lunes, junio 11

¿Soy mi padre?


Tengo la edad que tenía mi padre al morir, 59 puñeteros años, y me siento perplejo. No me parezco a él, no me identifico lo más mínimo con aquel hombre, no tenemos nada en común. ¿O sí, y yo no me he enterado? Estoy confuso.


La imagen que guardo de mi padre es la de un señor mayor, muy señor y muy mayor. Pero es que entonces, en 1972, los señores mayores se vestían, hablaban, actuaban como lo que eran, señores mayores. Cada edad tenía su rol, su estética y su parafernalia, y muy pocos se salían de las pautas. Hoy no es así; la norma consiste en simular juventud. Pero en aquel entonces... La verdad es que mi padre rara vez vestía como un “señor”. Trabajaba en casa, así que podía permitirse ir de sport todo el día. Y, realmente, tampoco era muy serio, aunque la timidez le hacía parecer un poco distante. Pero no, no era “serio”, no era el típico severo padre de familia. De hecho, nunca, o en muy escasas ocasiones, desempeñó el papel de paterfamilias. Y a veces se comportaba de forma muy poco reflexiva, como un niño grande. Sin embargo, había algo en él, una impronta, un aura de grave dignidad que le catalogaba al instante en el apartado destinado a los “respetables señores mayores”.


¿Y qué pasa conmigo? Visto como un jovenzuelo. Nikis o camisas de sport (y alguna que otra hawaiana que mi familia detesta), pantalones chinos o cargo, zapatos Camper, cazadora o chaquetón en invierno. Sólo tengo dos americanas que rara vez me pongo y ninguna corbata decente. No uso esa clase de ropa para intentar simular juventud, sino porque es cómodo, porque he vestido así toda mi vida y porque nunca he encontrado un buen motivo para cambiar. Tampoco soy el típico cabeza de familia, porque en mi familia la cabeza está muy repartida, porque no soy rígido, porque mis hijos son conscientes de lo chorra que puedo llegar a ser y porque en el fondo soy tan incapaz de tomarme en serio a mí mismo que no me veo interpretando el papel de pétrea figura paterna. Me entraría la risa.


Aunque, claro, mi aspecto es bastante venerable. Tan alto, tan calvo, con esa barba tan blanca... Si alguien, engañado por mi look, se aproxima a mí con el respeto debido a los señores mayores, yo mismo me ocupo de sacarle rápidamente de su error. Porque bromeo, porque me burlo de mí mismo, porque digo barbaridades, porque, en definitiva, me comporto de una forma totalmente inadecuada para mi edad. Y, al poco, el respeto y la venerabilidad se desvanecen, y a los ojos de mi interlocutor dejo de ser un “señor mayor” para convertirme... ¿en qué? En un bicho raro, supongo. O en un viejo gilipollas, vete tú a saber.


No, no soy un respetable señor mayor, como sí lo era mi padre. Nuestros caracteres y mentalidades son diferentes, igual que nuestras historias vitales, igual que los tiempos y las costumbres. Pero, qué queréis que os diga; me da igual, no tengo ningún interés en parecer respetable y adoptar un rol que para mí no sería más que un disfraz en el que nunca me sentiría cómodo. No es eso lo que me preocupa, sino otra cosa...


Recuerdo a mi padre hace cuarenta años (¡40 años ya!), en 1972... Leonor, su mujer, mi madre, había muerto en junio del año anterior, tras una larga enfermedad, y mi padre jamás lo superó. No sólo porque estaba muy enamorado de su mujer, sino porque dependía de ella. Mi padre era un hombre tímido con grandes traumas personales; era lo que entonces se llamaba con no poco desdén un “hijo natural” y nunca se sintió querido, ni por su madre, que se desentendió de él, ni por su padre –de apellido Serra- que nunca le reconoció. Creo que por todo eso mi padre siempre consideró que el amor de su mujer era lo más importante que tenía. Pero no solo es que la adorase, es que dependía de ella. Veréis, mi madre era sencillamente encantadora. Una mujer alta, guapa (aunque gruesa), de ojos entre verdes y azules, con un precioso pelo prematuramente blanco (heredé de mi padre la calvicie y de mi madre las canas; ¿eso es la evolución?). Además era medianamente culta, brillante conversadora y una relaciones públicas nata. Así que mi padre se relacionaba con los demás a través de su mujer. Y por eso, cuando ella le faltó, no sólo se quedó sin su amor, sino también sin su conexión con el mundo. Y sin su razón de existir.


Hubo más motivos, claro. A mediados de los 50, mi padre dejó de escribir novelas y se convirtió en guionista de radio. Y triunfó. Ya era famoso como creador de El Coyote, pero la radio incrementó su fama y le proporcionó muchos reconocimientos y mucho dinero. Sin embargo, la llegada de la TV hizo que, poco a poco, la radio se viera obligada a cambiar. A principios de los 70, los programas de ficción en la radio se hallaban en franca decadencia y el trabajo de mi padre estaba a punto de desaparecer. Además, una lesión de espalda le impedía escribir a máquina, lo que le obligaba a dictarle a una mecanógrafa, algo que no le resultaba cómodo. Su mundo se desmoronaba por todas partes. Y decidió morir.


Vuelvo la vista atrás y recuerdo a mi padre en 1972, cuando tenía 59 años, la edad que ahora tengo yo, y veo a un hombre destruido, acabado, una sombra, un fantasma; un hombre con una depresión de caballo (mucho antes del Prozac), un hombre sin futuro, un anciano prematuro, un pasajero al final de la línea. Y me digo, eh, yo no soy así, yo no tengo los traumas de mi padre (aunque sí otros, imagino), yo superé mi timidez y no necesito a nadie para relacionarme con el mundo, yo no he perdido a mi mujer, yo sigo teniendo cierto éxito en mi profesión, yo sigo vivo y no quiero morir, yo no soy como él.


Pero, ¿estoy seguro? ¿Qué pasaría si algo cambiase radicalmente? ¿Y si la literatura estuviese tan al borde de la extinción como los programas dramáticos lo estuvieron en la radio? ¿Y si todo lo que amo desapareciese? ¿Y si me viera obligado a volver a empezar cuando ya no tengo fuerzas ni ganas de volver a empezar? ¿No será que todo depende, no de lo que soy, sino de las circunstancias? ¿Cuántas estaciones me quedan para llegar al final de la línea? ¿De verdad no soy mi padre? No lo sé, no lo sé...


Todo lo que sé es que tengo 59 años, aunque mi mente sigue empeñada en quedarse anclada en la treintena, o en la adolescencia a veces. Pero no quiero engañarme, lo mire como lo mire, me comporte como me comporte, soy viejo. De hecho, hoy es el primer día de mi sexagésimo año de existencia. Soy viejo, qué coño. Y lo lamento mucho, porque no era ésa mi intención.


Ni se os ocurra felicitarme por mi cumpleaños, que, además, ya ha pasado.

18 comentarios:

Helmanticae Maria dijo...

Personalmente desde que le conozco puedo decir que con la edad es usted mucho más humano.Y es por eso por lo que le admiro más.

Sigo leyéndole, aunque no carezca de inspiración para hacerle un comentario.

Un abrazo.

Elena Rius dijo...

Nos pasamos toda nuestra juventud -y buena parte de la edad adulta- intentando distnaicarnos de nuestros padres, para acabar reconociendo, una vez superada cierta edad, que al fin somos muy parecidos a ellos. Sólo la madurez nos hace aceptarlo y hasta valorarlo.

Jose Luis G. dijo...

Siga usted así, porque es todo un ejemplo de vitalidad.

César dijo...

Helmanticae Maria & José Luis G: Gracias por vuestros comentarios, amigos míos. Pero os voy a pedir un favor grande, grande: no me llaméis de "usted", os lo ruego :)

Arcadi dijo...

Los que deciden irse nos dejan siempre..., no sé cual es la palabra . Entre perplejos , tristes , asustados y rabiosos , todo a la vez. La hostia , tú quédate por aquí todo lo que te aguante el cuerpo , quiero pensar que nadie sobra nunca , pero tú menos .

Anónimo dijo...

¡Feliz NO-CUMPLEAÑOS! ¿Mejor así? La verdad es que con los años cada vez nos parecemos más a nuestros padres-madres...aunque no seamos conscientes,aunque no nos guste (o sí) Yo he heredado enfermedades (que no me gustan,es evidente) pero también algunas cualidades que estoy apreciando ahora...Es complicado esto,la verdad,así que mejor no pensar mucho y seguir viviendo día a día...con los mimbres que nos han tocado tenemos que hacer los cestos...jejeje...y oye,César,a ti te han tocado unos mimbres estupendos...
Besos de AURORA BOREAL

Juanma dijo...

Esta creo que te la conté en su momento.

Cuando empezaste a asistir a la TerMa le conté un día a mi madre y a mi tía que tú andabas por ahí: habían sido lectoras compulsivas de la obra de tu padre, así que mi tía, ni corta ni perezosa, me dijo un jueves en que tocaba tertulia:

--Pues dale recuerdos al muchacho de parte de una lectora agradecida de tu padre.

"El muchacho", huelga decirlo, eras tú. ;)

Hablamos de... ¿1992? Más o menos, año arriba, año abajo.

Cristian García Álvarez dijo...

César, amigo mío, no desconfíes de ti mismo. Es cierto que hoy en día, la imagen es el punto clave de nuestra sociedad, entonces la pregunta está en ser como los ideales de las redes de comunicación siguiendo esta imitación de la moda o tener nuestro propio estilo a pesar de que pueda ser vulgar.

Obviamente tú has elegido la segunda opción: ser uno mismo.
En cuanto a las diferencias respecto a tu padre, no seas tan pesimista, aunque no has seguido su mismo estilo en lo cotidiano, sí lo has hecho en lo que se refiere al mundo literario, has heredado ese don de fluidez y capacidad de imaginación, en este aspecto tu padre estaría orgulloso, estoy seguro.

Finalmente a pesar de que lo has advertido, tengo que felicitarte, me sabe mal no haberlo echo anteriormente, pero no encontré el tiempo suficiente. Recuerda que cada persona es un mundo diferente
:)

Estigia dijo...

La verdad César, soy yo la que está completamente perpleja.

Ya sé que con "googlear" tu nombre podría ver tu edad en Wikipedia (o quien sabe), pero de verdad me asombra la edad que tienes.

Desprendes una vitalidad y un aura de modernidad que... no se qué. No quiero usar la muletilla de "entiendes a los jóvenes como si fueras uno" pero narices, sí lo haces y lo eres, siendo tú mismo, que es lo más importante.

Y como siempre, nos explicas todo esto con una redacción impecable (para mi gusto, obviamente)

Finalizaría este comentario con el manido felicidades, pero leyendo tu última línea solo espero decirte... que sigan muchos más.

Un saludo.

Editorial CM dijo...

Me ha parecido un blog muy interesante. He creado un post en el mío sobre el vídeo que grabaste dando consejos a los nuevos escritores y lo he incluido en mi blog cultural. Te he enlazado también para seguirte habitualmente.
Perdona la intromisión, pero quería comentártelo para que lo supieras.
Un abrazo.

Pascu dijo...

Qué es la persona y qué son las circunstancias. Cuanto más lo pienso, más se me confunden.

Para mal o para bien, no somos nuestros padres, ni nuestras circunstancias las suyas.

Lo que es menester, es que tengamos suerte. jeje.

Anónimo dijo...

El dia en cuestion tras ver el aviso en mi agenda, me debati entre hacer lo oficialmente correcto, felicitarte, o teniendo en cuenta tu falta de entusiasmo por cumpleaños pasados, dejarlo pasar. Acerte!

Una vez BigBrother me dijo que uno comenzaba a ser viejo cuando se sentia como alguien de edad diferente. Exactamente como Lo que me pasa desde haceunos años....

Eso si... Para mi sigues siendo "mi tio molon". Ytiene pinta de que lo sigas siendo mucho tiempo...

Big Brother dijo...

Y,para mayor agravante, eres casi tres años mayor que nuestra madre cuando murió... Y es que la muerte es el mejor tratamiento "antiaging" que se conoce.

Alicia Liddell dijo...

Querido César, estoy un poco hastiada de oir a unos y otros que hay que reconvertirse ¿en qué a nuestra edad? Somos de una generación entre dos aguas, asistimos a la revolución digital, nos subimos a ella, pero carecemos de las habilidades de los nativos. Y quien dice esto, dice de los idiomas. ¿A dónde vamos chapurreando malamente inglés (o francés o lo que sea), cuando los que tienen 10 ó 20 años menos hablan con fluidez algún idioma más, por lo menos. Y encima no nos formaron en habilidades manuales que ahora nos podrían sacar del brete. En fin, personalmente me siento estafada.

Rodolfo Martínez dijo...

El otro día, yendo al curro, me dio por escuchar el "Rock&Rios", la grabación de la gira de conciertos que Miguel Ríos dio a principios de los ochenta....

Y en ese momento me di cuenta de que habían pasado 30 años desde que había ido a ver aquel concierto.

Imposible, me dije, joder, ¿cómo pueden haber pasado 30 años si no tengo más de veintipico?

Y ná, no me creo que tengas 60: treinta y pocos, algo mayor que yo, sí, pero nada más.

César dijo...

Queridos amigos, merodeadores todos: Big Brother, que es mi hermano, me dijo hace poco que yo había escrito esta entrada para que todo el mundo me consolara asegurándome que tengo una mentalidad muy joven, que estoy hecho un chaval y todo eso. Pues no sé, a lo mejor era lo que deseaba subconscientemente, pero no creo...

Porque, veréis, ya sé que en general tengo una mentalidad joven; incluso, seamos sinceros, infantil. No en vano me he pasado toda la vida preservando al niño, al adolescente que llevo dentro, y supongo que por eso puedo escribir novelas juveniles. No me siento viejo por dentro, aunque por fuera lo soy, qué duda cabe; pero eso forma parte del proceso natural y no tiene sentido lamentarlo. No me gusta envejecer, pero tampoco me deprime. Supongo que la mayor parte del tiempo sencillamente no lo tengo en cuenta. Soy muy alto, pero no me paso el día pensando "Joder, pero qué alto soy". De modo que tampocé me paso el día pensando "Joder, pero qué viejo soy".

No obstante, alcanzar la edad que tenía tu padre es algo que hace pensar. Es asumir una repentina e insospechada perspectiva, y por eso escribí esta entrada: por pura perplejidad. Si la vida es como un camino que vas recorriendo, lo desconcertante no son los diferentes paisajes que encuentras, sino los cambios de perspectiva. Un día vuelves la vista atrás y descubres que las cosas son muy distintas a cómo creías que eran.

En fin, gracias a todos por vuestras amables palabras.

Rudy: Vaya, y yo que creía que tú eras algo mayor que yo... ;)

César dijo...

Queridos amigos, merodeadores todos: Big Brother, que es mi hermano, me dijo hace poco que yo había escrito esta entrada para que todo el mundo me consolara asegurándome que tengo una mentalidad muy joven, que estoy hecho un chaval y todo eso. Pues no sé, a lo mejor era lo que deseaba subconscientemente, pero no creo...

Porque, veréis, ya sé que en general tengo una mentalidad joven; incluso, seamos sinceros, infantil. No en vano me he pasado toda la vida preservando al niño, al adolescente que llevo dentro, y supongo que por eso puedo escribir novelas juveniles. No me siento viejo por dentro, aunque por fuera lo soy, qué duda cabe; pero eso forma parte del proceso natural y no tiene sentido lamentarlo. No me gusta envejecer, pero tampoco me deprime. Supongo que la mayor parte del tiempo sencillamente no lo tengo en cuenta. Soy muy alto, pero no me paso el día pensando "Joder, pero qué alto soy". De modo que tampocé me paso el día pensando "Joder, pero qué viejo soy".

No obstante, alcanzar la edad que tenía tu padre es algo que hace pensar. Es asumir una repentina e insospechada perspectiva, y por eso escribí esta entrada: por pura perplejidad. Si la vida es como un camino que vas recorriendo, lo desconcertante no son los diferentes paisajes que encuentras, sino los cambios de perspectiva. Un día vuelves la vista atrás y descubres que las cosas son muy distintas a cómo creías que eran.

En fin, gracias a todos por vuestras amables palabras.

Rudy: Vaya, y yo que creía que tú eras algo mayor que yo... ;)

Rodolfo Martínez dijo...

"Rudy: Vaya, y yo que creía que tú eras algo mayor que yo... ;)"

Será el rodaje, que decía Indiana Jones... ;-)