Este blog permanecerá
inactivo hasta
septiembre de 2025
Disculpen las molestias.
Pero, por supuesto, el cuento
de Navidad no faltará a su cita anual.
Un enclave tutelado por César Mallorquí, el Abominable Hombre de las Letras, en colaboración con la Sociedad de Amigos del Movimiento Perpetuo. Si no te interesa la literatura, el cine, el comic, los enigmas, el juego y, en general, las cosas inútiles, aparta tus sucias manos de este blog.
Este blog permanecerá
inactivo hasta
septiembre de 2025
Disculpen las molestias.
Pero, por supuesto, el cuento
de Navidad no faltará a su cita anual.
Hay una práctica
llamada “Ghosting”, que consiste en desaparecer de la vida de alguien de la
noche a la mañana, sin previo aviso y sin dar explicaciones.
Pues bien, me
temo que llevo ocho meses haciéndole ghosting a la Fraternidad de Babel y a
vosotros, aquellos que habéis seguido el blog desde hace tiempo. Si es que
queda alguno, claro. Bueno, no puedo remediar lo que he hecho, pero sí puedo
dar explicaciones tardías.
Veréis, hubo un
tiempo en que yo era un escritor feliz. Escribía una novela, lo que me viniese
en gana, se lo ofrecía a una editorial, la editorial adquiría los derechos y a
otra cosa. Lo hacía a mi ritmo, sin prisas y con pausas para, por ejemplo,
escribir en el blog. Esa época fue mi Arcadia personal. Y lo fue porque, al no
contraer compromisos, disponía libremente de mi tiempo. Cero presiones.
Pero la vida te
conduce por rumbos que no habías previsto. De pronto, un buen día, hace un par
de años, se puso en contacto conmigo Laia Zamarrón, la directora editorial de
las colecciones infantiles de Alfaguara, para proponerme iniciar una serie de
novelas para los lectores más jóvenes, niños de seis o siete años. Me quedé de
piedra y objeté que nunca había escrito para lectores tan pequeños, que la
mayor parte de mi obra era juvenil y sólo recientemente había escrito infantil.
Pero jamás para enanitos tan pequeños. Añadí que no creía que mi sensibilidad
fuera la adecuada para eso. Pero Laia acabó convenciéndome y yo me lo tomé como
un reto. Así nació Colegio de Poderes
Secretos.
Casi
simultáneamente, contactó conmigo Ymelda Navajo, la directora editorial de La
Esfera de los Libros. Quería que escribiese para su sello una novela histórica
de entre 300 y 400 páginas. Le dije que tenía que pensármelo, y me lo pensé.
Pero mal. Es decir, pensé en escribir una novela sobre las ratlines, las vías de huida de los criminales de guerra nazis
después de la Segunda Guerra Mundial, ambientada en Argentina y España en los
años 1952 y 1969. Es un tema que conoces, me dije; y además en el 69 tenías 16
añitos. No habrá muchos problemas con la documentación. Y le dije a Ymelda que
sí.
Pasado un tiempo,
cuando imaginé el argumento, me puse a escribir la novela y... ¿No habría
problemas con la documentación?... ¡Ja! Una cosa es conocer un tema de forma
general y otra muy distinta entrar en detalles. Y una cosa es haber vivido en
una época, y otra muy distinta recordar cada incidente que sucedió y cómo era
todo con exactitud. En resumen, la documentación fue (está siendo) un infierno
y me ha llevado mucho más tiempo del que pensaba. Y no por falta de fuentes,
sino por exceso de ellas.
Resumiendo: al
solaparse ambos proyectos, y colarse algunos extras por el camino, no he parado
de escribir. Bueno, sí he parado; pero cuando paraba lo último que me apetecía
era seguir escribiendo, aunque fuera a mi aire. Y eso ha ocurrido sin ninguna
advertencia. He dejado abandonado el blog, siete meses sin decir ni mu. Eso es
ghosting.
Pero voy a
ponerle remedio ahora. Entremedias se me ha cruzado otro compromiso, pero creo
que para septiembre del año que viene volveré a estar libre de ataduras. Hasta
entonces, La Fraternidad de Babel seguirá inactiva. Pero a partir de ese
momento, si los nuevos y los viejos dioses lo permiten, volveré a la actividad
bloguera. Al menos, una entrada mensual.
Palabrita del
niño Jesús.
Por supuesto,
este parón del blog contará con la excepción del cuento de Navidad, que seguirá
fiel a su cita mientras mis trémulas manos puedan pulsar el teclado.
En fin, ese es mi
propósito; pero todo queda en manos del azar.
Y ahora, como
estamos en verano, os voy a regalar mi receta para el mejor gazpacho del mundo.
Ingredientes:
- 3 kilos de
tomates maduros.
- 2 pepinos
pequeños (o uno grande)
- 1 pimiento
verde (o medio grande)
- 1 cebolleta
grande.
- 3 dientes de
ajo
- Media barra de
pan.
- Medio vaso de
aceite de oliva virgen.
- Vinagre al
gusto (yo pongo muy poco)
- 1 cucharadita
colmada de comino en polvo.
- Sal y pimienta
al gusto.
- 1litro de agua.
El proceso de
cocinado es muy sencillo, porque no se cocina. Se parte todo en trocitos, se
mezcla y se tritura en la batidora. Pero, atención, si tu batidora es
normalilla deberás pelar antes los tomates. En Internet hay tutoriales que
explican cómo hacerlo con comodidad. Yo tengo un robot de cocina Thermomix, que
es superpotente, y pulveriza la piel, así que no tengo que pelarlos. Si el
gazpacho queda demasiado espeso, añádele agua.
ATENCIÓN: La
calidad de un gazpacho depende de la calidad de los tomates. Con tomates malos
es imposible hacer un buen gazpacho. Han de ser muy maduros y aromáticos.
Otra cosa: Esa
receta es para hacer mucho gazpacho. Si quieres hacer menos, por ejemplo la
mitad, reducid a la mitad la cantidad de cada ingrediente.
Y eso es todo,
merodeadores. Feliz verano y felices vacaciones.
Hasta septiembre
del 25.
Ciao.
Ya estamos aquí, otro año más. La
Tierra ha recorrido 930 millones de kilómetros alrededor del Sol, viajando a 107.280
kilómetros por hora. Y nosotros con ella. Menudo palizón, ¿verdad? Y todo para
volver al mismo sitio que antes. A la
Navidad.
Ya he comentado muchas veces que yo,
antes, odiaba la Navidad. Era un Mr Scrooge, un Grinch. Pero luego tuve hijos y
ellos me enseñaron a volver a ser un niño y así poder ilusionarme de nuevo con
el espumillón, las luces de colores y los árboles adornados. Y aunque los muy
cabrones de mis hijos han crecido, me siguen gustando las fiestas del
solsticio. De hecho, tengo un ritual navideño. Pocos días antes de Nochebuena,
regreso a Chamberí, el barrio de mi niñez, y doy un paseo por los alrededores
de la plaza de Los Chisperos. Se encuentra a cuatro manzanas de donde yo vivía.
Enfrente estaba mi antiguo colegio. Recorro la calle Manuel Silvela, me detengo
en la parroquia del Perpetuo Socorro y acabo en la plaza. Luego, voy a las
Bodegas La Ardosa de la calle Santa Engracia y me zampo una ración de patatas
bravas, que son las mejores de Madrid y siguen siendo exactamente iguales que
cuando era niño. Lo hice anteayer, aquí tenéis la foto que lo demuestra.
Por cierto, esa plaza, la de los
Chisperos, es curiosa. Hasta hace nada, no tenía nombre. Bueno, sí que lo
tenía, pero no había ninguna placa, su denominación no aparecía por ninguna
parte. Quizá os preguntéis qué coño son los “chisperos”. Pues los herreros y
sus familiares, aunque en realidad el monumento que adorna la plaza está
dedicado a los autores de sainetes. Las figuras que aparecen serían los
personajes típicos de ese género: un par de chulapas y otro par de chisperos.
En fin, basta de nostalgia babosa y
vamos al grano. El cuento.
Creo que ya os he contado cómo suelo
afrontar el cuento de Navidad. A finales de septiembre o principios de octubre
me digo a mí mismo que debo empezar a darle vueltas al argumento del relato.
Luego, me olvido por completo del asunto. Y me vuelvo a acordar a finales de
noviembre. Entonces me pongo a buscar desesperadamente alguna idea. Que generalmente
tarda en llegar. Cuando finalmente llega, me pongo a escribir; si el cuento es
corto, no hay problema. Pero si es largo, ay amigos, entra en juego la
angustia. El año pasado me pilló el toro y acabé de escribirlo durante la
mañana de Nochebuena (por eso lo colgué por la tarde).
La verdad es que no es fácil
encontrar ideas originales para un relato navideño, porque es un tema más
sobado que el palo de una zambomba. Además, la Navidad lleva dentro tanto
azúcar que resulta casi imposible escribir una historia de buen rollo que no
empalague. Quizá por eso se me ocurren muchas más ideas “gamberras” que “buenrrollistas”;
el humor negro navideño es un territorio menos frecuentado y a prueba de
diabéticos. No obstante, mi cuento favorito de entre todos los navideños que he
escrito es “La historia del indiano”, un relato que una merodeadora tildó de “ñoño”;
y quizá lo sea, aunque a mí me parece simplemente bonito.
Este año, las cosas han ido sobre
ruedas, pues encontré el argumento -casi a la primera- a mediados de noviembre.
Para buscar ideas, a veces recurro a algunos truquitos. Por ejemplo, el “juego
de los contrarios”. Me explicaré: Hace años, escuché a un autor que definía su
último libro como lo contrario a Harry Potter. Cuando explicó el argumento me di
cuenta de que no era ni remotamente lo contrario de la obra de Rowling.
Entonces me pregunté: ¿Qué sería lo contrario de Harry Potter? Pues un mundo en
el que todas las personas pueden hacer magia, menos el chaval protagonista que
no puede hacer ni papa de magia. Desarrollé un argumento y comencé a escribirlo,
aunque a las pocas páginas me cansé y lo abandoné. Pero sigo pensando que era
una buena idea.
El año pasado subí un cuento llamado
“El ángel que se cayó a un agujero negro”, un relato gamberro protagonizado por
un ángel disfuncional. Este año, jugando a los contrarios, me pregunté ¿qué es
lo contrario a un ángel disfuncional? Pues un demonio disfuncional. Pero,
claro, la disfuncionalidad de un ángel es completamente distinta a la
disfuncionalidad de un demonio. Si en el primer caso todo acababa en desastre,
en el segundo los acontecimientos conducen a un final feliz (aunque, si después
de leerlo os paráis a pensarlo, también un poquito triste). El cuento de este
año, llamado “El demonio que quiso ser bueno”, es un cuento de buen rollo,
aunque su desarrollo es tirando a atípico. Los que esperabais una nueva muestra
de mi habitual humor negro, mis disculpas. El año que viene os compensaré. De
todas formas, sí que hay humor en el relato, aunque no oscuro.
Como he dispuesto de suficiente
tiempo para escribirlo sin prisas, me he permitido extenderme en la narración. Tiene
10.404 palabras. No lo sé a ciencia cierta, pero puede que sea el más largo que
he colgado en Babel. Espero que no os resulte demasiado pesado.
Y ya está. Solo me queda desearos lo
mejor para estas fiestas. Bebed con moderación (o sin ella), comed como tigres,
reíd como locos, llorad con nostalgia, jugad a ser niños, recordad a los que se
fueron, disfrutad de los que siguen aquí, y f*ll*d, f*ll*d lo más posible.
Queridos merodeadores, os deseo un
feliz solsticio de invierno, una feliz Navidad, unas felicísimas fiestas.
Aquí os dejo el cuento:
EL
DEMONIO QUE QUISO SER BUENO
By
César Mallorquí
Había
una vez un demonio llamado Pharphas. Su edad solo podía expresarse en eones,
pues era uno de los ángeles primigenios que, en el amanecer de la creación, se
alzaron contra Dios durante la rebelión de Lucifer, y que luego siguieron a
este en su caída transformados en diablos. Eso era Pharphas, un ángel caído
más.
Sin
embargo, Pharphas también era diferente al resto de los demonios. No en cuanto
a su aspecto, pues era rojo, con cuernos, rabo terminado en punta de flecha y
patas de carnero, como todos los demonios, pero sí en lo que a mentalidad se
refiere. Pharphas se estaba replanteando sus ideas y valores (...)
Si
quieres seguir leyendo, pincha AQUÍ
Hoy hace dieciocho años que nació
este blog. Es cierto que últimamente funciona a medio gas, con largos
intervalos entre post y post. Pero no está muerto, aún le queda un hálito de
vida. Y seguirá vivo mientras mantenga mi único compromiso: el cuento de Navidad.
Ya lo tengo medio escrito y lo colgaré puntualmente durante la mañana del 24 de
diciembre.
Pero hoy es el cumpleaños del blog,
su mayoría de edad, y vale la pena detenerme un momento para celebrarlo. El año
pasado no lo hice y me arrepentí. Así que muchas felicidades a todos, sobre
todo a los que lleváis años acompañándome. Gracias por vuestra paciencia y por
seguir ahí.
Feliz cumpleaños, queridos
merodeadores.
Mientras la escribo, cada novela se
comporta de forma diferente. Cabría pensar que siendo yo siempre el mismo, mi
trabajo debería desarrollarse siempre de forma similar; pero no es así. Cada
novela parece tener vida propia y avanza, o no avanza, a su manera. Algunas
novelas se escriben como un río manso, sin sobresaltos. Otras son torrentes de
montaña que avanzan sorteando obstáculos, a veces remansándose, a veces
precipitándose por cataratas. Hay novelas que se estancan y las hay que se
resisten a nacer, o que forman meandros, o que se ramifican en multitud de
afluentes.
EL FIN DE LOS TIEMPOS (SM 2023), mi
última y recién publicada novela, nació siguiendo, sucesivamente, tres cursos
distintos. La primera idea me vino hace unos diez años, después de publicar La isla de Bowen. Aunque llamarlo “idea”
es exagerado, porque lo único que me planteé fue que quería escribir sobre el
fin de la civilización. Más concretamente, quería explorar la frontera entre el
mundo civilizado y el mundo salvaje (podría decir “mundo natural”, pero
“salvaje” describe mejor lo que pretendía hacer).
Me puse a darle vueltas al asunto,
desarrollé un argumento, diseñé unos personajes, comencé a escribir... y cuando
llevaba más o menos treinta páginas, me detuve, hice examen de conciencia y me
dije: “No, César, eso no es lo que quieres escribir”. Así que archivé el texto
y comencé a buscar otro argumento. Tiempo después, desarrollé una nueva y
completamente diferente historia y empecé a escribirla. Al cabo de unas cinco
páginas, mi voz interior hizo sonar todas las alarmas: de nuevo había errado el
camino. Otro textito archivado y otra vez a darle vueltas.
Creo que ya he hablado de esto aquí,
pero el caso es que hará uno o dos años, encontré el primer archivo, que estaba
etiquetado con el muy impreciso título de “novela”, lo leí... y no tenía ni
idea de qué era eso. Había olvidado por completo haberlo escrito. De hecho,
ahora lo he vuelto a olvidar; no sé qué escribí. NOTA: Hice muy bien en
abandonar ese texto.
Pasó el tiempo, años, y yo seguía
dándole vueltas a la historia –en realidad, el tema- que quería contar y que
tanto se me resistía. Hasta que un buen día, no recuerdo cuándo, me di cuenta
de cuál había sido mi error. En mis dos anteriores intentos había situado la
historia muchos años después de que la civilización se hundiese. Pero si yo
pretendía hablar de lo civilizado y lo salvaje, debía situar mi historia justo
en el momento en que los últimos rastros de la civilización desaparecen. En
cuanto comprendí eso, todo fue coser y cantar. Ideé un nuevo argumento, me puse
a escribir y todo fluyó como un arroyo cantarín. Luego, ciertos avatares
retrasaron dos o tres años la publicación de la novela, pero eso no viene al
caso.
¿De qué va El fin de los tiempos? La acción se sitúa en España, en un futuro
cercano. La civilización se ha derrumbado. No ha habido ningún gran
apocalipsis, sino la progresiva degradación de una sociedad injusta en la que
la desigualdad crecía al mismo ritmo que la miseria. Se produjo una inmensa
crisis económica global, el Súper-Crack, que desencadenó algaradas y masacres. Hubo
hambrunas, guerras civiles, se detonaron algunos artefactos nucleares (no
muchos, afortunadamente). En ese contexto, se desató una pandemia, la Muerte
Blanca, que diezmó a la humanidad. Y la civilización se fue a la mierda.
La novela comienza en una zona
residencial situada al oeste de una gran ciudad (que es Madrid, aunque nunca se
dice en el texto). Esa zona está protegida por el ejército y en ella viven los
civiles que trabajan para los militares. El resto de la ciudad está sumida en
la barbarie. Un día, el destacamento del ejército recibe la orden de irse,
dejando abandonados a su suerte a los civiles que viven con ellos. Todos saben
que, en cuanto los militares no estén, bandas de saqueadores arrasarán la zona,
así que deben irse. Justo ahí empieza la historia.
Los protagonistas son tres hermanos,
Álex, Tomás y Sara, de 16, 12 y 8 años de edad, respectivamente. El día en que
los militares se van, abandonan la ciudad junto con sus padres, para dirigirse
caminando a un pueblo situado a 300 km de distancia, donde quizá encuentren
refugio. La primera parte de la novela, narrada por Tomás, cuenta lo que sucede
durante ese viaje a través de un territorio sumido en el salvajismo.
La segunda parte, narrada en tercera
persona, transcurre once años después, cuando los protagonistas ya son adultos,
y cuenta un segundo viaje, esta vez de búsqueda. Aunque los protagonistas
tienen diferentes motivos para realizarlo: redención, amor, lealtad, compañerismo,
curiosidad e incluso venganza. Hay una tercera parte, muy breve, que cierra la
novela desde el punto de vista de Sara.
¿El
fin de los tiempos es una novela posapocalíptica? Bueno, no ha habido un apocalipsis
concreto, sino varios, pero a efectos prácticos sí que lo es. Por tanto, asume
las constantes del género (algunos me han dicho que la portada recuerda a The Last of Us). También es una novela
de aventuras que describe dos viajes llenos de peligro. Y por último, es una
novela moral. No en el sentido de que tenga una moralina, sino porque propone
varios dilemas éticos.
El primero de ellos: Si la sociedad
se hundiese, ¿qué harías: intentar mantener la civilización o sumarte a la
barbarie? Cada uno de los tres hermanos ofrece una respuesta diferente a esa
cuestión. La novela no toma partido; es el lector quien debe hacerlo (si le
apetece, claro).
Por otra parte, durante el relato,
los protagonistas –es decir, los buenos-
hacen cosas terribles. Ahí la cuestión es: y si no las hicieran, ¿qué? ¿Y cuál
sería la alternativa? Y algo más: Si te comportas igual que los malos, ¿qué
derecho tienes a considerarte bueno? Otro dilema: ¿Es lícito que la
autodefensa, y la protección de los tuyos, anulen la piedad? En circunstancias
extremas, ¿es legítimo ser egoísta? ¿Hay otra opción?
Pero existe un punto de vista
alternativo para encajar genéricamente la novela: es un western. En realidad,
gran parte de los relatos posapocalípticos tienen la estructura, e incluso el
escenario, del western (fijaos en las películas de Mad Max), y sin duda mi
novela es un relato de frontera, la que existe entre lo civilizado y lo salvaje,
como en el western. Para colmo, en la segunda parte los protagonistas viajan a
caballo. De modo que sí, puede considerarse un western. Pero eso, en realidad,
¿qué más da?
En la novela también hay una emisora
misteriosa, Radio Libre Apocalipsis, que emite música de los 70; y un locutor,
el Hombre Lobo, que es una especie de narrador del fin del mundo. Además,
existe (o no) un mítico reino perdido donde se preservan los mejores valores de
la humanidad.
Como decía antes, El fin de los tiempos propone una serie
de dilemas morales. Cada uno de los tres hermanos que protagonizan el relato
ofrece una respuesta diferente. Tomás, el mediano, no soporta el mundo donde
vive e intenta mantener su integridad moral. Sara, la pequeña, se suma sin
atisbo de dudas a la barbarie, porque está segura de que es la única forma de
sobrevivir. Tal y como ella misma dice: “Soy
hija del caos, me crié en el caos, soy el caos”. En cuanto al mayor, Álex,
es pragmático. Su postura vendría a ser: Si no hay más alternativa que la
barbarie, adelante con ella; pero intentemos entretanto ser lo más civilizados
posible.
¿Cuál es mi opinión personal? Creo
que los tres hermanos tienen poderosas razones para defender sus posturas.
Simpatizo con Tomás, porque es un idealista; pero su estrategia de
supervivencia deja mucho que desear. En cuanto a Sara, sus motivaciones son
sencillas, claras y muy realistas, pero jamás podría ser como ella. Respecto a
Álex, se ha adatado, sobrevive y ayuda a sobrevivir a los demás, así que
supongo que su postura es la más racional.
Pero todo esto es teórico, claro,
porque si llegara el fin de la civilización, supongo que yo tardaría unos cinco
minutos en estar muerto. Mi historia no sería un novela, sino un microrrelato.
Suecia es de los escasos países,
incluido el nuestro, en los que Pepa y yo no parecemos extranjeros. Yo mido 1’90
y ella 1’75, ambos tenemos ojos azules y la piel y el pelo claros (en mi caso,
el pelo demasiado claro y ausente). Por supuesto, en cuanto abro la boca disipo
toda opción de exotismo y me transformo en el ceñudo y cejijunto ibérico que en
el fondo de mi ser soy (aunque albergo una teoría en la que se relacionan mi
madre, el puerto de Barcelona, los marineros nórdicos y el inexplicable y
desmesurado tamaño de los tres hijos de mis padres). Sin embargo, Pepa se
expresa en su fluido y exquisito inglés y sigue manteniendo viva su apariencia
de reina vikinga. Porque lo es (también tengo otra teoría sobre su madre, el
puerto de La Coruña y, por supuesto, los marineros nórdicos).
Cuento esto porque Pepa y yo
acabamos de volver de pasar quince días recorriendo el sur de Suecia. Era el
país escandinavo que nos faltaba. ¿Qué nos ha parecido? Que es un país muy
bello, aunque nos ha hecho un tiempo de perros. Según confesión de los
lugareños, el peor verano en décadas. También he podido comprobar que lo que se
dice de las suecas no es un mero tópico; creo que es el país con más mujeres
guapas por metro cuadrado de este universo. Supongo que con los hombres pasará
lo mismo, aunque yo no los he visto, al menos con atención; pero los hay y
algunos muy altos, eso hay que reconocérselo a los jodíos.
El caso es que Suecia bien, nos ha
molado; incluso hemos visto dos o tres veces el sol. Pero eso era lo que
buscábamos, ¿no?; huir del horno español y viajar al norte, impulsados por
nuestros potenciales genes nórdicos y en pos del fresquito. A Pepa y a mí nos
encanta el norte; el de España y el de Europa, cualquier norte. De los países
escandinavos, el que más nos gusta es Noruega, porque su belleza te deja
boquiabierto (y sus precios también). Luego, personalmente, me fascinó el norte
de Finlandia, más allá del círculo polar. Es un lugar raro, raro. Dinamarca y
Suecia también están muy bien, aunque algo menos.
Pero no he venido aquí para hablaros
de nuestras vacaciones suecas, sino de Pepa, mi mujer. ¿Cómo es? La gran escritora,
y gran amiga, Susana Vallejo dice que somos dos machos alfa. Y es cierto: yo
soy la torpe imitación de un macho alfa, mientras que Pepa es la indiscutible
jefa de la manada. Pepa es una fuerza de la naturaleza, una roca a la que
asirse cuando el mundo se tambalea, una fuente de cariño y protección. Es
inteligente, honesta, con un corazón de oro, trabajadora incansable, justa,
amable, tan fuerte como encantadora, la mejor compañera de viaje que pueda
concebirse, tanto en el sentido literal como en el metafórico. Sencillamente,
Pepa es una gran mujer, una gran persona.
A estas alturas, os estaréis preguntando
que cómo es posible que un merluzo como yo haya conseguido pillar a semejante
maravilla. Solo puedo deciros que, en lo que respecta a ella, cualquiera puede
tener un mal día. Y en lo que me atañe, Pepa es, sencillamente, lo mejor que me
ha pasado en la vida. He tenido mucha suerte.
Vale, no es perfecta; qué
aburrimiento si lo fuese. Tiene defectos. Hay dos, sobre todo, que me ponen nerviosillo:
es terca como una mula, y yo diría que la persona más torpe del mundo con las
manos, si no fuera porque algunas de sus hermanas la superan en torpeza. En
fin, dos minucias que en nada opacan su resplandor.
Hay algo sobre ella que aún no he
dicho; no porque lo haya olvidado, sino porque lo reservaba para el final: Pepa
es muy guapa. Recuerdo que hace unos años, estando en Noruega, un lugareño le
dijo que parecía sueca. Entonces no lo entendí del todo, pero era un gran
halago. Y una gran verdad: Pepa parece sueca de puro guapa. Peeeeero, no es lo
único: Pepa, además, aparenta al menos quince años menos de los que tiene. Y
eso es una virtud, ¿verdad? A mí me encanta, pero también me toca un poco las
narices. Me explicaré:
Solo soy tres años mayor que ella.
No voy a negar que soy viejo, que tengo sobrepeso, que soy calvo y canoso
(herencia, respectivamente, de papá y mamá), que ando ayudado por una muleta, y
que estoy muy cascado. Pero más o menos aparento la edad que tengo, lo que ya
es de por sí bastante deprimente. Pero, insisto, solo soy tres años mayor que
Pepa.
Pues bien, la cosa comenzó hace ya
la friolera de dieciséis años, cuando un camillero hijo de puta se refirió a mí
como el padre de Pepa. Con los años, la confusión se fue repitiendo; el
encargado de una librería me tomó por el padre de Pepa, la cajera de un supermercado
pensó que yo era el padre de Pepa, varios individuos más me confundieron con el
padre de Pepa... y el colmo ha sido durante estas vacaciones, cuando dos putos
taxistas suecos se refirieron a mí como el padre de Pepa.
El primero..., bueno, al final fue
muy amable. Pepa había perdido la cartera en su taxi, ya os hablado de la
proverbial torpeza que la adorna. Afortunadamente, por una vez, tuve mi breve momento
de gloria como macho alfa: No solo recordaba que compañía de taxis era, sino
también el nombre del taxista: Nelson. Lo localizamos y el buen hombre volvió a
la plaza para devolver la cartera. Y para confundirme a mí con el padre de
Pepa. En fin, gracias, Nelson; pero la próxima vez te callas.
El segundo taxista no era
escandinavo, sino un gilipollas internacional. Cuando llegamos a nuestro
destino, me señaló con un dedo y le preguntó
a Pepa: Your dady? Y lo repitió
varias veces, como el sonriente bobo que era: Your daddy?, your daddy?, your daddy?...
¿Daddy?
Tu puta madre, cabrón.
¿Entendéis ahora por qué me toca un
poco las narices la eterna juventud de Pepa? Vale, que sí, que me alegro mucho
por ella, y también por mí, soy afortunado. Pero, demonios, me hace sentir aún
más viejo de lo que soy, lo cual supone enfrentarse a un abismo de inconcebible
negrura.
Ah, aún no os he dicho cómo se llama
Pepa. Se llama María José; pero todos sus íntimos la llamamos Pepa. De hecho,
solo la llamo María José cuando me enfado con ella. Teniendo eso en cuenta:
Querida María José: comprendo que
cada vez que me confunden con tu padre sea para ti un subidón de autoestima.
Pero, ¿te importaría no correr a contárselo a todo el mundo como si fuera la cosa más
divertida que ha sucedido en el planeta desde los tiempos de Adán y Eva? Coño,
un poco de respeto, que soy tu padre.
Vi En busca del arca perdida en octubre de 1981. Tenía 28 años; era
joven, pero no un niño. Sin embargo, disfruté como un crío con esa película; y
cada vez que la vuelvo a ver, vuelvo a disfrutar con placer infantil.
Sencillamente, de todas las películas que he visto en mi vida, y son muchas,
esta es la que más me ha divertido. No la mejor: la más divertida.
Siempre me gustó el género de
aventuras. Algunas de mis películas favoritas de niño eran Beau Geste, King Kong, 20.000 leguas de viaje submarino, El mundo en sus manos, El alegre burlón, Scaramouche, Los tres mosqueteros,
Vikingos, Lawrence de Arabia... Más tarde, en mi juventud, dos películas
aventureras de corte clásico, estrenadas el mismo año, se incorporaron a mi
canon del género: El hombre que pudo
reinar y El viento y el león.
Luego, el cine de aventura, que tan popular había sido en los 50 y 60, pareció
caer en el olvido. Hasta que llegó Indiana.
Pero En busca del arca perdida no tenía nada que ver con los títulos que he citado, era otro tipo de aventura. Todos sabemos que Lucas y Spielberg se inspiraron en los seriales cinematográficos de la Republic que se proyectaban en las matinees de los cines de Estados Unidos durante los años 30 y 40. Es decir: puro pulp. Lo mismo había hecho Lucas con Star Wars. Por ejemplo, uno de los más característicos elementos de la saga galáctica es el texto que se pierde en el infinito al comienzo de cada film. ¿Una brillante idea original? Para nada, mirad esto:
Es un homenaje/plagio a los seriales de Flash Gordon. Pero volviendo a Indiana Jones, el personaje se creó como una especie de monstruo de Frankenstein fabricado con retales de otros films: El sombrero de Humphrey Bogart en El Tesoro de Sierra Madre, el látigo de La marca del Zorro, la chupa de cuero y la vestimenta de Charlton Heston en El tesoro de los incas.
Indiana Jones es una serie B
transformada en serie A, un relato pulp engrasado con humor y filmado con
grandes medios. La fórmula de la serie es sencilla: Ambientación retro, viajes,
acción constante, peripecias circenses, mucho humor, desenfado, optimismo y
toques de fantasía. Hay otras constantes, como una compañera de aventuras,
bichos asquerosos o reliquias sagradas.
Anteayer vi en la tele, por enésima
vez, En busca del arca perdida, y me
maravilló lo bien que sigue funcionando. Si nos fijamos en su tramo central,
comprobaremos hasta qué punto es cierto lo de “acción constante”. Indy
encuentra el arca en la tumba de las serpientes. Llegan los nazis, se quedan
con el arca, encierran a Indy y a Marion en la tumba, Indy logra salir con sus
habituales métodos de arqueólogo destructor de antigüedades; de ahí pasamos a
la secuencia del ala voladora, con peleas, disparos y explosiones, y sin
solución de continuidad llegamos a la espectacular secuencia de la persecución
de los camiones nazis. ¿Cuánto dura eso? No sé, 25 o 30 minutos, supongo, y no
hay ni un segundo de descanso, todo es acción, todo son cumbres, no hay valles.
Un ritmo frenético que no permite que te pares a pensar en lo que estás viendo,
porque a poco que lo pensaras te darías cuenta de que es un puro disparate.
¿Cómo demonios se puede viajar de polizón en un submarino? Y qué más da; es
divertido, ¿no?, pues relájate y disfruta. Eso es Indiana Jones.
Todo este rollo para llegar a El dial del destino. Pero antes de decir
nada más, voy a puntuar la película con relación a las otras. En busca del arca perdida: 10. La última cruzada: 9. El templo maldito: 8. El dial del destino: 7. Y la calavera de
cristal ni la considero; si hay que ponerle algo, un 3 pelado, y eso solo
gracias al prólogo.
Así que le doy a la película un
notable; es decir, que en general me ha gustado. Pero dentro de ella hay
algunas cosas que no me gustan nada. Y a partir de aquí, PELIGRO: SPOILERS.
Comencemos por la introducción.
Algunos comentan lo mal que está el face
replacement que rejuvenece a Indy. No es cierto; está asombrosamente bien
hecho (no como la chapuza de Scorsese en El
Irlandés), da el pego al cien por cien. De hecho, esa larga secuencia es la
que más me gusta de la película, porque es total y absolutamente Indiana Jones;
a pesar, incluso, del espantoso CGI de la persecución sobre el tren.
Este prólogo transcurre en 1944 y de
ahí pasamos al Indy de 1969. Y también ahí empiezan mis problemas. ¿De verdad
hacía falta convertir a nuestro aventurero favorito en un anciano solitario y
gruñón al que nadie hace caso, en un profesor de segunda en un centro de
segunda, en un hombre triste y aburrido? No y mil veces no; ese no es el
destino que merece el personaje. Puedo imaginar a Indy como un viejo
malhumorado, sí, pero con dignidad y conservando un brillante aunque
controvertido prestigio. Lo veo, quizá, un poco como era su padre, Sean
Connery, pero jamás como un donnadie. Aunque, claro, puede que la visión que
plantea la película sea más realista... pero me importa un bledo. ¿Acaso el
realismo ha tenido alguna vez algo que ver con Indiana Jones?
Cuando, en el film, Harrison Ford se
cala el Fedora, se pone la chupa de cuero y empuña el látigo, no veo a Indiana
Jones; veo a un anciano disfrazado de Indiana Jones. Y como Ford no está para
muchos trotes, sus escenas de acción son más escasas y limitadas, lo cual
contribuye a ralentizar el ritmo de la narración, a lo que se añade un exceso
de metraje. Con veinte minutos menos habría mejorado.
Supongo que la propuesta fue: “hagamos
un Indiana Jones otoñal” (con Ford como protagonista no quedaba otra, claro).
La cuestión es: ¿puede hacerse un Indiana Jones otoñal? En mi opinión, no;
porque algunas de las características de la serie son “acción constante, peripecias
circenses, desenfado y optimismo”, y nada de eso casa bien con “otoñal”. Así
que mi problema con el film surge desde su origen. Tras la trilogía original,
no se debería haber prolongado la franquicia con un Ford anciano.
Pero se ha hecho y aquí tenemos la
quinta entrega. Phoebe Waller-Bridge cumple con solvencia su papel de réplica
femenina al héroe. Mads Mikkelsen aporta su poderosa presencia física para dar
consistencia a un villano que sobre el papel no la tiene. Banderas está ahí,
pero podría no estar y no pasaría nada. La aparición de John Rhys-Davies es
gratuita, un mero recurso a la nostalgia, y también otro bajonazo. ¿Sallah
convertido en taxista de Nueva York? No me jodas, ¿es que ya no vamos a
respetar nada? En cuanto a la dirección de Mangold, dejando aparte que sus
escenas de acción son tirando a confusas, es eficiente (dado su
trabajo en Logan, probablemente era
el director más adecuado).
En resumen: ¿Es una mala película?
Pues no, al contrario. Si nos olvidamos de la trilogía inicial, es una película
de aventuras más que correcta. Pero carece de algo: alma. En cierto modo, es como
la excelente copia de un reloj: se parece mucho a un Rolex, pero le falta peso.
Pues eso ocurre con El dial del destino:
no es una película de Indiana Jones, sino una buena copia de una película de
Indiana Jones.
No obstante, como ya he dicho, el
prólogo nos devuelve al Indy que nos gusta, y aunque solo sea por eso, vale la
pena ver la peli. Y algo más: el final. Es bonito, una hermosa despedida y
un buen pretexto para refocilarnos en la nostalgia, con esa maravillosa Marion
Ravenwood a la que tanto hemos echado de menos.
Y ya está, ¿es el final de Indiana
Jones? Lo dudo mucho; más tarde o más temprano, alguien decidirá seguir
ordeñando la vaca, pero con otro actor. ¿Imposible, solo Harrison Ford puede
interpretar a Indy? Lo mismo se decía de Sean Connery y James Bond, y ya veis
lo que pasó. En realidad, la cuestión es ¿debería hacerse? Teniendo en cuenta
que la franquicia está en manos de Disney, mejor no, gracias.
Ya llegó el verano para acariciarnos
con su tórrida mano, se acercan los tiempos de la molicie, el tinto de verano y
los chapuzones, así que, para compensar la amarga negrura de mi anterior post,
vamos a refrescarnos un poco.
Os propongo un juego: Voy a
mostraros 25 diálogos de película y vosotros tenéis que averiguar a qué título
corresponde cada uno. Los hay fáciles, los hay difíciles y alguno que otro
tiene trampa. La única condición que he seguido para elegirlos es que todos los
habría acertado yo. Por supuesto, si fueran otras frases probablemente fallaría
alguna; pero estas no. ¿De acuerdo? Pues adelante; primero pondré todos los
diálogos uno detrás de otro y luego las soluciones.
1. “Louis, presiento que este es el comienzo de
una hermosa amistad”.
2. “Tomaré lo mismo que ella”.
3. “¿Sabes silbar, verdad Steve? Solo tienes que
juntar los labios y soplar”.
4. “Volveré”.
5. “¡Stella! ¡Stella!”.
6. “Shane. Shane. ¡Vuelve!”.
7. “¡Está vivo!, ¡está vivo!”.
8. “El mejor amigo de un chico es su madre”.
9. "Está usted intentando seducirme, ¿verdad?".
10. "Elemental, mi querido
Watson".
11. “¿Quiere parar, Dave? Pare, Dave.
Tengo miedo...”.
12. “Dios mío, está lleno de
estrellas.”
13. “Fue la Bella quien mató a la
Bestia".
14. “Amar significa no tener que decir
nunca lo siento”.
15. “Buenos días… y por si no volvemos
a vernos: buenos días, buenas tardes y buenas noches”.
16. “Hazlo o no lo hagas, pero no lo
intentes”.
17. “Tócala otra vez, Sam”.
18. “Francamente, querida, me importa
un bledo”.
19. “Vamos a necesitar un barco más
grande”.
20. “¡Eres tan feo que podrías estar
en un museo de arte moderno!”.
21. “Y como alguno de vosotros vuelva
a maltratar a otra puta, volveré aquí y os mataré a todos, malditos hijos de
perra”.
22. "¡Alcalde, todos somos
contingentes pero tú eres necesario!”.
23. “Elegí un mal día para dejar de
fumar”.
24. “Soy tu mayor admiradora”.
25. "¡Caballeros, no pueden
pelear aquí: esto es el Salón de la Guerra!".
SOLUCIONES:
1. La primera es muy facilita: Es lo que le dice Humphrey
Bogart a Claude Rains justo al final de Casablanca,
mientras se pierden en la niebla. Siempre he pensado que ese final era en
realidad el principio de otra película que, afortunadamente, jamás se rodó
(aunque hubo el proyecto de una continuación que se llamaría Brazzaville). Mejor; así podemos imaginar libremente
qué fue de Rick y el capitán Renard, ese par de cínicos románticos.
2. Sentados a
la mesa de un restaurante, Billy Crystal le dice a Meg Ryan que una mujer no
puede fingir un orgasmo sin que el hombre se dé cuenta. Ella le responde
fingiendo un orgasmo tan convincente como escandaloso. Una de las comensales,
que asiste asombrada a la escena, le dice al camarero: “Tomaré lo mismo que
ella”. Eso ocurre en Cuando Harry encontró a Sally.
3. Una
asombrosamente bella y sexy Lauren
Bacall le dice a Humphrey Bogart que si quiere algo de ella, silbe. A
continuación, le suelta la frase en cuestión. La peli es Tener y no tener.
4. Todos los
merodeadores frikis lo habéis adivinado al instante. ¿Quién podría pasar a la
historia del cine con un diálogo de una sola palabra? Solo Arnold Schwarzenegger,
en Terminator.
5. Es lo que
grita Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo, de Elia Kazan, basada
en la obra de teatro de Tennessee Williams. Confieso que todos los personajes
de esta película me caen fatal. Sobre todo, la insoportablemente cursi Blanche DuBois.
6. Otro grito
desesperado, esta vez el de un niño llamando a un pistolero arrepentido, la
única figura paterna que ha conocido. En el extraordinario western Raíces
profundas (que sirvió de inspiración a Clint Eastwood para hacer El
jinete pálido).
7. Eso es lo
que grita Victor Frankenstein cuando su monstruo cobra vida en Frankenstein,
de James Whale. Todos los frikis lo sabíais, ¿verdad?
8. Se lo dice
un inquietante Anthony Perkins a Janet Leigh poco antes de matarla. ¿Os suena
el Motel Bates? Estamos hablando de la inmensa Psicosis, del gran
Hitchcock.
9. Si digo “Sra.
Robinson” todo está más claro, ¿no es cierto? Debí de ver El graduado
cuando tenía quince o dieciséis años, y se convirtió en la película favorita de
mi primera juventud, quizá porque me sentía tan confuso como Dustin Hoffman.
10. Claro,
esto tiene trampa, porque esa frase se ha dicho en mil películas, aunque jamás
en los relatos de Conan Doyle. Pero, ¿en qué film se dijo por primera vez? Pues
en Las aventuras de Sherlock Holmes, de 1939, con Basil Rathbone como
protagonista, uno de los mejores Holmes de la historia.
11. Los frikis
no solo lo habrán sabido a la primera, sino que además habrán experimentado un
orgasmo. Ese diálogo no lo pronuncia un ser humano, sino el ordenador HAL 9000
antes de morir en 2001: Una odisea del espacio.
12. Esto ya es
más peliagudo y solo los auténticos frikis de mente y de corazón podrán
responderlo. Esa frase es la última que pronuncia el astronauta Dave Bowman
antes de “entrar” en el monolito gigante de 2001 que orbita en torno a Júpiter.
Sin embargo, no se pronuncia en la película de Kubrick (aunque sí en la novela
de Clarke). Esa frase es la que abre la secuela dirigida por Peter Hyams, 2010:
Odisea dos. Un film nada desdeñable, aunque inevitablemente eclipsado por
su precedente.
13. Si alguno
no ha sabido responder a esto... en fin, no sé si se merece merodear por Babel.
Estamos hablando de la frase final de una de las más maravillosas películas de
todos los tiempos: el King Kong de Merian C. Cooper y Ernest B.
Schoedsack. Este año se cumple el 90 aniversario de su estreno.
14. De todas
las frases gilipollas que se han pronunciado alguna vez en cualquier película,
esta es la más estúpida de todas. No solo era un diálogo, sino que además se
convirtió en el eslogan del film: Love Story, una de las más cursis,
tramposas y lacrimógenas películas jamás rodadas.
15. Lo dice
Jim Carrey en la que sin duda es su mejor película: El Show de Truman.
16. Hablando
de frases gilipollas, esta lo es y mucho. Se lo suelta Yoda a Luke en El imperio
contraataca. Es una de esas frases estilo zen que parecen llenas de sabiduría,
pero ¿qué significa en realidad? ¿Que hay que hacerlo todo bien a la primera?
¿Que no hay que ensayar y entrenar? Menudo instructor de mierda el enano
orejotas.
17. ¿Habéis
caído en la trampa? Porque esa frase jamás se pronuncia en Casablanca.
En realidad pertenece a Sueños de un seductor, la película de Herbert Ross
basada en la obra de teatro de Woody Allen Play It Again, Sam.
18. Otra
facilita. Es lo que todos estábamos deseando que Rhett Butler le dijera a la fascinante pero
insufrible Escarlata O’Hara, en Lo que el viento se llevó.
19. Se lo dice
Roy Scheider a Robert Shaw en Tiburón la primera vez que ve al bicho. Y
tenía razón.
20. Uno de los
múltiples y sofisticados insultos que profiere ese maestro de la humillación
que es el sargento Hartman, en La chaqueta metálica.
21. Sencillita
también. Es lo que advierte William Munny mientras se aleja del pueblo en la
noche, bajo la tormenta, después de haberse cargado al sheriff "Little
Bill" Daggett y a sus ayudantes. Estamos hablando de esa soberbia obra
maestra que es Sin perdón.
22. También
fácil. Se trata de uno de los surrealistas diálogos de Amanece, que no es
poco.
23. Con esta
frase inicia Lloyd Bridges (el papá de Jeff) su progresiva inmersión en el
pánico, en Aterriza como puedas, la más descacharrante sucesión de gags
jamás filmada.
24. Si eso te
lo dice una enfermera de mediana edad, gordita y con una bondadosa sonrisa,
puedes confundirlo con un halago. Pero si la enfermera es Kathy Bates y la
película Misery, entonces es la antesala del infierno.
25. Es lo que
exclama el presidente de Estados Unidos, interpretado por Peter Sellers, en una
parodia muy negra sobre la guerra fría llamada Teléfono rojo, volamos hacia
Moscú.
Pues eso es todo.
¿Cuántas habéis acertado? Yo diría que si son trece o más ya podéis consideraos
cinéfilos de pro. Y si son menos... bueno, puede que algunos de esos diálogos
no os sonaran. Pues ahora ya os suenan; para que luego digan que Babel no sirve
para nada.
Con este refrescante
juego, me despido de vosotros hasta quién sabe cuándo. Por si acaso, feliz
verano.