miércoles, junio 28

Quiz cinéfilo


            Ya llegó el verano para acariciarnos con su tórrida mano, se acercan los tiempos de la molicie, el tinto de verano y los chapuzones, así que, para compensar la amarga negrura de mi anterior post, vamos a refrescarnos un poco.

            Os propongo un juego: Voy a mostraros 25 diálogos de película y vosotros tenéis que averiguar a qué título corresponde cada uno. Los hay fáciles, los hay difíciles y alguno que otro tiene trampa. La única condición que he seguido para elegirlos es que todos los habría acertado yo. Por supuesto, si fueran otras frases probablemente fallaría alguna; pero estas no. ¿De acuerdo? Pues adelante; primero pondré todos los diálogos uno detrás de otro y luego las soluciones.

 

1.  “Louis, presiento que este es el comienzo de una hermosa amistad”.

2.  “Tomaré lo mismo que ella”.

3.  “¿Sabes silbar, verdad Steve? Solo tienes que juntar los labios y soplar”.

4.  “Volveré”.

5.  “¡Stella! ¡Stella!”.

6.  “Shane. Shane. ¡Vuelve!”.

7.  “¡Está vivo!, ¡está vivo!”.

8.  “El mejor amigo de un chico es su madre”.

9.  "Está usted intentando seducirme, ¿verdad?".

10. "Elemental, mi querido Watson".

11. “¿Quiere parar, Dave? Pare, Dave. Tengo miedo...”.

12. “Dios mío, está lleno de estrellas.”

13. “Fue la Bella quien mató a la Bestia".

14. “Amar significa no tener que decir nunca lo siento”.

15. “Buenos días… y por si no volvemos a vernos: buenos días, buenas tardes y buenas noches”.

16. “Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes”.

17. “Tócala otra vez, Sam”.

18. “Francamente, querida, me importa un bledo”.

19. “Vamos a necesitar un barco más grande”.

20. “¡Eres tan feo que podrías estar en un museo de arte moderno!”.

21. “Y como alguno de vosotros vuelva a maltratar a otra puta, volveré aquí y os mataré a todos, malditos hijos de perra”.

22. "¡Alcalde, todos somos contingentes pero tú eres necesario!”.

23. “Elegí un mal día para dejar de fumar”.

24. “Soy tu mayor admiradora”.

25. "¡Caballeros, no pueden pelear aquí: esto es el Salón de la Guerra!".

 

SOLUCIONES:

 

1. La primera es muy facilita: Es lo que le dice Humphrey Bogart a Claude Rains justo al final de Casablanca, mientras se pierden en la niebla. Siempre he pensado que ese final era en realidad el principio de otra película que, afortunadamente, jamás se rodó (aunque hubo el proyecto de una continuación que se llamaría Brazzaville). Mejor; así podemos imaginar libremente qué fue de Rick y el capitán Renard, ese par de cínicos románticos.

2. Sentados a la mesa de un restaurante, Billy Crystal le dice a Meg Ryan que una mujer no puede fingir un orgasmo sin que el hombre se dé cuenta. Ella le responde fingiendo un orgasmo tan convincente como escandaloso. Una de las comensales, que asiste asombrada a la escena, le dice al camarero: “Tomaré lo mismo que ella”. Eso ocurre en Cuando Harry encontró a Sally.

3. Una asombrosamente bella y sexy  Lauren Bacall le dice a Humphrey Bogart que si quiere algo de ella, silbe. A continuación, le suelta la frase en cuestión. La peli es Tener y no tener.

4. Todos los merodeadores frikis lo habéis adivinado al instante. ¿Quién podría pasar a la historia del cine con un diálogo de una sola palabra? Solo Arnold Schwarzenegger, en Terminator.

5. Es lo que grita Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo, de Elia Kazan, basada en la obra de teatro de Tennessee Williams. Confieso que todos los personajes de esta película me caen fatal. Sobre todo, la insoportablemente cursi Blanche DuBois.

6. Otro grito desesperado, esta vez el de un niño llamando a un pistolero arrepentido, la única figura paterna que ha conocido. En el extraordinario western Raíces profundas (que sirvió de inspiración a Clint Eastwood para hacer El jinete pálido).

7. Eso es lo que grita Victor Frankenstein cuando su monstruo cobra vida en Frankenstein, de James Whale. Todos los frikis lo sabíais, ¿verdad?

8. Se lo dice un inquietante Anthony Perkins a Janet Leigh poco antes de matarla. ¿Os suena el Motel Bates? Estamos hablando de la inmensa Psicosis, del gran Hitchcock.

9. Si digo “Sra. Robinson” todo está más claro, ¿no es cierto? Debí de ver El graduado cuando tenía quince o dieciséis años, y se convirtió en la película favorita de mi primera juventud, quizá porque me sentía tan confuso como Dustin Hoffman.

10. Claro, esto tiene trampa, porque esa frase se ha dicho en mil películas, aunque jamás en los relatos de Conan Doyle. Pero, ¿en qué film se dijo por primera vez? Pues en Las aventuras de Sherlock Holmes, de 1939, con Basil Rathbone como protagonista, uno de los mejores Holmes de la historia.

11. Los frikis no solo lo habrán sabido a la primera, sino que además habrán experimentado un orgasmo. Ese diálogo no lo pronuncia un ser humano, sino el ordenador HAL 9000 antes de morir en 2001: Una odisea del espacio.

12. Esto ya es más peliagudo y solo los auténticos frikis de mente y de corazón podrán responderlo. Esa frase es la última que pronuncia el astronauta Dave Bowman antes de “entrar” en el monolito gigante de 2001 que orbita en torno a Júpiter. Sin embargo, no se pronuncia en la película de Kubrick (aunque sí en la novela de Clarke). Esa frase es la que abre la secuela dirigida por Peter Hyams, 2010: Odisea dos. Un film nada desdeñable, aunque inevitablemente eclipsado por su precedente.

13. Si alguno no ha sabido responder a esto... en fin, no sé si se merece merodear por Babel. Estamos hablando de la frase final de una de las más maravillosas películas de todos los tiempos: el King Kong de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Este año se cumple el 90 aniversario de su estreno.

14. De todas las frases gilipollas que se han pronunciado alguna vez en cualquier película, esta es la más estúpida de todas. No solo era un diálogo, sino que además se convirtió en el eslogan del film: Love Story, una de las más cursis, tramposas y lacrimógenas películas jamás rodadas.

15. Lo dice Jim Carrey en la que sin duda es su mejor película: El Show de Truman.

16. Hablando de frases gilipollas, esta lo es y mucho. Se lo suelta Yoda a Luke en El imperio contraataca. Es una de esas frases estilo zen que parecen llenas de sabiduría, pero ¿qué significa en realidad? ¿Que hay que hacerlo todo bien a la primera? ¿Que no hay que ensayar y entrenar? Menudo instructor de mierda el enano orejotas.

17. ¿Habéis caído en la trampa? Porque esa frase jamás se pronuncia en Casablanca. En realidad pertenece a Sueños de un seductor, la película de Herbert Ross basada en la obra de teatro de Woody Allen Play It Again, Sam.

18. Otra facilita. Es lo que todos estábamos deseando que  Rhett Butler le dijera a la fascinante pero insufrible Escarlata O’Hara, en Lo que el viento se llevó.

19. Se lo dice Roy Scheider a Robert Shaw en Tiburón la primera vez que ve al bicho. Y tenía razón.

20. Uno de los múltiples y sofisticados insultos que profiere ese maestro de la humillación que es el sargento Hartman, en La chaqueta metálica.

21. Sencillita también. Es lo que advierte William Munny mientras se aleja del pueblo en la noche, bajo la tormenta, después de haberse cargado al sheriff "Little Bill" Daggett y a sus ayudantes. Estamos hablando de esa soberbia obra maestra que es Sin perdón.

22. También fácil. Se trata de uno de los surrealistas diálogos de Amanece, que no es poco.

23. Con esta frase inicia Lloyd Bridges (el papá de Jeff) su progresiva inmersión en el pánico, en Aterriza como puedas, la más descacharrante sucesión de gags jamás filmada.

24. Si eso te lo dice una enfermera de mediana edad, gordita y con una bondadosa sonrisa, puedes confundirlo con un halago. Pero si la enfermera es Kathy Bates y la película Misery, entonces es la antesala del infierno.

25. Es lo que exclama el presidente de Estados Unidos, interpretado por Peter Sellers, en una parodia muy negra sobre la guerra fría llamada Teléfono rojo, volamos hacia Moscú.

 

            Pues eso es todo. ¿Cuántas habéis acertado? Yo diría que si son trece o más ya podéis consideraos cinéfilos de pro. Y si son menos... bueno, puede que algunos de esos diálogos no os sonaran. Pues ahora ya os suenan; para que luego digan que Babel no sirve para nada.

            Con este refrescante juego, me despido de vosotros hasta quién sabe cuándo. Por si acaso, feliz verano.

sábado, junio 10

Llanto y rechinar de dientes

 


            Esta mañana me he despertado derramando lagrimones como puños, sumido en el negro pozo de la desesperación y la amargura. Al dirigirme al baño para cumplir con mi diario aseo, la imagen que me ha devuelto el espejo ha sido un dardo que se me ha clavado entre las aurículas izquierda y derecha al recordarme lo que soy. Con un gemido agónico, he intentado mesarme los cabellos, hasta que he recordado que no hay nada que mesar. Luego, ya bajo la ducha, el agua se deslizaba por el sumidero mezclada con mis lágrimas, mi dolor y mis mocos.

            Reuniendo las pocas fuerzas que me quedaban, me he vestido y me he arrastrado hasta la cocina como un caracol. ¿Despacio? No, aunque también. Como un caracol porque mientras me deslizaba por el parqué iba dejando a mi paso un rastro húmedo; no de babas, sino de eso: lágrimas y mocos. Tras prepararme un café con leche, que hoy tenía sabor amargo, me he arrastrado a mi despacho, a duras penas me he encaramado al sillón y, tras una hora larga de llanto inconsolable, me he puesto a pulsar el teclado con la esperanza de que las palabras pudieran aliviar mi sufrimiento; pero es inútil, no hay bálsamo capaz de calmar el dolor que me causa esta herida, esta úlcera, esta septicemia que me asola el alma.

            Supongo que os preguntaréis qué me pasa, aunque algunos ya lo habréis adivinado. ¿Que qué coño me pasa? Pues me pasa, maldita sea mi estampa, que hoy, diez de junio de 2023, cumplo... ¡70 años!

            La madre que me parió...

            Ya no hay excusas, ya no queda nada a lo que agarrarse: soy total, absoluta y definitivamente viejo, soy viejo que te pasas, soy una mierda de anciano, un despojo humano, un fósil viviente, soy un dinosaurio que todavía no se ha enterado de lo del asteroide, soy un vestigio del pasado, soy material de derribo, soy objeto de estudio para Indiana Jones, soy un bulto en un anticuario, una pieza desechada en cualquier museo. Resumiendo: para calcular mi edad hay que recurrir a la estratigrafía o al carbono 14.

            Y no me gusta, no me hace maldita la gracia; de hecho, me sienta como una patada en las pelotas. Me lo tomo como una afrenta, como una broma de mal gusto, como una catástrofe al lado de la cual lo del Krakatoa fue poco más que un petardo.

            ¡ADVERTENCIA!: Si alguien está tentado de decirme: “Pero la alternativa a hacerse viejo es peor, porque significa que te mueres”... Si alguien piensa decirme eso, le aconsejo que no lo haga. Porque si lo hace, averiguaré dónde vive y, con las últimas fuerzas de mis trémulas manos, le rebanaré el pescuezo. ¡Ya sé que hay cosas peores! Y no me consuela lo más mínimo. Morirse es chungo, no lo niego, pero envejecer también. Y cuando te mueres ya todo te importa un pijo, pero cuando envejeces estás cabreado y deprimido, y te duelen órganos del cuerpo que ni siquiera sabías que tenías.

            Contar 70 primaveras me colma de sorpresa, porque jamás creí que alcanzaría tan vetusta edad. Como mucho, me daba hasta los 65. Ya veis, como profeta también soy un fraude. Además... ¿Cómo expresarlo?... En fin, que no me gustan los viejos; me parecen un coñazo.

            Vale, hay viejos cojonudos, viejos que da gusto estar con ellos, viejos que te olvidas de que son viejos en cuanto hablas un minuto con ellos. Pero son una minoría. De hecho, muchos de mis amigos tienen mi misma edad: ergo son viejos. Pero son mis amigos, los he escogido yo, así que se parecen a mí en muchos aspectos y son carcamales diferentes.

            Aun así,  en el núcleo más íntimo de mis amistades venía pasando algo terrible desde hace un tiempo: Nos encontrábamos y uno le preguntaba a una: ¿Qué tal estás de la espalda? Y la interpelada respondía con profusión de datos clínicos. Entonces otro se ponía a hablar de sus cervicales, o de que se había quedado sordo de un oído, o de que tenía un ojo chungo... Joder, la primera hora de nuestros encuentros parecían un episodio de House. Me deprimía tanto que les rogué que cuando nos preguntáramos que qué tal estábamos, respondiéramos con un escueto “bien” o “mal” sin entrar en detalles.

            El caso es que, en general, los viejos no me gustan. Me parecen aburridos, acartonados, desenganchados del mundo, pesados, fúnebres y deprimentes. Se quedaron anclados en algún momento del pasado y ya no hay quien los saque de ahí. Huelen a naftalina. En particular, me enervan los viejos encantadores, esos ancianos como de peluche que son todo bondad y dan ganas de abrazarlos. Porque lo que a mí me provocan son ganas de atizarles con un lenguado en los morros y borrarles la estúpida sonrisa de la cara. ¿A qué viene esa complacencia y esa felicidad, carcamales? Prefiero los viejos gruñones que, al menor descuido, te tientan los lomos de un bastonazo. Al menos se rebelan; aún queda algo de energía en sus decadentes despojos,

            Pero ¿sabéis lo peor de todo? Que mi cuerpo tiene 70 años, pero mi cerebro no. Por favor, pero si hay partes de mi mente que todavía no han superado la adolescencia. De hecho, en conjunto, mi cerebro cree que tiene treinta años, el muy idiota.

            ¿Y lo más triste? Hace cinco años que estoy jubilado, pero solo en teoría, porque gracias a (o por culpa de) la Ley del Creador puedo seguir siendo un autónomo en activo. Es decir, sigo trabajando exactamente igual que antes. Y eso es lo único que todavía me une a mi perdida juventud. Deprimente, ¿verdad? Lo único que me salva un poquito es el castigo bíblico del trabajo. Para echarse a llorar. Y, además, eso me conduce a una pregunta aún más deprimente: ¿Cuántas novelas me quedan por escribir? Hace treinta años habría contestado que innumerables, infinitas casi, pero ahora sé que no, que la mayor parte de mi obra ya la he escrito y que lo que falta es limitado. No sé cuánto, pero menos de lo que ya he producido, eso seguro. Si no me diera tanta grima, me cortaría las venas.

            Exageras, diréis: hoy estás igual que ayer; 70 solo es un número. Es cierto, estoy como ayer: igual de jodido. Y sí, 70 es un mero guarismo, un jalón, un marcador, y la constatación numérica de que soy un puto viejo. De eso no me libra nada, salvo el tiempo, porque el año que viene tendré 71 y ya me dará igual todo. Puesto que estamos en la mierda, chapoteemos en ella. Y dentro de una década, si llego, tendré 80 y el cerebro de un boniato; me cagaré y me mearé encima, se me caerá la baba y oleré a naftalina. Lo único que espero es conservar la energía necesaria para liarme a bastonazos con el primero que se acerque.

            Y ya vale, no quiero seguir hablando de este turbio asunto. Para terminar este vómito de palabras con un toque culto, cerraré con una frase. Y como sucede con todas las frases, lo más probable es que sea de Oscar Wilde. De hecho, lo es:

            La tragedia de la vejez no es que uno sea viejo, sino que uno es joven”.

            Hala, ya está; a hacer puñetas.


            NOTA: El de la foto soy yo con tres o cuatro años. Parece mentira que una criatura tan angelical como ese niño haya acabado convirtiéndose en el desastre que soy ahora. La máquina de escribir era de mi padre -aunque ya la había cambiado por una Olivetti-, una vieja Underwood que ya era vieja entonces. Una década más tarde, aprendí a escribir al tacto con ella. La teclas eran duras como piedra y se me pusieron unas manos que ni las de Suarcenagüer.