martes, marzo 29

Conferencias sobre José Mallorquí


 
            Queridos merodeadores, con motivo de los actos programados para la exposición ANTIFAZ, el próximo jueves, 31 de marzo, a partir de las 19:00, comenzará el ciclo de encuentros y conferencias dedicadas a mi padre y a su obra. El acto tendrá lugar en las aulas de la Casa del Lector del Matadero (Paseo de la Chopera, 14)

Os copio el texto del programa:

Sesión 1. Hacia un nuevo paradigma lector. Jueves 31 de marzo, 19 horas.
A. Sociedad de masas, sociedad lectora: la España que vio nacer a José Mallorquí.
“Entregarse a la lectura: las primeras lecturas del joven Mallorquí”, conferencia a cargo de JEAN-FRANÇOIS BOTREL, hispanista y catedrático emérito de Lengua y Cultura Hispánicas (Universidad de Rennes 2). 40’
B. José Mallorquí, una visión familiar. Encuentro con: MANUEL BLANCO CHIVITE, periodista y director de El Garaje Ediciones; ABILIO FERNÁNDEZ, locutor radiofónico; CÉSAR MALLORQUÍ, escritor. Modera JOSÉ LUIS MARTÍNEZ MONTALBÁN, historiador y crítico de la literatura popular y del cine españoles. 60’

            A los que viváis en Madrid os animo a asistir, porque será de lo más interesante. Y, como suelo decir, además podréis encontraros conmigo, que soy un encanto.

lunes, marzo 21

Críticas



            Por fortuna, la mayor parte de las críticas que he recibido como escritor han sido positivas; unas más, otras menos, pero digamos que la nota media es de notable. Además, los premios que he obtenido me sugieren que, objetivamente, no debo de ser del todo mal escritor. Por otro lado, soy consciente de algo: es imposible gustar a todo el mundo Por bueno que seas, da igual; siempre habrá alguien que se cisque en lo que has escrito.

            No obstante, y ahora voy a desnudar mi alma ante vosotros, debo confesar algo: las malas críticas me afectan. Me deprimen. Para que me entendáis: una mala crítica me jode más que lo que puede llegar a alegrarme una crítica elogiosa. Eso, sin duda, se debe a mi proverbial inseguridad.

            Yo, como escritor, vivo en una permanente duda. Cuando acabo de escribir una novela, siempre temo haber escrito la mayor mierda de la historia de la literatura. Cuando alguien me comenta que le ha gustado lo que he escrito, siempre pienso que lo dice por amabilidad. Cuando tomo una decisión mientras escribo siempre temo haberme equivocado. Nunca estoy seguro de nada.

            Y es jodido, no os creáis que no. Pero, al mismo tiempo, lo considero necesario. Porque esa duda permanente me ayuda a mejorar, y porque si en algún momento llegase a estar seguro de lo que escribo, creo que en ese preciso instante estaría muerto como escritor. La inseguridad es el precio que debo pagar por mi trabajo. Pero bueno, ya me he acostumbrado a vivir sintiéndome al borde de un abismo.

            Volviendo a las críticas, creo que básicamente las hay de dos tipos: aquellas en las que el reseñista se limita a decir si el texto le ha gustado o no, sin aportar argumentos, y esas en las que el crítico sustenta su opinión con datos y argumentos. Una mala crítica de la primera clase me jode (porque todas me joden), pero no me aporta nada. Las malas críticas del segundo tipo también me joden, pero me ayudan.

            Por ejemplo, un crítico señaló los defectos de una novela mía muy querida por mí. No le daba un palo, pero sí que señalaba ciertas debilidades del texto. ¡Y el muy cabrón tenía razón! Me agarré un cabreo enorme, pero no contra el crítico, sino contra mí, por ser tan burro. Y al mismo tiempo me sentí muy agradecido, porque aquel crítico me había ayudado a mejorar. Por desgracia, las críticas del tipo 1 abundan mucho más que las del 2.

            Respecto a las primeras, hay unos casos concretos que me producen una mezcla de estupor e irritación; no por las opiniones subjetivas que expresan, sino por la naturaleza del reseñista. Me explicaré.

            Tengo una Alerta Google. Es decir, cada vez que aparece mi nombre en internet, recibo un mail avisándome (esa es la teoría, porque falla más que una escopeta de feria). Bueno, pues hará cosa de un mes me llegó una alerta que me condujo a una web de esas en las que diversas personas opinan sobre una novela determinada. En ese caso, la novela era La isla de Bowen.

            Uno de los participantes (voy a emplear el masculino, pero puede ser tanto un hombre como una mujer) escribió un comentario bastante extenso. No se cargaba la novela, pero hablaba de ella con condescendencia. Decía que la primera parte le había aburrido, pero que la segunda le había gustado, más o menos. Luego, en tono siempre condescendiente, me daba consejos para mejorar (a mí directamente, aunque supongo que era una especie de figura retórica, porque no creo que pensase que yo lo iba a leer). Criticaba mi forma de emplear los adjetivos (aunque no especificaba por qué) y me tildaba de leísta. Eso último es cierto, soy leísta. Es más, aunque podría corregirlo, no lo hago, porque la forma correcta me suena mal (me he criado y vivo en el centro de España, donde el leísmo es común). Además, la RAE admite el leísmo. A fin de cuentas, Cervantes lo era. Ah, también me tildaba de machista.

            Reconozco que me molestó un poco el tono de suficiencia que destilaba el comentario. Pero hubo algo que me molestó aún más: esa persona era, es, un escritor de literatura juvenil. Además, nos conocemos; muy superficialmente, pero nos hemos visto un par de veces.

            Veréis, digamos que hay dos tipos de escritores profesionales: los consagrados y, llamémoslos así, los de clase media (me apresuro a aclarar que me considero un escritor de clase media). Respecto a los primeros, no tengo ningún problema en criticarles negativamente (salvo que los conozca personalmente), que para eso los han subido al Olimpo. Por ejemplo, más de una vez he puesto a parir los textos Agustín Fernández Mallo; pero es que, por alguna razón que no alcanzo a comprender, es un autor “consagrado”.

            Ahora bien, jamás hablo mal públicamente de las obras de los escritores de clase media, y mucho menos si los conozco, aunque sólo sea de vista. Me parece una rotunda falta de cortesía profesional. Y un exceso de vanidad, porque si un escritor critica a otro, en el fondo es como si dijese: “Yo lo hago mejor”. Por eso, si comento la obra de un escritor de clase media –por ejemplo en este blog-, siempre será porque sinceramente me ha gustado. Si no ha sido así, me callo.

            La verdad es que creo que la inmensa mayor parte de mis colegas, escritores de clase media, piensan como yo, porque rara vez he visto a alguno de ellos criticando a otro. De hecho, a mí sólo me ha sucedido dos veces; hace muchísimos años -por parte de un escritor de ciencia ficción- y ahora.

            En el fondo, como decía antes, cuando un escritor critica a otro siempre es por vanidad (a veces mezclada con la envidia). Porque los escritores, como casi todos los que se dedican a un trabajo creativo, solemos ser muy vanidosos. Aunque me parece que esa vanidad, en la mayor parte de los casos, no es más que una defensa contra la insidiosa inseguridad inherente al oficio de escribir. Ahora bien, enaltecer el propio ego a base de denigrar el de los demás se me antoja, cuando menos, poco caballeroso.

lunes, marzo 7

Exposición sobre José Mallorquí en el Matadero



 
            En las notas biográficas que aparecen en las solapas de todas los libros que he publicado, sin excepción, siempre hay un dato que se repite: “César Mallorquí es hijo de José Mallorquí, creador de El Coyote”. Y lo mismo ocurre con todos los artículos que se han escrito sobre mi obra. Y con las entrevistas. Y con muchas críticas literarias. Ése es uno de los aspectos que me definen, ser hijo de José Mallorquí.

            Hace tiempo, un periodista escribió que yo, como escritor, soy mucho más que el hijo de José Mallorquí. Espero que así sea... no, estoy seguro de que así es. Por ser hijo de mi padre me han pasado muchas cosas buenas a lo largo de mi vida; por ejemplo, que un amable empleado de Iberia y fan de El Coyote cambiara mi billete de avión de turista por uno de primera, o conseguir un trabajo en publicidad.

            Sin embargo, paradójicamente, jamás me ha ayudado lo más mínimo en mi carrera como escritor. Nunca me han publicado nada por ser hijo de José Mallorquí. En realidad, es lógico; comencé a escribir profesionalmente veintitantos años después de la muerte de mi padre, cuando su fama ya se había eclipsado en gran medida, sobre todo entre las nuevas generaciones. No tenía sentido venderme como “hijo de”, y yo jamás lo habría permitido. Pero el dato forma parte de mi biografía, porque resulta curioso: “este escritor es hijo de ese otro escritor”. Una anécdota y nada más.

            No obstante, alguna vez me han preguntado si no estaba harto de que se me asociara siempre con mi padre. Mi respuesta ha sido y es: No, ni remotamente. Estoy orgulloso de ser hijo de José Mallorquí, y me encanta que se le recuerde a través de mí. Ah, y también estoy orgulloso de llamarme César, como El Coyote y en su honor.
 
 
            Por eso, amigos míos, es un placer anunciaros que el próximo jueves, diez de marzo, a las 19:00, se inaugurará en la Casa del Lector del Matadero una exposición dedicada a mi padre. Se llama: “Antifaz. José Mallorquí, creador de El Coyote, y la transformación de la sociedad lectora en España”.

            En la exposición podréis ver ejemplares de sus novelas (muchos de ellos imposibles de encontrar hoy en día), algunos de sus objetos personales, fotografías, la máquina de escribir de donde surgió El Coyote, material de documentación, recuerdos... Además, a partir del 31 de marzo habrá una serie de conferencias y mesas redondas que ya os anunciaré en su momento.

            Supongo que algunos pensaréis que, si no conocéis la obra de mi padre, la exposición no tiene interés. Os equivocaréis. Porque esa exposición se centra en la figura de José Mallorquí para ilustrar el cambio cultural que se produjo en España a mediados del siglo pasado.

            Supongo que todos los merodeadores de este blog son, en mayor o menor medida, amantes de la literatura popular. Pues bien, el mejor y más importante escritor español de literatura popular del siglo XX fue José Mallorquí, y también el más internacional (El Coyote se tradujo a 16 idiomas. A mediados del siglo pasado, mi padre, era el autor español más traducido después de Cervantes). Sencillamente, la actual cultura popular española no sería lo que es sin José Mallorquí. ¿Queréis que os mencione algunos escritores que confesaron abiertamente la enorme influencia que tuvo en ellos la obra de mi padre? Pues, por ejemplo, Jaime Gil de Biedma, José María Merino o Juan Marsé. Ahí es nada.

            En cierto sentido, podría decirse que la literatura popular española moderna empieza con la obra de mi padre, así que, aunque sólo sea por eso, vale la pena que acudáis a la exposición. Además, si asistís a la inauguración, o a cualquiera de los actos programados, tendréis la oportunidad de verme a mí, que soy un encanto.

            La exposición durará hasta el 24 de julio. Recordad: “Antifaz. José Mallorquí, creador de El Coyote, y la transformación de la sociedad lectora en España”. En la Casa del Lector de El Matadero. Paseo de la Chopera 10, Madrid.

             Si queréis visitar la web, pinchad AQUÍ.

            Por una vez, y sin que sirva de precedente, espero que vayáis al Matadero.