jueves, enero 20

Magufos

 


            Magufo: Persona que propaga o promueve discursos contrarios al pensamiento crítico y a la ciencia, como pueden ser la homeopatía, la astrología, ufología o cualquier otra pseudo-ciencia que no pueda demostrar su validez.

La semana pasada, el gobierno australiano deportó, por fin, a Novak Djokovic. Me alegro. No cabe duda de que el serbio es un extraordinario tenista, el mejor del mundo; pero un perfecto imbécil en todo lo demás. Y me alegro de que lo hayan deportado porque, por una vez, se demuestra que la estupidez pasa factura.

            Veréis, si un viejo campesino de una zona remota, alguien que jamás fue a la escuela y apenas sabe leer, cree en duendes, brujas y demonios, lo comprendo. Ese hombre no tiene la culpa de su ignorancia; jamás tuvo los medios para superarla. Pero la ignorancia de los privilegiados me cabrea. Gente que, teniéndolo todo para poder amueblar bien su mente, le da por creer en gilipolleces.

            Tengo un amigo magufo. Es un tipo inteligente, racional, razonablemente culto, universitario y profesional de éxito. Alguien con evidente talento. Y, sin embargo, cree en la astrología, en las mancias, en la homeopatía y en toda suerte de teorías absurdas. Está en contra de los microondas, de las cocinas de inducción, del wifi, de los antibióticos y, por supuesto, de las vacunas. También duda de que los hombres llegaran a la Luna.

            Siempre me ha intrigado esa extraña dualidad; por un lado, una mente racional y razonable y, por otro, pensamiento mágico en estado puro. ¿Cómo es posible que una persona inteligente y cultivada crea en semejantes tonterías? Mi amigo no rehúye el debate y discutíamos con frecuencia (ya no lo hago; no sirve para nada). Y siempre acabábamos en el mismo punto. Él, en principio, debatía argumentado con razones; pero, dado lo absurdo de sus ideas, al final llegaba inevitablemente a un callejón sin salida en el que no encontraba argumentos lógicos para exponer. Entonces decía: “Bueno, pues es lo que creo y ya está”. Es decir: meras creencias, como la religión. Y contra eso no hay argumento posible. Crees lo que crees porque te sale de los huevos creerlo, punto final. Pues muy bien: ole tus huevos.

            Más tarde me enteré, con no poco asombro, que muchos magufos, quizá la mayoría, son gente con estudios superiores. Leí una explicación sobre este fenómeno: creer en algo que afirma ser la verdad en contra de las supuestas manipulaciones del Poder (poder político, farmacéutico, religioso, científico o lo que sea), otorga a quien lo dice un punto de superioridad sobre los demás. “Yo conozco una Verdad que los demás, pobres engañados, ignoráis”.

            Pero creo que hay otro factor. Estoy seguro, aunque no tengo datos, de que la mayor parte de los magufos universitarios provienen del campo de las humanidades (o, como se decía antes, “de letras”). Es decir, gente que apenas ha recibido formación científica. Siempre he pensado que en los colegios e institutos se debería impartir Filosofía de la Ciencia. No ciencia en sí misma, sino los mecanismos lógicos que sirven para hacer ciencia. Observación, búsqueda objetiva de pruebas, escepticismo, pensamiento crítico, etc. En general, esa forma de razonar vacuna en gran medida contra las creencias infundadas.

            Aunque no del todo. Conozco a una brillante ingeniera que cree en la homeopatía. Y hay científicos que creen en dios (aunque no muchos), así como médicos de carrera que practican pseudoterapias. Me asombra y me intriga esa dualidad. ¿Cómo un mismo cerebro puede albergar dos formas distintas, y opuestas, de percibir la realidad? ¿Cómo es posible que en la misma mente no interfieran la razón con el pensamiento mágico? Es como si en su cerebro hubiera compartimientos estancos. Quizá parte de la respuesta esté precisamente en la forma de percibir la realidad. ¿Qué es real y qué no lo es? A mi amigo magufo hay algo de mí que le desconcierta. No comprende cómo, siendo yo tan racional, escribo relatos de fantasía y cf. Yo le digo que eso no es real, sino ficción, pero él parece no distinguir entre lo uno y lo otro. Supongo que esa es parte de la clave.

            Volviendo a Djokovic, creo que los magufos que más me cabrean son los antivacunas. Por varios motivos; en primer lugar por su obstinación pasándose por el forro las evidencias. Pero eso es común a todas las magufadas, claro. En segundo lugar, por ser un peligro para la comunidad, propiciando la transmisión de enfermedades y/o saturando los hospitales, como sucede ahora. En tercer lugar, lo peor de todo: su insolidaridad. Se permiten el lujo de no vacunarse porque están rodeados por gente que sí está vacunada y, por tanto, no transmite enfermedades. En cuarto lugar, porque al no vacunar a sus hijos, los exponen al peligro de enfermar. Eso ocurre también con los devotos de las pseudoterapias, que confían la salud de su familia a iluminados, o directamente farsantes, que “curan” a base de agua destilada, pastillitas de azúcar, legía, cristales, pases mágicos o sortilegios, a ser posible cuánticos. Esos magufos también me cabrean mucho.

            Es paradójico que esa gente proclame un discurso anti-científico, incluso tecnofóbico, aprovechándose al mismo tiempo de vivir en un mundo que les hace la vida más fácil precisamente gracias a la ciencia y la tecnología. Transmiten sus absurdas teorías usando el prodigio técnico de la informática. Se iluminan con LED’s, viajan en modernos vehículos, ven sus series favoritas (o documentales magufos) en planas pantallas de TV, juegan a prodigiosos videojuegos, se orientan con asombrosos navegadores, oyen la música que les gusta a través de pequeños auriculares inalámbricos, pagan usando sus móviles... Se benefician de la ciencia, para luego cagarse en ella.

            Aunque, claro, como hemos visto, también hay magufos que llevan demasiado lejos sus absurdas ideas y renuncian a algunos beneficios de la ciencia, como los que no se vacunan o recurren a terapias ridículas. Esos están tan abducidos por el pensamiento mágico que no vacilan en poner su salud en peligro. Como decía Cipolla, el mayor grado de estupidez se alcanza cuando alguien hace algo que daña a los demás y le daña a él mismo.