jueves, diciembre 24

El horrible y entrañable cuento de Navidad: "Una muñeca para Sofía"


 
            Feliz solsticio de invierno, amigos míos. Fue hace dos días, pero tradicionalmente las celebraciones del solsticio se prolongaban tres, así que estamos en tiempo. Además hoy es Nochebuena, precisamente durante el próximo amanecer será cuando el Sol renazca y todas esas zarandajas del Sol Invictus. Ah, claro, también se celebra el nacimiento de Josué, o Jeshua, o Jesús, ya sabéis, ese judío que predicaba todo aquello que sus seguidores jamás cumplen. Pero es que Jesús no pudo nacer ahora. Leed la Biblia; en ningún lugar se dice cuándo nació Jesús. Pero algo es seguro: nació en cualquier momento menos en Invierno (los pastores, según los Testamentos, dormían al raso, y eso jamás lo hacían en invierno). Si se eligió la fecha del 25 de diciembre fue, precisamente, para superponerla a las celebraciones paganas del solsticio.

            Bueno, ya sabéis de qué va esta entrada: del tradicional cuento de Navidad de Babel. Pero ignoráis una cosa: este año ha estado a punto de romperse la tradición. Veréis, últimamente he andado muy liado con cierto asunto. En marzo del año que viene se inaugurará en el Matadero una exposición sobre mi padre, y por ese motivo se editará un libro centrado en su figura. Y yo me comprometí a colaborar con un artículo.

            El artículo, llamado Cartas desde el pasado, va sobre las ideas que mi padre vertía en su correspondencia. Para escribirlo he tenido que leerme sus cartas (y hay cientos), seleccionar los párrafos adecuados, copiarlos y, finalmente, armarlo todo como si fuera un puzzle, que es lo que estoy acabando de hacer ahora. La putada es que la fecha límite de entrega es a finales de este mes.

            El caso es que me ha dado y me está dando un montón de trabajo y me ha robado mucho tiempo. Y hace unas semanas fui consciente de dos cosas: 1. No tenía ninguna idea prevista para el cuento de Navidad. 2. No iba a tener tiempo de escribirlo. Por lo general los cuentos que escribo para esta ocasión suelen ser bastante larguitos. Por ejemplo, el del año pasado tenía más de seis mil palabras. No podía escribir nada tan largo, sobre todo no teniendo en mente ninguna idea prevista. Así que a punto estuve de tirar la toalla.

            Pero, qué demonios, ¿iba a mandar a la mierda la única tradición de Babel y justo, además, en su décimo aniversario? No podía permitirlo; no, al menos, sin luchar. De acuerdo, me dije; ya sé que no sueles escribir relatos ultracortos, César, pero intenta imaginar uno. Un relato que puedas escribir en un par  de horas como mucho.

            Así que puse en marcha mi vieja y oxidada máquina de imaginar y, bingo, se me ocurrió una historia de la longitud adecuada. El cuento se llama Una muñeca para Sofía y no es un ultracorto, pero casi: tiene mil quinientas palabras. Pero hay un pequeño problema...

            Normalmente, los cuentos de Navidad de Babel son de humor, o son tiernos, o irónicos, o juguetones... Este año no. El cuento de este año no tiene nada de juguetón. Ni pizca. Es un cuento de mal rollo. Soy sincero; en otras circunstancia no habría escogido esta historia. Pero fue lo mejor que se le ocurrió a mi maltrecha y retorcida mente. Y más vale un cuento oscuro que ningún cuento. En cualquier caso, si lo que ahora os apetece es el optimismo, las sonrisas y las buenas intenciones... mejor que no leáis el cuento. Aunque, quién sabe, a lo mejor no es tan chungo como a mí me parece...

            Ah, por cierto, también podríamos celebrar otra cosa: esta es la entrada del blog número 600. Qué número tan redondito, ¿verdad? Pero no lo vamos a celebrar; lo dejaremos para mejor ocasión. Es decir, para la entrada 666.

            En fin, amigos, os deseo que paséis unas inconmensurablemente felices fiestas. Es un placer y un honor que sigáis merodeando por aquí. Feliz Solsticio.


            Una muñeca para Sofía
            By César Mallorquí

            El trineo, tirado por nueve renos mágicos, surcó el cielo nocturno, veloz como una centella, se detuvo en el aire y flotó sobre la pequeña aldea a unos mil metros de altura.

            --¡Ho, ho, ho! –exclamó el orondo ocupante del vehículo.

            Le encantaba decir “¡Ho, ho, ho!”, aunque nadie le oyese. Era su signo distintivo, su marca personal, incluso podría decirse que era su grito de guerra, de no ser porque “guerra”, en su caso, resultaba una palabra totalmente inadecuada; pero aquel “¡Ho, ho, ho!” también era una expresión de auténtico júbilo. Nada le gustaba más a Santa Claus que hacer regalos a los niños; aquella tarea le llenaba de optimismo y placer, así que para soltar presión en la caldera de su felicidad, siempre exclamaba “¡Ho, ho, ho!” al principio y al final de cada encargo... (Si quieres seguir leyendo, pincha AQUÍ)



 

miércoles, diciembre 9

¡Babel 10!


 
            Diez años ya. La Tierra ha dado 3.652 malditas vueltas sobre sí misma. Jodeeeeeeer... Me siento viejo. No, qué coño me voy a sentir; es que soy viejo, un chalado que ha dedicado una considerable parte de su vida a, entre otras cosas, escribir un blog. Qué absurdo, ¿verdad? Pero me encanta hacer cosas absurdas (siempre y cuando sean inofensivas).

            Supongo que ahora sería el momento de volver la vista atrás, hacer balance y todo eso; pero qué coñazo, ¿no? Además, ya ni me acuerdo de la mayor parte de los posts que he escrito, aunque sí recuerdo con nitidez aquel lejano viernes, nueve de diciembre de 2005, en que por pura procrastinación me dio por crear La Fraternidad de Babel. Si me llegan a decir que iba a durar una década, no me lo habría creído.

            Han sucedido muchas cosas durante estos diez años. Algunos posts fueron divertidos. Otros, aunque no lo supisteis en su momento, fueron angustiosos para mí, como unos cuantos que escribí en 2007, internado en un hospital y creyendo (no sólo yo, sino también los médicos) que me iba a morir. En aquellos momentos, Babel fue un tablón flotante al que me agarré durante el naufragio. Escribirlo me hacía sentir que yo era el de siempre, y no sólo un puñetero enfermo. Aunque, la verdad, los momentos más intensos para mí fueron los diez posts que dediqué a contar la historia de mi hermano Eduardo. En cierto modo, esos textos justifican (para mí) la existencia del blog...

            ¡Alto, quieto ahí! ¿No he dicho que no iba a hacer balance? Pues basta de nostalgia.

            Hoy se cumple el décimo aniversario de La Fraternidad de Babel. Quinientas noventa y nueve entradas. ¡Bien, bravo, viva! ¡Tres hurras por el bloguero! Y otros tres hurras por vosotros, los merodeadores de Babel; tres hurras por los que seguís aquí desde el principio, y por los que acabáis de llegar, y por los que descubristeis este rincón de Internet ya empezada su andadura, y por los que se fueron, pero dejaron aquí su huella. Por todos los nómadas de la Red que han encontrado aquí un pequeño oasis:

            ¡Hip, hip... HURRA!

            ¡Hip, hip... HURRA!

            ¡Hip, hip... HURRA!
 

 
            (Globos, lluvia de confetis, la orquesta entona los primeros compases de Auld Lang Syne y todos cantamos con lágrimas en los ojos)

            Vale, basta de cucamonas y alharacas. Para celebrar tan entrañable acontecimiento, hace unos meses le pedí a algunos amigos que escribieran algo acerca del blog. Y, como son buena gente, lo han hecho. Han escrito cosas bonitas sobre mí y sobre Babel. Aunque, claro, ¿qué iban a hacer los pobres? Llega un tío, te pide que escribas sobre su blog, y tú no vas a decir “El blog es un peñazo y el bloguero un merluzo”. No, eso sería de muy mala educación. Lo que haces es dar jabón. Pero bueno, así son los cumpleaños, ¿no? Llegan los amigos y te dicen: “Joder, pero si estás mejor que nunca”. Y tú sabes que es mentira, que estás hecho un despojo humano, pero te gusta oírlo.

            En fin, aquí están los comentarios de unos cuantos merodeadores, reproducidos según estricto orden de llegada. Gracias a todos por su contribución. Y gracias a vosotros por seguir ahí.

            Feliz cumpleaños, amigos.

 
A lo largo de los años, he aprendido a apreciar como la mejor cualidad posible en una persona de nuestro tiempo una muy sencilla, pero rara de encontrar: el saber estar. Hablo de la gente capaz de colocarse, sin esfuerzo, a la altura de cualquier situación: en palacios y cabañas, en tres estrellas Michelin y tascas, a las duras y a las maduras.

Soy un tanto escéptico respecto a la idea de mantener un blog, por muchas razones que ahora no vienen al caso. Salvo que seas una de esas personas, parece ser. Tengo la fortuna de conocer personalmente al maestre de esta Fraternidad, hemos compartido unos cuantos buenos momentos y alguno malo. Sin que su hombría de bien (esa es la expresión castellana para cualquier sexo) y su temple perdieran jamás fuelle.

Creo que eso queda reflejado en este rincón de la web. Un lugar que es un baluarte firme contra la estulticia, y a la vez un sitio donde sentir ternura y empatía. César tiene el talento de exponer todo el abanico de sus muy humanas emociones (enfado, vulnerabilidad, entusiasmo, indecisión) sin dejar de estar a la altura. En medio del ruido, es una pena que no haya formas fiables de descubrir muchos lugares como este. Brindo por otros cien años más.

                             Julián Díez, periodista y ensayista.
 

Visito de vez en cuando LA FRATERNIDAD DE BABEL porque me resulta refrescante y estimulante, a veces para reírme, a veces para enfadarme, para pensar un ratito, por curiosidad... Y es que no siempre comparto las opiniones de su autor. Es más, conociendo a César Mallorquí, hay veces en que, mientras estoy leyendo su comentario del día, no puedo evitar pensar que seguro que esa frase o tal cual otra o aquellos párrafos los ha escrito solo para chincharme a mí o para provocarme. Pero inmediatamente me rectifico: el autor de LA FRATERNIDAD DE BABEL tiene ese talento único que hace que como lector creas que está escribiendo solo para ti, pensando en ti precisamente. Cuando los que le conocemos sabemos que, tanto en su blog, como en sus novelas, César solo escribe lo que quiere él. ¡Menos mal y por muchos años!
 
Reina Duarte, Directora de Publicaciones Generales de la editorial EDEBÉ

 
La Fraternidad de Babel es uno de esos raros blogs en los que uno se siente como en casa. César comparte  con sus lectores lo que le gusta y lo que le disgusta, sus lecturas, sus opiniones políticas o sus experiencias vitales, siempre con total falta de pretenciosidad, con franqueza y –lo que más se agradece- con su punto de humor.  Hace algunos años ya que sigo su blog y, cada vez que me asomo a sus páginas, es como si estableciese un diálogo con un amigo, aunque no le conozca de nada. Porque, haciendo honor a su nombre, el blog de César se ha convertido en una verdadera fraternidad en la que nos sentimos acogidos, donde podemos dejar oír nuestras ideas y debatir sobre lo divino y lo humano. Como lectora, te doy  las gracias, César, por recibirme en tu casa. Espero que lo sigas haciendo durante mucho tiempo.

                           Elena Rius, gestora del blog Notas para lectores curiosos


La primera vez que hablé con César Mallorquí casi me da un infarto. Todavía me tiemblan las piernas cuando lo recuerdo. Yo era su fan desde hacía años pero, por desgracia, no se trataba del clásico infarto “he conocido a uno de mis autores fetiche, tío”. Fue más el clásico infarto “este señor me está montando el pollo padre”. Habíamos metido la pata en una cosa. César tenía toda la razón del mundo. El caso es que me enteré de la mitad de la conversación. Al otro lado del teléfono solo oía una voz cavernosa, proyectada como un trueno desde la caja torácica de un hombre robusto, que sabe el frío que hace ahí arriba cuando mides más de 1,90 y con unas cuerdas vocales que ni Ulises hubiera sido capaz de tensar. Tenía razón en todo lo que estaba diciendo, no pude replicarle nada. Y qué demonios, aunque estuviera completamente equivocado, estaba cagado de miedo para decir ni mú. Pasados unos días, me volvió a llamar. Fue vergonzoso para un tipo de treintaytantos como yo hacerse pis encima, pero lo cierto es que quedamos a comer. Y aquel día nació el idilio. A lo largo de la comida distinguimos el grano de la paja, lo importante de lo superfluo y hablamos del futuro. El más inmediato, “La estrategia del parásito”, una novela en la que cometimos locuras y de las que estoy más orgulloso como editor. A raíz de aquello, ahora quedamos con menos frecuencia de lo deseado, pero la suficiente para abrir las puertas de nuestras respectivas casas y familias. Tenemos las mismas chorradas frikis colgadas de nuestras librerías –si nos preguntáis a nosotros no son chorradas ni juguetes, son esculturas conmemorativas, homenajes a Tintin, a Star Wars, a Star Trek, etc-. Nuestros referentes audiovisuales son prácticamente los mismos, el sentido del humor igual de negro y sarcástico y tenemos los ojos azules más bonitos del negocio editorial, maldita sea. La vida no me permite disfrutar de César tanto como me gustaría, los dos tan casados y sobre todo tan heterosexuales, pero cuando le echo de menos, que es bastante a menudo, leo su blog. Periódicamente. Semanalmente. Merodeo compulsivamente. Es como tenerle aquí, escribe como habla, habla como piensa y las tres cosas las hace con maestría. Y encima, como todos los genios, consigue que esas tres cosas parezcan sencillas. Quiero a este hombre. Quiero a sus libros y quiero a todo lo que escribe. Le animo a que publique segundas partes de sus novelas, aunque las haya publicado con compañeros de otras editoriales (¡Ese profesor Zarko, hombre ya!). Leer su blog es verse reflejado pero en una versión mejorada, ordena tus pensamientos. Pocas veces he estado en desacuerdo con él, pero poniéndose tan abominable como se pone a veces, cualquiera se lo dice. César, te quiero, como Astérix a Obelix.

                   Gabriel Brandariz. Editor Ejecutivo de Literatura Infantil y Juvenil de SM.

 
Según César -se lo he escuchado a él mismo en una mesa redonda en Avilés- su cerebro no es un lugar agradable de visitar. Puede ser, no lo sé, pero creo que al menos algunas partes sí son visitables y disfrutables. La prueba es este blog, escaparate de su mente, donde hay paisaje, paisanaje propio y turistas, como yo. Durante estos diez años, que se dice pronto, de visitarlo, allí he podido encontrar partes más amplias del César que he percibido en las conversaciones que hemos tenido delante de una cerveza -menos de las que me hubiera gustado, sin duda- y también del César que se desvela leyendo sus libros. 

He de concluir tras este agradable trayecto de muchos años, que a uno se le debe juzgar por cómo trata a los demás y no por cómo se trata a sí mismo. Casos hay de gentes engoladas, que se miran con mucha mejora y otros, como parece César en esa declaración a la que aludo, que son duros jueces de lo propio. 

Como el mismo César dijo en una ocasión, seguramente con otras palabras mejores que las mías, lo realmente importante de la gente no es que sean o no brillantes, inteligentes, capaces, sino que sean buenas personas. Pues bien, él lo cumple con creces, y la única prueba que puedo aportar es que yo también creo eso que él dice y en diez años no he encontrado motivos para cambiar de opinión, al revés. 

Así que, gracias César por compartir espacio mental delegado, ciberego o como queramos llamarlo, con los demás en tu fraternal cuaderno de bitácora. Ahora a esperar a la próxima celebración, si no me lo impide algún colapso global o personal.

                                                    Eduardo Vaquerizo, escritor.

 
Hay preguntas absurdas de las que pueden salir respuestas lúcidas. Un ejemplo: si alguien me preguntara qué blog me llevaría a una isla desierta tendría que obligarme a no fruncir las cejas hasta que me tocaran el ombligo. Sin embargo, si lo pensara unos segundos, lo tendría clarísimo. Me llevaría 'La Fraternidad de Babel'. Primero, porque es un blog inteligente y sabio, cosa que no abunda. Segundo, porque rebosa gallardía, virilidad rampante y buen humor, lo cual es aún menos frecuente. Y tercero, porque si hubiera algún remoto modo de encontrar en una isla desierta un ordenador, corriente eléctrica y conexión a internet (eso únicamente es un problema para los talibanes de la realidad), no existiría mejor modo de encontrarlo que trasteando por los archivos secretos de La Fraternidad. Lo del bucle resultante de buscar algo en lo que estoy buscando sería molesto, sí, pero total: no habría nadie para verlo y yo podría disfrutarlo igual. ¿Lo digo de un modo más? Me gusta este blog porque siempre adivino, admirándolo, lo que hace César Mallorquí al escribirlo. Simple y llanamente: soñar con los dedos.

                               Ricard Ruiz Garzón, periodista y escritor.


YO CONFIESO
Me siento enredado en una contradicción. Por un lado, en ocasiones echo en falta que las gentes de las artes y las letras, esas que hacen del pensamiento su terreno de trabajo y algunos han dado en llamar «intelectuales», se posicionen y expresen fuera de las tertulias su punto de vista sobre los laberintos en los que andamos errabundos, en busca de una salida tal vez aún por construir. Por otro, no siempre me interesa la opinión de los creadores y prefiero conformarme con su obra. Podría citar muchos escritores a quienes admiro sin compartir nada con ellos. Con algunos, incluso, se me haría difícil tomar un café sin que este me supiera mal, mezclado con la sangre que brotaría de mis labios al mordérmelos por no pronunciar algún denuesto. El talento no siempre se compagina con la honestidad, y se pueden edificar obras admirables sin renunciar al egoísmo y la villanía. No es el caso de César Mallorquí.

Confieso que César me hace caer en el más ingrato de los pecados, aquel que te tortura sin procurarte ningún placer previo: la envidia. Le envidio tanto que he intentado encontrarle un punto débil, un renuncio o un traspiés, para que estas líneas no se convirtieran en panegírico. No lo he logrado.

Quizá algún día nos reconozca su pacto con el diablo, porque desplegar tanto ingenio como narrador, al tiempo que conserva un pensamiento claro y agudo cuando nos regala sus pareceres en este blog, es una combinación que nos desarma de todo rencor. Que nos apabulle sin dejar de amarle nos encadena a una dulce esclavitud. Nos conduce hacia la aventura y el misterio; nos acaricia con la cadencia de sus palabras amigas; encuentra siempre expresión a ese sentimiento que entendíamos y compartíamos, sin encontrar antes el modo adecuado de darle forma. Demos gracias a su gentileza, porque César está hecho de una materia que podría engendrar pastores de hombres; pero él no reclama devoción, asentimiento u obediencia. Nos abre las puertas de su mundo y nos invita a pasar, si gustamos, para sentirnos cómodos algunas veces, aterrados otras, siempre despiertos y con la mirada atenta, bajo el único narcótico de la imaginación, que no envilece sino que muestra otros ángulos y perspectivas de la realidad.

Solo puedo reprocharle su capacidad para advertirme de mis flaquezas y avivar mi lado más oscuro y cainita, que puedo expresar mediante un procesador de textos cuando jamás me atrevería a decírselo a la cara. Porque, además de buen escritor y mente lúcida, es alto y fuerte, maldita sea. Qué mal repartido está el mundo.

                                                                        Armando Boix, escritor.


César me pidió unas palabras para el cumpleaños de su blog. Y no sé qué decir. En serio. Así que me he concentrado mucho, para poder extraer de mi vacío mental algunas ideas. ¡Allá van!

Hace diez años yo me había alejado del fandom y de la ciencia ficción. Mi hija tenía dos años. No dormía. Ni ella ni yo. Trabajaba como una burra. (Esta era yo). Era un zombi. (Yo. De nuevo yo). Y, no recuerdo cómo, (lo mismo me lo dijo él mismo en alguna de sus visitas a Barcelona para recoger algún premio) descubrí que existía "La fraternidad de Babel".
           Gracias al blog reencontré a César. Era como tenerlo ahí delante. Casi. (Porque él es más grande y más alto que mi ordenador). La Fraternidad era un lugar en el que hablaba de lo que le daba la gana, como si estuviera en un bar. Y encima podías interaccionar con César: podías comentar sus posts y él te contestaba. Y también lo hacían otros desconocidos. Porque para mí, La Fraternidad de Babel se convirtió en una especie de primitiva red social, en la que acabamos conociéndonos todos los merodeadores del blog. Me hizo reencontrar viejos amigos, descubrir a algunos nuevos y a echarlos de menos cuando se fueron. Era una auténtica fraternidad.
            Yo era la Anónima de las 9:59.

            Durante un tiempo engañé a César. No le dije que destrás de ese nick estaba yo. Y él pensaba que era mucho más mayor de lo que soy porque hablaba de cómics de los años cincuenta, de películas en blanco y negro y de cosas que se supone no eran de mi generación. Pero ¡qué se le va a hacer si yo me crié con los Mis Chicas, los TBOs, y los Chicos heredados!

Disfruté como una enana en aquella época. La Fraternidad me abrió una puerta que había estado cerrada durante mucho tiempo: volví a encontrar gente a la que le gustaban los géneros que a mí me gustaban...
             El nick, Anónima de las 9:59, me lo puso César. Y me gustó tanto que lo usé después como pseudónimo al presentarme a algunos premios literarios. ¡¡Y me dio suerte!!

             El tiempo pasó. Ahora ya no paso cada día por la Fraternidad. Una vez al mes entro y leo todo lo que me he perdido. Entonces río y lloro con César. (Mi pareja dice que me va a prohibir leer a César porque me hace llorar mucho. Y es verdad. Me hace llorar mucho... Pero ¡también me hace reír mucho!). 

La fraternidad me hace sentir acompañada. Me da ganas de escribir. Y de llorar... Me hace sentir viva, supongo.

            Y está ahí cuando la necesito.

            Gracias, César, por haber abierto una ventana a un macro-micromundo. Como esos que tanto te gustan a ti de los de Borges. ¡Muacs!

                                                      Susana Vallejo, escritora


             Sí, amigos: aunque parezca increíble en estos tiempos de Twitter, Instagram y Facebook, hubo una edad de oro de los blogs. Hubo un momento, allá por el bienio 2005-2006, en el que todo el mundo se abría el suyo, incluido un servidor.

            Por supuesto, había de todo, desde la divulgación hasta la crítica, pasando por los contenidos muy personales y los más autopublicitarios. Crisei, de Rafael Marín, tal vez abrió el camino, que siguieron algunos blogs ejemplares se mire como se mire. Ahora mismo pienso en La Cosa Húmeda, de Fabrizio Ferri-Benedetti; Soria de las Palabras, de Julián Díez; Momentos en Solaria, de Pilar Barba y, por supuesto, los que eran mis dos favoritos: Planells Facts and Fiction, del malogrado Juan Carlos Planells, y La Fraternidad de Babel, de César Mallorquí.
            Juan Carlos y César se consagraban a lo que llamo "el blog total", es decir, hablar de todo, un generalismo que desnudaba a la persona, al personaje y a su obra literaria. Era un tipo de blog asequible para descubrir la personalidad del autor de culto, en el caso de que lo descubriese el lector de sus novelas, pero también para ir sabiendo de su vida, en qué andaba, una newsletter personal e intransferible de la que nos hacía partícipes, su manera de contarnos que estaba bien, o mal, dependiendo del momento.

          ¿Qué ocurrió? Lo de siempre: el abandono, los cambios de metas o (ay) las causas biológicas hicieron una criba  y, diez años después, apenas queda un puñado de supervivientes de esta edad de oro de los blogs. La Fraternidad de Babel es, por un motivo u otro, el único que consulto con frecuencia. Lo tengo en mi pestaña de favoritos, junto con la prensa del día o mis herramientas de trabajo en línea. Siempre es un lujo saber qué hace César, qué opina sobre tal o cual asunto, adónde han viajado Pepa y él, y, sobre todo, un par de cosas que creo que marcan la diferencia y me hacen considerarlo el mejor blog literario-personal que se hace en la actualidad.

          Por un lado, sus famosos cuentos de Navidad, uno de los motivos por los que suelo aguardar la llegada de estas fechas tan señaladas.

         Y, por otro, ese estriptís emocional que genera la lectura de algunos acontecimientos personales que decide compartir con los lectores. Me habré leído el noventa por ciento de sus cuentos, el sesenta por ciento de sus novelas y el ochenta por ciento de sus ensayos y, aun así, no dudo en afirmar que las entradas dedicadas a su familia son de lo mejor que ha escrito: directas, sin concesiones, llenas de emoción, duras, sinceras, tristes y felices. La vida misma.


        He disfrutado mucho con La Fraternidad de Babel, y no me cabe duda de que seguiré haciéndolo por muchos años.
        Enhorabuena, César. Y que cumpla muchos más.
                                          Juanma Santiago, crítico y editor

 
 
 

jueves, noviembre 26

Taller de creatividad literaria


 
            Queridos merodeadores: El próximo mes de febrero voy a impartir un taller de escritura en el Espacio Fundación Telefónica, situado en la calle Fuencarral 3 de Madrid. El taller se llama “Cómo crear mundos. Taller de creatividad literaria” y se celebrará durante tres días el fin de semana del 5 al 7 de febrero de 2016. En total, 15 horas.

            ¿De qué va el asunto? Está claro que en tres días es imposible enseñar a escribir, así que ni lo voy a intentar. El taller se centrará en describir los procesos mentales que conducen al pensamiento creativo, en desarrollar las técnicas y hábitos que fomentan la creatividad, y en la ejecución de varios ejercicios prácticos relacionados con el pensamiento divergente.

            El taller está orientado a los jóvenes, pero no sé qué rango de edades se baraja para la admisión. En cualquier caso, si os interesara asistir, podéis inscribiros pinchando AQUÍ.
 
 

viernes, noviembre 20

Soy un maldito Sith


 
 
            Os transcribo el evento que anuncia La Casa del Libro para mañana, 21 de noviembre:

            18.00 horas: Lectura del guion alternativo de Star Wars Episodio VII por Ángel Luis Sucasas y Francisco Miguel Espinosa, a cargo de actores estelares: César Mallorquí, Ana Campoy, Eddu Viera y Juan José Cardillo entre otros...

            Os explico de qué va el asunto. Ángel Luis y Francisco Miguel han escrito un guion alternativo del 7º episodio de Star Wars. Además, han conseguido que un músico profesional componga una estupenda banda musical inspirada en la de John Williams, pero distinta. Y que varios dibujantes creen ilustraciones basadas en el guion. Todo un lujo, vamos.

            Pues bien, en el Celsius de Avilés se hizo una breve lectura de una secuencia del guion, y los creadores y promotores del asunto me pidieron que pusiera la voz a un personaje. Nada más y nada menos que a un Maestro Sith. ¡Un malo!; ¿cómo iba a negarme? Si me hubiesen ofrecido, qué sé yo, ser la voz de Han Solo, probablemente habría declinado colaborar. Pero me encantan los malos, me chiflan, así que acepté encantado y puse mi mejor voz de malote.

            Y ahora, es decir, mañana a las seis de la tarde, se hará en La Casa del Libro de Gran Vía 29 una lectura más amplia por parte de un rutilante elenco de actores entre los cuales estaré yo dando vida a un pérfido sith. Creo que va a ser el acto más friki que he perpetrado en mi vida. ¿Os lo vais a perder?

            En serio, ¿os vais a perder mi desvirgamiento friki?

 

 

lunes, noviembre 16

jueves, noviembre 12

Humor



            El humor siempre ha sido muy importante para mí, tanto en mi vida personal como en mi producción literaria. Supongo que se debe en parte a que mi padre y mis hermanos tenían un gran sentido del humor. También hay que tener en cuenta que en mis lecturas favoritas de infancia y primera juventud hay gran cantidad de humoristas: Richmal Crompton, Mark Twain, Enrique Jardiel Poncela, Wenceslao Fernández Flórez, Miguel Mihura, P. G. Wodehouse, Evelyn Wough, Fredric Brown, Joseph Heller, Robert Sheckley... Eso por no hablar de todas las comedias cinematográficas que he disfrutado, desde Chaplin hasta Woody Allen, pasando por los Marx Brothers, Berlanga o Billy Wilder. Mi primer trabajo fue como colaborador de La Codorniz, una revista de humor.

            En mi vida personal el humor es omnipresente, porque creo que eso, el humor, es uno de los mejores lubricantes sociales que existen. Es difícil no simpatizar con alguien que te hace reír. Pero, ¿yo hago reír? Pues por lo que he podido comprobar, sí. Quienes me conocen consideran que tengo sentido del humor. Yo también lo creo, pero, claro, no soy objetivo.

            Sin embargo, aunque mi sentido del humor suele funcionar, en ocasiones me encuentro con personas a las que no les hago la menor gracia. Bromeo con un desconocido y él se me queda mirando con desconcierto, o con cara de palo y una ceja levantada, como si yo fuera gilipollas. ¿Por qué sucede esto? ¿Esa persona no tiene sentido del humor? Es posible. Pero también puede ser que su sentido del humor no conecte con el mío. No todos nos reímos de lo mismo.

            El humor es una senda al borde del precipicio. De entrada, el humor tiene una dificultad intrínseca: a diferencia de cualquier otro género (salvo, quizá, la pornografía), debe producir una respuesta física en la persona que lo recibe: sonrisa o risa. Podemos leer o ver un drama y conmovernos sin necesidad de llorar. Pero si vemos o leemos un producto humorístico y no nos provoca siquiera una sonrisita, algo falla. Por otra parte, para reírte con alguien tienes que compartir ciertos referentes culturales. Por ejemplo, mucha gente se descojona con Los Morancos, pero se aburre con Woody Allen. Los primeros representan el humor más primario, mientras que el segundo es el paradigma del humor intelectual. Además, la diferencia de calidad es objetivamente notoria.

            Pero no se trata sólo de calidad. Pondré mi propio ejemplo: Creo que soy una persona medianamente culta dotada de sentido del humor. Sin embargo, hay humoristas ampliamente reconocidos por la crítica, y muy valorados por personas en cuyo gusto confío, que me dejan frío. Por ejemplo, Tom Sharpe no me hace ni pizca de gracia, y La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, sólo logra provocarme cierta repugnancia. ¿Significa eso que Sharpe y Toole son malos humoristas? Ni mucho menos; lo que eso quiere decir es que entre las estructuras culturales de ambos escritores y las mías hay algo que no encaja. Eso es todo.

            Por otro lado, existen, como decía antes, personas que carecen por completo de cualquier clase de sentido del humor. Y algo sutilmente más insidioso, y mucho más frecuente: personas que, aun reconociendo el humor, lo consideran algo menor y sin importancia. Su lema vendría a ser: “Si te hace reír, entonces es banal”.

            Pues bien, teniendo en cuenta todo eso, siempre he sido muy precavido al emplear el humor en mis novelas. Entendedme: en casi todo lo que escribo, aunque sea dramático, siempre hay toques de humor. De hecho, es uno de mis rasgos de estilo. Pero pocas veces he escrito novelas humorísticas al 100 %. Y cuando lo he hecho, he salido escaldado.

            En realidad, mi única novela básicamente de humor es El viajero perdido. La presenté al premio Gran Angular y no ganó. Más tarde, Elsa Aguiar, la entonces directora editorial de SM, me contó que a parte del jurado le había gustado mucho y optaban por premiarla, pero por lo visto uno de los jurados se negó en redondo a otorgarle el galardón a lo que él consideraba una estúpida payasada. Curiosamente, es una de las novelas donde más ideas he metido. Pero en clave de humor, ay.

            Hace tres años, Care Santos me pidió un cuento para una antología dedicada a celebrar el segundo centenario del nacimiento de Charles Dickens. Diez escritores escribiendo cada uno un relato ambientado en una pensión llena de fantasmas. La idea para el relato se me ocurrió inmediatamente: ¿Qué pasaría si los fantasmas de Cuento de Navidad se confundieran de persona y de época? Así surgió Cuento de verano, una historia absolutamente humorística. De hecho, una historia inspirada en el estilo de uno de mis humoristas favoritos: P. G. Wodehouse. Humor en estado puro, sin mensaje ni más propósito que provocar la risa.

            Fue uno de los cuentos más celebrados de la antología. Algunos reseñistas incluso me daban las gracias por haberles hecho reír tanto. Aunque mi opinión no cuenta, es uno de los tres o cuatro cuentos de los que más orgulloso estoy. Por eso lo incluí en Trece monos.

            Pues bien, hace poco apareció una crítica en un blog (no diré nombres), y el bloguero consideraba Cuento de verano como el relato más decepcionante de la antología, y lo calificaba de mero “chiste alargado”.

            Supongo que, si el cuento no hubiera sido puesto a prueba antes, tan tajante y negativa opinión me habría deprimido. Pero me costa que el relato funciona. Hace unas semanas estuve en una reunión del club de lectura de la librería Estudio en Escarlata, y la primera historia que salió a colación fue ese cuento, mostrándose todos unánimes en lo mucho que les había hecho reír. Otras reseñas calificaron el relato de “hilarante” o “desternillante”. Sé, por pura estadística, que Cuento de verano no es un chiste alargado, sino un buen relato de humor.

            Entonces, ¿por qué el bloguero fue tan contundente en cargárselo? ¿Porque carece de sentido del humor? (él mismo dice que los cuentos de la antología que peores le parecen son los humorísticos). No lo creo. Seguro que el bloguero tiene sentido del humor; pero, sencillamente, el suyo no encaja con el mío, igual que el mío chirria con Sharpe o Toole.

            No obstante, yo nunca me atrevería a decir que Sharpe o Toole son malos humoristas, pese a que no me hagan reír. Ambos son buenos escritores y tengo muchos motivos para pensar que si no me río con ellos no es por su falta de calidad, sino por cuestiones estrictamente personales. Pero bueno, estamos hablando de un blog, así que se supone que está impregnado de subjetividad, igual que Babel.

            En realidad, esto es un ejemplo de cierto principio que, como escritor, descubrí hace mucho: Es imposible gustar a todo el mundo. No hay nada que hacer; por bueno que seas, siempre habrá alguien que desdeñe lo que haces. Y no me refiero sólo a mí, o a cualquier otro escritorzuelo, sino a las mismísimas cumbres de la literatura. Y para probarlo, leed estas reseñas extraídas de El ojo crítico, un divertido libro sobre opiniones equivocadas.

            De poetas, no digo; buen siglo es éste. Muchos en ciernes para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a don Quijote.
                            Lope de Vega

            (Hamlet) es una obra bárbara y vulgar que no hubiese sido tolerada por el más salvaje populacho de Francia o Italia... Podría imaginarse que esta pieza es la obra de un salvaje borracho.
                             Voltaire

            Lo siento, Mr. Kipling, pero, sencillamente, no sabe cómo utilizar el lenguaje.
                             San Francisco Examiner

            (Ana Karenina es) basura sentimental... Muéstrenme una sola página que contenga una idea.
                             The Odessa Courier

            Por supuesto, no pretendo compararme a esos genios, sino simplemente ilustrar que nadie, absolutamente nadie, puede gustarle a todo el mundo. Y si se trata de humor, todavía menos.

            Aun así, no pienso renunciar al humor. Seguiré utilizándolo, tanto en lo que escribo como en mi trato con las personas. ¿Sabéis por qué? Pues porque creo que cuando hago reír a alguien, soy mejor persona. En realidad, estoy convencido de que lo mejor de mí mismo, lo más noble y honesto, son mi imaginación y mi sentido del humor. Porque ambas cosas son buenas para mí y para los demás.

            Hace años, una merodeadora se puso en contacto conmigo a través del e-mail del blog para darme las gracias. Me contó que tenía muchos problemas, tanto laborales como personales, y que estaba muy deprimida. Pero había leído un post de Babel y, por primera vez en mucho tiempo, había olvidado sus problemas, aunque sólo fuera durante unos minutos, y se había reído. Por eso me daba las gracias.

            Hacer reír al que sufre. Pocas cosas más bonitas se me ocurren. Y si sigo así voy a acabar creyéndome una ONG, así que mejor será que pare aquí.

miércoles, octubre 28

Feliz Halloween



            Este fin de semana estaré en Barcelona para la presentación de Trece monos en Gigamesh; y también para estar con mi hijo Pablo, que ahora vive allí, y reencontrarme con viejos amigos. Genial, ¿verdad?

            Pero, ¡maldición!, no estaré en casa para celebrar Halloween en el blog. Y ya sabéis lo mucho que me gusta esa fiesta. No porque me disfrace de monstruo de Frankenstein, o de zombi pegándome trozos de filete en la cara, qué va, no hago nada de eso. De hecho, no celebro Halloween de ninguna manera; ni siquiera pongo en la terraza una miserable calabaza.

            Pero me gusta ver cómo la celebran los niños, disfrazados de monstruos, brujas o fantasmas, y pienso en lo mucho que de pequeño me habría gustado a mí hacer algo semejante. Además, qué narices, es una fiesta totalmente pagana, y ¿a quién no le gustan las fiestas paganas?

            Ahora podría contaros de dónde proviene el nombre de Halloween, de qué festividad celta surgió, cómo se extendió por occidente, por qué y cómo se ha implantado en España... Sí, podría deciros todo eso, pero ya lo he contado en posts de otros años; así que si os los habéis perdido, o los habéis olvidado, no tenéis más que buscar en los Archivos de Babel. O pinchar AQUÍ.

            En fin, como no voy a estar me adelanto un par de días y os deseo que paséis una abracadabrantemente feliz noche de Halloween. Y si mañana, jueves 29, estáis en Barcelona, os invito a que paséis por la librería Gigamesh a partir de las 19:00. Si queréis, podréis tirarme tomates podridos.

            Feliz Samhain.
 
 

lunes, octubre 26

Discurso

 

             Como sabéis, el viernes pasado me entregaron el Premio Cervantes Chico, un galardón a toda mi obra de literatura juvenil. Bueno, pues aquí tenéis el texto del discurso que solté durante la ceremonia:

            Buenos días. Ante todo, quiero dar las gracias al Ayuntamiento de Alcalá de Henares por promover este hermoso premio, el Cervantes Chico. Y, por supuesto, agradecerle al jurado que haya tenido la generosidad de otorgármelo a mí este año. Espero que no se hayan equivocado demasiado. Y gracias también a todos los presentes por acompañarme en este día. Sois un encanto.

            Quiero también felicitar a Miguel y Ana Isabel por los galardones que han recibido. Sin duda, se los merecen más que yo.

            Cada vez que doy una charla a jóvenes lectores suelo hacerles la misma pregunta: ¿Para qué creéis que sirve la literatura? Y normalmente siempre obtengo las mismas respuestas. La literatura sirve para adquirir cultura, para mejorar la ortografía, para ampliar el vocabulario, para pensar mejor, para aumentar la velocidad lectora, para conocer nuevas ideas, para estimular la mente, para potenciar la imaginación...

            Todo eso es cierto. Además, son los argumentos que suelen emplear los adultos para convencer a los más jóvenes de lo buena que es la lectura. Pero, en fin, qué queréis que os diga... A mí eso me suena como cuando los padres le dicen a sus hijos: “Anda, cómete eso porque tiene muchas vitaminas, y hierro, y grasas insaturadas, y ácido oleico...”. Vale, puede que sea cierto; pero no abre mucho el apetito, ¿verdad? De hecho, es como si hablaran de una medicina, que sabe mal pero es buena para la salud. En realidad, todos sabemos que lo que más nos anima a comer... es que la comida está rica.

            Bueno, pues lo mismo sucede con la literatura. Por supuesto que la costumbre de leer nos proporciona todas las cosas buenas que he dicho antes; pero ninguna de ellas es la razón de ser de la literatura. El auténtico objetivo de la literatura, como ocurre con cualquier otro arte, es el placer del lector. Leemos porque leer es divertido. Teniendo en cuenta que “divertido” no es lo contrario de “serio”, sino lo contrario de aburrido.
 
 
            Algunos de los mejores momentos de mi vida los he pasado leyendo; sobre todo cuando era niño o adolescente. Por aquel lejano entonces, aprendí lo que es el sentido del humor gracias a Guillermo Brown, el catastrófico e imaginativo niño que creó la escritora inglesa Richmal Crompton. Viajé a las estrellas de la mano de Isaac Asimov, y estuve en Marte junto a Ray Bradbury. Recorrí 20.000 leguas bajo el mar y me adentré en el interior de la Tierra guiado por Julio Verne. Visité un mundo perdido lleno de dinosaurios acompañado por Arthur Conan Doyle. Y ese mismo escritor me permitió seguir en sus aventuras a un genial detective llamado Sherlock Holmes.

            Busqué un tesoro pirata en La Hispaniola, el barco de Robert Louis Stevenson. Viajé en el tiempo para contemplar los episodios más emocionantes de nuestra historia junto a Benito Pérez Galdós. Fui un justiciero enmascarado en la California del siglo XIX gracias a José Mallorquí; que, por cierto, era mi padre. Pesqué un enorme pez espada en la barca de Ernest Hemingway. Viví en la selva en compañía de Edgar Rice Burroughs y Rudyard Kipling. Luché contra un gigante de un solo ojo ayudado por un ciego llamado Homero.

            Aunque no se trate exactamente de literatura, sino de esa mezcla de dibujo y texto que llamamos comic, recorrí el mundo, y la Luna, corriendo aventuras junto a un reportero llamado Tintín y su amigo el capitán Haddock. Surqué los siete mares con un marino de nombre Corto Maltés. Volé en un avión de caza imaginario junto a un perro llamado Snoopy. Me senté en la mesa redonda del rey Arturo, al lado del Príncipe Valiente y de su padre, Hal Foster...

            He visitado todos los continentes de la Tierra, y todos los planetas del Sistema Solar, y estrellas más allá de nuestro Sol con planetas alucinantes. Y también he caminado por universos que sólo existen en el mundo de los sueños. He sido cientos de personas distintas, he vivido maravillosas historias de amor y amistad, y también de odio y venganza. He corrido miles de aventuras asombrosas. Y todo gracias a la literatura. Por eso decía antes que leer me ha hecho más feliz.

            Todo esto que acabo de contar lo he tenido siempre muy presente en mi trabajo como escritor. Cuando escribo para jóvenes, mi principal propósito es narrar las historias más divertidas y emocionantes que pueda concebir, con personajes atractivos y humanos, diálogos chispeantes y descripciones sugerentes. Porque, tal y como yo lo entiendo, mi labor como escritor de literatura juvenil consiste en demostrarle a los lectores jóvenes que la literatura puede ser una alternativa de ocio tan apasionante, o más, que cualquier otra.

            Por eso, y ahora me dirijo a los más jóvenes de esta sala, os recomiendo que le deis una oportunidad a la literatura, que adquiráis el hábito de leer. Porque si lo hacéis, seréis más cultos, mejoraréis la ortografía, ampliaréis el vocabulario, pensaréis mejor, aumentaréis la velocidad lectora, conoceréis nuevas ideas, estimularéis la mente y potenciaréis la imaginación. Pero sobre todo, por encima de cualquier otra consideración, seréis más felices.

            Y ahora mejor será que vaya acabando, porque los organizadores de este acto me han sugerido amablemente que sea breve y no sé si estoy poniendo a prueba su paciencia. Así que, para concluir, tres dedicatorias.

            Este premio, el Cervantes Chico, no me lo han concedido por una obra en concreto, sino por toda mi carrera como escritor. En fin, quiero pensar que en realidad me lo otorgan sólo por la primera parte de mi carrera; porque, y esto es una amenaza, pienso seguir escribiendo.

            El caso es que, como se trata de toda mi carrera hasta ahora, quiero dedicarle el premio a tres personas sin las cuales yo no estaría aquí. Es decir, a las tres personas que más importantes han sido en mi carrera como escritor.

            En primer lugar, mi padre, José Mallorquí. Supongo que a muchos ya no os sonará este nombre, pero José Mallorquí fue el escritor español de literatura popular más importante del siglo XX. Su obra más famosa, no solo en España, sino en Europa y América, es El Coyote, un justiciero enmascarado californiano llamado en realidad don César de Echagüe. Yo me llamo César en su honor.

            Mi padre falleció hace ahora cuarenta y tres años, cuando yo tenía diecinueve. Tan solo llegó a conocer mis primeros pasos en la escritura, los primeros artículos que escribí para la revista de humor La Codorniz a principios de los años 70. Luego, se fue para siempre, y no pudo alegrarse de mis éxitos, ni consolarme en mis fracasos. Sin embargo, de algo estoy absolutamente seguro: sin su ejemplo, yo jamás habría sido escritor.

            Así que, papá, muchas gracias por tu generosidad, por tu cariño y por tu ejemplo. El tabaleo de tu máquina de escribir fue la banda musical de mi infancia.

            La segunda persona a la que quiero dedicarle el premio es una mujer, tan bella, por dentro y por fuera, como gran profesional. Se trata de Reina Duarte, la Directora de Publicaciones Generales de la editorial EDEBÉ. Ella me descubrió para el mundo de la literatura juvenil, ella publicó mis primeras obras de ese género, y con ella he tenido once hijos. Pero que nadie se escandalice; son hijos de tinta y papel. Libros, para que me entendáis.

            Así que, Reina, muchas gracias por creer en mí, muchas gracias por apoyarme siempre, y muchas gracias, sobre todo, por soportarme. Tu amistad ha sido y es un regalo para mí.


            Por último, la persona más importante de todas. También es una mujer, y también es maravillosamente bonita por dentro, y esplendorosamente bella por fuera. Es mi esposa, mi compañera; María José Álvarez, mi querida Pepa. Sin ella a mi lado, mi carrera como escritor, sencillamente, no existiría. Todo lo que he hecho, todos los libros que he publicado, todos los premios que he obtenido, se lo debo a ella.

            Así que, Pepa, como ya te he dicho en otras ocasiones, este premio es para los dos. Gracias por tu apoyo incondicional, gracias por ser una roca firma cuando todo se tambalea, gracias por confiar en mí más que yo mismo, gracias por ser como eres, y perdóname por ser como soy. Te quiero.

            Muchas gracias a todos.
 
 

jueves, octubre 22

Agenda de actividades



            Ya os comenté en julio que me habían concedido el premio Cervantes Chico por el conjunto de mi obra de género juvenil. Bueno, pues me lo dan mañana. El acto comenzará a las 12:00 en el Teatro Cervantes de Alcalá de Henares. Como la asistencia es bajo estricta invitación, no os invito a venir; pero ya he escrito mi discursete y lo publicaré aquí, en Babel, la semana que viene.

            Al día siguiente, el sábado 24, a partir de las 19:00, estaré en la librería Estudio en Escarlata. Su club de lectura me ha invitado para charlar sobre Trece monos. La librería se encuentra en la Guzmán el Bueno, 46, esquina a Fernández de los Ríos (Madrid). Si os apetece asistir, seréis bienvenidos (supongo).

            Por último, el jueves 29 de octubre, a partir también de las 19:00, estaré en la librería Gigamesh de Barcelona (Carrer de Bailèn, 8), presentando Trece monos en compañía de Ricard Ruiz Garzón y Juanma Santiago. Todo un lujo; no por mi insignificante presencia, sino por Ricard y Juanma. Si os pasáis por allí, será un placer saludaros.

            Como decía Porky Pig al final de los Looney Tunes, “Eso es todo, amigos”. Por ahora.


miércoles, octubre 14

El Hombre Verde



            Este fin de semana he estado en Estella y Arizala, dos pueblos situados al oeste de Navarra. ¿Conocéis la zona? Es uno de los lugares con más antigüedad e historia por metro cuadrado de España. Allí hay megalitos, iglesias románicas, puentes medievales, villas romanas, viejos caserones, castillos, pueblos antiguos... Por su centro pasa el Camino de Santiago; de hecho, allí mismo, en Puente la Reina, se unen los dos tramos del Camino. Y cerca de Puente la Reina está la iglesia de Eunate, en medio de ninguna parte, uno de los lugares más misteriosos y mágicos que conozco. El entorno es una maravilla, con muchas arboledas, colinas y valles, y la hermosa Sierra de Urbasa (donde, por cierto, se rodó Robín y Marián, el film de Richard Lester protagonizado por Sean Connery y Audrey Hepburn).

            Conozco bien el lugar, porque mis suegros tenían cerca de Estella, al pie del Montejurra, un chalet de vacaciones y en el pasado fui allí con frecuencia. Además, ahora mi querida cuñada y amiga Teresa tiene una casa en Arizala, cerca de Estella, y de vez en cuando vamos allí a gorronear. Y por eso fuimos el puente del 12 de octubre a Arizala, invitados por Teresa para celebrar su cumpleaños.

            El caso es que, por mucho que creas conocer un territorio, siempre encontrarás sorpresas. Teresa nos había preparado una visita guiada por el románico del valle de La Valdorba, en la Zona Media de Navarra. Yo no lo conocía y fue muy interesante, pero voy a centrarme en lo que descubrí en la humilde iglesia de Santa María de Eristain.
 
 
            Se trata de un pequeño templo prerrománico que a nadie, a un primer vistazo, le llamaría la atención. Sin embargo, es la iglesia más antigua del valle, pues fue erigida en el siglo X. Como digo, es un edificio de apariencia insignificante, hasta que entras en su interior y ves las pinturas murales que adornan el ábside. En sus orígenes, todo el interior de la iglesia estaba pintado, pero una “hábil” restauración se cargó la mayor parte de los murales. Lo que queda son las pinturas góticas del ábside (muy deterioradas), pero resulta que esos frescos góticos estaban pintados sobre otros románicos, mucho más antiguos.

            Sólo quedan visibles dos muestras de las primitivas pinturas románicas: un pequeño símbolo solar y, en la parte superior del ábside, una enorme cabeza humana de la que brotan dos guirnaldas vegetales (probablemente es la pintura más antigua de Navarra). Al ver esa cabeza, me quedé de piedra, porque aquello era, sin duda, un “hombre verde” (Podéis verlo en la foto que preside este post).

            ¿Sabéis lo que es el Hombre Verde? Se trata de una antiquísima tradición celta originaria de las Islas Británicas. Suele representarse como una cabeza humana hecha de hojas y plantas, o una cabeza de la que brotan guirnaldas vegetales. A veces aparece de cuerpo entero, un hombre vegetal, algo así como La Cosa del Pantano (para los no frikis: Swamp Thing, un cómic creado por Len Wein y Berni Wrightson).

            El Hombre Verde representa el ciclo de muerte/renacimiento que supone el paso del invierno a la primavera. Está relacionado con la fertilidad y los bosques, y es algo así como la representación masculina de la naturaleza. En sus orígenes, probablemente estaba relacionado con el dios celta Cernunos, aunque tiene concomitancias con otras figuras mitológicas, como Silvano, Baco o Pan. También tiene versiones más modernas, como Jack in the Green, John Barleycorn, el Caballero Verde del ciclo artúrico o el mismísimo Robin Hood.

            Como decía antes, el Green Man procede de las Islas Británicas, pero hay similares figuras legendarias en otros países, como Le Feuillou en Francia o el Blattqesicht en Alemania. En Navarra se llama Basajaun. Una teoría sostiene que el mito del Hombre Verde pasó a Francia con las migraciones celtas procedentes de Inglaterra, y luego de Francia a Navarra (quizá siguiendo las rutas de los constructores medievales). Otra teoría sostiene, por el contrario, que el mito del “señor del bosque” es universal y aparece de forma independiente en distintas culturas. No sé cuál de las dos teorías es verdadera, ni sé cómo se solía representar al Basajaun en la Navarra medieval, pero el rostro de Eristain tiene al 100% el aspecto de un Hombre Verde.

            Sorprendentemente, el Hombre Verde aparece representado en muchas iglesias cristianas. Yo mismo lo he visto en la catedral de Chartres o en la Capilla Rosslyn de Escocia, donde hay más de cien hombres verdes (aunque yo sólo encontré cuatro o cinco). Esto no deja de ser extraño, porque se trata de una figura absolutamente pagana. Hay muchas teorías que pretenden explicar esta anomalía; una de ellas, por ejemplo, afirma que los hombres verdes adoptarían en la mitología cristiana un papel diabólico, como las gárgolas. Pero no parece muy probable, porque los hombres verdes suelen aparecer en las iglesias con expresiones amigables (el de Eristain, sin ir más lejos, es una cara sonriente).


            En cualquier caso, dado que es una imagen pagana, en las iglesias suele aparecer a pequeño tamaño y  de forma más bien disimulada (en rincones alejados de las zonas de culto). Sin embargo, y eso es lo más sorprendente, en Eristain aparece no solo a gran tamaño, sino en un lugar preferente y bien a la vista: presidiendo el ábside, por encima incluso de las imágenes de Cristo.

            ¿Os lo imagináis? Feligreses de los siglos X y XI rezando en una iglesia cristiana frente a un enorme ídolo pagano, sea Hombre Verde o Basajaun. ¿Y a quién le rezarían, a Cristo o al Green Man? ¿Y qué diría el sacerdote respecto a esa gran cabeza vegetal, cómo narices lo integraría en el rito? ¿Y qué pasó después; por qué pintaron sobre los frescos románicos, ocultando al señor del bosque? ¿Cómo se tomaron aquello los fieles, qué hicieron? Mantenerlo vivo en sus tradiciones, supongo, susurrar su historia en las frías noches de invierno, junto al fuego, porque todavía hoy se sigue hablando del Basajaun. Se pueden repintar las paredes, pero no la memoria de los mitos.

            Disculpad el rollazo que os he soltado, pero es que me encantan estas cosas. Encontrar un enorme Green Man en Navarra era lo último que me esperaba. Me ha parecido mágico y lo quería compartir con vosotros.


Nota: Kingsley Amis (el padre de Martin) publicó en 1969 The Green Man, una novela de terror... aunque quizá debería decir “comedia de terror”, porque tiene partes que son puro humor, combinadas con otras que ponen los pelos de punta. Hubo una versión en castellano –El Hombre Verde, Aymá 1972-, pero por supuesto está descatalogada y debe de ser inencontrable. Una pena, porque la recuerdo muy divertida. (Creo que se rodó una adaptación para TV)