viernes, mayo 18

Contra la tauromaquia

Voy a confesaros algo de lo que no me siento orgulloso: me gusta el boxeo. En efecto, disfruté en el pasado con la coreográfica elegancia de Muhammad Ali, o con la contundencia de George Foreman, o con la milimétrica precisión de “Sugar” Ray Leonard, o con el agresivo estilo de Julio César Chávez, o con el preciosismo técnico de Evander Holyfield... Si un amigo, hace años, me hubiera dicho: “pero cómo a alguien como tú puede gustarle algo tan brutal como el boxeo”, yo le hubiera respondido que el boxeo no es sólo brutalidad. No disfruto viendo a dos roqueños pegadores sacudiéndose leches, pero sí lo hago contemplando el combate entre un estilista y un buen pegador, o entre dos estilistas. Ahí hay estrategia, habilidad, inteligencia, esgrima; ahí, en el pugilismo técnico, hay arte. Eso es lo que hubiera dicho hace años, sí señor. Y, en parte, tendría razón. Pero sólo en parte.

Ahora, permitidme que os cuente algo que sucedió hace catorce o quince años. Estaba en casa, solo; conecté el televisor y encontré un combate de boxeo empezado. Creo que estaba en juego el título europeo de no recuerdo qué categoría; probablemente peso medio o supermedio. Tampoco recuerdo los nombres de los boxeadores, así que los llamaremos A y B (lo que sí recuerdo es que A era italiano). Bueno, debían de andar por el sexto o séptimo round y A le estaba propinando un severo castigo a B, quien, agazapado tras una cerrada guardia, se limitaba a responder con alguna que otra contra. Al acabar el round era evidente que lo había ganado A a los puntos. Se inició el siguiente round y las cosas siguieron igual; es decir, A golpeando a diestro y siniestro y B agazapado soltando ocasionales contras. De pronto, al cabo de un par de minutos, el árbitro detuvo el combate y decretó la victoria de B por KO técnico. Tongo, pensé yo (y los locutores que retransmitían la pelea); estaba claro que A iba ganando a los puntos y no daba la menor sensación de que sufriese lesión alguna. Un tongazo como la copa de un pino. Apagué la tele y así quedó la cosa.

Pero al día siguiente leí en el periódico una noticia que me estremeció. Poco después del combate, el boxeador A entró en coma y al cabo de una horas murió. Me sentí fatal. Había presenciado un homicidio retransmitido en directo y mi único pensamiento fue que el árbitro había hecho tongo. Un homicidio, sí; involuntario, por supuesto, pero causado directamente por un deporte-espectáculo al que yo era aficionado. Porque el boxeo profesional contempla entre sus opciones el Knock-Out; es decir, la pérdida de consciencia de uno de los púgiles causada por el impacto del cerebro contra las paredes internas del cráneo. Esos impactos pueden producir severas lesiones neurológicas, o incluso la muerte, como en el caso de A. Pero sin llegar a tanto, las secuelas del boxeo son tremendas. Recordé a Muhammad Ali temblando como un flan por el Parkinson causado por los golpes (probablemente por los golpes que le propinó Joe Frazier en sus tres combates). Recordé también a Paulino Uzcudun, campeón de Europa de los pesados en 1926 y 1933. Le conocí siendo yo un adolescente y él un enorme y robusto anciano. Un enorme y robusto anciano al que era casi imposible entender ni una palabra de lo que decía y que, durante los años anteriores a su muerte, no recordaba nada, ni siquiera sus días de gloria. Juguetes rotos, así los llamó Summers.

Ese día comprendí algo y tomé una decisión. Comprendí que ningún espectáculo justifica que sus protagonistas pongan en riesgo su vida o su salud. En cuanto a la decisión, me juré a mí mismo que jamás volvería a presenciar un combate de boxeo. Y lo he cumplido; desde entonces, no he visto ni un round, y, pese a que me sigue gustando el boxeo, estoy muy satisfecho de esa decisión. Digamos que me siento más consecuente conmigo mismo. De hecho, si en mi mano estuviese prohibiría el boxeo profesional; es decir, aquellos combates en que, con presencia de público, los púgiles reciben dinero por partirse la cara.

¿Por qué hablo de boxeo si el título del post va sobre tauromaquia? Porque quiero dejar claro que no basta con que a uno le guste una cosa para que esa cosa sea buena. Cuando veía combates (siempre por TV), sólo veía una parte del boxeo, el espectáculo, el arte del pugilismo, pero me negaba a ver lo que había detrás. Y lo que había detrás, amigos míos, era terrible. Puestas en una balanza la parte buena y la parte mala, pesaban mucho más los aspectos negativos del boxeo, de modo que, por un mínimo de coherencia ética, yo no podía formar parte de esa barbaridad, ni siquiera como espectador en la distancia.

Ahora hablemos de toros. No me gustan las corridas taurinas; nunca me gustaron y a estas alturas puedo aventurar que jamás me gustarán. De hecho, me ponen enfermo. Me parece una fiesta bárbara y cruel; me desagrada su estética, que evoca los peores tópicos de mi país, y no veo por ninguna parte ese arte que, al parecer, tanto hace disfrutar a los aficionados. Pero, ojo, no niego que ese arte exista. Yo soy incapaz de verlo, igual que otra gente es incapaz de ver ni una pizca de arte en el pugilismo, pero acepto que la tauromaquia sea un arte. No obstante, que algo pueda ser considerado artístico no implica necesariamente que sea bueno. Por ejemplo, muchas personas –entre ellas Sun Tzu- sostienen que la guerra es un arte, y convendréis conmigo que la guerra no es, desde ningún punto de vista, algo bueno ni, desde luego, deseable.

El caso es que, al igual que decía acerca del boxeo, si en mi mano estuviese prohibiría las corridas de toros. Y no porque me gusten o me disgusten (recordad que el boxeo me gusta), o porque sean o no un arte, sino por la ética implícita en el espectáculo. La tauromaquia es moralmente reprobable, y tengo dos razones distintas para afirmar esto.

En primer lugar, no debería permitirse ninguna diversión pública donde el peligro para la integridad física y la vida de quienes lo protagonizan forma parte consustancial del espectáculo. En realidad, es el mismo argumento que en el caso del boxeo, y contra él tanto los aficionados a los toros como al pugilismo suelen alegar dos objeciones. La primera, que los toreros (o los boxeadores) se dedican a lo que se dedican porque quieren. Nadie les obliga a torear (o pelear). Es cierto, pero también es verdad que son muchas las razones que pueden obligar a hacer barbaridades: la miseria, la ambición, la fama o, sin ir más lejos, las ganas de follar. Pero esto, en realidad, da igual, porque no basta con el libre consentimiento de los protagonistas para que un espectáculo sea lícito. En caso contrario, podríamos justificar, por ejemplo, las luchas de gladiadores. Si los que van a pelear a muerte lo hacen libremente (y no os quepa duda de que, si hay dinero de por medio, brotarían como hongos los candidatos a gladiador), ¿cuál es el problema? Pues que una sociedad civilizada no puede aceptar cierto tipo de prácticas, igual que no acepta el Free Fight, o Pelea Total sin reglas, una variedad de lucha que es ilegal en todas partes, pero que suele practicarse clandestinamente en algunos países del este de Europa. La segunda objeción que suele alegarse es que si el riesgo físico supusiera un impedimento, muchos otros espectáculos, aparte de los toros, deberían prohibirse. Por ejemplo, la Fórmula 1. Pero hay un punto de falacia en este ejemplo: en las carreras automovilísticas, el riesgo de los pilotos no forma parte consustancial del espectáculo. Lejos de ello, las medidas de seguridad han ido mejorando hasta tal punto que ya no recuerdo cuándo un piloto de Formula 1 ha resultado muerto o severamente lesionado en el curso de una competición. Pero, ¿qué pensaríamos si los organizadores de las carreras pusieran en los circuitos baches, zanjas y charcos de aceite para incrementar el riesgo? Nos parecería una barbaridad. Ahora bien, ¿por qué no se permite el afeitado de los toros? Porque la posibilidad de que el torero sea corneado forma parte de las reglas del toreo. Es decir, la eventual muerte del matador (o del banderillero, o de cualquier otro subalterno) no es un accidente, sino un lance más de la tauromaquia. Y eso es una barbaridad.

La segunda razón que me lleva a abominar de la tauromaquia es que se trata de un espectáculo que consiste, básicamente, en la tortura y muerte de un animal. No, no, dirá alguien; se trata de la noble lucha del hombre contra la bestia, del arte de esquivar la muerte con valentía y elegancia... Vale, sí, el arte de la tauromaquia; aunque yo no lo vea, ya lo he aceptado de partida. Pero todos esos soberbios capotazos, todas esos pases de muleta tan artísticos como la catedral de Burgos, todas esas posturas gallardas, todo el colorido de la fiesta, todo en la tauromaquia tiene como foco la tortura y muerte de un animal.

Permitidme que os describa lo que le sucede a un toro desde el momento que sale al coso. El animal pasa de un lugar oscuro a un círculo de arena iluminado por un sol que le ciega momentáneamente. Sólo percibe una intensa algarabía humana a su alrededor. Cuando recupera la visión, distingue una figura que le cita en la distancia. Embiste, pero un capote desvía su acometida. Tras varios mareantes capotazos, un hombre montado a caballo entra en el coso. El toro embiste, impacta contra el costado derecho de la montura, y se encuentra con una puya de diez centímetros clavándose en su carne, rompiendo fibras, tendones, arterias, y dejando un boquete por el que escapa la sangre a borbotones. Tras varios puyazos, algunos de los cuales pueden superar los cuarenta centímetros de extensión, el toro se aleja del picador. Tiene el morrillo lacerado por la pica; una arteria lanza un intermitente chorro de sangre. Siente un dolor terrible. Otro hombre entra en el coso, esta vez sin caballo ni capote. El animal embiste, pero el hombre le esquiva y le clava en la carne dos banderillas, dos arpones, ocho centímetros de acero. Luego, otro par. La banderillas, cuando el toro se mueve, se bambolean de un lado a otro, desgarrando la carne del animal y provocándole un dolor muy intenso. Además, los arpones seccionan músculos, tendones y nervios, impidiéndole al toro levantar la cabeza. Tras la faena, con el animal debilitado por la pérdida de sangre y el dolor, llega la hora de matar. Muchas veces, la espada perfora un pulmón; por eso el toro vomita sangre. Si el animal cae, sufrirá una dolorosa agonía hasta que el puntillero lo remate. Si le quedan fuerzas para seguir acometiendo, recibirá más espadazos; con suerte, alguno le seccionará la médula, acabando rápidamente con su agonía. Eso es lo que les sucede anualmente a unas treinta mil reses en esta nuestra España.

Ah, olvidaba hablar de los caballos de los picadores. Antes iban a cuerpo descubierto, pero quedaba feo ver sus intestinos desparramándose sobre la arena, así que les pusieron peto. El peto protege de las cornadas perforantes, pero 650 kilos de embestida bastan y sobran para romperle las costillas al caballo y reventarle los órganos internos. Por cierto, para evitar los relinchos de terror, que podrían molestar al público, muchas veces se le seccionan al caballo las cuerdas antes de salir a la plaza.

Eso es lo que realmente ocurre en los cosos, por mucho que lo disfracemos de oro, grana y arte. Creo que una de las condiciones –no la mayor, pero tampoco la más pequeña- para considerar civilizada a una sociedad, es el respeto a los animales. Debemos matar para vivir, somos el máximo predador que ha pisado la faz de la Tierra; y lo somos gracias a nuestra prodigiosa mente. Pero esa misma mente nos dota también de sensibilidad y empatía, por lo que deberíamos matar inflingiendo el menor dolor posible. Y desde luego no deberíamos regocijarnos con un espectáculo basado en la tortura de animales. Permitidme que reproduzca parte de un artículo publicado por Jesús Torbado en El Mundo (13-5-90):

“Pero la práctica de la tauromaquia no es repugnante sólo por ese legalizado desprecio hacia las vidas ajenas, por la alegría ante ese agónico sufrimiento de los toros, sino por la propia posición del hombre frente al espectáculo. La satisfacción ante la tortura ajena coloca al ser humano en una posición muy comprometida ante sí mismo y sus supuestos valores morales”.

Y más adelante concluye:

“El espectáculo taurino no es más que la síntesis oficializada de todas las aberraciones y tropelías que se cometen con los animales sólo porque no saben defenderse mejor y porque nosotros hemos decidido que somos superiores. Por experiencia larga sé que toda argumentación antitaurina es inútil y que trae mas odios y rencores que manifestarse contra cualquier otra de las muchas barbaridades que a diario nos rodean. Pero, desgraciadamente, los toros no saben escribir ni contar sus sufrimientos. Tampoco muchos hombres son capaces de comprender que el gozo por el dolor ajeno es lo que menos ennoblece su ensoberbecida identidad humana”.

Mi experiencia también me dicta que es inútil intentar razonar con los aficionados a la tauromaquia. Ellos sólo ven el arte, la fiesta y el espectáculo, y se niegan a ver todo lo demás. Para ellos, la sangre de los toros no es más que un colorista adorno, pero esa sangre es sinónimo de dolor y muerte. Para ellos, cuanto más en peligro ponga su vida el torero, mejor será la faena, pero ninguna vida debería arriesgarse por un motivo tan nimio como la diversión ajena.

Así pues, este comentario que acabo de escribir no servirá para nada, ya que sólo convencerá a quienes estaban previamente convencidos. No obstante, cuantas más voces se alcen en contra de ese bárbaro espectáculo, antes conseguiremos erradicar la tauromaquia de nuestra (in)cultura nacional. Ojalá sea pronto.

33 comentarios:

Anónimo dijo...

hay una variedad enorme para clasificar a los seres humanos. Según el color de la piel, la forma del craneo, factores culturales,... Yo haría la clasificación atendiendo a la parte que más nos distingue del resto de seres vivos. No me refiero a nuestra inteligencia sino a lo que se supone que debe ir asociado a esa mente evolucionada, y es la sensibilidad. Como mejor se demuestra esa sensibilidad no es emocionandose con una ópera sino con el dolor ajeno, tanto da que sea el que sufre un semejante, igual de consciente que nosotros, o el de un facotero con una percepción del mundo exterior mucho menor. En esta clasificación el extremo más bajo lo ocuparían, además de infinidad de desconocidos, hitler, Bocassa, Idi Amin Dada, Torquemada,... y según fueramos subiendo en la escala atendiendo a su ISMNS (Índice de Sensibilidad Manifiesta No Simulada)nos encontraríamos con personas más completas, con seres humanos con los que sería un placer compartir la merienda, afines a nosotros mismos que odiamos la tauromaqúia, la cacería salvaje, el toro de coria, los toros de fuego, la cabra de no se donde y la prisión de Guantánamo.
Homo Éticus, amigos mios, ese es nuestro siguiente paso evolutivo. O bien desaparecemos en el que nos encontramos ahora.
Qué le vamos a hacer.

Unknown dijo...

Pues estamos igual, o casi: me encanta el boxeo, veo ocasionalmente algún combate cuando me interesa alguno de los protagonistas y, sobre todo, veo muchos combates antiguos... pero, siendo honesto, cuanto menos deberían tomarse mayores medidas de protección (incluyendo esas antiestéticas máscaras que han salvado la vida a más de un amateur, y moficando el peso y el compuesto de los guantes).

En cuanto a los toros, es que yo no veo por dónde cojer una "fiesta" como ésa, en la que se tortura de forma espantosa a un animal. Me decía un amigo que, de no existir la "fiesta" de los toros, el toro de lidia se extinguiría como especie. Pues oigan, adelante: a los toros actuales no les importaría pasar lo que les queda de vida pastando y procreando, y acabando hecho pedazos para filetes y estofados pero sin que previamente les desaten encima la inquisición entera.

Alberto T dijo...

Muy buena y acertada la comparación boxeo, toros, gustos y coherencia personal, me ha gustado mucho la entrada y sí, tienes toda la razón, mantener un debate con un aficionado a la tauromaquia es muy complicado. Yo nunca he visto nada que me llamase la atención en esta barbara tradición pero sí me ha creado repulsa cuando he visto lo que ocurría.

Otro de los argumentos que suelen usar, bueno, que sobretodo usa un familiar mío, es que gracias a esta "fiesta" los toros no se extinguen, ya que se crían para morir en el ruedo y eso permite que sigan sobreviviendo. Me parece un argumento muy estupido, la verdad, en muchos lugares del mundo hay animales tan grandes o más e igual de bravos que no mueren en ningún espectaculo y no se extinguen, o incluso están protegidos para que no lo hagan.

Anónimo dijo...

Es que no tengo más remedio que volver a intervenir. Ante ese absurdo argumento de que desaparecería la raza de lidia (jamás la especie) he de decir, que el toro de lidia no es una raza aparte, sino una selección de la que forma ya forma parte. A base de cruzar a las vacas más cabreadas con los novillos de peor carácter, vamos consiguiendo una población de desdichados tarados propensos a embestir con furia ante la desaprobadora mirada del fantasma de su tatatatatarabuela que era una pobre vaca de mirada lánguida y lametazo fácil. Una especie de raza aria bobina, o algo así.

Alberto T dijo...

He leído los comentarios y veo que mi familiar no es el único que usa lo de la extinción, veo que a victor tambie´n se lo han soltado.

Unknown dijo...

Pero es que, oigan, aun cuando fuera una especie en sí misma, ni siquiera la pervivencia de esa especie justifica en absoluto la tortura de cada uno de los animales que la componen. Que si el toro de lidia fuera una especia en sí misma, pues vale la pena dejar que se extingan: "¡qué barbaridad dice este hombre, quiere que se extinga una especie entera!". Pues aunque es evidente que no son una especie, sino una élite de la selección artificial, sí. Sí señor. Que envejezcan en paz los que quedan, y mueran sin tener que aguantar verse rodeados de tipos que gritan, pinchados antes de la faena, picados con saña -de mano de un tipo gordo subido a un caballo que semeja un armadillo- con el único fin de acortar la carrera y debilitar al "noble" animal, adornados con unas banderillas cuyos aguijones miden más de cinco centímetros y que demasiadas veces se clavan mal y se deben volver a pinchar, o por culpa de un banderillero torpe y asustado acaban en el lomo, hiriendo aún más... Y luego la espada que lo atraviesa de lado a lado cuando el matador es hábil. Cuando no, pues otro intento. Y otro. Y si no va, el descabello, un puñal disfrazado de espada a la nuca. Que falla a menudo, claro, con las consiguientes repeticiones.
Si sólo falta que les corten las orejas y el rabo mientras sigue vivo, joer.

Anónimo dijo...

Ojalá desaparezca esta barbarie vergonzosa. A ser posible junto con el 6% de la población que van a las corridas de toros.

Kaplan dijo...

Esta respuesta va a parecer curiosa, porque voy a hacer hincapié en el ejemplo, no en el objeto central del comentario.
Mi sentimiento con respecto a la tauromaquia es exactamente el mismo que despierta en usted, Fray César, el boxeo. En cierta época de mi vida acudí a corridas de toros y disfruté enormemente con el arte que se despliega en una plaza. No puede ser descrita de otra forma una emoción que en determinados lances le hace a uno levantarse del asiento enardecido por la belleza plástica de lo que se acaba de ver, de lo que se acaba de sentir. Sin embargo, siempre tuve presente la tortura que representaba para el animal, y seguramente fue ese dilema moral, unido (no quiero mentirme) a la baja calidad del toreo exhibido en aquellos años y las casi nulas dosis de arte que ofrecía, lo que finalmente hizo que me alejará de los toros. Conste que esa dualidad me torturó durante un tiempo. Es duro obtener emociones inimitables sabiendo que son también moralmente reprobables, que se está disfrutando con algo que sin duda no está bien. Al final venció, creo, el lado que debía hacerlo.
El boxeo, sin embargo..., esa es otra cuestión. Es un deporte (o actividad si alguien no quiere siquiera concederle tal distinción) en el que dos personas eligen libremente, por deseo propio, realizar una actividad con la que no sólo no sufren, sino que les da disfrute. Les gusta tanto como a un futbolista o a un cantante el ejercicio de sus profesiones. Son libres y no perjudican a nadie, por tanto, ¿por qué habría que prohibirlo? ¿Empezamos a velar por el bien común y a decidir qué es bueno y malo para cada uno? ¿Colocamos una sensación de desagrado colectivo por encima de la libertad individual? ¿Continuamos a partir de ahí y prohibimos también la prostitución (sí, estoy fervientemente a favor cuando se trata de algo voluntario), la demostración de amor homosexual en lugares públicos (me refiero a un beso) y otro tipo de actividades "desagradables" por el bien de una mayoría escandalizada? Podría continuar hasta el final, hasta la eutanasia, aunque creo que no hace falta que aclare que estoy violentamente a favor de tal ejercicio de libertad individual.
El toro es un animal al que se somete a una violencia y muerte atroces sin consentimiento, ya que no tiene raciocinio, pero el boxeo se realiza entre dos ciudadanos que libremente han decidido hacer lo que hacen. Y disfrutarlo. Prohibirlo me parecería -y espero César que no te ofendas, puesto que no es mi intención provocar tal cosa- un acto de fascismo considerable.
Y quiero acabar con un comentario aclaratorio que, aunque en este foro creo innecesario, siempre ofrezco a algunos radicales antitaurinos. Es sólo recordar que el público no va a la plaza para disfrutar con la tortura de un animal, sino para ver el arte que despliega una persona que intenta dominarlo. Aunque suene bastante crudo, se trata de un daño colateral que, como ya he aclarado antes, a mí me parece intolerable, pero no el objeto de disfrute.

César dijo...

Samael, Víctor & Alberto: en efecto, el principal argumento de los taurinos es que si no hubiera corridas se extinguiría la especie. Como bien señala Samael, en todo caso se extinguiría la raza; una raza seleccionada eugenesicamente para producir reses agresivamente taradas. Lo mismo que, a nivel canino, se ha hecho con, por ejemplo, los Rottweiler. Pero es que, además, ya han desaparecido muchas razas de toro de lidia sin que, al parecer, le importe a alguien. Por ejemplo, los Raso-portillo, los Vistahermosa o los Vazqueños.

Pero Víctor también tiene razón cuando dice que, suponiendo que el toro de lidia fuese una especie (que no lo es), mejor sería que desapareciese si su único destino es la tortura. Y también Alberto está acertado al señalar que bastaría con proteger a las razas bravas creando, por ejemplo, reservas, igual que hicieron los norteamericanos con los búfalos.

Kaplan: en primer lugar, permíteme felicitarte por tu coherencia ética al rechazar el toreo pese a que te guste. Muy pocos aficionados son capaces de hacerlo.

En cuanto a las objeciones que expones en contra de mi rechazo al boxeo, creo sinceramente que ya están contestadas en el texto. En primer lugar, lo que yo prohibiría es el boxeo profesional (es decir, el boxeo espectáculo), pero no el boxeo aficionado. En segundo lugar, si el libre consentimiento de los participantes bastara para justificar un espectáculo, entonces sería lícito re-instaurar, por ejemplo, las luchas de gladiadores, ¿no?

Por último, ya sé que los aficionados a la tauromaquia no van a la plaza para deleitarse con la tortura de los toros, sino con el arte del torero. Es decir, sólo ven una parte del espectáculo, pero eso no quiere decir que la otra parte, la fea, exista. En cualquier caso, esa cegura parcial no es una excusa, sino una muestra de insensibilidad.

Akaki dijo...

Yo de pequeño solía ir todos los años con mi familia a ver la corrida de toros cuando eran las fiestas del pueblo y la verdad es que me entretenía. Supongo que iba por costumbre aunque también lo veía con otro sentido. Luego, más mayor, ya empecé a verlo de otra manera, y fue cuando dejó de gustarme. Ya no entendía nada de lo que pasaba dentro de la plaza y no he vuelo a ir por ello, mi familia tampoco y no sé por qué.

Yepetta dijo...

No me gusta que maten a los toros. ¿Por qué no se matan entre ellos mismos? Ahora deberia ser al revés. Ganar dinero por matas (aunque sean animales. Me da igual!!!!) es aplaudir a un asesino. ¡No es justo! A mi el boxeo me da igual. Los hombres entran en el ring? porque quieren, no porque le sobligan *_*U

Alicia Liddell dijo...

Detesto ese espectáculo, pero más aún a los taurinos.

Manuel dijo...

Me encanta este blog y el artículo está muy bien argumentado. Dada justamente la línea de argumentación usada por César me gustaría exponer algunas ideas.

En varias ocasiones he notado que es imposible convencer a un verdadero aficionado a la tauromaquia: su educación, su condicionamiento, su "background" hacen imposible que perciban todo lo que cuenta César en su artículo. Sin embargo, alguna vez me he preguntado si sería posible que aquellos aficionados a los toros que, además, tengan un cierto nivel cultural e intelectual, puedan llegar a "ver la luz".

Mi apuesta es que sí que se dan cuenta de la tropelía, pero que prefieren mirar a otro lado, por ese atajo psicológico que usamos todos para justificar nuestras acciones reprobables. A ese tipo de personas yo les intentaría hacer llegar el siguiente mensaje: "vale, comprendo que tu condicionamiento te impida dejar de disfrutar de una corrida de toros y alistarte en el bando de los antitaurinos; pero si has sido capaz de atisbar la monstruosidad de tu afición al menos, por favor, NO hagas apología de la misma, sobre todo entre los menores de edad, tus hijos incluídos; que ellos acepten o rechacen la tauromaquia sin condicionamiento previo".

En fin, el problema es complicado y, por mucho que nos empeñemos, la razón está de parte de la mayoría. Todo lo que podemos ganar es por la vía de la educación, sobre todo de aquellos "no contaminados" por condicionamientos familiares ("mi papá es aficionado...") o de su entorno. ¡Ah! Y por la presión sobre determinadas fiestas populares-sangrientas con lanzamiento de cabras de campanarios o degollamiento de gallos.

Anónimo dijo...

Sobre el boxeo, mi abuelo me contaba la anecdota siguiente: de joven fue muy aficionado,incluso llegó a entrenar con Paulino Uzcudun en Bilbao, pero su padre no era muy amigo de ese deporte (mi abuelo además se dedicó a la pintura, así que imaginaos un pintor con la cabeza llena de golpes, como estaba abocado a acabar). Un día en que tuvo un combate en que un asturiano monumental le dio una paliza tremenda, aunque no llegó a tumbarlo, regreso a su casa, y mi bisabuelo, sin encomendarse a dios ni al diablo, la emprendió a golpes con él hasta dejarlo en el suelo. para que se le quitaran las ganas de pelear. Desde entonces lo dejó.
Por cierto, tb me contaba de p. uzcudun que lo vio estrujar con una sola mano una manzana, hasta reducirla a pulpa. Intentadlo si podéis.

Anónimo dijo...

César:
¡Genial esta entrada!
Los taurinos también atacan diciéndote ¿Acaso no comes carne? ¿Cómo puedes comer carne sabiendo como matan a las vacas en los mataderos? O ¡Si eres antitaurina, deja de comer carne!
Comentarios que me parecen profundamente estúpidos, claro.
Me gusta comer carne. Y si mañana tuviera que matar yo misma a una vaca procuraría hacerlo con el menor sufrimiento posible para el animal. Yo no disfruto torturando animales. Ni personas. Esa es la diferencia.
Si tuviera que defenderme de una agresión y consiguera tener al atacante inmovilizado y a mi merced (como podéis observar, veo muchas películas) no sé si sería capaz de matarlo (quiero creer que no, que no sería capaz), pero de lo que sí estoy segura -segurísima- es de que no le cortaría primero el dedo gordo del pie derecho y después los otros, que no le taladraría las rodillas y tampoco le rebanaría los huevos (perdón, chicos)... No disfrutaría con su sufrimiento, por mucho que lo odiara y por muy terrible que fuera lo que me hubiera hecho. O, por lo menos, eso es lo que me gusta pensar de mí. Y si fuera capaz de cometer semejante brutalidad... me pondría a su altura y me despreciaría profundamente a mí misma.
Ahí radica, para mí, la diferencia: en no disfrutar con el dolor ajeno, sea de humano o de animal.
Muy bueno lo de del Homo Éticus.
Y, lástima, pero no creo que los que van a la plaza sean solo el 6% como afirma un comentarista. Creo que son más, son muchos más.
Bueno, esto suena a película de terror: ¡Son muchos! ¡Nos están mirando!

Anónimo dijo...

Me has dejado helado: eso que cuentas fue _exactamente_ lo mismo que me paso a mí: era viernes o sábado por la noche, transmitían el combate por Telecinco, también lo pillé empezado y pensé lo mismo: vaya tongo. Al otro día leí la noticia del coma y desde entonces no he vuelto a ver un combate de boxeo.

Curiosamente, lo he contado muchas veces y nunca había encontrado a alguien que hubiera visto aquel combate. Me alegro de comprobar que no fue un sueño.

De los toros no opino; siempre me han parecido un espectáculo treméndamente aburrido.

Anónimo dijo...

Yo creo que el tiempo conseguirá acabar con los toros y el boxeo.

Para mí que son reductos de "entretenimiento" provenientes de... bueno, seguramente nuestros antepasados en las cuevas ya se atizaban de lo lindo, y hacían monerías ante los animales para lucirse antes de cargárselos. Todo ello porque aún no había tele y efectos especiales que ahorrasen el "sufrimiento auténtico".

Los aficionados al los toros deben tener una media de edad muy elevada. En cuanto se mueran será algo minoritario que, se extinguirá, poco a poco.

Con el boxeo pasará igual...

Aunque ahora me entran dudas existenciales, ¡porque como se ponga "de moda"! Glups.

Por eso tendremos que seguir diciendo que es una burrada, para evitar que una minoría siga con ello por los siglos de los siglos.

César dijo...

Yepetta: está bien lo que dices, pero no debemos olvidar que, aunque sólo sea por solidaridad de especie, vale más la vida de un ser humano que la de un toro. Vale incluso más que la de los 30.000 toros que anualmente se sacrifican en las plazas.

Alicia: no sé, hay taurinos de todo tipo. Tengo amigos aficionados a los toros que, por lo demás, demuestran una sensibilidad exquisita. Supongo que es una incongruencia tan paradójica como que a mí me guste el boxeo, detestando, como detesto, la violencia.

Manolo: me parece muy acertado tu comentario. En efecto, la única esperanza es convencer, aunque sólo sea parcialmente, a los taurinos más intruídos, porque los otros son un caso perdido.

De todas formas, esa creencia tan extendida de que la mayoría de los españoles son aficionados a los toros no es cierta. Según una encuesta de 1987, al 34'6 % de la población le gusta la tauromaquia; al 14'6 % le resulta indiferente; y al 50'8 % no le gusta.

Mazarbul: en efecto, puedo asegurar que Paulino Uzcudun era muy fuerte... pero un boxeador mediocre, igual que Primo Carnera.

Mercedes: totalmente de acuerdo contigo.

Pérez: helado me has dejado tú a mí. Nunca pensé que otros hubieran visto ese combate y luego la noticia. Quiero decir que, si te paras a pensarlo, es lógico suponer que otra mucha gente tuvo la misma experiencia que yo, pero nunca me paré a pensarlo. De algún modo, fue algo tan revelador, una experiencia tan cercana a la epifanía, que lo sentía como algo personal e intransferible. Pero ahora tú me has demostrado que no es así. Me alegro, igual que me alegro de que tomaras la misma decisión que yo. Creo sinceramente que es la correcta.

Por otro lado... pues sí, aparte de todo lo demás, los toros me parecen un espectáculo soberanamente aburrido. Lo curioso es que la mayor parte de los aficionados a los toros opinan lo mismo, porque, al parecer, más o menos unas ocho de cada diez corridas les parecen decepcionantes...

Anónima de las 9:59: sí, yo también creo que la tauromaquia acabará extinguiendose por puro desinterés del público. De hecho, el boxeo profesional en España es un deporte en franca decadencia. Pero ambos pueden ponerse de moda, claro, aunque afortunadamente una de las características de las modas es ser pasajeras.

Severian dijo...

Me gusta este blog entre otras cosas porque en los posts y en los comentarios pueden verse las similitudes de españa con la america donde vivo. A veces pienso que tanto españoles como americanos hemos hecho un esfuerzo en exagerar las diferencias, los primeros exaltando su carácter europeo y los segundos concentrandonos en nuestras raices indigenas.

Digo lo anterior porque en el caso de las corridas de toros, muy poco costó en américa eliminarlas. Simplemente las prohibieron los primeros revolucionarios en algunos paises, en otros duraron un poco más hasta que resultó evidente su anacronismo. Honestamente no creo que en España tenga que costar mucho más, salvo que haya intereses comerciales detras, como intuyo que hay.

Sirva como anécdota la plaza de toros de Colonia, Uruguay. A dos horas por tierra desde montevideo y a una por barco desde buenos aires, se construyó en 1910 como un intento de aprovechar el hueco de la legislación uruguaya al respecto atrayendo espectadores locales y desde argentina (donde las corridas estan prohibidas desde mucho antes). Despés de ocho corridas, en 1912 el gobierno uruguayo modifico la ley prohibiendolas definitivamente. Hubo algunos clamores sobre "el daño a nuestra cultura", mas que nada promovidos por los empresarios involucrados, pero desde entonces no he escuchado a nadie decir que las extraña. Y cuando alguien habla de las corridas en España, lo hace con una mezcla de repugnancia y desconcierto.

Anónimo dijo...

Mientras no las prohíban, tienen los días contados. Porque muy a mi pesar, mi generación se siente atraída a la prohibición como las moscas a la miel. Sí, es terrible. Un amigo mío se estaba preparando para ser torero... Se lo dejó para acabar en condiciones el graduado y hacer el bachiller pero me consta que le sigue buscando. Y sí, aparte de eso, es una maravillosa persona... Pero nada.

Detesto los programas del corazón. En uno de ellos -ni me sé el nombre-, sale a veces una señora hablando en contra de la tauromaquia... Pierde la razón por la boca. Ni el medio ni la forma son los adecuados pero bueno... Incluso la denuncia de esta barbarie es un espectáculo. A veces me arrepiento de haber nacido aquí.

Espero que sea cuestión de tiempo. Y que si se tienen que extinguir, se extingan teniendo una muerte digna. Y si no, pues no. Un beso.

Anónimo dijo...

Ni me gusta el toreo ni el boxeo, pero atacar a los toros desde la afirmación de que te gusta el boxeo me parece alucinante.
¿Elegancia en el boxeo? ¿Te refieres a las gotitas de sangre en cámara lenta que vuelan hacia la primera fila de espectadores? ¿Al evastador efecto de un nokaut en el cerebro humano?
Y llamas bárbaros a los aficionados a los toros?
¿Por qué? ¿Porque es algo que ni te gusta ni entiendes?
Los mismos argumentos que empleas para defender al boxeo (elegancia, etcétera) lo emplearía un aficionado a los toros, sólo que en su caso el que suele morir al final es un animal, no un ser humano.
Y ya que estamos, me parece de pésimo gusto la foto de la cornada.

César dijo...

Supongo, amigo anónimo, que has leído muy por encima mi post, porque en él, lejos de defender el boxeo profesional, lo ataco. Me gusta, pero creo que es inmoral y lo prohibiría. Igual que los toros. Por otro lado, la foto de la cornada no es de pésimo gusto; lo que es de pésimo gusto es el hecho en sí; es decir, que alguien salga malherido por divertir a un público.

Anónimo dijo...

Paulino Uzcudum fué el mejor Boxeador de la historia en España,sólo le hacen sombra Pedro Carrasco e Ignacio Ara.En su larga carrera deportiva peleó con lo mejor de europa y del mundo,no fué campeon mundial porque no quiso nacionalizarse americano y le fueron pusiendo trabas contiunamente,solamente un detalle,al final de su carrera peleó con Joe Luis el campeón más grande de los pesos pesados,estuvo 12 años imbatido,al cabo de muchos años Joe Luis en sus memorias dijo Uzcudum fué el boxeador que más duro me golpeó nadie me hizo tanto daño con sus golpes,ese combate lo ganó Joe Luis por KOT en el 4º asalto.
Primo Carnera,te recomiendo que leas "El coloso de barro" de Philippe Fusaro editado por Tropismos,no te digo más.
Sobre los toros no te voy a decir nada,solamente que tengo más de 500 libros sobre toros,que los he leido que hace años que no voy a una plaza,que prohibiría los festejos taurinos de los pueblos,que cada vez me gusta más el Toro como animal único en su especie y que no me canso de verle en el campo,pero por favor que no me lo prohiban,si nos ponemos a prohibir,¿Porqué no prohibimos pensar?,pensar si que mata,que me lo digan a mi que me cargo no se cuantos diariamente,sigamos prohibiendo y llegará un momento en que nos convertiremos en angelitos con alas.
Yo particularmente he llegado a una conclusión en cuanto a mis gustos personales,Boxeo,Toros...mi cerebro no ha evolucionado,soy un ser primitivo cos gustos primarios,ahora,por cierto estoy criando un jilguerito caido del nido con estas tormentas,no tiene apenas plumas,pero como come el condenado,con la ayuda de una jeringa le voy dando de comer cada hora,por la noche solamente le doy cada 4 horas,me cuesta un poco levantarme pero bueno sueño cuando sea mayor y me cante en su jaulia para mí.
Como verás mis gustos son primarios.

Anónimo dijo...

Jesús, estás completamente equivocado.
Lo que tienes que hacer es arrojar a la basura toda tu cultura, por bárbara y demodé, y adoptar la anglosajona, que es la que mola de verdad. Donde está el Big-Mac que se quite el rabo de toro.
(Y para hacer un Big-Mac está demostrado que no se lastima a animales, ni tampoco en las películas americanas, y a los negros y a los hispanos se los ajusticia con inyección letal, por lo que tampoco sufren).

Anónimo dijo...

Severian, si eres el de la foto, tus raíces indígenas las llevas bien ocultas, porque pareces rubio con ojos azules. Los españoles somos europeos, de eso no hay duda alguna, pero me hace gracia que los descendientes de los que exterminaron a los indios apelen ahora a sus raíces indígenas. Conozco bastantes países de América, y en todos ellos los indios ocupan los escalafones más bajos de la sociedad, y en todos ellos se habla con la boca grande de las "raices indígenas".
Por otro lado, amigo, en Europa las cosas se hacen de otro modo ultimamente, y no necsitamos a dictadores revolucinarios para que nos digan lo que tenemos que pensar.

Lektu dijo...

Completamente de acuerdo en que habría que prohibir los toros, así como los millares de "tradiciones culturales" que consisten en prenderle fuego a animales, tirarlos de campanarios, golpearlos, etc. etc., como colofón de la fiesta del pueblo. Manda huevos.
En cuanto a lo que dices de la F1, los últimos pilotos en morir fueron Roland Ratzenberger y Ayrton Senna, con un día de diferencia, el 30 de abril y el 1 de mayo de 1994; la seguridad ha mejorado espectacularmente en los trece años transcurridos. Por desgracia, desde entonces han muerto dos comisarios de carrera alcanzados por neumáticos voladores, en el 2000 en Monza y en el 2001 en Melbourne, así que aún queda por hacer.

Severian dijo...

joseba: no entiendo tu tono agresivo, pero no tengo por que permitirlo. Primero le pido a Cesar que borre este comentario si le molesta o si piensa que puede molestar a los espanoles mas inteligentes que joseba. Despues te contesto.

No soy el de la foto, aun si lo fuera no entiendo por que el ser rubio inhibe a alguien de opinar sobre la tauromaquia. Mis ancestros poco tienen que ver con la eliminacion de los indios porque vivian en Italia en ese entonces, aunque tampoco entiendo que demonios tiene que ver. Los revolucionarios a los que me referia no fueron dictadores sino democratas que se rebelaron contra un imperio esclavista y su monarca absolutista. Es una pena que con el tono y el vocabulario de los que apoyaron una dictadura integrista que se murio de vieja hace pocos anos, te quejes de las prohibiciones que impusieron en america las democracias liberales.

Tus paseos por aqui te ensenaron muy poco...

Anónimo dijo...

Es decir, tus ancestros no tuvieron nada que ver con el exterminio indio, pero tu vives tan ricamente en las tierras que otros les arrebataron (otros que al menos se dejaron la sangre en ella). ¡Y presumes de descender de italianos! Eso se llama hipocresía, amigo, y no es la primera vez que veo ese argumento en esas tierras de las que sí he aprendido mucho.
Para echar piedras no hay que tener el techo de cristal. Y tu país ocupa el primer puesto en toda América en violencia doméstica. Eso debería preocuparte más que las corridas de toros.

Anónimo dijo...

Y sí, Uruguay es un ejemplo de democracia intachable a lo largo de toda su historia. Es normal que ahora vengas aquí a darnos lecciones de democracia a los españoles, porque vosotros no tuvisteis una dictadura militar en el setenta y tres, ni nada parecido.
De hecho en el resto del mundo cuando se piensa en América Latina se piensa: democracia liberal.
Imagino que estás de broma. O te han contado la película de una forma muy rara.

César dijo...

Severian: a mí también me sorprendió (y desagradó) el intempestivo y extemporáneo tono del tal Joseba. No hice ningún comentario porque no se dirigía a mí y, también, porque no quería iniciar ningún farragoso debate sobre asuntos que nada tenían que ver con el tema de la entrada. De vez en cuando, sobre todo cuando hablo de política, aparecen por aquí unos cuantos indignados visitantes de... ¿cómo expresarlo sin levantar suspicacias?... de ideas muy conservadoras, digamos. Por los nuevos comentarios de Joseba, parece que se trata de un nacionalista español y supongo que la tauromaquia es algo sagrado para esa clase de nacionalismo. En cualquier caso, Severian, lamento el desagradable encuentro que has protagonizado en este Babel que tan poco parece gustarle a Joseba, pero que, paradójicamente, tanto visita. Lo siento; no todos los españoles somos así.

Joseba: esto es lo primero y lo último que te voy a decir. Si mal no recuerdo, en 1939 muchos paises latinoamericanos, entre ellos Uruguay, acogieron a los numerosos demócratas españoles que huían de la represión franquista. En segundo lugar, que yo sepa ninguna dictadura latinoamericana, con excepción de la de Fidel Castro, ha durado tanto como la de Franco. Por último, teniendo en cuenta nuestra historia, creo que mucha gente puede darnos lecciones de democracia a los españoles, aunque me parece que la intención de Severian no era dar ninguna clase de lección, sino sencillamente opinar.

Por cierto, y aunque él no lo diga, el rubio que aparece en la foto adjunta al comentario de Severian es Werner Heisemberg, un físico conocido, sobre todo, por su famoso "principio de la incertidumbre", algo que aplicado al campo filosófico viene muy bien para no albergar ideas dogmáticas.

Severian dijo...

Cesar: gracias por tus palabras. Por supuesto que la mayoria de los españoles no son asi. En lo que a mi respecta el incidente termina aqui.

Ahh, y efectivamente el de la foto es Heisenberg.

Anónimo dijo...

Me quito el sombrero ante tu entrada. Simplemente...fantástica.

César dijo...

Sindestino: Gracias... :)