sábado, octubre 31

Un cuento de miedo

 

            Otra vez Halloween, amigos; esa fiesta pagana tan odiada por algunos adultos serios y severos, y tan querida por los niños. Y por mí; ya sabéis lo que pienso de la noche de brujas: me encanta. Aunque no la celebro de ninguna manera, pero da igual. Me gusta Halloween.

            Por desgracia, este año, como todo en este maldito año, va a ser un Halloween descafeinado, soso, triste. No habrá fiestas de disfraces, ni monstruos y brujas recorriendo las calles, ni truco o trato, ni golosinas. Una mierda de Halloween, vamos. Y, paradójicamente, este va a ser el Halloween más Halloween de todos, porque hay un auténtico Leatherface, o Lecter, o Jigsaw, o Freddy Krueger, o Jason, o Norman Bates, recorriendo las calles; un asesino en serie invisible llamado Covid-19.

            En fin, vamos a intentar olvidarnos del puñetero virus durante un ratito. Antes de nada, una advertencia: para conmemorar este Halloween homeopático, he escrito un cuento de miedo. Se llama El reencuentro y os espera al final del post. Ahora vamos a hablar de nuestros gustos terroríficos. Es decir, de los míos, que para eso es mi blog; luego, si queréis, opináis en los comentarios.

            De entrada, no soy especialmente aficionado al género de terror. Tampoco me desagrada, pero no soy un fan. No obstante, mis tres novelas de terror favoritas son estas:

            1. Los libros de sangre, de Clive Barker. En realidad no es una novela, sino cinco antologías de relatos. Y qué relatos, amigos; todos entre buenos, magníficos e insuperables. Un obra maestra.

            2. Cementerio de animales, de Stephen King. Podría haber elegido casi cualquier otra de King, pero esta me parece especialmente inquietante. Una versión de La pata de mono, de W. W. Jacobs. Que, por cierto, quizá sea mi relato de terror favorito.

            3. En las montañas de la locura, de H. P. Lovecraft. Creo que es su mejor novela o, al menos, la más fascinante. No es mi escritor favorito, pero es un autor canónico y le rindo un pequeño homenaje en mi próxima novela El Círculo Escarlata.

            Y ahora mis películas de miedo favoritas. Mejor dicho: las que más yuyu me han dado:

            1. Alien: el octavo pasajero, de Ridley Scott. Me hice caquita en los pantalones la primera vez que la vi en cine. Disfruté como un loco pasándolo mal con esta historia gótica disfrazada de ciencia ficción.

            2. Al final de la escalera, de Peter Medak. En mi opinión, la mejor historia de casa encantada jamás filmada. Un monumento a lo inquietante. Parece mentira que se pueda sobrecoger tanto con una simple pelotita.

            3. La matanza de Texas, de Tobe Hooper. Quizá la película más desagradable de la historia. Se rodó en 16 mm, que luego fueron “hinchados” a 35, lo que le da una textura sucia y grimosa a la imagen; algo muy apropiado para una historia sucia y grimosa hasta decir basta.

            Estoy pensando en cómics, pero no se me ocurre ninguno; debo de haber leído pocos de ese género. Ahora vamos al cuento.

            No suelo escribir historias de terror. En realidad, creo que no había escrito ninguna hasta ahora. Tampoco suelo escribir relatos ultracortos, pero este lo es: apenas 650 palabras. Y de miedo. Espero que os guste; o, mejor dicho, que os desagrade.

            Feliz y tenebroso Halloween, merodeadores.

            El reencuentro

            By César Mallorquí

       Aquel atardecer, como cada día, cada hora, cada minuto, el ocaso me sorprendió recordando a Isabel. Apenas habían transcurrido dos meses desde nuestra separación, pero a mí se me habían antojado una eternidad. La añoraba tanto... ¿Por qué me abandonaste, Isabel? ¿Qué hice mal? ¿En qué me equivoqué? Tu ausencia ha convertido mi vida en un infierno; si querías castigarme, ya lo has hecho sobradamente.

            Los ojos se me llenaron de lágrimas al evocar la filigrana de sus rizos, la perfección de sus facciones –como los rasgos de una diosa tallados en mármol-, la suavidad de su piel de melocotón. La primera vez que la vi, recuerdo, pensé que era la mujer más hermosa del mundo, y que era con ella, y no con ninguna otra, con quien quería compartir el resto de mi vida. ¿Y cómo olvidar la dicha que me embargó cuando ella confesó compartir mi amor y, poco después, nos casamos? Mi felicidad era plena, exultante, absoluta; pero algo, en algún momento, se torció.

            Tales eran mis pensamientos desde que Isabel me dejó; un ir y venir en torno a ella, dando vueltas a su imagen como una polilla fascinada por el resplandor de un quinqué. Llorando su ausencia por dentro y por fuera, anhelándola, deseándola, doliéndola.

            Me enjugué las lágrimas con el antebrazo y fijé la mirada en el sol, una esfera anaranjada flotando sobre el horizonte. Mi mente se quedó en blanco durante unos instantes y, de pronto, algo se removió en mi interior, un relámpago de determinación adueñándose de mi ánimo. Basta de no hacer nada, me dije, deja de compadecerte a ti mismo y reacciona. Me negaba a creer que Isabel ya no me amase; puede que la hubiese ofendido de algún modo, puede que estuviera dolida conmigo, pero seguía amándome. De eso no albergaba duda alguna.

            Animado por aquel repentino arranque de energía, abandoné el balcón, me puse una chaqueta y salí de la mansión en busca de Isabel. La encontré en aquel jardín melancólico y sombrío, inmóvil, con la mirada perdida. ¿Pensando en mí? Eso quiero creer. No mostró sorpresa al verme, no dijo nada, era como si estuviera esperándome. Yo tampoco hablé; la cogí entre mis brazos, la apreté contra mi pecho y nos besamos. Luego, la conduje de regreso al hogar que nunca debió haber abandonado.

            La noche había caído cuando llegamos a la casa. Con ella en brazos, como si fuéramos una pareja de recién casados, subí al dormitorio y la deposité suavemente sobre el lecho. Me quedé mirándola; era tan hermosa... Me incliné sobre Isabel, la besé y comencé a despojarla de la ropa; ella se dejó hacer, lánguida como una ninfa. Cuando le quité la última prenda, me desvestí rápidamente, con premura, con ansiedad, y me tumbé a su lado. No hubo reproches ni excusas; las palabras ardían, consumidas por la pasión, antes de aflorar a los labios.

            Hicimos el amor una y otra vez, toda la noche; al principio como tímidos adolescentes, luego como fieras salvajes que quisieran arrancarse la piel a base de mordiscos y besos. Acaricié con avaricia sus generosos pechos, lamí sus pezones de fresa, traspasé la frontera de su palpitante vulva. Fue un eclosión de lujuria y amor. Mi felicidad era plena.

            Horas más tarde, los primeros rayos del sol naciente atravesaron el ventanal, tiñendo de oro el interior del dormitorio. Isabel y yo estábamos tumbados en la cama, desnudos, uno al lado del otro, exhaustos y felices. Reprimiendo el perezoso impulso de quedarme así para siempre, me levanté de la cama, me desperecé y me vestí. Luego, cogí a Isabel en brazos, salí con ella de casa, la llevé de nuevo al cementerio y volví a enterrarla.

            Más tarde, cuando regresé a mi hogar, quité las sábanas de la cama para limpiarlas de fluidos, carne putrefacta y gusanos, y abrí la ventana con el propósito de espantar el olor.

 

F I N

           

 

viernes, octubre 16

Ineptos, mediocres y ambiciosos

             La política es el arte de impedir que la gente se meta en lo que sí le importa, dijo el escritor Marco Aurelio Almazán. Y Edmond Thiaudière, por su parte, comentó: La política es el arte de disfrazar de interés general el interés particular.

            Me gustaría creer que la política no es siempre así, que existen políticos honestos. Y cuando digo “honestos” no me refiero a que no roben –estoy casi seguro de que no todos los políticos lo hacen-, sino a que pongan el bien del país y de sus habitantes por encima de cualquier otra consideración. Puede que en el pasado los haya habido en España, pero desde luego ahora no. De hecho, creo que el actual sistema de partidos ha tomado una deriva que pone en peligro nuestra democracia y, lo que es peor, mi salud gástrica.

            Los partidos se han convertido en empresas que no producen nada, salvo, en mayor o menor medida, poder. Por tanto, un partido-empresa vale tanto como el poder que maneje; no solo poder parlamentario, sino también el poder de su influencia social. Como toda empresa, los partidos generan estructuras en las que pululan los grandes jefes, los jefes, los jefecillos y los pringados. Y también generan unas normas extraoficiales de funcionamiento interno que regulan, entre otras cosas, el sistema de ascenso en la organización.

            ¿Qué hay que hacer para prosperar en un partido político? Primero, estudia derecho. Después (o durante) afíliate a las juventudes del partido. Participa mucho, ofrécete voluntario a todo, procura conocer –y que te conozcan- el mayor número posible de líderes de la formación. Porque necesitas un padrino. Así que te dedicas en cuerpo y alma a lamer todos los culos importantes que se crucen en tu camino. Hasta que encuentres un culo poderoso que considere agradable el masaje linguo-anal que le practicas y te adopte.

            Entonces ese culo poderoso te promocionará. Primero, quizá una concejalía, después algún puesto intermedio en el partido... Pero ojo, tienes que ser absolutamente fiel a tu culo protector. Nada de tener ideas propias, porque tus ideas deben ser las suyas. Y nada de brillar demasiado, no vaya a ser que le hagas sombra. Pero eso no debe preocuparte, porque el culo importante se cuida muy mucho de adoptar a gente mediocre que no pueda competir con él. Así que no le des más vueltas, porque no debes esforzarte en parecer mediocre. Lo eres. Aunque, no te creas, eso es una ventaja para tu carrera.

            Ahora todo depende de si tu culo protector sigue bien implantado en el partido. Por si acaso, tú vas a seguir lamiendo todos los culos importantes que tengas a mano. Pero, ojo, ni se te ocurra lamer los culos rivales de tu protector, porque eso pondría en entredicho el valor más importante que tienes: la lealtad.

            En el caso de que tu culo mecenas prospere, tú prosperarás. Aunque, claro, tendrás que aprender algunas habilidades, como poner zancadillas a los compañeros y propagar infundios sobre ellos. Porque la tuya no es la única lengua que lame ese culo, tienes competencia. Debes ser un buen trepa. Así que te abres paso a codazos y, si tu culo padrino alcanza la presidencia del partido, cuenta con un buen cargo interno. Y si alcanza la presidencia de gobierno, serás ministro o, cuando menos, secretario de estado. A partir de ahí, el infinito es tu límite. ¡Y sin haber dado un palo al agua en tu vida!

            ¿Pero qué pasa si tu culo protector cae en desgracia? Debes ser ágil y buscar rápidamente otro culo importante que lamer. Lo catastrófico sería que el poder interno cayera en algún culo rival de tu protector, porque entonces tú quedarías señalado con la marca de Caín y serías un paria. En tal caso, lo mejor que puedes hacer es quedarte en hibernación y seguir lamiendo culos a la espera de tiempos mejores. En última instancia, podrás dejar la política y ser contratado por algún bufete. Y tranquilo: no te querrán para que trabajes (¿Trabajar? ¿Qué es eso?), sino por tus contactos.

            Vale, ¿adónde quiero ir a parar con esto? Pues a que, en política, lo que se premia no es la inteligencia, ni el conocimiento, ni las ideas, ni la capacidad de trabajo, sino la lealtad y la mediocridad. En consecuencia, los partidos han generado un sistema que expulsa a los mejores y promociona a los peores. Y por eso tenemos el panorama político que tenemos.

            Centrémonos en las tres primeras fuerzas del parlamento. El líder de Vox, Santiago Abascal, se saltó la parte de estudiar una carrera y entró en el PP con 18 añitos. Eligió el culo de Esperanza Aguirre para lamer, y ella le premió con algunas mamandurrias. Pero no debió de ver el panorama lo suficientemente abierto para sus ambiciones, así que se cambió de partido y desembocó en una fuerza extraparlamentaria de extrema derecha. Que la corrupción del PP y la inutilidad de Rajoy hicieron posible que llegara al congreso. Siempre hay que contar con la suerte. Abascal nunca ha estudiado, nunca ha trabajado y sus ideas son del pleistoceno. Pero ahí lo tenéis.

            ¿Y qué decir de Pablo Casado? Estudió Derecho en el ICADE durante los cursos 1999-2004, y sólo consiguió aprobar 12 asignaturas. Pero ya había entrado en las juventudes del PP, así que  trasladó su expediente al centro privado “Colegio Universitario Cardenal Cisneros” (afín al partido), y en tres añitos más logró aprobar la carrera. Luego está lo del máster, claro. El caso es que Casado no parece ser muy avispado que digamos. Un punto a su favor.

            Comenzó su carrera política como diputado de la Asamblea de Madrid, lamiéndole el culo a Esperanza Aguirre. Luego, siempre en el mismo sector ideológico del partido, fue jefe de gabinete de Aznar. Ese sí que era un culo suculento que lamer. En fin, resumiendo: Rajoy dice ciao. Sáenz de Santamaría y Cospedal, dos pesos pesados, compiten por el liderazgo. Casado es el tercero en discordia; un mindundi al lado de ellas. Gana Sáenz de Santamaría. Pero Cospedal, antes muerta que ver a su rival coronada, así que le cede los apoyos a Casado y éste sale triunfante de carambola. La suerte, la suerte...

            Casado fue un mal estudiante, nunca ha trabajado en su vida y jamás ha expresado un idea medianamente original. Pero ahí lo tenéis.

            ¿Y qué decir de Pedro Sánchez? Mira por dónde, no estudió Derecho, sino Ciencias Económicas y Empresariales. Jamás ha trabajado en el sector privado. Se afilió al PSOE en 1993, y ahí ha seguido desde entonces. Lamió los culos de Trinidad Jiménez y de Pepe Blanco, y prosperó en el partido hasta que, tras la marcha de Rubalcaba, alcanzó la secretaría general. Pero se granjeó muchos enemigos, así que en 2016, tras un motín de la Ejecutiva Federal, renunció a la presidencia y entregó su acta de diputado. Luego, en 2017 anunció su candidatura y volvió a ser elegido secretario general. El resto ya lo sabéis.

            A mí Sánchez me recuerda a uno de esos boxeadores rocosos que aguantan los golpes sin inmutarse, un fajador que, por muchos uppercuts que reciba, sigue en pie hasta derrotar a su adversario por puro cansancio y aburrimiento. En eso es admirable, sin duda. Pero ¿brillantez?: cero. ¿Sentido de estado?: cero. ¿Planes de futuro?: cero. Da la sensación de que su único propósito es alcanzar el poder y mantenerse en él con uñas y dientes. ¿Para qué? Si lo sabe no lo ha dicho.

            Sánchez nunca ha trabajado, su única experiencia ha sido el partido y jamás ha expresado una idea motivadora. Pero ahí lo tenéis, presidiendo el país.

            Así son nuestros principales líderes. Es para echarse a llorar, aunque será mejor que ahorremos lágrimas para nuestro último ejemplo: Isabel Díaz Ayuso. Estudió periodismo y se afilió al PP en 2005, cuando Casado presidía las nuevas generaciones. Alfredo Prada, consejero de justicia e interior de Madrid, la llevó a su departamento de prensa. Allí conoció a Esperanza Aguirre, y se puso a lamerle el culo con entusiasmo (ese culo parecía una rampa de lanzamiento). Aguirre, en agradecimiento a la muchacha, le confió una tarea importante: gestionar la cuenta de Twitter de su perro Pecas. Creo que fue entonces cuando Ayuso alcanzó su nivel de incompetencia.

            Después de eso, Ayuso ocupó algunos carguitos en la asamblea de Madrid. Pero como previamente le había hecho un trabajo fino al ojete de Casado, este la nombró candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Ayuso obtuvo el peor resultado del PP en la capital, pero aliada con la extrema derecha y los bobos de Ciudadanos, alcanzó la presidencia. Carece de formación y experiencia de gestión, es inculta, inepta y con muy escasas luces; no ha trabajado en su vida, no ha hecho nada que valga la pena reseñar. No está preparada para presidir ni una junta de vecinos. Es, sencillamente, tonta e inútil. Pero ahí la tenéis, hecha una reinona, conduciendo con mano firme el rumbo de la comunidad hacia una debacle pandémica. Ayuso es el mejor ejemplo de hasta qué punto puede ser perverso nuestro sistema de partidos.

            Podemos y Ciudadanos son partidos demasiado recientes para aplicarles el proceso que he descrito. Pablo Iglesias es un hombre preparado y, además, ha trabajado (¡!). El problema es que su ego no cabría ni en el hangar que la NASA emplea para guardar sus cohetes. Él fue el principal artífice del fulgurante crecimiento de su partido. Y él es el responsable de su declive electoral. Demasiado vanidoso y demasiado egocéntrico; un hombre cegado por su propia inteligencia. En cuanto a Ciudadanos, baste decir que Albert Rivera ganó merecidamente el premio al político más tonto de la historia de la democracia española. Y mira que tenía competencia. Respecto a los demás partidos... en fin, no nos pongamos pesados.

            Así son nuestros líderes, amigos; una panda de mediocres e ineptos cegados por la ambición. Con semejantes mimbres, no es de extrañar que el Congreso se haya convertido en el bochornoso espectáculo que es ahora. Una especie de guiñol en el que ¿nuestros representantes? vociferan y se insultan con un ímpetu digno de mejor causa.

            ¿Os imagináis si nos comportáramos como ellos en nuestra vida privada? Salgo de casa, me encuentro con el vecino del segundo y el hombre me saluda: Buenos días, César. Y yo le respondo: Buenos días tu puta madre, vecino felón, traidor, irresponsable, incapaz y desleal. Sería raro, grotesco y grosero, ¿verdad? Cualquiera en su sano juicio reprobaría ese comportamiento. Pues, entonces, ¿por qué lo aceptamos en el ámbito político?

            No es de extrañar que los españoles consideremos que el segundo mayor problema del país sea la clase política. Lo es. Una panda de irresponsables que denigra las instituciones y abona el terreno para los populismos. Nos están conduciendo al desastre, y nosotros los seguimos como tiernos corderitos camino del matadero.

            Ya no leo la sección política de los periódicos (salvo los titulares), ni la veo en los telediarios, ni la escucho en la radio. La política, que antes me interesaba y luego me indignaba, ahora lo único que hace es provocarme bochorno y sopor. Aunque, vale, tampoco hago nada para remediarlo; salvo escribir este texto, que no es un post, sino una pataleta.

martes, octubre 13

Babel sigue cabalgando

 



            El sol asoma por entre las nubes, queridos merodeadores, regalándonos un radiante amanecer.

            ¡Los problemas con Blogger parecen haberse solucionado!

            Así pues, La Fraternidad de Babel sigue adelante.

            Estoy más contento que unas castañuelas.

            Floreat Babel!

 

P.S.: De todas formas, por si acaso, ya había creado con Wix otro blog, La Fraternidad de Babel II.

martes, octubre 6

¿Adios?

Queridos merodeadores: Ha llegado un momento que, más tarde que temprano, acabaría llegando. El final de La Fraternidad de Babel. Lo inesperado son las causas. Blogger ha decidido cambiar la interfaz de sus blogs. Y ahora no sólo es un lío, sino que además funciona fatal. Hasta ahora, escribía las entradas en Word y luego las pegaba al blog. Ya no se puede. Y eso me impide, entre otras cosas, colgar los cuentos de Navidad. Utilizar Blogger ha pasado de ser algo fácil y rápido, a convertirse en lento, dificultoso y desagradable. No puedo seguir así, es un soberano coñazo. De modo que de momento dejo el blog. Esperaré a ver si se corrigen los problemas, intentaré encontrar alguna solución. Pero por ahora no subiré ningún post más. No sabéis cuánto lo siento; se me parte el corazón. Han sido muchos años en Babel, y me entran ganas de llorar al pensar que este año, el 24 de diciembre, no colgaré mi tradicional cuento navideño. Ni siquiera lo escribiré. En fin... Si las cosas no cambian, intentaré escribir una última entrada despidiéndome. De momento, hasta luego.