
Me explicaré: he conseguido liberar nueve baldas de mis librerías, lo cual es una victoria a cuyo lado lo de las Termópilas queda a la altura de una pelea de colegio. También he recogido y ordenado los papeles. No obstante, hay en el suelo varios montones de libros por recolocar y dos cajas llenas de libros para deshacerme de ellos (qué placer, por cierto, ver partir al exilio dos obras de Juan Manuel de Prada que no he leído ni leeré jamás). Ahora me queda colocar los libros que están por el suelo en una librería situada en el cuarto de mi hijo Pablo (para lo cual tendré primero que hacer hueco allí y pelearme con mi hijo). Luego, trasladaré los libros que están en mi dormitorio a los huecos habilitados en el despacho, redistribuiré un poco las librerías, colocaré figuritas y objetos absurdos por las baldas y todo habrá acabado. Es decir, si A = DESORDEN y C = ORDEN, mi despacho se encuentra en un indeterminado, aunque voluntarioso, punto B.
Pero bueno, no vamos a dedicar todo un post al estado de mon petit gabinet. ¿Qué tal las vacaciones? Espero que bien. Yo, como os anuncié, no me he ido a ninguna parte, lo cual me ha permitido darle marchilla a la novela que tengo entre manos. También he disfrutado del Madrid de agosto, tan vacío, tan calmado, tan agradable, y más este verano, el menos caluroso que recuerdo. Óscar, mi hijo mayor, se fue de Interrail con unos amigos por el centro de Europa y luego se ha encerrado para preparar los exámenes de septiembre. Más tarde, Pablo, el pequeño (aunque mide 1’96), se largó con su madre a Londres durante una semana, lo que me proporcionó unos cuantos días de plácida soledad. En fin, que todo bien. No obstante, hay algo que echo de menos y no sólo ahora, sino desde hace mucho tiempo: las serpientes de verano. Ya no hay.

Cuando miro hacia atrás y recuerdo las largas vacaciones en Santander de mi infancia, muchas veces me veo a mí mismo sentado en la terraza del Rhin, frente al mar, enfrascado en la lectura de algún artículo periodístico dedicado a temas ufológicos. Por aquel entonces, yo era un pirado de los OVNIS (tenía unos 14 años, no lo olvidemos) y guardaba en una carpeta cuanta noticia sobre platillos volantes cayese en mis manos. Ahora ya no soy un pirado de los OVNIS, pero sí de no tirar nada, de modo que aún conservo esa carpeta. Permitidme reproducir algunos titulares:
“¡LOS PLATILLOS YA ESTÁN AQUÍ! En Madrid existen restos de una nave espacial cuyos materiales no han podido ser identificados todavía”.
“¿VIVEN EXTRATERRESTRES EN LA COSTA BRAVA?”
“Argentina. ¿CABEZA DE PUENTE DE LOS SERES DEL ESPACIO? Parece que proceden de Ganímedes, con escala técnica en Marte”.
También conservo una deliciosa serie de artículos que Juan José Plans publicó en El Alcázar durante el verano de 1968: La verdadera historia de los OVNIS. En ella, Plans nos revelaba cosas tan estimulantes como que los ocupantes de un OVNI tomaron contacto con Ezequiel, o que Sodoma y Gomorra fueron destruidas por una bomba atómica, o que los atlantes eran extraterrestres... ¿No es todo esto un material extraordinario para la mente de un adolescente fantasioso? Creo que esas historias absurdas aportaban un toque de magia al largo verano de nuestra infancia. Pero ya no hay.
En fin, amigos míos, ya sé que estamos hablando de cuestiones absurdas, de pseudociencia, de noticias falsas, y sé que un periódico serio no puede prestarse a ensuciar sus páginas con semejante material, pero... ¿No nos estaremos volviendo demasiado serios? O, dicho de otra forma, ¿no nos estaremos tomando demasiado en serio a nosotros mismos? ¿Por qué no dejar abierta una rendija a la fantasía? ¿Por qué, cuando llega el verano, no encendemos una metafórica hoguera y jugamos a contar historias increíbles y jugamos a creérnoslas?
O quizá todo sea una chorrada a la que yo doy valor por el mero hecho de formar parte de mi infancia, quién sabe. En cualquier caso, no cabe duda de que las serpientes de verano son una especie en severo riesgo de extinción.