domingo, junio 12

La edad, el curro, el spam y Babel

 


            El pasado viernes, 10 de junio, fue mi cumpleaños. Habitualmente suelo poner una imagen con la onomatopeya “¡ARGHHH!”, pero este año no lo he hecho. Tampoco celebré el pasado 9 de diciembre el décimo sexto aniversario de Babel. ¿Por qué?

            Pues porque la última entrada la colgué hace casi cuatro meses. En los últimos años, mis aportaciones al blog se han ido espaciando cada vez más. Y no acabo de hacerme una idea del motivo.

            Creo que todo empezó cuando me rompí la cadera. Por algún motivo, quizá por la forzada inmovilidad, me puse a escribir ficción como un loco. Había decidido probar con la literatura infantil y estaba desarrollando la serie de Dan Diésel. Eso le quitaba tiempo al blog. Luego llegó la pandemia, y lo que le quitaba fueron las ganas a mí. Y ahora...

            Ahora, amigos míos, ¡estoy metido en cuatro proyectos literarios a la vez! Bueno, en realidad solo dos están en activo; pero los otros dos se encuentran ahí, agazapados a la espera de saltar sobre mí como fieras salvajes.

            Eso es lo malo de ser un artesano autónomo: solo tienes dos manos, un cerebro (en mi caso medio) y un puñado de horas al día. Das de ti lo que puedes dar, que no es mucho. A eso hay que sumarle que estoy en un momento... digamos que peculiar en mi carrera como escritor. No sabría definirlo, porque en realidad no tengo claro lo que es, pero sí sé que algo ha cambiado. Para bien, me apresuro a aclarar. Lo cual no impide que me sienta raro.

            Ah, hay algo más. Desde hace un tiempo, el blog se está llenando de spam. Veinte o treinta al día. He intentado activar el captcha, pero no funciona. Así que no me ha quedado más remedio que activar la moderación de comentarios, lo cual me obliga a eliminar el spam acumulado con frecuencia. Un coñazo. De hecho, creo que esto es lo que más me retiene a la hora de seguir con el blog.

            Volviendo al tema de la edad, acabo de cumplir 69 años, una cifra sicalíptica y deprimente a partes iguales. Una cifra que, cuando la alcanzas, ya no puedes practicarla. Una cifra de mierda. Si cabía algún resquicio de duda, ya se ha cerrado: soy un jodido viejo. Vale, no soy un viejo como eran los viejos de mis años mozos, o como algunos viejos que conozco ahora. Soy un viejo de otro estilo. Pero viejo.

            Es cierto que intento mantener mi mente lo más joven posible. Y me consta que lo consigo en cierta medida. Pero, ¿hasta cuándo? ¿Cuánto tardaré en fosilizarme? Espero diñarla antes de que eso suceda.

            En fin, no sé qué va a ser del blog. Le tengo mucho cariño a la Fraternidad de Babel y no me gusta verlo agonizar. Quizá sea mejor matarlo definitivamente. O quizá aún pueda prestarle primeros auxilios y reanimarlo.

            Ya veremos.