que cree que por ser él, o ella, quien es tiene derecho a todo. Puede colarse en una fila, puede aparcar donde le de la gana, puede no apartarse para dejarte pasar cuando te lo cruzas por una calle estrecha y, sobre todo, puede permitirse el lujo de ser despectivo/a.

El otro día, Pepa, mi mujer, me contó una anécdota que había presenciado en el Hipercor de Pozuelo. Una señora de mediana edad y clase supuestamente alta estaba comprando una blusa. Cuando acabó, la dependienta le dijo: “Usted y yo nos conocemos; vivimos en la misma urbanización”. La señora alzó una ceja y respondió: “Usted me conoce de venderme blusas. Punto”. ¡Oh, dios santo, que chutazo de estatus!

Mucha de la gente que es amable y educada contigo, gente que te parece incluso encantadora, lo es porque tu nivel de estatus es similar al suyo. Ahora bien, puede que actúen de forma muy distinta cuando tratan con los “inferiores”. Desde hace varios años, las asistentas que se han sucedido en el cuidado de mi casa son latinoamericanas. Primero una señora boliviana llamada Florinda (Flori), que me sirvió de modelo para componer el personaje de doña Flor en mi novela El último trabajo del Sr. Luna. Luego llegaron, consecutivamente, las colombianas Rocío y Miyo, y actualmente me cuida la hermana de esta última, Patricia. Con todas me he llevado muy bien y de todas he aprendido muchas cosas. Algún día os hablaré de ellas. El caso es que esas magníficas y valientes mujeres me han contado sus experiencias laborales anteriores, o las de amigas suyas, y a mí se me han puesto los pelos de punta. No voy a entrar en detalles, pero no os podéis ni imaginar hasta que punto la gente puede abusar de su estatus, hasta que punto pueden ser miserables los “triunfadores”. Es para vomitar, os lo juro.

Antes de acabar, que esto ya es muy largo, quiero advertiros que nadie, ni yo ni vosotros, es ajeno al estatus. Todos, de una manera u otra, queremos adquirirlo y lo reconocemos en los demás. Puede que nuestra escala de estatus sea diferente a la del vecino, que nuestros valores no coincidan con los de la mayoría, pero podéis estar seguros de que todos anhelamos un puesto social elevado, revista la forma que revista. Y esto no es malo ni bueno; sencillamente, forma parte de nuestra naturaleza. La cuestión reside en si ese estatus debe orientarse sólo hacia el bolsillo, o si debe pasar antes por el filtro de la conciencia.

21 comentarios:

Joan dijo...

Madre mía, vaya post más largo.
Me ha parecido muy interesante pero albergo ciertas preguntas. Cada uno tiene su escala de valores y su pretensión de estatus, pero ¿no es más evidente en los estratos sociales más elevados? Si me compro un reloj Swatch de 100 euros y mi compañero lleva un Lotus de 150, ¿es lo mismo que la comparación entre un Seat Ibiza y un Audi A4? Sinceramente, al leer tu post me reafirmo en mi idea de la vacuidad de lo material y de las formalidades y apariencias.

Saludos

Edu dijo...

Hasta en el desprecio del consumismo y de lo material puede haber lucha de estatus, lo he visto, lo juro, gente competir por ser más etérea, new age y espiritual.
Es cierto lo que dice César, que lucha por status la hay allá dónde hay humanos relacionándose, o sea, en casi todos los sitios.

Anónimo dijo...

Yo quiero un Smart, yo quiero un Smart, yo quiero un Smart, yo quiero un Smart...

No me serviría "pa ná" porque yo necesito un coche que pueda correr por carreteras (hacemos viajes muy largos y medio largos con mucha frecuencia), con más plazas para seres humanos, y más espacio para trasladar trastos de un sitio para otro..

Pero es que esa cosa redondita de colorines, representa mi ideal de estatus y de autoimagen. Con lo que cada vez que veo uno, suspiro y deseo.

Sí, sí, las cosas reflejan nuestras neuras. Y ninguno nos escapamos. No todos suspiramos por los Mercedes, pero todos tenemos nuestros deseos de "cosas de autoreconocimiento".

Anónimo dijo...

Bueno lo que cuentas viene a reforzar algo que siempre he pensado: el racismo no existe en casi ningún lugar. Sólo existe "la lucha de clases". Como alguien dijo "si tienes dinero eres árabe", si no lo tienes eres un moro, o un negro"
Al menos eso noto yo por aquí.
El desprecio es hacia el status inferior, independientemente de, en este caso, la raza

Anónimo dijo...

Este post tan largo y además con temas tan diversos supongo que es debido a mi navegador que no recoge los cortes :-?. Resulta dificil de leer.

Da igual solo queria apuntar una cosa más sobre lo que dices:

"El coche es para Pepe una sublimación de su deseo de libertad".

Es más triste que eso; desde la publicidad también se sabe que el coche es un símbolo fálico, Pepe está comprando también una enorme polla (con perdón), una forma de exhibir su autoridad, símbolo fálico en el sentido de símbolo del padre, la autoridad.

Vamos, el rey del asfalto.

Casi es más importane este punto que su deseo de libertad. Y con él se juega más y es mucho más profunda la implicación que supone.

Vease la gente que lleva 4x4. De risa.

Anónimo dijo...

Pero, ¿hay alguna mujer que se fije en el coche del príncipe azul? Yo no conozco ninguna. Yo les miro el culo (con perdón), la nuca y la conversación (no sé si el orden es el correcto).

Y otra cosa: ¿Debo peocuparme por no haber comprado nunca nada -jamás- con las motivaciones que describes? ¿Debo considerar que también estoy valorando por el estatus si no puedo soportar a un tipo -o tipa- incultos, si me alejo de los que no han leído jamás un libro? Los respeto, por supuesto, pero me alejo.

Joaquín dijo...

Debo decirte que casi el único "blog" con el que tengo paciencia para leer post largos es el tuyo. Los minutos se pasan volando. Magistral nota ésta.

"All the money can buy". Pero el dinero no puede comprar la buena crianza, y la actitud afable con la gente sencilla. El maltrato a los humildes es el mejor indicador del arribista (¡qué palabra más certera!).

Jaume dijo...

Cuanta razón tienes, yo vivo en cataluña, en Reus exactamente, y de por si el estatus es palpable en toda la ciudad, e incluso podrias distinguir una clase de pseudoburgueses. La verdad es que hacen con nosotros lo que quieren.

Un saludo!

César dijo...

Joan: Sí que es largo, sí; mis disculpas. Verás, los signos convencionales de estatus no siguen una escala progresiva: hay saltos, a veces muy grandes. Entre un Swatch de 100 euros y un Lotus de 150 no hay diferencia de estatus, es evidente, como sí la hay entre un Ibiza y un A4. Por tanto, tienes razón cuando afirmas que los signos de estatus son más evidentes en los estratos sociales elevados. No obstante, te sorprendería comprobar hasta qué punto la clase media baja participa en la lucha por el estatus; por ejemplo, a través de la ropa de sus hijos.

Edu: exacto: los signos de estatus dependen del entorno. Hace, ay, mucho años, cuando estaba en la universidad, conocí a un buen número de comunistas radicales cuyo estatus dependía precisamente de su desprecio a lo material y al consumo. Como bien señalas, donde hay seres humanos relacionándose, hay estatus, adopte la forma que adopte.

Anónima de las 9:59: pues mira, un Smart bien puede ser un signo de estatus, sí señora. Pero creo que en tu caso se trata más bien de una autodefinición.

ams: no podría estar más de acuerdo contigo: gran parte de lo que llamamos racismo no es más que desprecio al "inferior".

Anónimo de las 2:25: En realidad, todos los temas que toco en esta entrada están orientados hacia lo mismo, pero supongo que he dado un rodeo demasiado largo. Es cierto lo que dices sobre el componente fálico de los coches. No lo he mencionado porque afecta sólo a la mitad de la población.

Osita panda: pues... qué quieres que te diga; yo sí que he conocido a mujeres que se fijaban en el coche del príncipe azul. No tanto por el coche en sí como por lo que representa. La experiencia me dice que no hay mayores reclamos sexuales que el dinero, el poder y la fama.

¿No has comprado nunca con las motivaciones que describo? ¿Seguro? Bueno, quizá; pero ten presente que es muy difícil conocer nuestras motivaciones inconscientes. Por otro lado, no, no creo que el estatus tenga nada que ver con tu indiferencia hacia los ágrafos, aunque... Supongamos que eres ajena a un, llamémoslo así, "estatus materialista". Pero, ¿qué me dices acerca de un "estatus intelectual"? Recuerda que cada entorno tiene sus propios baremos.

Joaquín: muchas gracias. De todas formas, procuraré no volver a escribir tan largo. Lo que dices en el segundo párrafo lo firmaría con sangre. La calidad de una persona puede medirse por la forma en que trata a los más débiles.

Jaume: apuntas un aspecto de la cuestión muy interesante: cada clase social intenta mimetizarse con la inmediatamente superior. La verdad es que este tema es muy amplio.

Pedro Terán dijo...

La longitud no es un problema. Es cierto que las entradas largas en los blogs son una cuesta arriba; pero, en este caso, la técnica de espiral que has usado funciona fenomenalmente. Se lee con gusto incluso por quienes no compartimos -en sus extremos más extremos- las ideas expuestas.

Como anécdota, decir que al acabar la carrera estuve unos meses de becario en una empresa tecnológica e, invariablemente, el tamaño del reloj era directamente proporcional a la ambición e inversamente proporcional a la auténtica posición dentro de la empresa. Había becarios con unos peazo de pelucos mucho mayores que el del jefe de la sección en la que estaba.

También había signos de estatus muy graciosos; como los informáticos, que eran los únicos que iban con el pelo largo y camisetas heavies.

Anónimo dijo...

interesante post. Si, creo que todos de alguna forma u otra nos definimos en nuestras compras, y eso que yo por ejemplo odio ir de compras, la verdad. Hasta en el hecho de comprar bueno, bonito y barato hay un estatus de que eres un pedazo de comerciante y que sabes manejar tu dinero y tus recursos.

Anónimo dijo...

si la utilidad del estatus es aumentar las probabilidades de cubrir a las hembras, cada vez me siento más macho omega.

Anónimo dijo...

Y, me pregunto, ¿tener la capacidad intelectual de escribir bien (muy bien) y los medios y conocimientos técnicos necesarios para colgar un brillante post sobre el status en un blog propio, para conocimiento del resto de los lobos de la manada no es, en si mismo, un ejemplo clarísimo de la tésis que defiendes?

Anónimo dijo...

Muy interesante.
Pero el estatus es fluido. Incluso en el mundo intelectual, por ejemplo las idas y venidas de Fukuyama que ya no quiere saber nada de neocones.
El peluco enorme se pasa de moda. ¿Tienes un utilitario?Lo sentimos se llevan los cuatro por cuatro. Y aparecen cosas nuevas, como el presumible furor por los iphones cuando lleguen, que no hacen nada que no hagan otros modelos del mercado pero son de Apple.
Thorstein Veblen hablaba de familias que se escondian en verano para fingir que estaban de vacaciones.Etc.
Es lo que en USA llamaban "Keep up with the jones".

Anónimo dijo...

Claro que sí, Big Brother. Pero creo que los lobos aquí congregados venimos precisamente a ver los bonitos dientes de nuestro lobo alfa. Y a enseñar nuestros colmillos en estos comentarios. Por cierto, tú y la anónima de las 9:59 sois mis lobos betas favoritos.
Y otro chutazo de estatus con coche de por medio. En una reunión de comunidad de propietarios de un muy buen barrio madrileño, una mujer se quejó porque en el garaje aparcaba un taxi. La mujer argumentaba que las visitas podrían pensar, ¡horror!, que en esa casa -su casa- vivía un taxista. Increíble pero cierto.

César dijo...

Pedro Terán: en las empresas, los signos de estatus son muy importantes. Por ejemplo, el tamaño de los despachos: cuanto más alto estés en el escalafón, más metros cuadrados. También es importante el puesto en que aparece tu nombre en los memorandos o el modelo de coche de empresa que te toca. Una oficina es una jauría de lobos chasqueando los dientes.

Mazarbul: en efecto, el estatus reviste muchas formas, pero es fundamental que ese estatus sea reconocido por el grupo. Si no ocurre así, no es estatus.

Samael: como decía ayer, tú y yo seremos los primeros lobos de la historia que compitan a muerte por el puesto de... lobo omega.

Big Brother: por supuesto, BB, por supuesto. La Fraternidad de Babel es mi cola de pavo (prefiero eso a los dientes de lobo).

Arturo Villarrubia: en efecto, los signos de estatus cambian con el tiempo. Tu mención al iPhone me recuerda la estrategia de marketing que utiliza Apple para los lanzamientos de nuevos modelos de iPod: introducen en el mercado una oferta menor que la demanda, de modo que resulta difícil conseguir el aparetejo. Eso lo convierte en un objeto aspiracional y aumenta el estatus de quiénes lo han conseguido comprar.

Oroetlaboro: la anécdota que cuentas del taxi no me parece increíble, ni mucho menos. Creo que cosas similares suceden constantemente. Si al estatus se le añaden unas buenas dosis de estupidez, el cóctel resultante es de lo más indigesto.

Jorge dijo...

Sigue escribiendo, César, largo o corto, según te lo pida el tema. Si releo un fragmento de tu texto obviando el concepto de compra, veremos la forma en que adoptamos cualquier tipo de decisión, desde cambiar de pareja, de trabajo, de piso, de opinión, de actitud, de equipo de fútbol o de partido político : "Porque Pepe ya había tomado la decisión antes incluso de plantearse [...], una decisión irracional basada, por lo general, en factores emocionales. Lo que hace Pepe después no es más que intentar racionalizar lo irracional, buscando argumentos objetivos que justifiquen su primera decisión [...]".

Alicia Liddell dijo...

El argumento decisivo para comprarme un coche es que sepa identificarlo rápidamente en un aparcamiento. Y que pueda pagarlo, claro, además de que su mantenimiento no me sea gravoso en extremo.

Anónimo dijo...

Trabajo en el Hiper de Pozuelo, y vivo en Aravaca. Me ha encantado la anécdota de la vendedora de blusas. Allí los clientes te tratan como si fueses una criada. Hace poco un señor me dijo: tú estás aquí para servirme. A lo que le contesté: no señor, la esclavitud se abolió hace tiempo, gracias a dios.

César dijo...

Ana: si trabajas en el Hipercor de Pozuelo seguro que has entendido bien este post. Parece mentira que el dinero (o la clase social) y la educación guarden una relación inversamente proporcional. Deberíamos ser fuertes con los fuertes y mansos con los débiles.

Anónimo dijo...

Estoy totalmente de acuerdo con la mayoría de comentarios relacionados con "el estatus".
Como aportación personal, os puedo decir que suelo ir bien vestido normalmente...pero en mis ratos de ocio se me puede ver con ropa de deporte en mi camino hacia el gimnasio o con ropa más informal. Pues bien, en más de una ocasión la forma de atenderme en un comercio, en un banco, en cualquier establecimiento en suma, ha sido diferente según como haya ido vestido. Y me estoy refiriendo a las personas que trabajan en esos establecimientos ....no a sus jefes....es curioso. Paradojas de la vida.