
Anoche volví a ver -esta vez en TV- Cadena perpetua, una película dirigida por Frank Darabont y protagonizada por Tim Robins y un como siempre espléndido Morgan Freeman. Es una buena película y, mientras la veía, recordé el relato en que está basada: Rita Hayworth y la redención de Shawskank, una novela corta de Stephen King que apareció en la antología Las cuatro estaciones.
Stephen King renovó el género de terror durante los años setenta y ochenta y, antes de perder el rumbo (así como el sentido de la medida), produjo una serie de obras más que estimables, como El resplandor, El misterio de Salem's Lot, Christine, La zona muerta o Cementerio de animales. Es muy posible que en un futuro se le considere un clásico del terror y que su nombre se una a los de Poe, Machen, Lovecraft o Bloch. No obstante, la crítica académica, como no podía ser de otra forma, lo desprecia olímpicamente, relegándole al infierno de los autores populares y bestselleros. Un mediocre artesano, subliteratura. Caca.
Bueno, es cierto que desde hace mucho tiempo King no escribe nada decente, y también es verdad que no se trata precisamente de un estilista, pero hay que reconocer que cuando estaba en plena forma era un magnífico narrador. Es decir: sabía contar condenadamente bien una historia. De hecho, Rita Hayworth y la redención de Shawskank es una pequeña pieza de relojería. No se trata de un relato de terror, sino de una historia carcelaria, y como tal reune sin el menor pudor todos y cada uno de los tópicos del género. Pero los hilvana con tanta maestría que la historia acaba pareciendo nueva. La verdad es que es un prodigio de narración.
Y eso me lleva a pensar que, con gran frecuencia, los escritores profesionales, los artesanos de la escritura, narran mejor que muchos autores de sólido prestigio entre las élites culturales. De hecho, conozco a más de un escritor español de gran renombre que no tiene ni pajolera idea de narrar (es decir, de contar historias). No deja de intrigarme ese desdén de gran parte de los "escritores literarios" autóctonos hacia la técnica narrativa. ¿Será por el poderoso influjo de Benet? ¿Será una meditada apuesta estética? ¿O será simple, llana y meridiana incapacidad? Porque narrar bien es condenadamente difícil...
Ah, por cierto, Rita Hayworth y la redención de Shawskank no sólo es un canto a la amistad, sino también un tributo a la inteligencia, pues en el fondo narra la historia de cómo el cerebro y los conocimientos pueden triunfar sobre la violencia y la barbarie. Lo cual, a mi (escasamente) humilde modo de ver, es una tesis que no está nada mal.
6 comentarios:
Mi capitán: es simple, llana y meridiana incapacidad. Por lo que respecta a tus preguntas y mi tajante opinión.
Me temo que así es, Braulio. El problema es que esa incapacidad se ha convertido en regla.
No solo en regla, mi capitán: incluso en timbre de prestigio y honor. Si de verdad quieres ser escritor laureado, reconocido, pero no se te da mal crear tramas narrativas de cierta solidez, disimula, fíngete experimental, dinamita de vez en cuando la trama. O solo te ganarás el respeto, en el mejor de los casos, de algún que otro millón de masa lectora.
De hecho, pienso que el influjo de Benet ha sido terriblemente pernicioso para la literatura española. Le crecieron hijos bastardos como zarzas de campo, por todos sitios y descontrolados, un poco como más tarde le ha pasado a Cela y a su hijo Umbral. Yo también me maravillo del soserío de esta suerte de autores y reivindico el gusto por contar historias. Una novela debe ser, ante todo, una buena historia. Bien contada y con un planteamiento formal determinado. El lenguaje, se sobreentiende, debe ser de calidad. Pero eso es obvio, no: igual que cuando vas a ver al médico, buscas uno que tenga la licenciatura, digo yo...
Hace poco, hice un reportaje sobre la presencia más continuada de literatura de género en las estanterías, y le pregunté al respecto a José Carlos Somoza. El me contestó con más contundencia de la que yo podría expresar acerca del tema:
“No solo es positivo y no solo es algo irreversible (a fin de cuentas, los escritores escribimos sobre lo que nos da la gana, y no sobre lo que dicen que debemos escribir), sino que lo veo el único camino posible de la literatura hacia el futuro”.
“Nuestra literatura estuvo demasiado tiempo anclada en la concepción de la novela del siglo XIX. El placer de leer, el encanto y el juego de la lectura, se disolvió en la masturbación intelectual de nuestra literatura posfranquista, que parecía una especie de carrera de obstáculos para autores incapaces de ver otra cosa en la novela que su propio ombligo (y que en muchos casos así se quedaron toda la vida, porque jamás cruzaron los Pirineos)”.
Poco más que decir.
En cuanto a King, es un folletinista, en la línea de algunos tipos que hubo en el siglo XIX y al os que la historia no ha tratado mal: Dickens, Dumas, Conan Doyle... gente que se ganaba la vida escribiendo cosas a veces no del todo perfectas, pero que perviven hoy mientras contemporáneos suyos que pretendían ser Flaubert pero no podían llegar a serlo han quedado olvidados.
Estoy básicamente de acuerdo con lo expuesto y me parece muy lamentable, además de bastante estúpido, el desdén de determinados “consagrados” hacia eso tan dificil que es narrar bien una historia. Sin embargo querría matizar algo que dijo Llamero: “Si de verdad quieres ser escritor laureado, reconocido, pero no se te da mal crear tramas narrativas de cierta solidez, disimula, fíngete experimental, dinamita de vez en cuando la trama…” Sin querer entrar en polémicas y reconociendo que quizás he sacado de contexto sus palabras, no comparto esa contraposición que he creído entender entre lo narrativamente eficaz y el adorno erudito y superfluo. No me parece que el “experimentalismo” tenga que ser necesariamente un estorbo para una narración interesante. La incorporación de técnicas innovadoras, el juego, la originalidad, inteligentemente utilizados, no sólo no molestan sino que pueden convertirse en valiosos instrumentos que enriquezcan la intriga, la multiplicidad de visiones o, simplemente, el interés de la historia. Claro, como todo, depende de la medida, de saber hacerlo bien y justificado o de dárselas de hermético y quedar sólo en estrafalario. Vuelve a ser cuestión de eficacia narrativa.
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