domingo, diciembre 31

2007

Faltan dos horas y media para que el 2007 se estrene en nuestros calendarios y dentro de poco me iré a cenar con mi familia, pero aún tengo tiempo para pedirle algo al gran dios cuántico del azar:
Que se cumplan todos vuestros deseos y que siempre tengáis un deseo que cumplir.
¡FELIZ AÑO NUEVO!

sábado, diciembre 30

Maldito año viejo

Cualquiera que, como yo, ame el juego, sabe que las rachas de suerte existen. No le encuentro explicación, ignoro qué extrañas fuerzas las provocan, pero son reales. De hecho, creo que la suerte, el azar, es lo más parecido a lo sobrenatural que hay en este universo. Por ejemplo, el póquer; hay veces que sabes que vas a ganar siempre. Y ganas. Mano tras mano, las cartas fluyen a tu favor, como si la más poderosa e ignota fuerza del universo estuviese de tu lado. En otras ocasiones, notas que vas a perder hagas lo que hagas. Ya puedes tener una escalera de color, da igual; si el destino ha decidido que pierdes, perderás. Porque las rachas de suerte existen y somos juguetes en sus manos.

Pues bien, este año, desde la primavera, soy víctima de una siniestra racha de mala suerte. Y no es algo que me afecte sólo a mí, sino que también influye en la gente que me rodea. A decir verdad, parece afectar al mundo entero. No vale la pena que os cuente mis problemas, pero sí me gustaría comentar lo asquerosamente desagradable que ha sido este día. Hoy, al despertarme y conectar la radio, me he encontrado con dos noticias terribles: la ejecución de Sadam Husein y la bomba de ETA en Barajas.

Sadam fue un tirano y un genocida, un hijo de puta que merecía padecer todo el peso de la ley, pero no la muerte. Nadie la merece, ni siquiera un ser tan abyecto como Sadam. En mi código moral, la vida humana es sagrada y no hay mayor crimen que atentar contra ella. Y de entre todos los crímenes posibles, el más execrable es la pena de muerte, porque es un asesinato que se comete en nombre de la ley y de la civilización, y que, al llevarse a cabo, denigra la justicia y mancha de barbarie lo poco que tenemos de civilizados. Además, ¿de qué valdrá la muerte de Sadam? ¿Servirá para que los republicanos recuperen el apoyo de los fanáticos integristas cristianos yanquis, que estaban muy cabreados, no por la guerra, sino por no ganarla? Puede ser, pero también valdrá para que mueran más inocentes, víctimas del principio de acción-reacción. Además, si Sadam merecía la muerte por ser un genocida, ¿qué se merecen los líderes mundiales que apoyaron y promovieron en las Azores la segunda guerra de Irak, causando así la muerte y el dolor de cientos de miles de hombres, mujeres y niños? En fin, es inútil plantearse esto, porque nadie los va a juzgar jamás.

En cuanto a la bomba de ETA, ¿qué puedo deciros que no se haya dicho ya? Aunque mientras escribo esto todavía no se ha confirmado, es muy posible que dos personas, dos humildes emigrantes ecuatorianos, hayan muerto a causa de la profunda estupidez de un grupo de tarados con la mente –si es que a eso que tienen en el cráneo puede llamársele mente- envenenada por unas ideas tan pueriles y pequeñas que moverían a la risa, de no ser porque la brutalidad que generan nos desliza hacia el llanto. ¿Así es la patria que desean, así es la raza a la que dicen pertenecer? A veces pienso que al País Vasco le sobra una uve.

Bueno, amigos míos, hoy pensaba escribir y colgar aquí la segunda parte del post dedicado a Cordwainer Smith, pero no me apetece. Lo dejaremos para después de Nochevieja. Hay años malditos; éste es uno de ellos. Por fortuna, ya falta poco para que termine.

miércoles, diciembre 27

El regalo (relato navideño)


Queridos amigos, aquí tenéis mi regalo de Navidad. Se trata de un relato escrito para, por y durante estas fechas, exclusivamente dedicado a los merodeadores de Babel. Espero que no os disguste demasiado. Felices fiestas.


Le echaron del último bar a las nueve y media de la noche. Vamos a cerrar, dijo el camarero. ¿Puedo tomar otro antes de irme?, preguntó Emilio, apurando de un trago los restos de su gin tonic. El camarero negó con la cabeza. Es tarde, dijo; me esperan en casa, compréndalo. Emilio pagó la consumición, se puso el abrigo y se dirigió a la salida. El camarero se despidió de él deseándole felices fiestas. Emilio no respondió.
La noche le saludó con una caricia helada. Introdujo las manos en los bolsillos del abrigo y miró a izquierda y derecha; decenas de guirnaldas tejían un dosel de luz sobre la avenida, pero los establecimientos públicos permanecían cerrados y oscuros. Había poco tráfico y los escasos peatones que recorrían las aceras lo hacían con prisa y cierto aire avergonzado, como si estar en la calle esa noche resultara de algún modo sospechoso. Es lo que tiene la Nochebuena, pensó Emilio: toque de queda.
Encendió un cigarrillo y echó a andar sin rumbo fijo, huyendo sin darse cuenta de la iluminación navideña y adentrándose en el oscuro anonimato del dédalo de callejuelas que se extendía más allá de la avenida. No quería volver a su casa; allí no sólo no le esperaba nadie, sino que ni siquiera se había molestado en preparar una cena. Y, lo que aún era peor, no tenía ginebra, ni tónica, ni hielo, ni limón. Ni un vaso limpio, si vamos a eso. No es que Emilio fuera un alcohólico, ni mucho menos; en la bebida buscaba el sabor, y puede que también el rito, no el aturdimiento. Nunca bebía antes de la puesta de sol y jamás tomaba más de tres copas. Pero aquella noche sólo llevaba dos, y la última había sido un gin tonic tristemente elaborado, en vaso largo, la tónica caliente y un par de hielos que se derritieron nada más zambullirse en el combinado. Un asco. Mientras caminaba dando taciturnas caladas al cigarrillo, Emilio reflexionó sobre el gin tonic perfecto. En copa grande, escarchada, aromatizada en el filo con limón; tres cubos de hielo a veinte grados bajo cero, ginebra Sapphire, tónica Schweppes y una corteza de limón flotando entre las burbujas.
Dos cigarrillos más tarde, tras adentrarse en una calle estrecha, solitaria y mal iluminada, poco después de que la campana de una lejana iglesia sonaran diez veces, Emilio lo vio. Allí estaba, las luces encendidas distinguiéndose a través de los cristales esmerilados de la puerta, con un letrero de neón encima del dintel dibujando en la oscuridad dos palabras de luz violeta: Pub Erebus. Un bar abierto, un inesperado oasis en el desierto de la Nochebuena.
Emilio cruzó la calle y entró en el local. Lo primero que percibió fue la música, no un villancico, no aburridas melodías ambientales, no el último cantante hortera surgido de la televisión. Música de órgano, quizá una fuga de Bach, quizá no. Simultáneamente notó el olor, un penetrante aroma a incienso que durante un instante le hizo recordar las misas del gallo de su infancia. Finalmente, al cruzar una cortina de terciopelo escarlata, vio el interior del local, un pub inglés con madera por todas parte, butacas con almohadones, mesas bajas, grabados en las paredes y suelo ajedrezado. El bar estaba desierto, salvo por el barman que, vestido con un smoking negro, permanecía tras la barra con los brazos cruzados a la espalda, el pelo brillante de fijador y una tenue sonrisa en los labios.
¿Un camarero de smoking?... Emilio se preguntó dónde se había metido y, durante un instante, consideró la posibilidad de irse, pero sabía que no iba a encontrar otro local abierto, de modo que se quitó el abrigo y tomó asiento en uno de los taburetes que se alineaban frente a la barra.
—Buenas noches, señor Atienza –le saludó el barman con una templada voz de barítono.
Emilio alzó una ceja.
—¿Nos conocemos? –preguntó.
—Por supuesto, señor –respondió el camarero-; le estaba esperando. De hecho, he abierto el establecimiento exclusivamente para usted.
Emilio le contempló con el ceño fruncido. No conocía de nada a aquel hombre, aunque... sí, había algo vagamente familiar en él.
—¿Quién es usted?
La sonrisa del camarero se amplió.
—Ya lo sabe, señor Atienza, aunque quizá le cueste reconocerlo. Dígame, ¿a qué huele?
—A incienso.
—¿Y por debajo del incienso? ¿No percibe otro olor?
Emilio alzó un poco la cabeza e inspiró por la nariz. En efecto, más allá del dulzón aroma del incienso flotaba un olor áspero e irritante. Olía levemente a azufre. Entonces recordó el nombre del establecimiento, Erebus, la puerta del infierno, y supo con entera certeza quién, por increíble que pareciese, era aquel extraño camarero vestido de smoking. Lo único que le sorprendió fue no sorprenderse.
—¿Es usted el diablo? –dijo, más en tono afirmativo que de pregunta.
El camarero hizo una apenas insinuada reverencia.
—Ése es uno de los nombres por los que se me conoce, pero tengo muchos. El Maligno, Luzbel, Satanás, el Príncipe de las Tinieblas, el Enemigo, Astaroth... Aunque, personalmente, prefiero considerarme la Oposición.
Emilio alzó las cejas.
—Entonces, ¿he muerto y estoy en el infierno? –preguntó.
El camarero rió suavemente.
—No, señor Atienza, usted sigue vivo y esto no es el infierno, sino una pequeña sucursal.
—Que usted ha abierto exclusivamente para mí, ¿no?
—Así es, señor.
—¿Por qué? ¿Quiere comprarme el alma o algo así?
El camarero volvió a reír.
—No, no, no, de ninguna manera –dijo-. Hace mucho que no compramos almas; de hecho, mi empresa tiene tantos clientes que ya no sabemos dónde meterlos. Además, hoy es el cumpleaños de mi rival y en estas fechas solemos cerrar para dar descanso al personal.
—¿Quiere decir que en Navidad no hay mal en el mundo? –preguntó Emilio con escepticismo.
—Yo no he dicho eso, señor. Los seres humanos no necesitan mi ayuda para hacer el mal. –Se inclinó hacia Emilio y añadió en tono confidencial-: A decir verdad, creo que si yo me retirase las cosas seguirían exactamente igual. O quizá peor, pues al menos yo introduzco cierto orden en el caos.
Emilio dejó escapar un suspiro.
—Disculpe, pero no lo entiendo -dijo-; si no estoy muerto, ni le interesa mi alma, y además es su día de descanso, ¿qué quiere de mí?
—La pregunta no es ésa, señor Atienza –replicó el camarero-. En realidad, la cuestión es qué desea usted de mí. –Unió las manos y entrecruzó los dedos, como un catedrático a punto de dictar una lección magistral-. Permítame explicárselo –prosiguió-. Como he señalado antes, hoy es el cumpleaños de mi rival. Por otro lado, el hecho de que seamos adversarios no significa renunciar a la cortesía, de modo que cada año, al llegar esta noche, le hago un regalo. El problema es que mi oponente es tan... magnánimo, tan desprendido, que no quiere nada para él, así que el único modo de agradarle es ayudar a una de sus criaturas. Por eso, cada vez que llega esta noche elijo a una persona, la más desgraciada de entre toda la humanidad, y le concedo un deseo.
Sobrevino un silencio.
—¿Y hoy me ha elegido a mí? –preguntó Emilio en tono neutro.
—Así es, señor.
—Yo no soy la persona más desgraciada del mundo.
El camarero se encogió de hombros.
—Quizá no –repuso-, aunque deberá reconocer que tiene muchos motivos para serlo. Permítame refrescarle la memoria. Hace tres años y medio, su mujer le abandonó para irse con quien usted consideraba su mejor amigo.
—Y lo era –replicó Emilio-; me hizo el gran favor de llevarse a esa bruja.
—Vamos, señor Atienza, no es necesario fingir; aquello le partió el corazón. Luego, un año más tarde, le despidieron de su trabajo y no ha vuelto a encontrar otro.
—Tampoco lo busco.
—Ahora no, pero durante un tiempo lo intentó en vano. Y ahora el dinero que tenía ahorrado se está acabando, así que no podrá pagar la hipoteca, perderá la casa y se verá en la calle. Sus padres murieron hace años, su único hermano no le dirige la palabra, carece de amigos... Permítame exponerlo con crudeza, señor Atienza: está usted completamente solo, nadie va a ayudarle.
Emilio contuvo el aliento y luego lo exhaló lentamente.
—Sigo pensando –dijo- que no soy el hombre más desgraciado del mundo. Seguro que hay por ahí un montón de negros, o palestinos, o lo que puñetas sea, que están más jodidos que yo.
—Por supuesto, señor; así es. Pero ninguno está tan vacío. A ellos les queda la fe, por irracional que sea, o la engañosa esperanza de que las cosas van a cambiar, o el amor, o el odio... Pero usted no tiene nada dentro, ninguna emoción, ningún sentimiento. Está vacío, y eso es terrible. Por eso le he elegido.
Emilio se frotó los ojos con el índice y el pulgar.
—Y va a concederme un deseo –dijo en voz baja.
—Así es, lo que usted quiera.
—A cambio de nada.
—Es un regalo, ya se lo he dicho.
—¿Y no tiene trampa? ¿No será uno de esos pactos diabólicos que luego resultan un desastre?
—Es que no hay ningún pacto, señor. Usted me pide algo, yo se lo concedo y lo que suceda después no tendrá nada que ver conmigo. –El camarero dudó un instante e hizo un gesto de aquiescencia-. Aunque sí, hay una pequeña trampa, por llamarlo así. Verá, usted puede pedir un deseo altruista, la paz en el mundo o el fin del hambre, por ejemplo, o solicitar un deseo egoísta, como dinero, poder o la vida eterna. Si escoge lo primero, demostrará ser una buena persona, y si elige lo segundo..., bueno, sólo habrá descendido un escalón más hacia la perdición de su alma. Reconozco que siento curiosidad por conocer su elección.
Emilio se llevó un cigarrillo a los labios, pero antes de encenderlo preguntó:
—¿Puedo pedir cualquier cosa?
—Lo que se le antoje. De todas formas, y como muestra de buena voluntad, voy a permitirme ayudarle un poco. Dentro de dieciocho meses, desarrollará usted un tumor maligno que acabará matándole. Si su deseo consistiera en una cura definitiva del cáncer, no sólo se libraría de esa muerte, sino que se haría rico con la patente, salvaría multitud de vidas y sería aclamado como un héroe por sus semejantes. Como ve, esa alternativa cubre la mayor parte de las expectativas posibles. Aunque sólo es una sugerencia, por supuesto.
Emilio encendió el cigarrillo, perdió la mirada y fumó pausadamente mientras reflexionaba. Un par de minutos más tarde, alzó la cabeza y se quedó mirando fijamente al camarero.
—¿Ya lo ha decidido? –preguntó éste.
—Sí.
—Muy bien, señor. ¿Qué desea?
Emilio dio una calada y respondió:
—Un gin tonic.
El camarero esbozó una leve sonrisa.
—¿Con corteza de lima o de limón verde?
—De limón, por supuesto.
—Enseguida, señor –repuso el Príncipe de las Tinieblas.
Y comenzó a preparar el combinado.

viernes, diciembre 22

Yule

Hoy a las 00:22 hora solar ha tenido lugar el momento del solsticio de invierno. Esta noche es la más larga del año. El solsticio de invierno ha venido celebrándose desde el neolítico; y lo seguimos haciendo, aunque ahora lo llamamos Navidad. Por tanto, la del solsticio es la fiesta más antigua de la humanidad, y por eso me gusta, porque me hace sentir imbricado en algo muy remoto. Si queréis saber algo más sobre lo que pienso del solsticio, os sugiero que le echéis un vistazo a lo que decía hace un año en este mismo blog. Los celtas, una cultura que me fascina (algún día os explicaré por qué), llamaban a esta festividad Yule. De modo que, amigos míos, os deseo de todo corazón que paséis unas maravillosas y felices fiestas de Yule. En cuanto a las chicas que frecuentáis La Fraternidad de Babel atraídas por mi viril y magnética personalidad de galán maduro, quiero recordaros que una de las antiquísimas costumbres del solsticio consiste en colgar sobre la puerta de entrada una rama de muérdago y besar a la persona (del sexo opuesto) que pase bajo ella. Pues bien, ¿sabéis qué planta aparece en la fotografía que acompaña a este post? Viscum album, muérdago. Así que ya sabéis: un beso (con lengua) para todas.

Feliz solsticio, amigos :)

lunes, diciembre 18

Cordwainer Smith (1)

Como amenazaba en una entrada anterior, tengo el propósito de exponer aquí mi particular canon de la ciencia ficción; es decir, qué libros y autores considero básicos para adentrarse en el género. Me apresuro a aclarar que lo voy a hacer desde mi único y exclusivo punto de vista, escogiendo no lo bueno, sino lo que me gusta, lo cual significa que dejaré fuera a autores excelentes por la sencilla razón de que no son de mi agrado. Por ejemplo, no hablaré de Ursula K. Le Guin, pese a ser una magnífica escritora, porque me aburre profundamente. Nadie es perfecto, ni siquiera moi. Tampoco hablaré de aquellas obras y autores que todo el mundo conoce; por tanto, no diremos nada de Huxley, Orwell o Burgess.

De entrada, comenzaré por los “autores canónicos”, no por las obras. Esto significa que hablaré primero de aquellos autores cuya producción literaria posee en general un sensible peso específico, dejando para más adelante a los autores que, como Dan Simmons y su Hyperion, sólo cuentan con una novela magistral. De modo que, sin más dilaciones, adelantaré ahora mi personal lista de autores magistrales de ciencia ficción. Ésta es:

Ray Bradbury, Alfred Bester, Clifford D. Simak, Theodore Sturgeon, Philip K. Dick, J. G. Ballard, Robert Sheckley, Fredric Brown, Cordwainer Smith, Roger Zelazny, Thomas M. Disch, Robert Silverberg, Christopher Priest, Ian Watson y William Gibson.

Como veréis, todos son anglosajones; pero es que la ciencia ficción, hasta hace muy poco, era básicamente anglosajona. Cierto es que podría haber incluido, por ejemplo, al polaco Stanislaw Lem, pero es que Lem no es santo de mi devoción, qué le vamos a hacer. También es posible que me haya dejado a alguno en el tintero (¿o debería decir en el cartucho de toner?); no hay que preocuparse, ya aparecerá. Ojo: esta lista es sólo de autores, no de obras, así que faltan nombres como, por ejemplo, Walter M. Miller o Daniel Keyes, de quienes sólo conozco una obra –eso sí, magistral- por cabeza. De ellos hablaremos más adelante.

Bueno, vamos a comenzar esto realizando un pequeño, aunque interesante, experimento; luego os lo explicaré. El primer autor elegido es Cordwainer Smith, un escritor norteamericano que, si no sois aficionados a la cf (ciencia ficción), jamás habréis oído mencionar. Y si sois aficionados, lo más probable es que nunca le hayáis leído. Sin embargo se trata, en mi opinión, de uno de los genios de la literatura del siglo XX. Hace unos años publiqué en la revista Gigamesh un artículo (que podéis leer completo si pincháis AQUÍ) pomposamente llamado “Anteproyecto para un canon de la ciencia ficción”. Una parte del texto estaba dedicada a Smith. La reproduzco tal cual:

"Cordwainer Smith, Los Señores de la Instrumentalidad. Paul Myron Anthony Linebarger, que es como realmente se llamaba Smith, ha sido una de las figuras más atípicas de la cf. Publicó en el seno del fandom, pero jamás formó parte de él. Nunca gozó de la fama de un Asimov o un Clarke, ni del prestigio de un Ballard o un Bradbury, y sin embargo su obra es una de las más complejas, hermosas y fascinantes que ha dado el género. Actualmente, no son muchos los aficionados a la cf que conozcan y aprecien sus relatos, pero su influencia es patente en muchos escritores, algunos tan meritorios como Gene Wolfe, cuyo Libro del Sol Nuevo guarda una estrecha relación con la obra de Smith.
La práctica totalidad de las historias de Cordwainer Smith se desarrolla en un universo coherente y homogéneo, lo que permite afirmar que el autor escribió eso que suele llamarse una «Historia del Futuro». Sin embargo, no se trata de una creación milimétricamente trazada, con mapas y esquemas, procurando rellenar huecos, al estilo de tantos otros autores. Muy al contrario, los relatos de Smith sólo muestran retazos de un universo más grande, fragmentos de una civilización inconcebiblemente vasta y compleja, y todo ello, además, a lo largo de varios milenios. Sin embargo, al leerlos, uno tiene la impresión de que lo que el autor se calla afecta de forma determinante a lo que cuenta, como si hubiera una estructura invisible que el lector sólo puede intuir.
Hay un curioso rasgo de estilo en Smith. Normalmente, los relatos ambientados en el mañana se cuentan como si fueran el presente de un futuro más o menos lejano. Smith, por el contrario, describe el futuro remoto como si fueran historias de un pasado inusitadamente distante, muchas veces legendario. Y esto no deja de ser lógico: se trata de una Historia del Futuro, y la Historia siempre se ha escrito desde el presente, mirando hacia el pasado.
Con frecuencia se ha acusado a Smith de ambigüedad (incluso de fascismo). ¿Quiénes son los Señores de la Instrumentalidad? A veces actúan de forma positiva, son héroes; pero en ocasiones se muestran maquiavélicos y odiosos, son malvados. Sea como fuere, siempre son manipuladores. Y, en cuanto a la Instrumentalidad, ¿qué es? ¿Una aristocracia? ¿O una tecnocracia, como su nombre da a entender? ¿O quizá una teocracia? Desde luego, no es una democracia. Smith era ambiguo, en efecto: exponía los hechos, esbozaba sutiles problemas morales, pero nunca tomaba partido, jamás juzgaba los actos de sus personajes. Esa tarea se la dejaba al lector.
Los Señores de la Instrumentalidad es un inmenso fresco, voluntariamente incompleto, que narra los próximos quince milenios de la historia de la humanidad. Pero a Smith le interesaba muy poco describir con minuciosidad de notario esa sociedad futura, o su tecnología, o su sistema político. Lo que pretendía, y consiguió, fue transmitirnos el «sabor» del futuro, su textura, la exótica psicología de quienes nos sucederán en el tiempo. Ése ha sido quizá su mayor logro literario: convertir la extrañeza en arte. Se pueden leer una y mil veces los relatos de Smith, y cuanto más se lean, más consciente seremos de que hay algo que se nos escapa, de que tras ese universo existe una lógica, un sentido, que jamás podremos comprender del todo, igual que a un cromañón le resultaría imposible entendernos a nosotros y a nuestra cultura del siglo XXI.
Sin embargo, pese a la decidida extrañeza de sus relatos, el lector presiente que cuentan algo que nos concierne a todos, pues en el fondo hablan de ética, de lo que significa ser humano, del sentido de nuestra cultura, de religión, del precio que hay que pagar por la libertad...
Creo sinceramente que ningún escritor, en la historia de la literatura occidental, ha llegado más lejos que Smith. Puede que otros hayan abierto caminos más perfectos, veredas más hermosas, pero estoy seguro de que nadie ha estado jamás en un lugar tan distante, extraño, otoñal y poético como es el universo creado por Cordwainer Smith. Ése es su billete de entrada al canon
".

Reconozco que cuando leí por primera vez algunos de sus relatos, no me gustaron. Yo era muy joven y se trataba de historias diametralmente diferentes a la cf que solía frecuentar por aquellos tiempos. Si mal no recuerdo, los primeros relatos de Smith que me llamaron la atención fueron La balada de G-Mell y Alpha Ralpha Boulevard. Sobre todo este último, ya hablaremos largo y tendido de él. La obra de Smith, sin nombre, pero generalmente conocida como The Instrumentality of Mankind, está compuesta por aproximadamente treinta relatos y una novela. De entrada, llaman la atención los poéticos, extraños y evocadores títulos de las historias. He aquí algunos ejemplos: Piensa azul, cuenta hasta dos, La dama muerta de Clown Town, El crimen y la gloria del comandante Suzdal, El juego de la rata y el dragón, Dorada era la nave... ¡oh!, ¡oh!, ¡oh!, La dama que llevó El Alma o El coronel volvió de la nada. Bonitos, ¿verdad?

Los relatos de Smith provocan una paulatina fascinación. El primero que lees te desconcierta. El segundo también, aunque ya empiezas a intuir la presencia de esa estructura oculta que antes comentaba. Poco a poco, conforme vas leyendo más relatos, tu mente empieza a ensamblar un puzzle cuya imagen no acabas de entender y que sabes que jamás acabarás, pero que sin embargo actúa sobre ti como un hipnótico mandala. ¿Cómo podría definir esto?... ¿Sentido de la extrañeza? Sí, extrañeza es la palabra. Veréis, desde que Voltaire llevó a un habitante de Sirio a dar un garbeo por nuestro sistema solar en Micromegas, uno de los retos que ha planteado la cf es crear un extraterrestre verosímil, no tanto en lo que respecta a su fisiología como en lo referente a su psicología. ¿Cómo concebir una mente no humana? Resulta muy difícil, casi imposible, porque no tenemos nada en qué basarnos, no hay referentes. De hecho, creo que el único autor que lo ha logrado es Cordwainer Smith, aunque paradójicamente sus extraterrestres no son tales, sino seres humanos de un futuro tan remoto que su psicología ha dejado de ser del todo humana. No hay nada más exótico en la historia de la cf que los personajes de Smith.

Pero bueno, ya hablaremos más sobre el autor en la segunda entrega de este apasionante post (y la historia es fascinante, os lo aseguro). Ahora vamos a centrarnos en el experimento que antes anunciaba. Primero, retrocedamos al pasado. Estamos en 1970. Tengo 17 años, es sábado y estoy en mi casa. Acabo de comer y me siento en el salón con el número 3 de la revista Minotauro. Lo hojeo y tropiezo con un relato cuyo título me llama la atención: Alpha Ralpha Boulevard. Su autor, Cordwainer Smith, no me suena de nada, pero comienzo a leerlo. Media hora más tarde, concluido el relato, cierro la revista y la dejo sobre la mesa. Estoy conmocionado. Ese cuento me ha provocado una sensación que, sencillamente, no puedo definir, porque nunca antes había experimentado nada semejante. Es una sensación muy intensa, casi física, no exactamente desagradable, pero desde luego en ningún caso agradable. No se trata, por otro lado, de una sensación intelectual, no es la parte racional de mi cerebro reaccionando a los conceptos que aparecen en el texto, es algo mucho más primario, casi reptiliano. Porque no he entendido el cuento; sé que significa algo, que describe algo, pero ignoro qué significa y qué describe. De algún modo ese relato es una ventana abierta a un universo absolutamente ajeno a mi experiencia personal.

Nunca jamás, ni antes ni después, un relato de ficción me ha impactado tan intensamente. De hecho, Alpha Ralpha Boulevard me provocó miedo, porque no creía que una ficción pudiera suscitar sensaciones tan intensas, inquietantes y exóticas. Era como si de repente el papel impreso hubiese adquirido vida propia, como si descubriese de pronto que la literatura posee la insospechada capacidad de penetrar en mi cerebro como un berbiquí. Más tarde, cuando conocí un poco mejor la obra de Smith, desarrollé una teoría al respecto: la sensación que había experimentado al leer Alpha Ralpha Boulevard era una reacción casi inmunológica ante la extrañeza en grado sumo. Creo que si de pronto viera ante mí a un extraterrestre, sentiría algo muy parecido: atracción y repulsión al mismo tiempo, todo ello aderezado de incomprensión e inquietud.

No obstante, lo que acabo de describir es una experiencia subjetiva cuyas causas podían estar tanto en el texto como en mí mismo. En cualquier caso, aquello sirvió para interesarme en Cordwainer Smith, de modo que a partir de aquel momento comencé a leer todos los relatos suyos, dispersos en diversas antologías, que pude encontrar. Y sí, descubrí una y otra vez esa sensación de extrañeza en sus historias, aunque nunca tan intensamente como en Alpha Ralpha Boulevard. Muchos años después, en 1991, Miquel Barceló publicó en su colección Nova la antología completa de Los señores de la Instrumentalidad dividida en cuatro volúmenes, así que releí de nuevo todas las historia de Smith. Salvo una: Alpha Ralpha Boulevard. Y no lo hice por dos motivos; porque temía volver a sentir lo que experimenté durante su primera lectura y porque temía no volver a sentirlo.

Y pasó el tiempo, no sé exactamente cuánto, aunque supongo que debió de suceder alrededor del 95 o el 96. Ocurrió en el transcurso de un acto público, lamento no recordar tampoco cuál. Estábamos charlando sobre Smith un grupo de amigos entre los que se encontraba el escritor Javier Negrete y, de pronto, Javier comentó la extraña e intensísima sensación que le había provocado leer Alpha Ralpha Boulevard. ¡Así que no era yo solo, no era imaginación mía! Ese relato tenía la extraordinaria propiedad de generar una reacción insólitamente exótica en el lector, o al menos en algunos de los lectores. Entonces decidí volverlo a leer, aunque de nuevo dilaté el momento.

Hasta hoy. Ése es el experimento del que hablaba: releer Alpha Ralpha Boulevard y ver qué pasa. Así pues, antes de que acabe el año leeré el relato y escribiré la segunda parte de este post, donde hablaremos un poco más de Cordwainer Smith y os contaré los resultados del experimento. Sé, por supuesto, que no volveré a sentir lo mismo que sentí hace 36 años, porque entonces me cogió de sorpresa y ahora estoy sobre aviso, porque ahora conozco la obra de Smith y entonces no, y porque no voy a poder releer el cuento con la “mente limpia”, sino analizándolo, que no es una buena forma de leer. De todas formas, buscaré aunque sólo sea un eco de la exótica sensación que experimenté en aquellos lejanos tiempos e intentaré explicarme qué la produce.

Lamento, por otro lado, que este experimento sea incompleto. Lo ideal sería que los ilustres visitantes de Babel pudieran leer también Alpha Ralpha Boulevard y luego contar sus reacciones, pero no he encontrado el texto en Internet y la idea de transcribirlo personalmente me produce sarpullidos. Si alguien, más hábil que yo en el ciberespacio, lo consigue localizar, le agradeceré que lo haga saber aquí. En cualquier caso, supongo que algunos de vosotros ya habéis leído el relato, o lo tenéis en casa y podéis leerlo; ni que decir tiene que vuestros comentarios serían muy valiosos.

Vaya, me siento como una cobaya a punto de ser inoculada con un virus...

domingo, diciembre 17

Fuerzas irresistibles

¿Qué ocurre cuando una fuerza irresistible tropieza con un objeto inamovible? Esta pregunta tiene trampa, porque en un mismo universo no pueden existir fuerzas irresistibles y objetos inamovibles. O lo uno, o lo otro, pero no las dos cosas a la vez.

Así pues, ¿en qué clase de universo vivimos? En un jodido universo de fuerzas irresistibles, amigos míos, en una realidad regida por el deprimente segundo principio de la termodinámica, la puta entropía diciéndote cada día al oído: nada permanece, todo tiene un final. Es como estar en medio de un terremoto; ¿dónde te metes, dónde vas a plantar los pies si es el mismo suelo que te sustenta lo que se mueve? Vivir es ver cómo el mundo que conoces se convierte en ruinas, vivir es permitir que el tiempo te robe poco a poco lo que más quieres, hasta que te lo quita todo. Y no estoy hablando de grandes catástrofes, sino de la rutina cotidiana. ¿Queréis un ejemplo? Mis hijos, Óscar y Pablo. Una vez tuvieron cuatro, cinco, seis años, y yo adoraba a esos niños, los abrazaba, los besaba, jugaba con ellos, les leía cuentos para que se durmiesen, a veces me los quedaba mirando maravillado de su mera existencia... pero esos niños ya no están. Óscar tiene 19 años, conduce, sale con una chica, va a la universidad; Pablo tiene dieciséis y es más alto que yo. Sigo queriéndoles, por supuesto, pero ya no son esos niños, porque a ellos se los llevó una fuerza irresistible. O la entropía, da igual.

Hoy por ejemplo. Después de comer me he tumbado en el sofá del salón para leer El País y, al llegar a la página 63, me he encontrado con algo que me ha hecho exclamar un “¡hostias!” de sorpresa y consternación. Una necrológica: el actor Enrique Arredondo murió ayer. ¿Y quién era Enrique Arredondo? Puede que le conozcáis por la serie de TV Periodistas, donde interpretaba al director del periódico. Nunca fue un actor muy popular, entre otras cosas porque trabajaba mucho en teatro y, además, en Barcelona, pero era un buen actor de carácter. La cuestión es que yo le conocí y le traté en otra época, una de las peores de mi vida.

Me quedé del todo huérfano cuando tenía 19 años. Durante un tiempo viví con mi hermano Eduardo, que era 10 años mayor que yo y estaba haciendo oposiciones a alcoholismo. Así que mi vida se transformó en una locura de alcohol, juergas, noches en blanco y, supongo, autodestrucción. Por aquel entonces, mi hermano Eduardo, aparte de borracho, era crítico teatral y conocía a un montón de actores; entre ellos Enrique y su mujer, Carmen Fortuny. Venían mucho por casa, y nosotros por la suya, hasta que un lío de cuernos, reales o ficticios, con el que yo no tuve nada que ver, condujo a un prolongado desafecto entre mi hermano y Enrique. Y dejé de verle. De hecho, creo que llevaba más de 25 años sin encontrarme con él. Por otro lado, y aunque me caía bien, nunca fue un gran amigo mío, entre otras cosas porque era una generación mayor que yo. Sin embargo, al ver su muerte anunciada en el periódico, he sentido una profunda tristeza. Y no tanto por él como por mí, porque su muerte ha matado de alguna manera una parte de mi pasado de la que no me siento orgulloso, pero que forma parte de mí, aunque ahora con una mutilación. El tiempo es el mayor asesino en serie.

Adiós Enrique, remoto compañero de farras y borracheras. Descansa en paz.

martes, diciembre 12

Exhibición de obsequios

Queridos amigos, los obsequios han colmado el buzón de Babel y mi dicha a partes iguales. Gracias a todos los que habéis tenido el detalle de mandarme un idem, y en cuanto a los que no lo habéis hecho... bueno, estamos en fechas navideñas y es tiempo para el perdón, ¿verdad? Pues no, ni de coña. ¡Malditos seáis con un ataque de caspa todos aquellos que no me habéis regalado nada! Es broma; no os lo merecéis, pero os perdono.

Bueno, al grano, que esta entrada va a ser la más larga de todo el blog. “M” –creo que es el jefe de James Bond- ha enviado un excelente relato corto. Gracias M.

VOCES AL OTRO LADO
Matías Candeira

Llevo imitando, desde hace algún tiempo, la voz de mi padre. Ahora llego a pronunciarlo todo con ese arrastre metálico de sus eses; como un fantasma, o un espía al otro lado de un teléfono sospechosamente intervenido. Sus eses, bajo mi paladar, moviéndose despacio en mi boca. Dios mío, a veces me cuesta diferenciarlas de mi propia voz. Si me lo pide el cuerpo, en mitad de la noche llamo con su acento del sur a los teléfonos eróticos. Les digo a esas mujeres que se quiten la ropa. Les ordeno que se toquen todo el cuerpo para mí; que me describan, lentamente, su forma de hacerlo. O puedo llegar —y nadie sabe lo terrible que es, nadie lo sabe— a emular su tono de tenor en la ducha. Canto sus óperas, sus malditas óperas, hasta la última nota que me queda en el cuerpo. Pero lo peor es que a veces no puedo remediarlo, y marco el número de sus antiguos amigos. Algunos llegan a balbucear, como si tuvieran vidrios dentro de la piel, y la mayoría de las veces no tardan en colgar el teléfono.Madre es la única que siempre se queda respirando un buen rato al otro lado de la línea. —¿Cómo has podido? —dice.Y sé que nunca llegará a perdonarme.

Llamero, uno de los más veteranos visitantes de Babel, me ha mandado un par de obsequios. El primero es un ultracorto de su cosecha:

HOMENAJE A MONTERROSO.

Y cuando despertó, seguía roncando.

El segundo son una frases sacadas de "El siglo XI en primera persona", las memorias del último Rey árabe de Granada, destronado en 1090 y de nombre Abd-Alláh. Gracias, Llamero.

-- A un hombre le preguntaban una vez: "De dónde viene todo eso que sabes? Y contestó: De un espíritu abierto y de una lengua preguntona".
-- Dijo un sabio: "Las gentes viven para comer, y nosotros comemos para vivir".
-- Decía Galeno: "Más espero del enfermo que desea algo que del sano que nada desea".
-- A quien le gusta disfrutar de las delicias del mundo debe aprovechar cuantas facilidades encuentre para satisfacer su apetito, porque quien arrebata a la Suerte una hora de placer, eso se encuentra, y quien la deja para más adelante, eso se pierde, ya que le hombre es efímero e hijo del instante.

Gatopardo ha contribuido con un relato, “Elegía al Pintor Benjamín Palencia”, que no reproduzco aquí por ser demasiado largo, pero que podéis encontrar en los comentarios de la entrada del 4 de diciembre, “Los planes de Babel”. También me ha mandado un poema navideño (?) . Gracias, Gatopardo.

ODA A LA ALEGRÍA EN NAVIDAD

¿Y a mí qué cojón me importa
lo que usted siente y opina?
Cuéntele a su vecina
ese pastiche de almorta.

¿Está usted muy deprimido?
Beba anís en cantidad.
Pero tenga usted piedad:
Reprímase su gemido

¿Ha leído usted a Benet?
¿Le gusta mucho Strawinsky?
Pues le falta la Lewinsky
para hacer de Caganet

¿Es de derechas o izquierda,
nuclear o ecologista?
Pues quítese de mi vista
Lo mejor es que se pierda

¿Le duele este perro mundo?
¿Le maltrata el universo?
Pues escríbalo en un verso
y jódase, Segismundo

Si le deprime el futuro,
si no le encuentra razón
coja usted un buen tazón
y llénelo de cianuro

Joan aporta un hermoso poema. Gracias, Joan.

“Óbito”

Donde el cero ya no es el número y nunca es el tiempo.
Donde nada constituye la esencia de todo.
Donde voy a llorar.
Donde no vivo.
Allí es donde vivo yo.

Ya no me sirven los amigos.
Ya no oigo las risas.
Ya me mata la angustia de mi pecho, de mi corazón, de mi alma.
Ya no siento.

Porque me hundo en mi propia miseria.
Porque me ahogo en mis sollozos.
Porque nadie viene a rescatarme.
Porque descubro que, quizás, esa es mi auténtica realidad.

Por eso me vuelvo etéreo.
Por eso nadie me ve.
Por eso desaparezco.
Por eso no vivo, muero.


Jorge Camacho también nos ofrece un poema; mas corto, pero no menos hermoso. Gracias, Jorge.

"Vestigios"

Tábula rasa.
Bajo la inerme cera
tercos rasguños
como sombra de runas
en la vieja madera.

Elena me envía una colección de insultos poco usuales. Son muchos, así que voy a escoger mis favoritos. Gracias, Elena.

Badulaque, botarate, ganapán, mogrollo, perillán, pisaverde, zampabollos y zoquete.

Isabel ha contribuido con un relato y un poema. No le gustaría que aparecieran aquí, así que no aparecen, pero sí le gustaría que yo los leyera. Ya los he leído y me encantan. Gracias, Isabel.

Mazarbul me envía unas cuantas sugerencias para que todos puedan participar en el blog y yo sólo tenga que coordinarlo. Son unas ideas cojonudas, pero... me temo que me daría más trabajo la labor de coordinación que seguir escribiendo yo solo. También manda un poema sobre el cambio de año:

Llora el viejo al ver
La última flecha del
Arquero.

Y giran los astros ciegos a los avatares de seres
Que se esfuerzan por nombrarlos o los observan en la
Lejanía de la noche oscura y cegadora,
Dotándolos de inmaculados signos y formas de propósitos
Contenidos, como si la luz que llegara no fuera ya extinta.

Pero conforta pensar que su brillo obedece a delicadas
Filigranas de dioses mayores y menores que suspiran por indicar
El camino sin final de la vida.
Señales divinas que equilibran los desastres.

¿Sueña el viejo que ya es un niño que recién sale
al nuevo mundo de formas y colores, o es el niño quién piensa
en lo que atrás deja?

No pienses en el andar, que la mujer de Lot murió
Al observar la luz y el estruendo que tras de sí dejaban
Los ángeles de Señor. Piensa más bien en la juventud del retoño que
Anualmente te acompaña. Ciñe tu arco y eleva tus plegarias llenas de vida.
No te detengas en el bosque mientras cazas, que la presa brinca
En la lejanía con pies ligeros. Vuela sobre ti mismo y observa sin sentir
La claridad tachonada a la luz de la reina de la noche.

Pues la trampa del anciano es que vistas sus sayos y mortaja y
Te tiendas.
Y pierdas el sentido de tu existencia para que vistas tu propia
Sombra.

Añade Mazarbul a su contribución un par de curiosidades, de las que reproduzco una que produce cierto vértigo. Gracias, Mazarbul.

No sé si conocéis a Arthur Ganson, un escultor cinético cuyas obras son mitad máquinas mitad objetos de arte realizados con los más variopintops materiales: desde muñecos y objetos cotidianos, a patatas fritas, alambres, cemento, etc.... Pues este señor, basándose en la mecánica clásica ha inventado una suerte de escultura móvil de ruedas dentadas accionadas por un motorcito. Es una máquina que se basa en conceptos ya manejados por Vitruvio y Herón de Alejandría para crear un artefacto capaz de contar mediante ruedas de medición, poleas, etc...Vamos, el mismo sistema que utilizamos en un podómetro de atletismo para medir la distancia recorrida. Pero el Sr. Ganson da una vuelta de tuerca más a este concepto (nunca mejor aplicado lo de vuelta de tuerca por cierto), y crea una máquina que denomina: "Maquina para la Eternidad". ¿Y qué tiene esta máquina de especial?: pues veréis: lleva los conceptos clásicos al absurdo, de modo que dispone doce ruedas dentadas (se encuentra en el Museo de la Técnica de Suiza). La primera de ella da una vuelta completa en 15 segundos. La segunda, aplicando una reducción mecánica, 12,5 minutos. Y así durante las doce ruedas. La gracia de todo es que la última rueda tarda exactamente 2,32 billones de años!!!!!!!!! Es decir, una 169 veces la edad actual de nuestro universo. En fin, una escultura para el infinito.

Mrs Vane me envía una curiosa versión fotográfica de la Torre de Babel (podéis verla a la izquierda) y una canción que no me ha llegado porque pesaba demasiado. También me ha mandado la receta de un pastel de chocolate, para que sea yo quien pese demasiado. Gracias, Mrs Vane.

GÂTEAU AU CHOCOLAT
Ingredientes para un pastel de 24 cm de diámetro

6 huevos
250 gramos de mantequilla
2 bolsitas de azúcar vainillada
3 cucharadas soperas de Maicena
250 gramos de azúcar
½ cucharadita de levadura
250 gramos de chocolate para fundir
125 gramos de chocolate para cubrir
100 gramos de almendras molidas
100 gramos de azúcar glass

Preparación: 15 minutos
Cocción: 30 minutos

Las yemas se mezclan con el azúcar y se baten bien. Poner el chocolate para fundir en una cacerola con 2 cucharadas soperas de agua para fundirlo al baño maría. Incorporar al chocolate fundido las yemas con el azúcar vainillada y remover suavemente. Añadir las almendras molidas mezcladas con la Maicena y 200 gramos de mantequilla muy blanda (como una crema), pero sin fundir y por último, tres claras de huevo montadas y con una pizca de sal. Mezclar la masa con cuidado para que no se bajen las claras. Verter la mezcla en el molde engrasado. Hay que tratar de que el molde quede lleno con la masa hasta las ¾ partes de su totalidad. Introducirlo en el horno previamente precalentado y cocer durante 25 ó 30 minutos. El pastel debe cocerse rápidamente para conservar la parte central cremosa. Dejar enfriar en el molde. Una vez frío desmoldar. Para la cobertura de chocolate, fundir el chocolate al baño maría con una cucharada sopera de agua y el resto de mantequilla. Añadir el azúcar glass tamizada, por cucharadas para obtener una papilla espesa. Cubrir el pastel con la papilla de chocolate con la ayuda de una espátula.

Sfer me ha regalado una deliciosa perla bibliográfica. También me ha enviado la portada del libro en cuestión, pero, por arcanas razones informáticas, no he podido colgarla aquí. Reproduzco sus palabras:

No sé si es escalofriante o tronchante (o alguna otra cosa, siempre y cuando acabe en -ante), pero es cierto, verídico, existe: un cuento infantil que narra las aventuras del niño Juanito, que luego llegó a ser rey de todos los españoles. Lo encontré un día en mi ex-biblioteca (he cambiado de destino en estos últimos meses), repasando la estantería de los cuentos para niños de 7 a 10 años. Se titula "El rey también fue niño" y lo perpetró un tal Alejandro Capuano Tomey. Que los monárquicos me perdonen, pero envié el libro directamente al almacén antes de que pudiera causar algún tipo de daño psicológico entre nuestros más jóvenes usuarios...

Carmen me manda una aportación argumental para mi serie de novelas “Las asombrosas memorias de Jaime Mercader”.

Se trata de un personaje para tus próximas entregas de las aventuras de Little Jim. Un amor imposible. Se llama Rosaura y es la única hija de un rico hacendado. Es alta, morena, tiene los ojos de un verde aguamarina,... Una belleza incomparable y la leyenda de una piel de seda. Habla por los codos. Y tiene un don que atrapará a Jaime Mercader: su habilidad con las cartas. Se jugarán su amor en una partida de póker: el que gana elige. Una mujer y cuatro hombres. ¿Perderá Little Jim este amor imposible?

Pues verás, Carmen, si has leído las novelas de Jaime Mercader, sabrás que en ellas las cosas no son... mmm... demasiado románticas. De todas formas, te adelantaré algo: en la tercera novela de la serie (que debería estar escribiendo ahora en vez de dedicarme al blog), aparecerá en efecto el gran amor de Jaime, aunque será un romance digamos que peculiar (de hecho, Jaime huirá de la chica como un conejo asustado). Ella no se llamará Rosaura (disculpa, pero ese nombre no acaba de gustarme), sino Guadalupe, y será nieta de un rico hacendado, en eso has acertado. No tendrá los ojos verdes, sino negros, ni hablará por los codos; lo que sí que tendrá es un carácter endiablado. Me gusta tu sugerencia de que las cartas intervengan en el romance; no sé cómo, pero ya se me ocurrirá. Aunque, por supuesto, ni ella, ni nadie (con la posible excepción de su padre, don Fernando Mercader), juega mejor al póquer que Little Jim. Gracias por tu regalo, Carmen.

Juaki Revuelta nos obsequia con un delicioso poema dedicado a Babel. Gracias, Juaki.

A veces caemos en las tinieblas, pues éstas son Legión y campan a sus anchas entre nosotros: el náufrago de la oscuridad que tiene la suerte de ver el horizonte de Babel escapa de sus garras.
A veces hace frío, un aliento helado y cortante que baja por las cordilleras de Ignorancia y corta la piel de los que se niegan a abundar en ella: aquellos que se cubren con Babel de algún modo escapan de sus falacias.
A veces el firmamento estalla en una cacofonía de colores deslavazados, en la época en que la estación de la Demagogia alcanza su esplendor: es entonces cuando el iluminado alza los legajos de Babel, y encuentra sosiego.
Felicidades, por nada y por todo, por contribuir, quizá, a que algunos momentos del día sean más coherentes que otros, y por recordar, algo que no es fácil en estos días, las viejas palabras del esclavo: Memento Mori.


Alex Vidal, haciendo honor a su condición de físico, contribuye con un excelente microensayo que une física y filosofía. Gracias, Alex.

Puntos de fuga y flechas del tiempo:
Tomas el tren, como siempre lleno, así que buscas un sitio (evidentemente de pie) donde no estés muy apretado, te aferras a la barra del techo y, para evitar cruces de miradas molestas, buscas un punto de fuga. Miras hacia el lado por el que has subido al tren, de manera que el sentido del movimiento es hacia la izquierda; hacia tu derecha van quedando la estación de partida y todas por las que vayas pasando.
Justo frente a ti hay una divisoria entre dos ventanas. Así que, al buscar un punto de fuga, tienes dos opciones: la ventana a tu izquierda y la de tu derecha. ¿Por cual dejas vagar la mirada? Yo, siempre a la de la izquierda, la del futuro. La de la derecha no me merece demasiada atención, ya que pertenece al reino de la experiencia y el recuerdo. Lo más excitante está aún por venir.

Javier Albizu me envía cuatro inspiradas aportaciones, pero por razones de espacio sólo reproduzco una. Gracias, Javier.

¿Porque?
¿Porque continuas ahí, cuando te he dado la espalda?
¿Porque son tus brazos los que me acogen, cuando me rechazan los de aquella cuya compañía ansío?
¿Porque eres unos días dolor, y otros alivio?
¿Porque no puedo olvidarte aún rodeado de aquellos a los que quiero?
¿Porque no me dejas vivir?
¿Porque no me dejas ser feliz?
¿Porque te necesito tanto?
¿Porque te odio de esta manera?
¿Porque?
Dime porque
Dímelo, soledad

Y para finalizar, Leoncio López contribuye con un ultracorto que define un estado de ánimo y una climatología moral. Gracias, viejo jamelgo.

“Llovía, tú me odiabas y los bares habían cerrado”.

Y ya está; como dicen en los Looney Tunes, esto es todo, amigos. Gracias por vuestros regalos, pero sobre todo, gracias por frecuentar Babel.

Un viril apretón de manos para ellos y un pulposo abrazo (con velados aunque claramente lascivos toqueteos incluidos) para ellas.

lunes, diciembre 11

Un miserable menos

Disculpad que interrumpa los festejos del aniversario, pero una noticia requiere nuestra atención. Ayer, el miserable dictador Augusto Pinochet la diñó. No creo en la existencia de un cielo-paraíso al que van los buenos después de morir, lo cual, os lo aseguro, jamás me ha preocupado lo más mínimo. Sin embargo, ahora lamento no creer tampoco en el infierno.

Como la mayor parte de los españoles, escuché por primera vez ese ridículo apellido, Pinochet, el 11 de septiembre de 1973, cuando el macabro general de las gafas oscuras encabezó un golpe militar en Chile. Yo, entonces, tenía veinte años y recuerdo vagamente que escuché la noticia en mi casa, por la radio, pero poco más. Ocho años después, trabajé con Patricio Guzmán, el (por aquel entonces exiliado) cineasta chileno autor del documental La batalla de Chile. Compartíamos despacho en una agencia de publicidad norteamericana -que, por cierto, estaba pegada a la embajada rusa- y Patricio me habló largo y tendido acerca de su país y de la feroz represión que siguió al golpe. Muchas de las historias que me contó, dignas del mejor relato de terror, todavía me ponen los pelos de punta.

La barbarie siempre se traduce en lo mismo, en dolor, en muerte, en miseria, pero puede revestir muchas formas y, aunque todas son execrables, algunas nos repugnan más que otras. Hitler no fue el mayor asesino de la historia; en número de muertos le aventajan, al menos, Stalin y Mao. Sin embargo, la industrialización del genocidio que llevaron a cabo los nazis nos resulta, por su mecánica frialdad, particularmente odiosa y horrible. En aquellos infinitos asesinatos no había ni siquiera odio; sólo burocracia.

Pinochet no batió ningún record; entre él y su amigo Videla asesinaron a unas cuarenta o cincuenta mil personas; una minucia en comparación con las proezas de los grandes genocidas. Aunque, ¿hay alguna diferencia de catadura moral entre matar fríamente a una persona y matar a miles? ¿La cantidad afecta a la cualidad? No lo sé, pero creo que se es un asesino cuando se mata, y no se es más asesino por matar mucho. Hitler era un fanático iluminado, como quizá también lo fuera Mussolini; Stalin era un psicópata; Franco era un mediocre ávido de poder; Mao era..., bueno, los orientales siempre han sido un tanto extraños para nosotros, así que no sé qué era exactamente Mao (aparte de un hijo de puta). ¿Y qué era Pinochet?... Un ladrón. Al final, todo se reducía a eso: mató y torturó a miles de seres humanos con el único objetivo de forrarse el riñón y engordar sus cuentas secretas con el dinero robado al pueblo chileno. No puede haber motivo más mezquino para convertirse en asesino múltiple: la codicia, la rapiña, el choriceo. Qué vulgaridad y qué asco...

Sin embargo, pese a su miseria moral, Pinochet nos has dejado algo interesante. Una foto, la que acompaña a esta entrada. Miradla: fijaos en los dos tipos que están inmediatamente detrás del dictador, los bigotes, el rictus de mala leche en las bocas, los cabellos repeinados con fijador, la expresión de cabreo, los uniformes... Fijaos ahora en Pinochet: los brazos cruzados en actitud retadora, los labios curvados hacia abajo en un gesto que no es seriedad, sino anti-sonrisa, los ojos agazapados tras unas gafas de sol, la gorra de plato, destinada a hacer parecer más alto al enano moral que la lleva, colocada milimétricamente sobre las rodillas, como un niño muerto... El mesías de guardarropía y sus apóstoles. Parece un pantocrátor del mal. Y eso es lo que nos ilustra esa foto: lo peor del ser humano, lo más bajo y repugnante de nuestra condición. De no ser tan siniestra, resultaría ridícula, porque ese tipo sentado que tanto se esfuerza en parecer duro y fuerte no era un psicópata, ni un iluminado, sino, sencillamente, un miserable chorizo. Hay asesinos que dan miedo; él sólo da asco.

Augusto Pinochet: 25 de noviembre de 1915-10 de diciembre de 2006. Arda su alma en el infierno por toda la eternidad.

viernes, diciembre 8

Cumpleaños


Desde que La Fraternidad de Babel brotó de la nada electrónica, la Tierra ha recorrido 942 millones de kilómetros danzando alrededor del Sol. Yo, más modestamente, me he limitado a escribir 161 entradas; una cada seis millones de kilómetros, aproximadamente. Un año es mucho tiempo para un proyecto que jamás me planteé comenzar, y una eternidad si tenemos en cuenta que el proyecto en cuestión no sirve para nada. Pero aquí estamos. ¿Cuál es mi excusa para mantener este blog? No la tengo, pero tranquilos, sigo buscándola. ¿Continuaremos adelante? Por lo menos hasta después de Reyes, sí. Luego, ya veremos.

Por lo demás, sólo puedo deciros algo: gracias por acompañarme durante la travesía.

We came into the world like brother and brother:
And now let’s go hand in hand, not one before another.
William Shakespeare, Comedy of errors.

martes, diciembre 5

El cepillo de Babel


Este humilde fraile se siente celestialmente dichoso ante la caritativa acogida que ha tenido su petición de regalos con motivo del primer aniversario de La Fraternidad de Babel, así que vamos a hacer las cosas bien. Los feligreses que deseéis enviarme, el próximo día 9, algún obsequio, deberéis remitirlo a la siguiente dirección de correo electrónico:

fraternidad_babel@yahoo.es

Dos días después, para disfrute de propios y extraños, colgaré todos los regalos en un post y entonaré una loa de agradecimiento a aquellas almas generosas que hayan tenido a bien enriquecerme con sus donativos, cual si ellos fueran constructores y yo concejal de urbanismo. Los que no me envíen regalo alguno, sencillamente, serán maldecidos para toda la eternidad con los fuegos del infierno.

No quiero despedirme sin antes recordaros que todo aquel que me colme de obsequios recibirá una rutilante indulgencia plenaria, que dejará su alma niquelada de puro limpia, así como un descuento de dos padrenuestros y tres avemarías en sus veinte próximas confesiones.

Ite, missa est.

Nota: acabo de comprobar que algún perezoso no se ha molestado en leer la entrada anterior y me pregunta acerca de la clase de regalos que podéis enviarme. Ahí van unas cuantas sugerencias: frases para mi colección, curiosidades, datos estrafalarios, microrrelatos, palabras que os gusten, versos, apellidos bonitos, leyendas, sueños, anécdotas, conocimientos inútiles... en fin, esa clase de cosas.

lunes, diciembre 4

Los planes de Babel

Para bien o para mal, este blog existe gracias/por culpa a/de Care Santos. Hace un año, Care envió un mail anunciando a sus amigos la creación de su blog El aprendizaje de la soledad; entré en él y descubrí que con Blogger se podía crear un blog tan fácilmente que hasta un analfabeto informático como yo podía hacerlo sin problemas; así que mi indolente cerebro (véase el post anterior) decidió ponerse a fabricar un blog en vez de trabajar, como era su deber. De ese modo nació La Fraternidad de Babel. Jamás había frecuentado los blogs ajenos, jamás me había planteado tener uno propio; ni siquiera sabía para qué servía un blog, y sigo sin saberlo, si vamos a eso. Pero, por una u otra razón, he seguido adelante. A veces, las entradas son fáciles de escribir; otras, como por ejemplo los top ten, requieren más trabajo. En cualquier caso, administrar un blog supone dedicarle tiempo. Tengo, por otra parte, planes para el futuro; el primero de todos –y a petición de un visitante del blog- es redactar mi particular “canon de la ciencia ficción”. Hace mucho que le estoy dando vueltas, pero no me decido a escribirlo, pues sé que me va a llevar más tiempo del conveniente. Porque, y ése es el problema, yo soy escritor, lo que quiere decir que me paso el día entero escribiendo: para publicar, para cobrar derechos de autor, para que mis jóvenes lectoras se enamoren de mí... no, esto último es broma; el (supuesto) amor de la mayor parte de mis jóvenes lectoras podría conducirme directamente a la cárcel. El caso es que escribir este blog le resta tiempo a mi trabajo.

Y esto nos devuelve a mi amiga Care. Si visitáis su blog, veréis que en la última entrada, Care anuncia que lo mantendrá cerrado hasta el 1 de febrero, porque está escribiendo una novela que la tiene absorbida y quiere dedicarle toda su atención. Ya sé que soy un imitón, pero debería hacer lo mismo. Por diversas razones que no vienen al caso, mis proyectos laborales se han visto sensiblemente retrasados. Dos de ellos, en concreto, requieren el cien por cien de mi dedicación. Así que debería aparcar durante unos meses La Fraternidad de Babel, pero... me da pena hacerlo. No obstante, se me ha ocurrido una opción intermedia, aunque no sé si va a funcionar, porque no depende de mí, sino de vosotros. Se trata de que me ayudéis a escribir el blog... mejor dicho, de que lo escribáis casi por entero. Pero ya os lo explicaré más adelante. De momento, vamos a hacer una pequeña prueba:

El próximo sábado, 9 de diciembre, La Fraternidad de Babel cumple un año de vida. Y quiero que me regaléis algo. Lo digo en serio: quiero regalos. ¿Qué clase de regalos? Pues muy sencillo: frases para mi colección, curiosidades, datos estrafalarios, microrrelatos, palabras que os gusten, versos, apellidos bonitos, leyendas, sueños... en fin, poned en marcha vuestros perezosos cerebros y dejad un regalo en el blog. Porque, ¿alguna vez, aunque sea por casualidad, habéis pasado unos minutos agradables leyendo La Fraternidad de Babel? Pues ha sido gratis, coño; me debéis algo. Venga, darme argo, quillos, que triste es pedir, pero más triste aún es robar.

Lo diré por última vez: ¡QUIERO REGALOS!

De modo que, si no queréis ateneros a las consecuencias, ya sabéis...

jueves, noviembre 30

Mi cerebro y yo


Reconozcámoslo: mi cerebro es un vago, un indolente órgano que aspira a la desconexión o, a lo sumo, al bajo rendimiento. Si le dejara a su aire, se pasaría el día leyendo, viendo películas, jugando, fantaseando o tocándose las meninges, pero el trabajo no entraría siquiera entre sus planes más remotos. Por otro lado, mi cerebro tiene algo muy claro: escribir es trabajar. Imaginar un argumento y/o unos personajes no lo es; eso entra dentro de “fantasear”. Diseñar (mentalmente) la arquitectura narrativa de una novela tampoco es trabajo para él, porque eso es “jugar”. Pero sentarse frente al ordenador y comenzar a teclear una historia... ah, amigos míos, eso es harina de otro costal, trabajo puro y duro, justo lo que más odia mi cerebro. Y es que sucede algo curioso: según suele decir la gente, mis novelas se leen con facilidad, razón por la cual se da por hecho que están escritas con idéntica facilidad. Pues no, ni mucho menos, para nada; al gilipollas de mi cerebro le cuesta un huevo escribir. La prosa que produce, sencilla y cristalina, casi invisible, es fruto de una constante lucha con las palabras, de una permanente labor de prueba, corrección, síntesis y retoque, de un, en definitiva, profundo esfuerzo. Y eso a mi cerebro no le gusta ni un pelo. Así que, si puede, se escaquea. De modo que tengo que obligarle a asumir sus responsabilidades, aunque no siempre es fácil. Veamos cómo es el proceso.

1. Me levanto a las ocho menos cuarto de la mañana. Me ducho, me visto, me preparo un café con leche y me lo llevo al despacho. Conecto el ordenador y, mientras se enciende, escucho la radio y me tomo el café. Durante todo este proceso mi cerebro está sobando a pierna suelta.

2. A las nueve menos cuarto de la mañana o así dejo de oír la radio y zarandeo a mi cerebro para que se despierte. Cinco minutos más tarde, vuelvo a zarandearle, porque no hay dios que le despierte, y así sigo durante un buen rato.

3. Conecto el procesador de textos y abro el archivo en que estoy trabajando. Mi cerebro lo contempla con extrañeza, como si fuera la primera vez en su vida que ve un procesador de textos, y me dice: ¿no deberíamos echar un vistazo al correo electrónico?

4. Ya he revisado antes el Outlook, bajando y, acto seguido, deshaciéndome de un huevo de spam, pero vuelvo a conectarlo. Mas spam, más papelera de reciclaje. Ya está, le digo a mi cerebro; y éste me responde: ¿por qué no echamos un vistazo a tu blog y a los blogs de los amigos?

5. Me doy un garbeo por los blogs habituales y, después, desconecto el Explorer. Bueno, a trabajar, le digo a mi cerebro. Y mi cerebro, arrinconado, mira en derredor y responde: ¿te has fijado en cómo está de desordenado el escritorio? Deberíamos ordenarlo...

6. Ordeno un poco mi mesa de trabajo. Por desgracia, durante el proceso mi cerebro ha encontrado un recorte de periódico donde viene la dirección de una página web en la que un pirado se dedica a contar películas en sólo minuto y medio. Mi cerebro opina que es imprescindible visitar inmediatamente esa página, así que la visitamos.

7. La página en cuestión es una chorrada. Salimos de ella y vuelvo a poner en pantalla el procesador de textos. A trabajar, exclamo posando los dedos sobre el teclado. Mi cerebro, alarmado ante la inminencia de verse obligado a realizar una labor productiva, contempla la librería que está a mi derecha y se centra en uno de los libros. Mira, me dice, es el “Manual de inquisidores”, de fray Nicolás Eymeric; ¿a que no recordabas haberlo comprado?

8. En efecto, no recuerdo haberlo comprado. Lo cojo y lo hojeo; al cabo de unos minutos, me pregunto a mí mismo por qué narices compré ese libro y lo vuelvo a dejar en su lugar. A trabajar, digo, colocando el meñique izquierdo sobre la A y el derecho sobre la Ñ. Mi cerebro pregunta: ¿No deberíamos mirar otra vez el correo electrónico?

9. No, respondo.

10. ¿Y los blogs?, insiste él.

11. Tampoco. A trabajar.

12. Mi cerebro está entre la espada y la pared. Vale, claudica, pero primero vamos a corregir un poco lo que escribimos ayer.

13. Lo dice porque, para él, corregir casi no es trabajar. De modo que corregimos las páginas que habíamos escrito el día anterior, tarea que nos lleva unos quince o veinte minutos. Cuando acabamos, bebo un sorbo de agua y, colocando por enésima vez los dedos sobre el teclado, le exijo a mi cerebro que se ponga a producir nuevo texto.

14. Aterrorizado ante la inminencia del trabajo, mi cerebro opta por una salida desesperada. ¿Y si nos hacemos una paja?, propone.

15. No quiero hacerme una paja, respondo. A trabajar.

16. Mira que las pajas relajan mucho, eh..., insiste él.

17. No quiero relajarme. A trabajar.

18. ¿Y si miramos el correo?...

19. No. A trabajar.

20. ¿Y los blogs?...

En fin, el caso es que en algún momento consigo que mi cerebro se ponga a escribir. Sufre, llora, se lamenta, gimotea, incluso llega a darme pena el jodido cabrón, pero con individuos como él hay que mostrarse inflexible, así que no dejo de espolearle hasta que produce un mínimo de cuatro nuevas páginas, aunque por lo general son siete u ocho. Entonces, mi cerebro contempla el trabajo realizado, saca pecho y ¡se siente orgulloso! Porque, parafraseando a Brown, mi cerebro odia escribir, pero adora haber escrito. Y todas las tardes, a última hora, el muy cínico sopesa lo que hemos producido durante el día y se siente ufano como un pavo, obscenamente satisfecho de sí mismo, como si sólo él fuera responsable de esa labor, cuando todos sabemos que, si por él fuese, se pasaría el día con el encefalograma plano y haciéndose pajas.

Así que no os dejéis engañar, amigos míos; si algún día leéis una de mis novelas, tened presente que quien la ha escrito es, en efecto, mi cerebro, pero el auténtico responsable soy yo. Como en la hípica: quien corre es el caballo, pero es el jockey quien le hace correr .

martes, noviembre 28

El video

No suelo hacer caso a lo que dicen o escriben los políticos; y me refiero tanto a los políticos de ideología opuesta a la mía como a los afines, porque creo que sus puntos de vista y opiniones están siempre mediatizados por el partidismo. Me ha sorprendido, por tanto, el video del PSOE sobre “la otra tregua”, porque en él no hay opiniones ni puntos de vista, sino una mera exposición de los hechos. Pero es que esos hechos son tan elocuentes... El PP se ha lanzado a degüello contra el gobierno, acusándole de hacer lo que ellos mismos hicieron cuando gobernaban. La típica doble moral de la caverna derechosa. Fijaos si no en la respuesta de ese tipo medio ridículo medio siniestro que es José María Aznar: “A mí que me dejen en paz”. Eso lo dice el miserable resentido que lleva años poniendo a parir al gobierno de su país en el extranjero. El mismo que, el 4 de noviembre de 1998, anunció que había autorizado "contactos con el entorno del Movimiento Vasco de Liberación".

¿Y qué decir de la Asociación de Víctimas del Terrorismo y su enésima manifestación pagada por el PP? No dijeron nada cuando Aznar acercaba presos o llamaba movimiento de liberación a ETA, pero ahora acusan al gobierno de realizar no sé cuántas traidores concesiones a los terroristas, cuando es evidente –así va el proceso- que no se ha hecho ni una sola concesión. En mi opinión, está claro que la AVT no es ya una asociación de víctimas, sino una rama bastarda del PP que, escudándose en el victimismo, se permite hacer política partidista; pero a ellos que ni les toquen, porque son sacrosantas víctimas. Pues bien, que se manifiesten si quieren, pero su opinión, su palabra, tiene el mismo peso que la mía o la de cualquier otro. Las víctimas no gozan de más derechos que el resto de los españoles, no son ni deben ser ciudadanos privilegiados. Y menos cuando deciden jugar al juego sucio de la manipulación partidista. Hoy por hoy, la AVT me merece el mismo respeto que el PP; que no es mucho, desde luego.

Con todo, el gobierno del PP no hizo mal al intentar negociar el fin del terrorismo con ETA, porque creo que eso no es un derecho, sino un deber de todo gobierno. Cuando el PP ha demostrado su miserable catadura moral es ahora, al convertirse en uno de los principales escollos en el proceso de intentar librar a nuestro país del terrorismo. ¿Y por qué lo hacen? Porque quieren recuperar el poder a cualquier precio, coño; no hay nada más. Y es que cuando Aznar el Mentiroso dijo que había que hacer oposición “sin complejos”, lo que en realidad quería decir es “sin escrúpulos”.

viernes, noviembre 24

Agujeros negros

Cuando a las estrellas se les acaba su combustible nuclear, la gravedad hace que se derrumben sobre sí mismas. Hasta determinado tamaño –en el que está incluido nuestro sol-, acabarán convirtiéndose en enanas blancas y estrellas de neutrones; pero, a partir de una vez y media la masa del sol, las estrellas seguirán contrayéndose y acabarán transformándose en agujeros negros. Pozos de gravedad de los que ni siquiera puede escapar la luz. De hecho, los agujeros negros tienen algo que se llama “horizonte de sucesos”; se trata de una especie de frontera: si la cruzas, el agujero te tragará y jamás podrás salir de él.

Solemos pensar que los agujeros negros son exóticos objetos cósmicos, tan lejanos que sería absurdo preocuparse por ellos. Pero nos equivocamos; los agujeros negros están por todas partes, invisibles, agazapados, dispuestos a tragarte en cualquier momento. Después de todo, al final de nuestra trayectoria vital eso es lo que hay: un enorme agujero negro del que nunca saldremos. Pero ese agujero negro no resulta tan malo, pues a fin de cuentas no es más que un confortable no-lugar donde no-ser el resto de la eternidad. Hay agujeros negros peores, mucho peores, porque te devoran sin anularte, porque te precipitan hacia una sima oscura condenándote a una eterna caída. Esos agujeros negros no te matan; sencillamente te arrancan jirones de vida, te roban los sueños, te quiebran el alma. Y qué fácil es cruzar su horizonte de sucesos sin siquiera darte cuenta...

miércoles, noviembre 22

La isla del cartógrafo (relato)

Siempre me han llamado la atención los datos peculiares. Me refiero a esos fragmentos de conocimiento –por lo general inútil- que se salen de lo normal, que resultan curiosos y llamativos. Por ejemplo, me encanta saber que en el teclado qwerty (el que todos usamos), las teclas están distribuidas con el fin de relentizar la escritura para que los tipos de las máquinas de escribir no se montaran los unos sobre los otros, o que no existe Premio Nobel de matemáticas porque la mujer del señor Nobel se la pegaba con un matemático. Así pues, a causa de esa afición mía a las chorradas, hace unos meses –concretamente en la entrada del 23 de enero de 2006- hablé aquí sobre las “islas de cartógrafo”. Es decir, sobre la costumbre de algunos cartógrafos de los siglos XVII y XVIII, que incluían en sus mapas islas inexistentes a las que bautizaban con los nombres de sus amantes.

El caso es que, mientras redactaba esa entrada, se me ocurrió el argumento de un relato corto. En ese momento prometí que lo escribiría... y, aunque casi un año más tarde, finalmente lo he hecho. El cuento se llama La isla del cartógrafo y comienza así:

Tras meditarlo largamente, Hernán decidió regalarle a su amada una isla. A fin de cuentas, él sólo era un pobre aprendiz de cartógrafo y carecía del dinero necesario para adquirir una joya, un perfume o, tan siquiera, un pañuelo bordado. Pero una isla... eso sí podía permitírselo (...)

Si estás tan loco como para querer seguir leyendo, pincha aquí

lunes, noviembre 20

Jack Williamson 1908-2006

Supongo que, en una fecha como hoy (20 N), hablar de alguien que ha muerto puede suscitar confusiones. Pero no, no me refiero a ese viejo dictador que hace treinta y un años la diñó en la cama y, para vergüenza de todos los españoles, conservando intacto todo su omnímodo poder de sátrapa gallego. En realidad, me refiero a Jack Williamson, que falleció hace diez días a los 98 años de edad.

Y ahora más de uno se preguntará quién narices era Jack Williamson. Pues un mediocre escritor de ciencia ficción. Pero también era una especie de fósil viviente, porque Williamson comenzó a escribir a finales de los años veinte; es decir, casi al comienzo del comienzo de la ciencia ficción tal y como hoy la concebimos. ¿Y qué escribía? Pues sobre todo space opera, una cf aventurera e ingenua ligada a las revistas pulp de la época.

Cuando yo era pequeño –doce o trece años-, leí algunas novelas suyas. La Isla del Dragón (1951), Puente entre estrellas (con James E. Gunn, 1955) y Los humanoides (1949). Recuerdo que la que más me gustó fue esta última (de hecho, es su obra “prestigiosa”); pero claro, yo era un niño y supongo que ahora me parecería ingenua y tosca. Mucho más tarde, siendo ya un apuesto veinteañero, leí su novela más famosa, La legión del espacio. Lo hice más por motivos arqueológicos que por otra cosa, porque es un relato simpático, pero tremendamente inocente y anticuado. No obstante, justo es reconocer que en La legión del espacio se encuentra el germen de Star Wars, aunque no estoy seguro de si esto es bueno o malo.

De modo que Williamson era un humilde escritor popular de cuya muerte la mayor parte del mundo ni se ha enterado, ya que sólo era conocido entre los círculos de “iniciados”. Pero ahí estaba, un superviviente –supongo que último- de la época más primitiva del género, y además todavía en activo, pues su última novela (Stonehenge Gate, 2005) apareció el año pasado. Así que, teniendo en cuenta que publicó su primer relato en 1928, el bueno de Jack ha pasado casi ochenta años trabajándose el teclado de quién sabe cuántas máquinas de escribir. Toda una larguísima vida dedicada a la escritura. Aunque sólo sea por esto, creo que es justo dedicarle, si no un homenaje, sí al menos un breve recuerdo. Descanse en paz.

martes, noviembre 14

Actuando

Siempre he pensado que no es muy difícil ser actor de cine. De teatro sí, de cine no, por la sencilla razón de que en un rodaje se puede repetir una toma tantas cuantas veces sean necesarias para que quede bien. Prueba de ello es que muchos directores han trabajado alguna vez con actores no profesionales, como por ejemplo De Sica en El ladrón de bicicletas. Casi cualquiera puede actuar en cine, en efecto; otra cosa es el don de enamorar a la cámara, algo que no tiene todo el mundo, ni siquiera todos los actores profesionales. Y no me refiero a la fotogenia, sino a una cualidad innata que consiste en proyectar la personalidad hasta abarcar toda la imagen; es decir, que la presencia del actor se imponga en cada plano. De hecho, podríamos dividir a los intérpretes en dos grandes grupos: actores de “presencia” y actores versátiles. Un ejemplo de los primeros serían, por ejemplo, John Wayne, Clint Eastwood, Clark Gable, Gary Cooper, Lee Marvin o David Niven. Todos ellos son actores limitados que repiten película tras película el mismo personaje con pequeñas variantes. Pero nos gusta verlos en la pantalla, empatizamos con la imagen que proyectan, son como viejos amigos a quienes nos gusta reencontrar y comprobar que no han cambiado. Aunque también es cierto que algunos, con el tiempo, llegan a alcanzar una envidiable versatilidad. Por ejemplo, Wayne realizó una memorable interpretación en Valor de ley, y Eastwood, que antes era un experto en sacarle partido a su inexpresividad, se ha vuelto todo un actorazo en sus últimas películas, como demuestran sus actuaciones en Ejecución inminente y Million Dollar Baby.

En cuanto a los intérpretes versátiles... Bueno, lo primero que debo confesar es que no soporto a los “actores del Método”. Me refiero al método, basado en las teorías de Stanislavski, que Lee Strasberg popularizó en su famoso Actor’s Studio. Así pues, Marlon Brando, al que no sé qué encuesta le otorgó el título de mejor actor del mundo, me parece afectado, cargante y muy, pero que muy poco natural. Lo mismo me sucede con Montgomery Clift, Paul Newman (aunque en sus últimos films está inmenso), Meryl Streep o el peor Al Pacino. Esto no quiere decir, por supuesto, que todos los actores surgidos del Actor’s Studio me parezcan afectados. Algunos, cuando superan los excesos de énfasis inherentes al Método, se han convertido en excepcionales intérpretes.

(Me apresuro a aclarar, por cierto, que hay actores dotados de ambas cualidades: versatilidad y presencia. Esos son los grandes monstruos del cine)

Por otro lado, me cargan los actores que deciden realizar una interpretación “especial” para demostrar lo buenos que son y, de paso, ganar algunos premios. Por lo general, para conseguirlo eligen papeles de subnormal, loco, minusválido o, si son actrices, roles donde haya que sufrir y llorar mucho; o bien -es otra alternativa- se someten a rigores físicos próximos a la tortura. Por ejemplo, me parecen insoportables el Dustin Hoffman de Rain Man, el Paco Rabal de Los santos inocentes, la Meryl Streep de La decisión de Sophie, y considero una exageración las masoquistas interpretaciones de Robert de Niro y Christian Bale en Toro Salvaje y El Maquinista, respectivamente.

Si me da por hablar de todo esto, es porque el otro día volví a ver una película donde se desarrolla la mejor y más impactante actuación que he presenciado jamás, y me dio por pensar sobre eso tan etéreo que es el arte de Talía (musa de la comedia). ¿Queréis saber cuáles son los actores/actrices que en algún momento, o de continuo, me han impactado? Bueno, la verdad es que da igual que lo queráis o no, porque os lo voy a contar de todas formas (ventajas de la comunicación unidireccional).

Antes he dividido a los actores en dos grandes grupos, pero hay mucha más variedades, claro. Por ejemplo, el de los buenos actores esclavizados por su “presencia”. Morgan Freeman, sin ir más lejos, un excelente actor que no puede librarse de su aire paternal; en una película de inundaciones (no recuerdo su título) hacía de malo y resultaba increíble. O el gran Gene Hackman, que repite una y otra vez el mismo personaje con sólo dos o tres registros distintos. Que conste que ambos me gustan mucho, ¿eh?

Del cine clásico, reconozco mi debilidad por Spencer Tracy (soberbio en La conspiración del silencio... y siempre, la verdad) y James Stewart, un excelente actor también atrapado por un aura de buenazo, pero que demostró su versatilidad en películas como La soga, El hombre que mató a Liberty Valance o Winchester 73. Henry Fonda también figura entre mis favoritos (está espléndido en Doce hombres sin piedad), como figura James Mason, que compuso el que para mí ha sido el mejor malo de la historia del cine, el Rupert de Hentzau de El prisionero de Zanda. Eso, claro, sin olvidar el Humbert Humbert de Lolita, o el maravilloso capitán Nemo de 20.000 leguas de viaje submarino. Y no puedo dejar de citar a ese gran histrión que fue Charles Laughton y su inolvidable interpretación (absolutamente pasada de vueltas, pero genial) en Testigo de cargo, la mejor película de Hitchcock jamás realizada por Hitchcock (es de Billy Wilder). Ah, y Jack Lemmon, claro; siempre interpretó la misma clase de papeles –“el hombre de la calle”- (a fin de cuentas, todo actor se ve limitado por su físico), pero lo hizo desplegando un asombroso abanico de registros. Es imposible no empatizar con él viéndole en El apartamento; y tampoco es posible no enamorarse de Shirley MacLane, todo sea dicho. Y ya que hablamos de actrices, gloria eterna para la gran, la inconmensurable Bette Davis. Y también para su “enemiga” (en ¿Qué fue de Baby Jane? y también en la vida real) Joan Crawford. Y para Gloria Swanson, que nos puso los pelos de punta bajando una escalera en Sunset Boulevard. Y una mención muy especial para Judy Holliday, una actriz no muy conocida por el gran público, pero dotada de un impagable don para la comedia. Como no quiero olvidarme del cine continental, citaré los nombres de Jean Gabin, Marcello Mastroianni, Pepe Isbert, Alberto Sordi, Max Von Sydow, Ana Magnani, Greta Garbo o Simone Signoret.

Del cine más actual, comenzaría citando L.A. confidencial, que cuenta con uno de los repartos más perfectos que he contemplado en mi vida (incluso está bien la usualmente insoportable Kim Basinger). Vista la película, resulta imposible imaginar a cualquiera de los personajes interpretado por otro actor. Pero eso es sobre todo un acierto de casting. Me encanta James Woods, un actor de vigorosa presencia y pasmosa versatilidad, aunque como más me gusta es cuando interpreta a cínicos. Daniel Day Lewis está brillantísimo como Bill el Carnicero en Gangs de Nueva York. ¿Y qué decir del gran Albert Finney? Estuvo estupendo en Dos en la carretera (la comedia más triste jamás filmada), donde también trabajaba una estupenda –en otro sentido- y jovencísima Jacqueline Bisset y, por supuesto, la deliciosa Audrey Hepburn. Y también son dignos de mención sus papeles en Muerte entre las flores y Erin Brockovich, donde él era, con diferencia, lo mejor de la película. Sean Connery es, sin duda, la más potente presencia viva del cine mundial. Y Michael Caine no le anda a la zaga. Estuvieron geniales juntos en El hombre que pudo reinar, la última gran película clásica de aventuras.

En cuanto a las actrices, me chifla Judi Dench, una inmensa dama capaz de interpretar cualquier papel, desde M, la jefa de James Bond, hasta una deliciosa Isabel I en Shakespeare enamorado. Sissy Spacek me gusta desde la primera vez que la vi (en Carne viva, su primera película), y los años no han hecho más que convertirla en una actriz espléndida. Isabelle Huppert está portentosa siempre, aunque a mí me fascina particularmente en La pianista, una de las películas más duras que he visto. Y por citar un producto patrio, Julia Gutiérrez Caba, en mi opinión la mejor actriz española de todos los tiempos. Está de quitarse el sombrero en El color de la nubes. Pero, en fin, mi preferida, mi actriz favorita entre todas, es la maravillosa Emma Thompson. ¡Dios, cómo adoro a esa mujer! No dejéis de verla en El invitado de invierno; quizá no os guste la película (a mí sí), pero ella está fantástica.

Y para ir acabando esto, os voy a contar las cuatro interpretaciones que más me han impresionado y/o emocionado jamás. Por ejemplo, la de Marilyn Monroe en Bus Stop. Sí, sí, Marilyn, la “presencia” que repetía una y otra vez el papel de rubia tonta. ¿Creéis que no era buena actriz? Pues no sé si lo era o no, pero en Bus Stop está inmensa. Creo que, por primera vez, muestra en pantalla la profunda, la infinita tristeza que se oculta en su interior, y compone un personaje frágil y entrañable que, al menos a mí, siempre me ha emocionado. Dan ganas de abrazarla y protegerla... aunque, en fin, demasiado tarde ya.

Las dos siguientes actuaciones memorables que voy a reseñar, se encuadran en dos películas que, paradójicamente, me parecen bastante malas. La primera es la de José Bódalo en Volver a empezar. En realidad, se trata sólo de una secuencia, aquella en que Antonio Ferrandis le cuenta a Bódalo, su amigo de toda la vida, que se va a morir. La cámara permanece fija sobre Bódalo que, sin decir ni una palabra, se va emocionando poco a poco. ¿La habéis visto? Pone los pelos de punta. La segunda interpretación corresponde a Edward Norton en Las dos caras de la verdad, un mediocre thriller judicial. También es una única secuencia: Norton, un hombrecillo frágil, entrañable y tímido, está hablando con su abogado, Richard Gere, y en un segundo, sin solución de continuidad, se transforma en un tipo deleznable. Un demonio que finge ser un ángel, y una actuación memorable que, os lo juro, estremece.

Y por fin llegamos a la que yo considero la mejor actuación jamás vista en una pantalla. Anthony Hopkins interpretando al mayordomo Stevens en Lo que queda del día, la excelente película de James Ivory. Veréis, siempre he pensado que el arte más puro y admirable es aquel que sigue el precepto “menos es más”. Es decir, conseguir la máxima expresividad con el menor número de elementos. Aceptando esto, Hopkins lleva a cabo una inmensa obra de arte con su interpretación. Stevens es un personaje que reprime constantemente sus emociones; de hecho, no cambia de expresión durante toda la película. Sin embargo, Hopkins consigue transmitir un torrente de emociones mediante un leve rictus, un apenas perceptible alzamiento de cejas o un fugaz titubeo en la mirada. Presenciar su trabajo en este film es contemplar el talento en estado puro. Claro que no debemos olvidar que estaba secundado por ese otro monstruo de la escena que es Emma Thompson (¿he dicho ya que la amo?).

En fin, amigos míos, esto no pretendía ser una relación exhaustiva, sino un simple repaso a mis actuaciones favoritas. Seguro que he olvidado muchas, pero para eso estáis vosotros: para recordármelas.

miércoles, noviembre 8

Panfletos

Siempre que he hablado de política en este blog me he encontrado con airadas reacciones por parte de algunos visitantes que, sinceramente, no sé cómo ni por qué narices han recalado aquí. Se trata, por supuesto, de gente de derechas, ya que –nunca lo he ocultado- mi ideología (si es que tengo alguna) está escorada a babor. Entiendo que esas reacciones son naturales, sobre todo en un país tan crispado políticamente como éste, pero no deja de sorprenderme su radicalidad. Mejor dicho, no, no me sorprende, pero sí me alarma.

A veces pienso que el siglo XX, sobre todo en su primera mitad, fue el laboratorio donde se ensayaron las dos grandes ideologías políticas surgidas del XIX: el fascismo y el comunismo. Y el gran pecado de la izquierda y la derecha mundiales fue colaborar, o cuando menos simpatizar, con una u otra corriente.

La izquierda, a causa del triunfo de la revolución rusa, volcó todas sus expectativas en el marxismo, olvidando que los regímenes comunistas, más allá de las bonitas palabras y de las bienintencionadas teorías, eran sistemas totalitarios, terribles dictaduras. Luego, cuando los desmanes de Stalin salieron a la luz, los izquierdistas dijeron que aquello era un accidente, un mero escollo en el camino del materialismo dialéctico que nada tenía que ver con la verdadera esencia del comunismo, y se pusieron a mirar hacia otros paraísos proletarios, como China o Cuba. Pero Mao y Castro sólo eran –el segundo sigue siéndolo- dictadores.

En España, durante los años 60 y 70, ser de izquierdas era prácticamente sinónimo de ser comunista. Sólo había un partido potente en la clandestinidad, el PC, y cuantos mantenían posturas antifranquistas militaban en ese partido o colaboraban de algún modo con él. Sin embargo, yo nunca fui comunista. No quería cambiar una dictadura facha por una dictadura del proletariado. Sencillamente, no quería dictaduras. No era una postura cómoda, porque en aquellos tiempos estar en contra del comunismo –y yo lo estaba- era lo mismo que ser un fascista. Afortunadamente, mi simpatía por el anarquismo hacía que mis amigos izquierdistas me contemplaran como si fuera un ingenuo en vez de mirarme como a un gusano.

En cuanto a la derecha, el advenimiento del comunismo fue el pretexto perfecto para clamar por regímenes fuertes capaces de oponerse y derrotar a la “amenaza marxista”. Cuando Mussolini y, sobre todo, Hitler llegaron al poder, no vayáis a pensar que la derecha occidental mostró alguna reticencia. Lejos de ello, la política del Hitler pre-bélico fue saludada con admiración por la mayor parte de los conservadores europeos (incluyendo a Inglaterra y Francia) y norteamericanos. Basta con echarle un vistazo a los periódicos de la época para comprobarlo.

Pero hubo una Guerra Mundial cuyos grandes derrotados fueron los fascismos, así que esta ideología fue desterrada del Primer Mundo, aunque luego proliferó mucho por el Tercero. Desde 1945, en Europa ya no había regímenes fascistas... con dos excepciones: Portugal y España. Así pues, la derecha española continuó vinculada al fascismo hasta la segunda mitad de los 70. Es decir, treinta y tantos años más que sus colegas europeos. Lo cual significa que una parte de la actual derecha española, ésa que hoy se reúne en torno al PP, colaboró, simpatizó o, cuando menos, contemporizó con la dictadura franquista. Y que nadie se rasgue las vestiduras, porque no debemos olvidar que el fundador y presidente honorífico del PP, don Manuel Fraga, fue un ministro franquista. O que don José María Aznar fue de joven un autoconfeso filo-falangista.

Esto no quiere decir, por supuesto, que toda la gente de derechas sea fascista, ni mucho menos. Estoy seguro de que la mayor parte de los conservadores españoles son demócratas convencidos. Sin embargo, la derecha de nuestro país procede, se quiera o no, del franquismo. Ésas son sus raíces históricas y culturales: una dictadura de corte fascista –la última de Europa- que duró hasta hace muy poco. Y parte de los líderes de la derecha se criaron en ese caldo de cultivo. ¿Acaso puede sorprenderle esto a alguien? Lo raro sería lo contrario.

¿A qué viene todo este rollo? Pues a un e-mail que me acaba de llegar y que, por lo visto, anda circulando alegremente por la Red. Permitidme que lo reproduzca, porque no tiene desperdicio.

Alguien de plena confianza me ha hecho llegar este correo ... con que sólo la mitad sea cierto, los próximos meses van a ser muy fuertes (por otro lado, es algo que muchas personas empiezan a asumir como hipótesis muy probable):Según fuentes fidedignas de una amiga de mi compañera de trabajo, que está muy, muy metida en política, Pedro J tiene todas las pruebas que involucran a Marruecos, a ETA y al PSOE en el 11 M. La cosa fue así: Marruecos quería atentar contra el gobierno de Aznar. Intentó la operación de Perejil, pero Aznar llamó a Bush y éste la frustró. Entonces se pusieron en contacto con ETA. Junto con ETA organizaron y planificaron el 11M. El PSOE se enteró de todo a través de los infiltrados que tiene en ETA y Zapatero autorizó y propició la situación para que el atentado se llevara a cabo a cambio de que se hiciera el día 11 de marzo de 2004 para poder disfrazarlo de castigo islamista a Aznar y así ganar las elecciones. El PSOE es posible que no supiera la magnitud que iba a tener el atentado, pero lo autorizó. Pedro J dispone incluso de una grabación en la que Pepiño Blanco le dice a Rubalcaba "ya está todo listo, se han tragado lo de los islamistas... hemos ganado las elecciones". Pedro J está amenazado incluso por Zapatero, pero él dice que no tiene miedo, que a él le pueden matar pero que lo que nunca podrán es matar a su periódico. Tiene un equipo de más de 1000 personas investigando el 11M, en el que hay incluso guardias civiles, agentes del CNI, jueces, etc. Rodriguez Ibarra le escribió una carta diciéndole que si es verdad y todo esto sucedió así, que él pedirá la disolución del PSOE. Le pidió a Pedro J que no publicara la carta. Y todo esto es la razón por la que ya no se presenta a la Junta de Extremadura en las próximas elecciones. El plan de Pedro J, tal y como se lo ha dicho a Jimenez Losantos, es ir sacándolo a la luz todo poco a poco y justo antes de las próximas elecciones dar la puntilla final... Acordáos de las palabras de Luis del Pino el otro día: "todo esto que está saliendo no es nada comparado con lo que va a salir en los próximos meses..."

Os juro que no he cambiado ni una coma. Lo primero que me gustaría señalar es la similitud de esta historia con las leyendas urbanas, sobre todo en lo que se refiere a la fuente de la información: “una amiga de mi compañera de trabajo, que está muy, muy metida en política”. Eso es lo que yo llamo una base sólida para sustentar tamaña conjura. Si lo dice la amiga de la compañera, no hay más que hablar: sin duda, se trata de la absoluta verdad.

En fin, ¿qué puede decirse de este panfleto? Que es pueril, estúpido, torpe e infantil, aparte de obsceno y perverso. De su anónimo autor nada digo, porque locos o canallas los hay en todas partes. Pero, ¿y la gente que lo lee? Ya conozco a más de una persona, en apariencia sensata, que acepta como verosímil toda esa sarta de insensateces, y al parecer –según las encuestas- hay bastante gente –votantes, claro, del PP- dispuesta a aplaudir como verdad irrebatible lo que cualquiera con un mínimo de sentido común consideraría una absurda conspiración de pacotilla no sustentada por prueba alguna.

Ahora bien, los que creen que el contenido de ese panfleto es cierto, ¿qué están creyendo en realidad? Creen que el presidente de su país es cómplice del mayor atentado terrorista de la historia española y co-responsable, por tanto, de más de doscientas muertes. Creen que el principal partido de izquierdas está detrás de ese atentado y debe disolverse. Creen, por último, que el actual gobierno es ilegítimo.

Ya, ya sé que son tonterías, pues sólo alguien muy estúpido puede tragarse algo semejante, pero... ¿no os da un poco de miedo? Se está sembrando demasiado odio y empieza a preocuparme el día que llegue la cosecha. Sinceramente, me parece que la parte más extrema de la derecha española está yendo demasiado lejos.

Como decía Schiller: contra la estupidez, los mismos dioses luchan en vano.