
Comencé a leer ciencia ficción (cf en lo sucesivo) cuando tenía doce años. Por aquel entonces, yo era, como todos los niños, un entusiasta de los dinosaurios; un día, encontré en mi casa una revista que había comprado mi hermano mayor. Era el número 43 de la publicación argentina
Más Allá y contenía un relato ilustrado con el dibujo de un tiranosaurio, lo cual llamó inmediatamente mi atención. El cuento, de Sprague De Camp, se llamaba
Un rifle para el dinosaurio y trataba sobre viajes en el tiempo y cacerías en el jurásico. Lo leí y me fascinó. A continuación, devoré
Los reyes de la estrellas, una novela de Edmond Hamilton que hoy me parece infumable, pero que entonces me alucinó, e inicié así una vorágine lectora que me llevó a tragarme sin rechistar cuanta cf caía en mis manos. Y, dado que mi padre había creado
Futuro, la primera colección de cf moderna publicada en España, y como mi hermano era aficionado al género, caía mucha.
Qué inconmensurable tesoro puede ser la cf para un niño; un género literario que te ofrece el universo entero, ideas insólitas, seres extraños, escenarios alucinantes. Hay una característica de la cf clásica, llamada por los anglosajones
sense of wonder, “sentido de la maravilla”, que brota cuando una narración relata un hecho fantástico y extraordinario con tanta verosimilitud que, en base a la suspensión de la incredulidad, llega a parecerte real. Entonces, te maravillas. Bueno, pues imagínate lo que la cf puede hacerle a un preadolescente soñador como era yo por aquel entonces. Sinceramente, aún recuerdo esos primeros años de mi historia de amor con el género como uno de los periodos más exultantes de mi vida lectora.
Sin embargo, al mismo tiempo que leía cf, también leía otras cosas. Literatura general, en parte guiada por mi otro hermano, así que poco a poco, mientras crecía, fueron llegando a mí autores como Jardiel Poncela, Stevenson, Quevedo, Woodehouse, Fernádez Flores, Hemingway, Mihura, Evelyn Wough, Huxley, Goldwin, Camus, Kingsley Amis, García Márquez, Borges, Kafka... En fin, mi paladar literario se fue sofisticando y un buen día descubrí que la mayor parte de esa cf que tanto me gustaba era, en realidad, literariamente infecta.
Pero otra parte no. Junto a autores de saldo, había escritores realmente estimulantes. Por ejemplo, las “tres bes”, Bradbury, Bester y Ballard. O el inclasificable Cordwainer Smith. O Brown, Zelazny, Bloch, Matheson, Sheckley, Silverberg, Lem, Clarke...
Permitidme dar un rodeo, especialmente dedicado a los visitantes de este blog que no suelen frecuentar el género. La cf tal y como hoy la concebimos se inaugura, como tantas otras temáticas, en el Romanticismo, con la publicación de
Frankenstein, de Mary Shelley. Luego, tras las esporádicas contribuciones de algunos autores como London o Poe, aparecen Julio Verne y H. G. Wells. Este último fija las líneas generales del género y prepara el camino para lo que vendría después. Y lo que vino después fue un salto de continente, porque la cf abandona sus orígenes europeos y se instala en EEUU de la mano de Hugo Gernsback, un emigrante luxemburgués que, a través de su revista
Amazing Stories, populariza el género y lo bautiza con ese término, “science fiction”, tan terriblemente inadecuado. Durante tres largos lustros, la cf es básicamente pulp; intranscendentes relatos futuristas de aventuras, eso que se conoce como space operas. Entonces, a finales de los años 30, aparece un individuo que revolucionaría el género: John W. Campbell, editor de la revista
Astounding Stories. Campbell forma una cuadra de escritores a los que exige una mayor solidez en su técnica narrativa y mas ambición en sus argumentos (aunque, eso sí, siempre centrados en aspectos científicos y tecnológicos) Durante este periodo, y bajo su batuta, surgen los primeros “clásicos” de la cf moderna: Asimov, Heinlein, Sturgeon o Simak, por citar sólo cuatro ejemplos. No obstante, la cf de la era Campbell sigue marcada por cierto grado de infantilismo y por muchas deficiencias en lo que a calidad literaria se refiere. Con honrosas excepciones, la cf de este periodo no es más que mera literatura popular de entretenimiento.
El género alcanza la mayoría de edad en la década de los 50, y lo hace de la mano de dos revistas y dos editores:
Galaxy, dirigida por Horace Gold, y
The Magazine of Fantasy & Sciencie Fiction, con Anthony Boucher al frente. Ambas publicaciones exigen a los autores más ambición estética en sus relatos y, sobre todo, más ambición temática. La cf comienza a explorar temas que hasta entonces eran tabú, como la política, el sexo o la religión. En esta década surgen, o se consolidan, una serie de autores fundamentales: Alfred Bester, Brian Aldiss, Robert Silverberg, Frederik Pohl o Philip K. Dick, por citar sólo un puñado de nombres (pero hay más).
Finalmente, durante los sesenta, la cf llega a la madurez y lo hace, una vez más, de la mano de una revista y un editor:
New Worlds y Michael Moorcock, sólo que ahora el escenario no es USA, sino Inglaterra. Moorcock, junto a dos autores tan relevantes como Aldiss y Ballard, encabeza un movimiento –una revolución en realidad- que acabaría siendo conocida como la
New Thing. Su propuesta teórica puede resumirse en la siguiente premisa: la cf debe abandonar el espacio exterior y centrarse en el espacio interior del ser humano. Además, la
New Thing aboga por el experimentalismo literario y exige de sus escritores la máxima ambición temática y estética.
Demasiada ambición, por desgracia. En torno a este movimiento, que pronto saltaría a Estados Unidos, se congregan una serie de autores de gran calidad; los citados Aldiss y Ballard, Roger Zelazny, Thomas Disch, Ursula K. Le Guin, Samuel Delany, Norman Spinrad, M. John Harrisson, o los “reciclados” Silverberg y Brunner. Pero pronto empezaron a surgir los problemas. Por un lado, el exceso de experimentalismo acabó conduciendo al callejón sin salida del “todo vale”. Por otro, el gran publico lector de cf –compuesto en su mayoría, no lo olvidemos, por adolescentes- no estaba preparado para encontrar madurez y ambición estética en un género al que sólo le pedía reconfortantes fantasías masturbatorias.
Simultáneamente, se produjo un suceso insólito: la cf, hasta entonces un género muy minoritario, produjo dos títulos que se convirtieron en best sellers.
Dune, de Frank Herbert y
Forastero en tierra extraña, de Robert Heinlein. Entonces, los editores, que hasta entonces consideraban sus colecciones de cf como algo marginal a lo que no valía la pena prestar mucha atención, decidieron meter mano en el asunto. ¿Y qué pasa cuando a un movimiento literario le da la espalda el público, las editoriales y el marketing? Pues que a tomar por culo la revolución. Bye bye,
New Thing.
¿Y qué pasó después? Nada. La cf regresó a sus orígenes, a las aventurillas espaciales más o menos sofisticadas, a la pseudociencia y la pseudotecnología, a las fantasías masturbatorias para adolescentes inseguros. ¿Qué es lo más relevante que le ha sucedido a la cf desde finales de los 70 hasta ahora? El
ciberpunk, un género que desde
Neuromante, su primera –y, eso sí, excelente- novela, no ha hecho más que imitarse a sí mismo.
En fin, debéis reconocerme que he hecho un verdadero ejercicio de síntesis para resumir doscientos años de cf. Ahora yo regreso a escena. Durante las últimas dos décadas, la cf se ha vuelto autorreferencial. Los autores actuales se afanan en diseñar sociedades futuras cada vez más complejas y barrocas, o en pergeñar enrevesadas tramas pseudocientíficas en una especie de ejercicio circense del más difícil todavía, o en narrar colosales space operas de proporciones tan cósmicas como infantiles. Y, qué queréis que os diga, a mí todo eso me importa un pijo. Así que, poco a poco, fui dejando de leer cf. Ah, sí, continuó fiel a algún que otro autor, como el siempre brillante Christopher Priest o el viejo Ballard, y de vez en cuando leo las recomendaciones que me hacen los amigos fiables, pero lo cierto es que el “núcleo duro” del género ya no me interesa lo más mínimo.
Entonces, a comienzos de los noventa, volví a escribir. Y paradójicamente, pese a mi desencanto con el género, lo que hice fue escribir cf. Pero me estoy alargando mucho. Si quieres saber cómo continúan mis aventuras en el mundo de la fantasía, tendrás que esperar a la segunda y última entrega de este apasionante relato.
Próximamente, en este blog.