jueves, marzo 23

Escribir es mi trabajo


 
 
          Recientemente, un conocido bloguero ha publicado una entrada difundiendo enlaces de las más populares páginas dedicadas a la piratería de libros. Ha publicado eso, no porque sea un valiente Robin Hood que le quita a los pérfidos autores sus derechos para distribuirlos entre los pobres, sino para aumentar el tráfico en su blog y cobrar más por la publicidad. Lo mismo hacen las páginas pirata.

          El derecho a la propiedad intelectual fue un avance social (surgido en el siglo XVIII) que libró a los creadores de la tiranía de los mecenas y los editores+++, y de la apropiación de su obra por parte de cualquiera. Ese derecho fue posteriormente incluido en el artículo 27.1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

          Quienes defienden la piratería suelen alegar que “Apoyar la cultura es compartirla”. Vale, no lo voy a negar. Pero hay que diferenciar entre “cultura” y “producto cultural”. Actualmente,  la cultura se comparte mediante la educación gratuita, las exposiciones, los museos o las bibliotecas públicas. Nada de eso daña los intereses de nadie, muy al contrario. Pero los productos culturales (libros, películas, cómics, música...) son otra cosa. Detrás de ellos hay una industria (cultural) y unos trabajadores. En el caso de los libros, están las editoriales y los autores. Pero también los editores, los traductores, los correctores, los diseñadores, los impresores, etc. Todos esos trabajadores tienen derecho a cobrar por su trabajo. En el caso de los autores, sólo cobran un porcentaje de las ventas, así que si su libro no se vende, no cobran nada (o muy poco en el caso de que haya anticipo).

          Si todo el mundo siguiera el ejemplo y la “filosofía” de los adalides de la piratería, nadie pagaría por un libro ni por ver una película. Las consecuencias son evidentes: las empresas culturales cerrarían, se perderían miles de puesto de trabajo, la mayor parte de los autores dejarían de escribir. Además, no se traducirían libros, con el brutal empobrecimiento cultural que eso conllevaría. Qué curioso eso de apoyar la cultura destruyéndola...

          De hecho, ya está ocurriendo. El 87’48 % de los contenidos consumidos el año pasado en Internet eran ilegales, lo que supone un perjuicio de 1.669 millones de euros al sector cultural. Y las cifras crecen año a año. Esto nos afecta a todos, y no solo a los creadores, pues las arcas públicas pierden anualmente, en concepto de impuestos, unos ingresos de casi 600 millones.

          Apoyar la cultura significa apoyar a los que la crean. No regalándoles nada, por supuesto; bastaría con respetar sus derechos legales. Soy escritor, ese es mi trabajo. Dedico ocho horas al día, cinco días en semana, a la creación literaria. Mi jornada es como la de cualquier otro trabajador. Porque escribir profesionalmente es un trabajo, duro y arriesgado. Algunos de mis libros han vendido muchos ejemplares, pero otras han vendido muy poquitos, hasta el punto de no compensar el esfuerzo y el tiempo dedicados. Pero lo asumo, es un riesgo que forma parte del trabajo. Jamás he pedido ninguna subvención, nada, ni un céntimo. Lo que gano es fruto de mi esfuerzo, del esfuerzo de muchas décadas, y de mi talento, sea poco o mucho. Creo, además, que mi trabajo es bonito; fomentar la lectura, hacer soñar a la gente, divertir al lector. No creo ser mala persona. Por eso, me entristece que haya gente dispuesta a arrebatarme mis derechos de autor. Pero quienes más me cabrean son aquellos que, encima, pretenden convencerme de que lo hacen por mi bien. Y una mierda; lo hacen para ganar, o ahorrarse, unas monedas. Lo hacen porque son unos mezquinos a los que, en el fondo, les importa un bledo la cultura.

jueves, marzo 16

Malvados y gilipollas



          En el anterior post hablaba del poder destructivo de la estupidez. Eso me ha recordado el Principio de Hanlon: “Nunca le atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la simple estupidez”. Y esa frase de Einstein que reza: “Solo hay dos cosas infinitas: la estupidez humana y el Universo. Y no estoy muy seguro de lo último”. Pero, claro, se puede ser las dos cosas a la vez: malo y tonto, la mezcla más explosiva que existe.

          Por ejemplo, poca gente está más en contra de la tauromaquia que yo. Pero si se ha de salvar una vida en esa fiesta bárbara, siempre preferiré que se salve la del torero, aunque su trabajo me parezca repugnante. Porque es un ser humano, y la vida humana es sagrada. De hecho, cuando critico las corridas de toros, suelo argumentar esto: que un espectáculo no puede basar parte de su atractivo en que un tipo ponga en riesgo su vida. Los taurófilos no lo entienden. Pero si nadie obliga a los toreros, alegan. Ah, bueno, si es por eso reinstauremos las luchas de gladiadores, porque siempre encontraremos a dos gilipollas dispuestos a matarse. A lo que iba: que estoy totalmente en contra de la tauromaquia: por el riesgo que supone para la vida humana, por el maltrato animal y porque es una horterada.

          Pues bien, cuando el año pasado murió a causa de una cogida el torero Víctor Barrio, las redes (a)sociales se llenaron de comentarios celebrando esa muerte. Por ejemplo: “Celebro la muerte de Víctor Barrio, cualquiera que ataque a un animal indefenso merece morir”. O: “Por qué lloran la muerte de Victor Barrio si el mismo se lo busco, aplauso al toro que antes de morir pudo deshacerse de esa escoria humana”. O (dirigiéndose a la viuda de Barrio): “La vida fue muy justa :) Tu marido recibió lo que se merecía. Debería ocurrirle a todos los cobardes, hijos de puta, como él”. En fin, un montón de comentarios de este tenor.

          Parece mentira que gente con, supuestamente, tanta sensibilidad para los animales, carezca totalmente de ella en lo que respecta a los seres humanos. Como dijo en un chat, respecto a esos comentarios, alguien apodado “Dios”: “Esto no es amar a los animales, esto es ser un hijo de puta”. ¿Es así? ¿Los que hacían eso comentarios festejando la muerte de una persona son malvados?  Bueno, sin duda son malos, porque hacían (decían) el mal. Pero creo que fundamentalmente son muy, pero que muy idiotas. En su pequeño cerebro las cosas son así: toro bueno, torero malo. Y ya está, no llegan más lejos. Se han convertido en fanáticos (animalista) porque el fanatismo sólo contempla una idea sin el menor matiz, y su cabeza es incapaz de albergar más de una idea y, por supuesto, ni el menor matiz. Son malos, pero sobre todo son tontos.

          Siguiendo con el mundo del toro, hace poco salió a la luz un niño de ocho años llamado Adrián. Resulta que el pobre chaval padece Sarcoma de Ewing, una variedad de cáncer especialmente maligna que le obligaba a una dolorosa quimioterapia. Además, Adrián quería ser torero. El caso es que el mundo taurófilo le hizo un homenaje, o algo así, y la historia de Adrián apareció en los medios de comunicación. Entonces las redes ¿sociales? se hicieron eco del asunto. Una tal Aizpea Etxezarraga dijo: “Yo no voy a ser políticamente correcta. Qué va. Que se muera, que se muera ya. Un niño enfermo que quiere curarse para matar herbívoros inocentes y sanos que también quieren vivir. Anda yaaaaa! Adrián, vas a morir”. Otro, llamado Manuel Ollero, dijo: “Qué gasto más innecesario se está haciendo con la recuperación de Adrián, el niño este que tiene cáncer, quiere ser torero y corta orejas”. Y añadió: “No lo digo por su vida, que me importa 2 cojones, lo digo porque probablemente ese ser esté siendo tratado en la sanidad pública, con mi dinero”.

          Deteneos un momento a pensarlo: Para desearle públicamente  la muerte a un niño de ocho años enfermo de cáncer ¿basta con ser mala persona? No, ni mucho menos: también hay que ser un soberano gilipollas. Porque los autores de esos comentarios fueron detenidos y están acusados de incitación al odio, o algo así. Es decir: hicieron daño a otros y a sí mismos; el más alto grado de estupidez que se puede alcanzar, según definía Carlo M. Cipolla en su famoso ensayo Allegro ma non troppo. En el caso de Manuel Ollero, cuando vio que sus comentarios se habían hecho públicos, canceló su cuenta de Twitter intentando escurrir el bulto. Menuda joya: malo, bocazas, tonto y cobarde.

          En resumen: El mal es malo (menuda perogrullada); pero el mal unido a la estupidez es mucho peor.