Hasta este momento –a excepción del post dedicado a los personajes-, todo lo que he contado ocurría en el interior de mi cabeza; a lo sumo, he tomado unas cuantas notas, pero todavía no he escrito ni una línea. Esa labor mental la he desarrollado en todas partes, menos en mi despacho, porque, la verdad no hay situación más absurda que estar sentado frente a un escritorio, inmóvil, con la mirada perdida y cara de bobo. Por lo general, todas esas cosas las pienso cuando estoy haciendo algo que no requiere la actividad de mi neocortex, como por ejemplo, cuando conduzco, cuando cocino, cuando arreglo mi biblioteca (siempre estoy arreglando mi biblioteca, no sé cómo lo hago), cuando ordeno papeles... en fin, esa clase de cosas. Ah, y también cuando apago la luz y estoy a punto de dormirme; en ese estado de duermevela suelen ocurrírseme muchas ideas geniales, así que tengo un pequeño cuaderno en mi mesilla para apuntarlas y descubrir, al día siguiente, que no eran, ni mucho menos, tan geniales como yo había creído.
En este post vamos a hablar hoy de la parte exclusivamente mecánica de la escritura; es decir, del conjunto de rituales, usos y prácticas que me acompañan durante el acto de escribir. Afortunadamente, el amable Arcadio me dejó, en un comentario anterior, una especie de cuestionario que me ha servido de excelente guía. Recordad, por cierto, que soy escritor profesional; es decir, que me gano la vida escribiendo y no me dedico a ningún otro trabajo, de modo que algunas de mis prácticas, sobre todo las relacionadas con los horarios, son bastante radicales. Adelante pues.
Escribo de lunes a viernes; de nueve y media de la mañana a una y media de la tarde, y de cinco de la tarde a nueve o nueve y media de la noche. Como veis, horario de oficina. Pero es que, como decía no recuerdo qué escritor (aunque me temo que fue Cela), la inspiración está muy bien, pero que cuando llegue me coja trabajando. Prosigamos. Me levanto a las ocho menos cuarto de la mañana, me ducho y me visto, tan zombi que siento unas tremendas, aunque afortunadamente reprimibles, ganas de comerles los higadillos a mi mujer y mis hijos. A las ocho y media entro en mi despacho y Patricia, mi amable asistenta, me trae el desayuno: un café con leche y un Bio, o cómo leches se llame ahora lo de los bífidus. Mientras acabo de desayunar, conecto el ordenador, reviso el correo y le echo un vistazo a los blogs. Todavía estoy bastante dormido, así que suelo leer algo hasta las nueve y cuarto o nueve y media. Llegada esa hora, como muy tarde y por poco que me apetezca, comienzo a trabajar.
Un inciso: dejando aparte las horas que trabaje, también me fijo un número mínimo de páginas: cuatro al día (aunque por lo general suelen ser seis o siete). Eso se lo leí decir al escritor Frederik Pohl en una entrevista donde afirmaba que esa cantidad puede parecer escasa, pero a medio plazo no lo es. En efecto, cuatro páginas al día son veinte a la semana y más de ochenta al mes. Y ochenta páginas al mes no está nada mal, creedme.
Bien, abro el Word y corrijo lo que he escrito el día anterior. Esa es la primera corrección del texto, pero no lo hago tanto por la labor de pulido como por comenzar a “meterme” en la novela. Necesito concentrarme mucho para escribir, así que debo estar aislado y en silencio. Lo cual implica que no escucho música mientras trabajo, salvo que quiera dotar a mi relato de cierto “tono” que la música puede aportarme. Por ejemplo, si voy a escribir una historia melancólica, quizá ponga tristonas y lacrimógenas baladas irlandesas en el reproductor de CD’s.
Mi despacho es una habitación rectangular con dos grandes librerías a lo largo de los lados más prolongados del rectángulo. A mi espalda, mientras estoy sentado frente al escritorio, hay una ventana orientada al Sur. De la pared situada justo enfrente de mí cuelga un enorme cartel enmarcado del King Kong de 1933. Detrás, a la izquierda de la ventana, hay un mueble sobre el que descansa el equipo informático. Uso un ordenador HP Pavilion Mediacenter M7780. Lo compré hace cinco meses (antes tenía un Compaq) y el sistema operativo es, ¡aggg!, Vista. La impresora es una HP Laser Jet 1018 y el escáner un HP Scanjet 2400; como veis, estoy absolutamente hachepeizado (es que me hacen rebaja). El monitor es un Sony LCD de 21 pulgadas y el teclado y el ratón son Logitech, ambos inalámbricos.
Los estantes de la librería izquierda que se encuentran más cerca del escritorio están llenos de diccionarios de todo tipo (tengo más de un centenar). Arcadio me preguntaba si utilizo un diccionario de sinónimos, pues al parecer algunos escritores se vanaglorian de no usarlo. Qué mentirosa es la gente... Claro que utilizo el diccionario de sinónimos; mejor dicho, utilizo algo mucho más práctico: el Diccionario de ideas afines de Fernando Corripio. Ahí están todos los sinónimos y, como indica el nombre, las palabras afines, que muchas veces te solucionan mejor el problema. Aparte de éste, los diccionarios que más uso son el Diccionario de la lengua española, de la RAE, el Diccionario del español actual, de Seco, Andrés y Ramos, y el Diccionario panhispánico de dudas, de la RAE. También uso con frecuencia el Diccionario de heráldica de González-Doria, para buscar los apellidos de los personajes, y el Diccionario de nombres de persona, de Albaiges, para escoger, pues eso, los nombres. Hay otros que uso mucho menos, pero que, cuando los necesito, me vienen de perlas. Por ejemplo, el Diccionario de palabras y frases extranjeras, de del Hoyo, el Pequeño Diccionario de Construcciones Preposicionales, de Slager, o Los 15.000 verbos españoles, de Sopena, con todas las conjugaciones. Una curiosidad: mi padre, José Mallorquí, utilizaba para escoger los nombres y apellidos de sus personajes anglosajones un viejo libro de 1913 llamado The Trafalgar Roll, del coronel R. H. Mackenzie, donde aparece un listado completo de todos los ingleses fallecidos durante la batalla de Trafalgar. Yo hago lo mismo con ese mismo libro.
Los estantes de la librería de la derecha están repletos de libros de documentación. Hay de todo, desde un tratado de cetrería hasta una historia de la moda, pasando por manuales de supervivencia, tratados de arquitectura o textos de esgrima y artes marciales. Una de las baldas está destinada al material y la documentación que necesite para la novela que esté escribiendo en ese momento (ahora hay libros sobre la América de comienzos del siglo XX, sobre Colombia y California, sobre los indígenas norteamericanos y sobre El Coyote). Por cierto, aún no he dicho nada acerca de la documentación. No todas las novelas la necesitan, pero muchas sí; en cualquier caso, poco puedo decir al respecto, aparte de lo obvio: documentarse es buscar datos sobre algún tema que desconoces y necesitas conocer para lo que estás escribiendo. Me limitaré a dar tres consejos: 1º No abuséis de la documentación; documentarse no consiste en saberlo todo sobre un tema, sino en saber justo lo que necesitas saber. 2º No intentéis meter en el texto todo lo que habéis descubierto al documentaros, por muy interesante y curioso que sea. Ese es un pecado que cometen muchos escritores de novela histórica; y digo que es un pecado porque, por lo general, la sobreabundancia de datos no hace más que lastrar a la narrativa y cargarse el ritmo. 3º Si podéis, elegid temas para vuestros relatos que no precisen excesiva documentación.
Por cierto, Arcadio me planteaba una pregunta: ¿Qué tipo de autores debo obviar para que no contaminen con la suya mi narrativa? Interesante cuestión, porque, en efecto, cuando volví a escribir tenía que evitar leer a ciertos escritores (aquellos que tienen un estilo más acusado, supongo), pues tendía a copiar inconscientemente su prosa. Eso me pasaba, por ejemplo, con Auster o con García Márquez. Afortunada, o desafortunadamente, ya tengo muy definido mi estilo y, lea a quien lea, sigo escribiendo igual.
Volviendo a mi entorno de trabajo, antes de empezar a escribir una novela ordeno mi escritorio y lo dejo escamondado de pulcro, como si lo hubiera dispuesto todo con escuadra y cartabón. Tan solo cuarenta y ocho horas más tarde, el desorden ya me llega a las orejas. Creo que, por algún motivo psicológico, y sin duda aberrante, el orden me pone nervioso y necesito cierto caos a mi alrededor para estar a gusto. Conociéndome, no sería de extrañar.
Bueno, pues estoy en mi despacho, en absoluto silencio, totalmente aislado, y tras alcanzar el grado adecuado de concentración, me pongo a escribir. Ya veremos en posteriores entradas lo que hago en esta sección del proceso, pero avanzaré que la mayor parte del tiempo no lo dedico a escribir, sino a pensar. De modo que hago muchas pausas; no suelo escribir de corrido, salvo que lo tenga todo clarísimo. Para mí es vital mantener la concentración, meterme de lleno en el relato que estoy escribiendo, pero tampoco puedo estar concentrado ad aeternitatis; de hecho, la concentración no suele durarme más de hora u hora y media. Cuando la pierdo, o cuando tropiezo con un problema que no logro resolver y me tiene paralizado, dejo de escribir y... juego en Internet tres partidas de Reversi (un juego de tablero también llamado Othello). Sólo tres partidas, ni una más, y con el único objetivo de relajarme. Luego, al tajo otra vez.
Al principio solía anotar todo lo que había desarrollado previamente acerca del argumento y la estructura, pero descubrí que jamás consultaba esas notas, porque ese material lo tenía grabado a fuego en la cabeza. De hecho, creo que si no lo tengo todo en el coco no puedo escribir. Así pues, mientras escribo sólo manejo dos tipos de anotaciones: una cronología interna del relato y una lista con los nombres de los personajes (es que se me olvidan y en más de una ocasión le he cambiado el nombre a un personaje sin darme cuenta). En el caso de que haya manejado mucha documentación, las anotaciones se incrementan, claro.
Escribo mis novelas empezando por el principio y acabando por el final (el principio y el final de la estructura, no del argumento, claro). A veces, se me ocurre una buena resolución para alguna escena futura; como sé que se me va a olvidar, la escribo y la guardo hasta que llegue su momento. Pero esto sólo ocurre ocasionalmente. Por otro lado, si tengo problemas con alguna parte del texto, no lo dejo para más adelante y sigo escribiendo, sino que insisto e insisto hasta que me sale. En ocasiones, generalmente por motivos de documentación, tengo que dejar inacabada alguna sección del relato, pero esto me provoca una especie de sensación de ansiedad muy desagradable, así que procuro completar cuanto antes lo que me falta. En cuanto a las cuatro páginas que me obligo a escribir como mínimo, soy inflexible. Da igual que escriba cuatro páginas de mierda, cuatro páginas que hasta Dan Brown rechazaría por mal escritas; si es así, al día siguiente las corregiré, o reescribiré... y me obligaré a escribir otras cuatro páginas como mínimo. Soy un horrible jefe de mí mismo. Por cierto, gracias a mi padre, que me obligó a aprender cuando yo tenía 13 años, sé escribir al tacto. Es decir, empleando los diez deditos de las manos (nueve en realidad) y sin mirar al teclado. Si no sabéis, os recomiendo que aprendáis; no se tarda mucho y es muy práctico (En cuanto a mi padre, pese al empeño que tenía en que sus hijos aprendieran a escribir a máquina, no sabía escribir al tacto y utilizaba sólo cuatro dedos; aunque, eso sí, a todo pastilla).
En fin, ya no sé qué más decir respecto al “aspecto externo” de la escritura... En cualquier caso, si se os ocurre alguna pregunta estaré encantado de contestarla. Hasta el siguiente post, amigos.
lunes, noviembre 5
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9 comentarios:
Muchas gracias por estos posts, César. Son interesantísimos. De aquí saldría un magnífico libro guía para escritores.
Yo también quería darte las graicas, son todos muy interesantes. La verdad es que yo no suelo escribir todos los días, entre el colegio y demás, pero procuro dedicar un tiempo a pensar en la novela. Es cierto que cuando estás a punto de dormirte se te ocurren un montón de cosas, la mayoría subrrealistas :) pero como no las apunto, se me olvidan. Y respecto a la música, yo siempre escribo con ella, me concentro mejor.
Gracias de nuevo :--)
Muy bueno y clarificador el post de hoy, César. Me ha gustado mucho "ver" trabajar a un autor.
Me suele maravillar leer la intensidad con la que trabaja un escritor. He leído la metodología de algún otro autor, y también cumple a rajatabla un horario, sacando sus buenas páginas al día (el escritor era Stephen King, y creo que escribía 10 páginas por jornada).
Sin pretender compararme, como arquitecto también debo dedicarme algunas veces a la creación pura, diseñando el edificio que estoy proyectando. Pero aunque disfruto, también me doy cuenta de que es un ejercicio muchas veces agotador y frustrante, y, como comentas, necesito desconectarme cada cierto tiempo para volver a él con renovadas energías.
Pero una vez diseñado, el resto del proyecto es mucho más mecánico, cosa que agradezco después de haber conseguido "parirlo". En cambio tú estás en un "parto" continuo, con el esfuerzo que eso supone. A mí me costaría mucho.
Ya estoy esperando con ansia el siguiente post.
Vengo leyendo con mucha atención toda la serie de En la mente del escritor (en realidad el resto de entradas también) y es lamentable que hasta este punto no haya sacado un momento para darte las gracias.
Esto de verle las tripas a un escritor (o a un texto) me ha recordado a "La filosofía de la composición", un relato de Poe en el que explica paso a paso (desde el nacimiento de la idea hasta el punto final) la creación de uno de sus poemas más celebrados: El cuervo. Recomendable para todo aspirante a creador, especialmente al que ilusamente crea en la inspiración sin el trabajo.
¡Caramba! Qué capacidad para la autodisciplina, qué envidia... :-)
Cada vez lo flipo más con lo parecidos que son nuestros métodos. Yo en vez de páginas, me obligo a palabras (digno hijo del NaNoWriMo que soy) y me obligo a 2000 palabras al día, más o menos.
Muchisimas gracias por los datos de algunos diccionarios. QUé fácil lo va a tener este año mi familia por reyes.
http://community.livejournal.com/fertextos/
No sé por qué obtengo tanta satisfacción al conocer la metodología de los escritores, habida cuenta que luego yo no la pongo en práctica conmigo, o por lo menos no todo. Cojo de aquí o de allí. En fin. César, estas entradas, redundando en lo que señalan otros comentaristas, son impagables.
Para empezar, y a modo mera introducción sin mayor relevancia, te dire que el windows Vista es un sistema operativo que está dando muchos problemas a todo el que lo ha adquirido recientemente, y yo conozco a muchos a causa de mi trabajo. Apenas lleva un año en el mercado y ya lo han actualizado treinta veces. Un desastre. Yo acabo de adquirir un Macbook, y estoy encantado. Pero bueno, yo soy un macquero confeso, y como todo macquero que se precie tengo tendencia a exparesar cierto desdén a todo lo que proceda del mundo pc (je je.)
Dicho lo cual, pasemos a lo que nos ocupa e importa. Vila-Matas dijo que siempre hay que acabar la jornada sabiendo cómo se va a empezar a escribir el día siguiente, ¿tú que opinas? A mí, la verdad, es un consejo que me ha funcionado.
Respecto a que tu prosa al principio se contaminaba con la de autores como Auster y García Marquez, me ha sorprendido la inclusión del autor norteamericano, pues siempre lo he considerado uno de esos escritores de prosa neutra a los que es difícil situarlos en un estilo determinado. Y en modo alguno digo esto con voluntad peyorativa. Auster me gusta mucho. Es excelente (a excepción de la infumable Tombuctú y alguna de sus últimas obras), sólo señalo que con la suya, a mi entender, no pasa igual como con la prosa, inmediatamente reconocible, de autores como García Marquez, Borges, el propio Cormarc McCarthy, Saramago, Lobo Antunes, es decir, nombres cuya escritura es inmediatamente identificable. Sólo eso.
Algo que siempre me he preguntado es cómo se corrige una novela. Quiero decir, un cuento, cada vez que te pones manos a la obra, lo lees desde el principio para a continuación sumergirte en la escritura con la lectura reciente, fresca, inmediata. Pero una novela, cuando llevas escritas cien páginas, no las lees todas, sospecho, cada mañana. ¿Qué haces entonces? ¿confías en tu memoria para conseguir que lo que escribas continúe manteniendo el mismo tono, similar intensidad, parecido ritmo?
En fin, disculpa que me extienda tanto, creo que mi capacidad de síntesis brilla por su ausencia
Excelente post césar. racias por la "foto" con la taza de café a las 8.30 y la descripción de una jornada de curro. Pero tenía dos preuntas:
a) Hablas de ciertos obstáculos, ¿a que te refieres exactamente?
b) Y al comenzar la novela, ¿te sale la voz a la primera o has de empezar varias veces hasta encontrarla?.
Anónimo de las 12:10 y Natalia: muchas gracias, sois muy amables :)
Ged: Es que, amigo mío, la literatura es un trabajo artesanal (salvo en el caso de César Vidal, que es industrial... aunque, claro, lo suyo tampoco es literatura). Eso significa que todo el trabajo lo tiene que hacer una única persona, así que la disciplina resulta fundamental; no es algo que puedas elegir: o te disciplinas o no puedes ser escritor profesional. El caso de King es excepcional; el muy cabrón escribe 10 páginas al día COMO MÍNIMO, porque lo normal es que se acerque a 20. Mi record personal está en 18 página en una jornada, y me pegué una paliza tremenda.
En cuanto a lo que comentas sobre la arquitectura... bueno, de algún extraño modo yo veo una relación entre ella y la literatura. Sería largo de explicar, así que mejor no lo hago. En cualquier caso, piensa que, históricamente, las artes que mejor definen a una civilización son la arquitectura y la literatura (oral y escrita). Sobre todo, la arquitectura, pues de muchas culturas no conservamos el menor rastro literario. No sé, quízá sea porque mi hermano y mi cuñada son arquitectos, pero cada vez siento más fascinación por la arquitectura, como queda patente, por ejemplo, en mi novela "La catedral".
jg: Gracias, amigo mío, por tus felicitaciones y por tu recomendación de ese texto de Poe que yo desconocía. Lo buscaré.
Bliss: Como le digo a Ged, sin autodisciplina no es posible escribir profesionalmente. Yo me comprometo con los editores a unas fechas de entrega y debo cumplirlas, lo cual implica que debo organizar mi tiempo. Por cierto, al menos en mi caso, la disciplina no es un don natural, sino una dolorosa adquisición.
Ferlocke: como te dije en un anterior comentario, no he inventado nada nuevo. Por cierto, ¿qué demonios es el "NaNoWriMo"? ¡Me tienes intrigadísimo!
Arcadio: Vista es para alquilar unos matones profesionales y que se carguen a Bill Gates (¿o debería decir Billetes Gates?). Al principio, el sistema se me bloqueba alrededor de diez veces al día. Luego, gracias a la treintena de parches que comentas, sólo se me bloquea un par de veces a la semana. Eso por no hablar de las incompatibilidades... En fin, una chapuza de mierda. ¡Lo odio! No, si acabaré pasándome a Mac...
En relación al comentario de Vila Matas, yo siempre sé lo que voy a escribir al día siguiente. Si no, me cortaría las venas cada mañana. En cuanto a la prosa... Verás, te voy a llevar un poco la contraria. No exite la "prosa neutra", es una falacia. Eso es lo que dicen los autores barrocos al referirse a aquellos autores que optan por una prosa más estilizada. Pero toda prosa tiene un tono, una voz, un ritmo, una música... puede ser una sinfonia, pero también una aparentemente sencilla fuga, y ambas son igual de válidas. En una ocasión, un crítico (admirador de mi obra, por cierto) me pregunto por qué no escribía más "literariamente". Sonreí, porque ya sabía por dónde iban los tiros, y le pregunté qué quería decir con eso. Él, tras dudrlo un poco, me contestó que con frases más largas. Es decir, lo que me estaba preguntando es por qué no escribía como Faulkner (que tantos seguidores tiene entre los literatos oficiales de nuestro país). No recuerdo qué le contesté, pero... bueno, lo cierto es que, si quiero, puedo escribir al estilo Faulkner, lo he comprobado. Una vez que le cojes el tranquillo, es fácil, muy mecánico (supongo que hacerlo tan magistralmente con Faulkner resulta más difícil; pero hacerlo como sus imitadores no reviste especiales problemas). Lo que pasa es que ese estilo no me interesa lo más mínimo.
Aclarado esto, te diré que la prosa de Auster, fría y distante, una prosa que, no sé por qué, me recuerda al estilo visual de Kubrick, es, por su aparente sencillez, muy fácil que se te cuele en tu propio estilo. No te das cuenta ya ahí la tienes, en tu propio texto. García Márquez tiene una prosa más marcada, más barroca, pero lo que me contamina es su colorido y su música. En cuanto a Borges... bueno, Boges se te puede colar en la temática, pero no en la prosa, porque para escribir como Borges (cuya prosa es mucho más limpia y sencilla de lo que la gente cree) hay que hacer un auténtico esfuerzo; no se cuela de rondón así como así. Prosas como las de Saramago, Lobo Antunes, o los hiperbarrocos Lezama Lima o Carpentier, no pueden contaminarme porque no me gustan. Sus estilos son justo lo contrario del mío, como dejaré claro en el siguiente post. En resumen, que es más fácil que me contamine un autor de estilo "sencillo" que un autor de prosa muy marcada.
Por cierto, dejé "Tombuctú" (fui incapaz de acabarla, pese a su brevedad) con unos sádicos deseos de matar al perro ese de las narices. Cómo odié esa novela...
No, por supuesto, nunca leo todo lo que llevo escrito de una novela (menudo coñazo), sino sólo lo que escribí el día anterior. La labor seria de corrección comienza una vez que has acabado el primer borrador de la novela. Ya hablaremos de esto más adelante. Por lo demás, puedes extenderte cuanto quieras, porque tus comentarios siempre son interesantes.
Mazarbul: Respecto a tus preguntas:
a) ¿A qué parte de mi texto te refieres con eso de los "obstáculos"? Lo he releído y no lo encuentro... :(
b) El tema de la "voz" lo trataré en la próxima entrada.
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