martes, diciembre 11

En la mente del escritor 9. La escritura (IV)

Seguimos con los diferentes procesos que llevo a cabo mientras escribo. Para no estirar demasiado la serie, he reunido los que faltaban en esta entrada. Adelante pues.

El misterio

Siempre he pensado que en el corazón de la literatura, o de cualquier otra forma de arte, se encuentra el misterio. En su forma más simple, podemos entender el misterio como aquello que desconocemos y queremos conocer. En su vertiente más compleja, el misterio sería aquello que desconocemos y no podemos conocer; es decir, lo numinoso, lo hermético, lo inabarcable e indescifrable, Si nos centramos en la primera interpretación, y la aplicamos a la literatura, llegamos inevitablemente a la “dosificación de la información”, de la que ya hemos hablado.

Y, en efecto, “el misterio”, podría estar incluido en ese apartado, pero hay una diferencia: la “dosificación de la información” la empleaba, en principio, para conformar la estructura del relato, mientras que el misterio lo aplico durante la escritura y sin que afecte para nada a la estructura. Tal y como yo lo planteo aquí, se trata de un aspecto colateral y no esencial. Pero, como me parece que estoy siendo misterioso, voy a poner un ejemplo sacado de mi última novela, La caligrafía secreta.

En esta novela hay varios “misterios estructurales” que actúan como motores de la narración: ¿Quién ha cometido ciertos crímenes? ¿Dónde está Lafitte, el calígrafo desaparecido? ¿Qué es el códice Bensalem? ¿Quién ha robado dicho códice y dónde se encuentra? Bien, digamos que estos son los misterios mayores a cuya resolución está orientado el relato. Pero también hay misterios menores. El protagonista, Lázaro Aguirre, debe cruzar Francia poco antes de que estalle la revolución; los caminos están tomados por el ejército, pero, cada vez que llega a un control, don Lázaro muestra un documento y los soldados parecen ponerse a sus órdenes. Mariana, su sobrina, le pregunta varias veces qué es ese documento, pero don Lázaro, por un motivo u otro, retrasa la respuesta. Es decir, he convertido ese documento en un pequeño misterio que, cuando se resuelve, da pie a otro misterio: ¿quién es realmente don Lázaro? Y de nuevo retraso la explicación de este nuevo misterio... ¿Está clara la idea? Siempre que puedo, y si no resulta inoportuno o forzado, intento crear pequeños misterios que ayudan a mantener la tensión del relato y la atención del lector.

Los diálogos

Los diálogos deben sonar naturales, pero nunca serán reales. Porque las personas, en la realidad, hablamos fatal. Y no me refiero sólo a la gente normal, sino a cualquier persona, incluyendo a los más cultos. Juntad a diez académicos de la lengua, haced que hablen entre ellos mientras grabáis su conversación y luego reproducid por escrito el diálogo. ¿Qué obtendréis? Un montón de errores sintácticos, vacilaciones, repeticiones... en fin, un desastre. Por tanto, hay que escribir los diálogos no de forma realista, sino de forma naturalista; es decir, procurando que suenen auténticos, aunque no lo sean.

Las personas solemos hablar empleando frases cortas y muy pocas oraciones subordinadas, con una sintaxis, por tanto, sencilla. De modo que así diseño mis diálogos, aunque, eso sí, eliminando las repeticiones, las deficiencias estructurales y, en general, todos los errores del habla habitual. Pero no todo el mundo habla igual; no es lo mismo el diálogo de un catedrático vallisoletano que el de un labrador gallego, así que procuro prestar mucha atención a la forma de expresarse de la gente, a las frases hechas, a las expresiones comunes o a los modismos. Hay que tener mucho cuidado con el argot, porque lo que hoy es de uso habitual, mañana puede estar totalmente demodé. Por ejemplo, el apelativo “tío”, que comenzó a utilizarse en los 70, parece firmemente instalado en el habla habitual (de hecho, está en el diccionario de la RAE), pero ¿podemos decir lo mismo de “tronco” como sinónimo de “amigo”? Me parece que no y lo mismo deben pensar los académicos, porque no está en el diccionario. Es decir, aventuro que “tío” se quedará y que “tronco” acabará desapareciendo. Por eso, hay que tener mucho cuidado con el uso del argot, si no queremos que el léxico de nuestros textos acabe envejeciendo prematuramente.

Un aspecto que tengo siempre presente, y del que ya hemos hablado, es que los diálogos, aparte de la información que transmiten, dicen mucho acerca del personaje que los pronuncia. Es decir, los diálogos forman parte del proceso de construcción de los personajes.

Las descripciones

Hace poco leí un artículo donde se hablaba de mí como escritor y de mi obra. En determinado punto, el autor decía que soy un escritor muy visual, y poco después comentaba que mis descripciones son escasas y parcas. ¿No es eso un contrasentido? ¿Cómo puedo ser muy visual empleando pocas descripciones? Pues por varios motivos, pero sobre todo porque mis descripciones no son tan parcas como el crítico supone; lo que pasa es que están distribuidas de una forma distinta.

De entrada, no tiene sentido describir hoy igual que se describía hace cien años. Los lectores decimonónicos apenas conocían nada del mundo, pues su experiencia vital se circunscribía a su entorno inmediato. Por eso, si una novela hablaba de, por ejemplo, un desierto, el narrador tenía que describir minuciosamente ese desierto. Por el contrario, los lectores contemporáneos poseen una imagen muy precisa del mundo gracias al cine y la televisión, de modo que ya saben lo que es un desierto. Por eso, si tengo que describir un desierto no hace falta que sea minucioso; bastará con especificar si es de piedra o arena, si hay algún rastro de vegetación o no lo hay, y poco más. El bagaje del lector le permitirá hacerse una imagen nítida del desierto en cuestión sin necesidad de que yo, como narrador, me ponga pesado.

Por otro lado, mis descripciones siguen un sistema que podríamos llamar “naturalista”, en la medida en que se aproximan a la forma natural de percibir el entorno. Pongamos un ejemplo: un personaje entra en un despacho, que no conoce, donde le espera una persona a quien tampoco conoce. La técnica usual describiría primero el despacho de forma pormenorizada, luego a la persona que aguarda en él y finalmente reproduciría la conversación entre ambos personajes.

Pero eso es totalmente artificial. En la realidad, yo entro en el despacho y obtengo una primera impresión muy general de dicha estancia: dimensiones, estilo de la decoración, color de la pintura, olores si los hay y quizá algún detalle particularmente llamativo. Luego, me aproximo a la persona que aguarda tras el escritorio y me fijo en ella con cierta atención, pues ella es el motivo de que yo esté allí. Me siento y comenzamos a conversar; y mientras hablamos voy percibiendo más detalles del despacho y de la persona.

Bueno, pues yo procuro que mis descripciones sigan ese esquema. Primero una visión muy general del conjunto, que servirá de marco al lector, y luego, conforme se desarrolla la conversación (o la acción) voy intercalando pequeños aportes que, todos juntos, conformarán la descripción completa. Esto evita esos “chorizos” descriptivos que por lo general rompen el ritmo narrativo, pero hace algo más: al estar la descripción (la visualización) distribuida por toda la escena, el lector acaba teniendo la sensación de que, más que leerla, ha visto esa escena. Por eso soy un “escritor visual”.

Como es natural, hay excepciones. Si lo que tengo que describir es totalmente nuevo para el lector (algo que sucede muy frecuentemente en la literatura fantástica), entonces la descripción deberá ser especialmente minuciosa. Pero, a fin de cuentas, esto no deja de ser “naturalista”, pues si voy andando por un bosque y de pronto me encuentro con una estructura alienígena de un kilómetro de altura, o con la inmensa torre de un viejo mago, lo primero que hago después de frotarme los ojos es examinar con suma atención ese inesperado objeto. Lo cual, trasladado a la literatura, se convertiría en un largo e inevitable chorizo descriptivo.

Supongo que alguien comentará que la descripción literaria es un arte en sí misma, y no le faltará razón. Ahí está Proust para demostrarlo. Pero esto no es un curso de escritura, sino el torpe relato de cómo escribo yo, y para mí la descripción es un medio, no un fin en sí misma. Hay muchas formas de afrontar las descripciones, pero, para bien o para mal, la que acabo de relatar es la mía.

Ritmo

El ritmo es básico para cualquier relato. Puede ser lento, o rápido, o como te venga en gana, pero la narración debe tener ritmo, y si no lo tiene tu historia se va a la mierda. Es algo fundamental. Entonces, ¿cómo medir el ritmo? Bueno, pues... en fin... Bien, tenemos la típica estructura sinusoidal de crestas seguidas de valles. Por ejemplo, a escenas significativas, intensas e importantes, le seguirán las malditas escenas de transición de las que hablaba hace no mucho; a una conversación le seguirá una escena de acción o descriptiva, y así sucesivamente. Es decir, arriba y abajo, arriba y abajo, etc. Pero, ¿sabéis?, nada de eso vale una mierda. En realidad, se pueden hacer todo tipo de combinaciones más allá del simplista esquema sinusoidal, porque eso del ritmo depende de otros factores. ¿Y qué factores son esos? Voy a ser sincero: ni puta idea. Es más: ni ganas de tenerla.

Veréis, yo sé que, en general, mis novelas tienen buen ritmo; el problema es que no sé por qué. Es algo puramente intuitivo: releo uno de mis textos y sé si tiene ritmo o no lo tiene, sé dónde están los altibajos y sé cómo corregirlos. Pero no sé por qué. Y como, según dicen, si algo funciona no lo toques, no quiero darle muchas vueltas al asunto.

Así pues, seré sincero y diré que el ritmo es importantísimo, vital, para la narrativa, pero no puedo ni quiero racionalizarlo.

El humor

Supongo que esto, el humor, es uno de mis toques personales. En todas mis novelas (salvo en La Mansión Dax), en todos mis relatos, hay toques de humor. Incluso en los más serios y dramáticos. ¿Por qué? Porque en la vida real siempre hay humor, incluso en las situaciones más terribles. De hecho, el humor es el mecanismo que empleamos para defendernos del horror. Además, el humor es un excelente contrapunto que sirve para dar dimensión y relieve a otras emociones.

La primera vez que advertí la importancia del humor en un contexto dramático fue viendo la vieja película de Raoul Walsh Gentleman Jim, protagonizada por Errol Flynn y Alexis Smith. En esa película, un biopic que narra la historia del boxeador James Corbett, hay una secuencia en la que Errol Flynn se dispone a confesarle su amor a Alexis Smith. Están en la cubierta de un trasatlántico, de noche, solos, mientras en el navío tiene lugar una fiesta. Alguien, un bromista anónimo, lanza sobre ellos, sin que se den cuenta, una nube de pimienta, así que ambos empiezan a estornudar. ¿Os lo imagináis?: un hombre y una mujer intentan confesarse su mutuo amor en medio de una imparable sucesión de estornudos. La secuencia resulta inesperadamente cómica, pero al mismo tiempo establece con toda claridad los lazos entre Flynn y Smith. Es un excelente contrapunto.

Pero bueno, esto del humor es algo muy personal y no hay que darle particular importancia. Yo lo uso, eso es todo.

Y ya está, amigos míos, hemos llegado al final de “la escritura”. Es muy posible que me haya dejado cosas en el tóner de la impresora; si es así, hacédmelo saber. Ahora sólo queda el capítulo final: la corrección. Pero eso, en la próxima entrada.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy interesante toda la serie. Y muy instructiva.

Anónimo dijo...

Opino lo mismo. Gracias por hacerla ^_^ Lo de las correcciones es lo peor, pero son muy necesarias, aunque a veces te da rabia que se te pasen fallos a pesar de haber leído el texto ochenta mil veces.
Pero bueno, me estoy adelantando ^_^
jeje, hasta la próxima entrada! ;)

Ladynere dijo...

Descubrí la serie cuando ibas por el número 4 y desde entonces me paso de vez en cuando a leerla.
Vaya, el capítulo de la correción será interesante ;)

Anónimo dijo...

Así que tu llamas "misterio" a cuando yo te digo que eres un escritor "tramposo"...

Ah, ya. Ahora descubro el poder de las palabras. Queda mucho mejor lo del "misterio" que decir "trampas para enganchar/cazar al lector". :P

Me encantan tus entradas sobre la mente del escritor. Espero ansiosa el capítulo de las correcciones.

Anónimo dijo...

el ritmo canónico en cine sigue una pauta de ir intercambiando planos cerrados con otros abiertos, de vez en cuando algún primerísimo primer plano y de vez en cuando un plano general. la duración de cada plano también contribuye a crear ese ritmo (digo ritmo canónico porque por ejemplo Body Allen utiliza con maestria secuencias de muchos primeros planos seguidos creando un ritmo estupendo sin seguir ese canon, sobre todo en una película cuyo nombre no recuerdo que trataba de parejas con problemas).
A lo que voy, ¿crees que en literatura se debe seguir esa pauta de ir de lo general a lo particular, del detalle a elucubraciones de alguno de los personajes? ¿O es otro de mis intentos de simplificar todo con el evidente fin de ahorrar esfuerzo y no pensar en otras opciones?

Anónimo dijo...

César, esto me lo tomo como un regalo maravilloso que nos haces a los que empezamos a escribir.
Gracias por tu generosidad, maestro.

Anónimo dijo...

Muy bueno César. Simple y claro, aq el problema es ponerlo en práctica como todas las cosas. Casualmente ahora me estoy leyendo una novela de Rafa Marin: Mundo de Dioses, en el que el tema de la descripción es fundamental. Imita, en narrativa, a un comic de marvel. No vale la descripción de un simple puñetazo. Cada descripción o movimiento de los personajes está perfectamente elaborado para hacerte sentirlo. !!!Para que lo veas!! Y el caso es que lo consigue. Es llevar la descripción al extremo, pero en intensidad no en tamaño (no hay grandes párrafos decimonónicos). Os lo recomiendo.
En cuanto al ritmo, me gustaría preguntarte si te relees la obra entera de una tacada para calibrarlo. A la hora de escribir, de página en página, creo que se pierde el volumen total de la obra, y que hace falta leerla posteriormente para ver si debes recortar o añadir (en cuanto al ritmo).
Y en lo referente al humor, me parece realmente díficil. Creo que es como la guinda del postre. Pero como te pases con la sal se te va el guiso....

Anónimo dijo...

Una pregunta, ¿a la hora de leer una novela, crees que todas siguen esos pasos de los que has hablado?.

Fernando Alcalá dijo...

Chapeau, como siempre.

miwok dijo...

Yo suele tener problemas con el ritmo, hay un punto que me acelero, y cuando lo vuelvo a leer me doy cuenta que me faltan cosas para que todo "cuadre"...

Ahh, por cierto, me acabo de comprar "Las lágrimas de Shiva" que era el que me faltaba...dentro de nada te estoy pidiendo firmita... ;-)

César dijo...

Anónima de las 9:59: Según el diccionario de la RAE: Trampa: Contravención disimulada a una ley, convenio o regla, o manera de eludirla, con miras al provecho propio. // Infracción maliciosa de las reglas de un juego o una competición. // Ardid para burlar o perjudicar a alguien.

¿Me podrías decir, querida, en qué sentido, teniendo en cuenta las definiciones de la RAE, aplicas el término "trampa" a mi técnica literaria? El poder de las palabras estriba en utilizarlas con propiedad y, sinceramente, no creo ser un escritor tramposo. Pero si tú crees que lo soy, dime en qué sentido, porque me parece que lo que tu llamas "trampas" son en realidad "trucos" o "tecnicas" del oficio. Decir que soy un escritor "tramposo" es un poco duro, ¿no te parece, anónima?

Samael: No creo que exista ninguna norma para medir el ritmo. Más bien creo que cada relato, cada historia, exige su propio ritmo, y es responsabilidad del escritor descubrirlo.

Mazarbul: en la próxima entrada responderé a tus preguntas. Respecto a la última: no, no creo ni mucho menos que todas las novelas sigan los pasos que he enunciado. Recuerda que estos artículos narran MI forma de escribir, no LA forma de escribir.

Miwok: la tentación de "correr" en ciertos puntos de la escritura es muy común. Por ejemplo, cuando estoy acabando una novela me entran unas enormes ganas de ir a toda leche y acabar cuanto antes. Pero me resisto e incluso voy más despacio. En cuanto a la firma, ya sabes: cuando quieras.