jueves, mayo 25

Sobre la memoria y otras mentiras

Estoy leyendo un libro muy interesante; se llama Por qué el tiempo vuela cuando nos hacemos mayores (Alianza, 2006) y su autor es el profesor holandés de Historia de la Psicología Douwe Draaisma. El texto trata sobre la memoria; mejor dicho, sobre la llamada “memoria autobiográfica”, que es la parte de la memoria donde almacenamos las vicisitudes de nuestra vida. Escrito en un lenguaje asequible para el profano –se trata de un libro de divulgación-, el profesor Draaisma plantea preguntas aparentemente muy sencillas, pero cuyas respuestas resultan extraordinariamente complejas, si es que tienen respuesta.

Por ejemplo, la llamada “amnesia infantil”. ¿Cuál es el recuerdo más antiguo que podéis evocar? En el 99’9 % de los casos, se tratará de un recuerdo correspondiente a la época en que teníais entre tres y cuatro años. De hecho, poquísima gente recuerda algún suceso anterior a los tres años de edad. ¿Por qué? A fin de cuentas, desde que nacemos –y probablemente aún antes de nacer-, nuestro cerebro va almacenando datos en el archivo de la memoria, pues en eso consiste el proceso de aprendizaje. Pero esos datos, por algún motivo, no son autobiográficos. ¿Cuál es la causa de esa amnesia que deja en la oscuridad a nuestra primera infancia? Hay muchas teorías y ninguna respuesta cierta, pero resulta revelador que nuestros primeros recuerdos correspondan a la época en que desarrollamos el lenguaje. Según el profesor Draaisma, hasta que aprendemos a hablar no adquirimos un concepto básico para el recuerdo: el del tiempo, la idea de “pasado”. La mente de un niño de un año de edad vive en un continuo presente en el que sólo existe el ahora, sin la menor conciencia de un antes y un después. Sólo cuando adquirimos el lenguaje, y descubrimos los distintos tiempos verbales, podemos ordenar la realidad según esquemas temporales, lo cual permite a nuestro cerebro el correcto almacenamiento de la “memoria autobiográfica”. Pero sólo es una teoría, claro.

Otra cuestión que trata el libro es el llamado “síndrome de Proust”. Ya sabéis, al principio de En busca del tiempo perdido, Marcel Proust cuenta cómo al mojar un bollo en te y comerlo, evoca de repente recuerdos lejanos de su infancia. Lo cierto es que eso es un fenómeno universal: los olores tienen un inmenso poder evocador. ¿He dicho “olores”? ¿Pero no era el sabor lo que disparó la memoria de Proust? Bueno, el caso es que nuestra paleta de sabores es muy restringida: sólo manejamos cuatro. Sin embargo, los olores son infinitamente más variados. Cuando comemos, lo que llamamos “sabor” es fundamentalmente “olor”; por eso, cuando estamos acatarrados y se nos tapa la nariz, la comida parece no “saber” a nada. Pero claro que sabe: dulce, salado, ácido o amargo, eso lo percibimos con o sin catarro. El resto son olores.

El caso es que los olores pueden evocarnos de forma instantánea recuerdos que teníamos perdidos. ¿Por qué? De nuevo no hay una respuesta concreta; lo cierto es que el olfato, que es un sentido “viejo”, actúa de forma algo distinta a los demás sentidos. Los bulbos olfativos, a diferencia de los otros receptores sensoriales, tienen conexiones directas con las zonas más profundas y primitivas del cerebro; en concreto, con el sistema límbico y, muy en particular, con el hipocampo, un órgano esencial para el almacenamiento de los recuerdos. Además, esas conexiones apenas se ramifican hacia el neocórtex, donde residen los centros de la inteligencia, la conciencia y el lenguaje. Por eso hay tan pocas palabras para definir los olores; si os paráis a pensarlo, nos referimos a los olores atendiendo a su procedencia, no a su naturaleza. Decimos “huele a mierda”, o “huele a humedad”, o “huele a rosas”, pero apenas disponemos de adjetivos y nombres específicos para el olor. Quizá eso se deba a que, en nuestro cerebro, la zona del lenguaje y la de los olores apenas están conectadas.

En cualquier caso, resulta evidente que los olores poseen la capacidad de despertar recuerdos dormidos. Algunos afirman que el olfato evoca precisamente los recuerdos más antiguos, aunque otros muchos investigadores no están de acuerdo. En mi caso, los olores sí que suelen hacerme viajar a tiempos muy remotos. Al oler, por ejemplo, ciertos plásticos, ciertos barnices, o a naftalina, o a madera recién cortada, o a Ozono Pino, mi mente se ve instantáneamente catapultada a la infancia. Pero ocurre algo más, algo sorprendente y extraño: no sólo evoco imágenes o sonidos, sino también, y con gran intensidad, sensaciones.

¿A qué me refiero con “sensaciones”? Es difícil de explicar. No se trata de emociones, aunque también, sino del “tono vital” que experimentaba en aquel momento. Antes, “sentía” la vida de una forma distinta a como la siento ahora. De hecho, mi forma de “sentir” la realidad ha ido variando a lo largo del tiempo y supongo que lo seguirá haciendo hasta que estire la pata. ¿Cómo son esas diferentes formas de “sentir” el mundo? Ahí está el problema: no hay palabras para describirlas. Quizá, al igual que ocurre con los olores, esa “sensación de fondo” es límbica y, por tanto, pre-lingüística. Lo cual significa que no puede compartirse. Y es una verdadera pena, porque ese sentimiento, como demuestra el síndrome de Proust, está íntimamente asociado a nuestros recuerdos autobiográficos, forma parte de nosotros, es algo muy valioso... pero no podemos expresarlo.

Creo que Marcel Proust, al escribir En busca del tiempo perdido, afrontó la titánica tarea de expresar verbalmente esos “sentimientos de fondo”. Si recordamos el comienzo de su obra, precisamente el momento en que engulle la dichosa magdalena, lo que Proust evoca no es un recuerdo en forma de imagen o sonido, sino una sensación.

“...me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas de bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba”.

Sólo mucho después, tras denodados esfuerzos, el narrador logra evocar el momento de su infancia en que probó por primera vez aquel sabor, lo que da paso a ese inmenso alarde descriptivo de toda una época. Pero, como decía antes, no creo que el propósito de Proust fuera tanto relatar su mundo como transmitir las “sensaciones” de ese mundo. De ahí su obsesión por describir minuciosamente los más pequeños detalles, pues es en esos detalles donde anidan las “impresiones” que él pretendía comunicar. Desgraciadamente, nosotros sólo podemos apreciar la carga estética de sus descripciones, pero apenas, y sólo de forma muy indirecta, su carga emocional. Proust construyó una catedral de palabras para expresar verbalmente lo que no puede expresarse verbalmente. Y, en gran medida, fracasó; aunque el suyo fue un fracaso sublime. El problema es que hay sentimientos que sólo tienen significado en nuestro interior. Fuera, no son nada.

Supongo que ése es uno de los muchos aspectos que adopta la soledad.

17 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya, Juanmi. Muy curioso lo de Vives, pero ¡habría sido tan bonito que esta entrada no tuviera ningún comentario! Una especie de: "lo sentimos, fray César. Tiene usted razón. No nos llega su perpejlidad, o su tristeza, o lo que quiera que sienta ante esta imposibilidad de transmitir las sensaciones. ¡Bravo!, ha fracasado".
0 comments: otra forma de soledad.

Anónimo dijo...

Sí que es fascinante. Los olores nos trasladan al pasado inmediatamente, como un camino directo al fondo de la memoria. Me ha parecido buena la idea de que nos cueste trabajo expresar los olores (no lo habia pensado)debido a que la zona de los olores y el lenguaje no esten conectados. De todas formas no creo que un niño de 2 o 3 años no tenga recuerdos, lo que pasa es que no recuerda el detalle, pero si, por ejemplo, recibe palizas, la sensacion de dolor y desamparo se le queda, aunque no recuerde quien le golpea ni los detalles d ela escena. Es creo una memoria más bien sensorial.
A mi me parece que el recuerdo más viejo que tengo es de 2 años con mi abuela, pero no ha mucho encontré unas fotos en las que la escena me es familiar al recuerdo, y ya no se si es un recuerdo construido. Quien sabe.
De todas formas, os contaré un caso de recuerdo de una persona cercana más adelante, pero que entra dentro del terreno de lo paranormal, y, aunque no creo en estas cosas, curioso es. Una amiga mia tiene un hermano que murió. Ella Tenia dos hijas en ese momento, y luego tuvo una tercera. Bueno pues esta tercera, que no conocio a su tio, mantiene una obsesion desde niña con su tio, y el caso es que acierta en muchisimos detalles de sus gustos, manias, etc... Tanto que a la madre siempre le ha dado repelus. Y ahora, de adolescente, la chica es obsesion por saber de su tio, le pregunta a la abuela, etc... Y lo cuerioso es que no lo ha conocido, y desde cría, siempre mencionandolo, diciendo las cosas que le gustaban , etc...
Pero bueno, creo que me he salido del tema, es que me parecía curioso por lo del recuerdo.

Anónimo dijo...

El cerebro y cómo se organiza es lo fascinante.

Si asociamos con intensidad un hecho a una sensación (las cerezas -> la enfermedad), se queda grabado y el hecho nos hará revivir las mismas sensaciones.

Lo mejor es que según la PNL (programación neurolingüística) podemos cambiar esa asociación o crear una-s nueva-s. En fin que podemos reprogramarmos. ¡Esto si que parece cf! ¿no es genial?

Mi primer recuerdo (con el tiempo se va desdibujando) no tiene palabras. Y de hecho siempre me ha sido difícil explicarlo porque era de antes de que tuviese palabras. Es una sensación de explosión + alegría + conocimiento + nervios + impotencia. Era que yo y me pusieron al teléfono a mi abuela (a saber si tenía yo un año o menos)... ¡Y yo COMPRENDÍ que estaba hablando mi abuela por ese cacharro! Entonces estaba muy contenta, porque sabía quién me hablaba, y yo quería decir que lo entendía... Pero yo no podía expresarlo porque, supongo, que no sabía hablar.

Las neuronas debieron saturarse por el CONOCIMIENTO y por eso me acuerdo. (Dicho finamente: la intensidad del hecho debió ser muy grande, -por muy idiota que hoy pueda parecer-).

Y claro, cuando no hay palabras es difícil contar a los otros lo qe se siente. Después tenemos bonitas metáforas, símiles, y tal...

Estamos solos dentro de estos cuerpos. Sí.

Todo ello hasta cuando inventen "el grabador de sensaciones" y podamos reproducirlas en otra persona. (Había una película... ¿de los primeros ochenta?... Grababan la muerte de una investigadora...).

Anónimo dijo...

¡Brainstorm! (1983) Con Christopher Walken...

sfer dijo...

Esto está totalmente "off-topic" que dicen los ingleses, pero no se me ocurre otro sitio donde ponerlo.

Fray César... mis niñas, las del club de lectura juvenil de la biblioteca en la que trabajo, leyeron "La Mansión Dax" el mes pasado, y tienen unas cuantas preguntas para el autor. ¿Tienes un ratín para contestarlas?
Mándame un mail a librosfera@gmail.com y, si te parece bien, te las envío.

Gracias por adelantado :-)

Javier Albizu dijo...

Menos mal que los olores no son las unicas sensaciones que nos hacen revivir tiempos pasados. Porque sino, aquellos que, como yo, no tenemos olfato, tendriamos una vida de lo mas triste.
De todas formas el lenguaje verbal siempre se ha mostrado mas bien inutil (o ineficaz) para describir las sensaciones. Pero que le vamos a hacer, por ahora es lo unico que tenemos.

Anónimo dijo...

Hola Anonima, tengo un amigo que me habla tb del PNL, pero no se donde puedo encontrar informacion sobre el mismo. ¿pudieras pasarme algun dato?. Gracias

Anónimo dijo...

Yo, como Javier Albizu, tampoco tengo olfato (anosmia se llama la cosa). O sea que me ahorro el ir a El Bulli y que se jorobe Ferran Adriá (o que invente algo para anósmicos)
Pero si hay sensaciones que me hacen revivir el pasado. Aunque el olor a tierra mojada por la lluvia no sea ya más que un recuerdo.

Magda Díaz Morales dijo...

Qué cierto es que los olores provocan recuerdos. Kawabata, en La casa de las bellas durmientes, evoca su pasado a través del olor de las flores...

Anónimo dijo...

Mazarbul,

Soy un desastre recordando datos, pero en San Google puedes encontrar seguramente un montón de información.

Empieza si quieres por aquí:

http://www.pnlnet.com/chasq/

También hay libros: cuanto más básicos mejor. Es muy entretenido ir a una librería medio decente y pasar el rato ojeando páginas de un tema como la PNL...

Si no puedes ir en vivo, pásate por

http://www.diazdesantos.es/

y parecidos.

Para mí que con técnicas de estas podemos fijar falsos recuerdos en nuestro consciente: como en esas historias que tantas veces nos han contado de cuando éramos pequeños, y ya no sabemos si son recuerdos nuestros, o nos los hemos fabricado después de que tanto nos los recuerden.

(¿Es o no es cf? ¿ein?). El cerebro es fascinante, y programarlo ¡la bomba!

Artabro dijo...

Yo, que soy fumador, hace poco, solo unos años, un día que estaba acatarrado, estornudé y de pronto aquel olor, de mi propio estornudo, entre acido, tabaquil y profundo, me trajo a la memoria que ese mismo olor era el que despedía mi maestro, cuando yo tenía siete años, y hacía lo propio.
¡Vivimos en un círculo!

Anónimo dijo...

¡Vaya que sopresa!, llegué a esta página porque mi amiga Klept0 me invitó, a leer esto, después de comentar en mi bitácora una de mis vivencias titulada Ren-evocaciones.

Saludos.

El Zórpilo.

Anónimo dijo...

Disentiré: la zona del lenguaje si ignora que existen las palabras para describir las percepciones, no es que no sirva, es que está muda.
El Comité Francés del Perfume clasifica el perfume en siete grandes familias, divididas en cuarenta y cinco subfamilias.
Por moda, se aprecian y se analizan los sabores, el bouquet del vino; mientras se mantiene el desconocimiento sobre el perfume, que a mí me ha interesado siempre.
Para más información:
http://gatopardo.blogia.com/temas/perfumes.php
Y cuando alguien dice ylang-ylang, bergamota, chipre, si se conocen, llegan los conceptos perfectamente expresables.
Y Proust ha logrado hacerme llorar a lágrima viva de emoción con la desaparición de Albertine, cosa que no han logrado las técnicas escapistas de mis amantes, por lo que debe de haber un momento y un estado anímico para comulgar con él. Y el caso es que lo releo a menudo y siempre me agarra, desde el primero tomo hasta el último.

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

Qué bueno que estuvo este artículo, me encantó!