Un escritor profesional debe tener
muy claro que la literatura es un arte, pero la edición una industria. Cuando
publicas un libro, estás lanzando al mercado un producto -cultural en este
caso- que va a competir con otros productos en un mercado saturado. ¡Por Zeus!,
¿cómo me atrevo a llamar “producto” a una exquisita muestra de la creatividad
humana? Vamos a intentar reflexionar un poco sobre el asunto.
Hay quienes consideran que la
literatura no debe ser mancillada por el dinero. Que escribir por pasta es una
corrupción. Que un escritor honesto debe trabajar por amor al arte. Estupendo,
es una opinión y una opción; pero no la mía. No me gusta, ni como lector ni
como escritor, acercarme a la literatura con reverencia, como si fuera una
diosa altiva y distante. Prefiero considerarla una amiga con la que jugar. Creo
que, para escribir, es mejor desacralizar la literatura y contemplarla como lo
que en realidad -o, al menos, desde cierto punto de vista- es: una mezcla de
inspiración, técnica y juego (a lo que hay que añadir una cuantiosa exudación,
claro). Además, qué demonios, un escritor profesional es aquel que se gana la
vida escribiendo, así que en este caso la pasta interviene ineludiblemente.
Antes de seguir, una advertencia: Publico
mis libros con editoriales; es decir, de la forma tradicional. Pero existe la
auto-edición y la auto-publicación. Yo jamás he empleado ese sistema; no sé
cómo se hace y, además, soy un pelín escéptico. A los interesados en esta
fórmula les recomiendo que recurran a un experto; por ejemplo, Ana González Duque, que sabe mil veces más que yo sobre el asunto.
Aunque, en realidad no importa; sea
cual sea la forma en que publiques, al final de lo que se trata es de escribir
de manera lo suficientemente atractiva como para atrapar el interés de los
lectores. Eso implica desplegar una amplia gama de estrategias. Comentaremos
algunas.
“Sobre
qué demonios voy a escribir”. ¿Qué género te gusta? ¿Cuál será la temática
de tu novela? En mi opinión, no hay géneros buenos y géneros malos, sino buenas
o malas obras; pero lo que sí hay es géneros más o menos populares. Según una
encuesta de 2014 el género preferido por los españoles es la novela histórica,
seguido por la novela “sin género” y por la novela de aventuras (sea lo que sea
que entiendan por eso). El género menos valorado es el ensayo. La ciencia
ficción y la fantasía ocupan también puestos bajos. Claro que eso son
respuestas de boquilla. ¿Qué pasa con las ventas?
Según Mediaworks, refiriéndose sólo a ficción, en
2017 el género más vendido, con nada menos que un 39 % de cuota de mercado, fue
el Infantil-Juvenil (el 11,5 % de la facturación total del sector editorial).
Otros géneros con grandes ventas son la
Literatura Romántica, la Novela Histórica y, a cierta distancia, el
Thriller-Misterio.
Quizá pienses que entonces hay que
escribir sobre los géneros más populares. Lo malo es que en esos géneros
también encontrarás más competencia, incluso para simplemente publicar. Pero
aquí hay que hacer un par de aclaraciones. En primer lugar, que se puede
triunfar con casi cualquier género, porque influyen otros factores; entre
ellos, la calidad de la obra y su oportunidad.
En segundo lugar, y esto es
importantísimo, no puedes escribir guiándote sólo por razones mercantiles.
Debes amar la escritura, debes intentar dar lo mejor de ti mismo, debes creer
en lo que haces. Si no te interesa el tema de tu novela, ¿cómo va a interesarle
al lector? Recuérdalo: Lo que escribas te pertenece a ti, debe salir de ti.
Tener en cuenta la popularidad de
los géneros no sirve para decidir qué tienes que escribir, sino más bien para
señalar qué sería mejor que no escribieras. Por ejemplo, si te apetece escribir
ciencia ficción hard, pues hazlo; pero no esperes muchas ventas, ni poder vivir
de ello. Yo mismo: si no fuera escritor profesional, no escribiría lo que
escribo. De entrada, no escribiría novela, sino relato corto. Y me dedicaría a
un género, una especie de fantasía contemporánea, que sólo me interesa a mí y a
cuatro gatos más. Afortunadamente, la paleta de mis intereses es extensa y
puedo escribir sobre diversos temas y géneros.
“¿Cómo
sé que estoy preparado para publicar?”. Siempre he pensado que lo mínimo
que se le debe exigir a un escritor es que domine la ortografía y la sintaxis,
que maneje un vocabulario amplio, que no sea tonto y que redacte decentemente.
Bueno, pues al parecer no es así. Amigos editores me han confesado que no pocos
autores, algunos muy conocidos, escriben tan mal que hay que reescribirles sus
novelas en la editorial. Vale, lo entiendo; pero no me parece profesional.
Una editora, buena amiga mía, me
contó que una de sus correctoras le había pedido que le diese siempre mis
manuscritos, porque apenas le daban trabajo. Bueno, ¿qué menos se le puede
exigir a un escritor?, pensé. Cometo errores al escribir, es cierto; de hecho,
corrijo mis textos al menos cuatro veces, y aun así se me escapan muchos
fallos. Necesito que alguien me haga una corrección ortotipográfica. Pero ¿de
estilo?... Mi estilo es parte fundamental de lo que escribo y, más allá de
eventuales repeticiones o cacofonías, jamás consentiría que alguien pretendiera
cambiármelo. Afortunadamente, nadie lo ha intentado. En mi opinión, si le das
tu manuscrito a un corrector, y el corrector interviene mucho en el estilo, una
de dos: o el corrector es malo, o tu texto es malo (probablemente lo segundo).
Un escritor profesional debe manejar con soltura las herramientas de su oficio.
Volviendo a la pregunta original,
¿cuándo estarás preparado para publicar? Pues cuando lo intentes y lo consigas.
Por supuesto, si te auto-publicas estarás preparado cuando te dé la gana, pero
no hablo de eso. Si una editorial contrata tu novela y corre con todos los
gastos de edición, por la fuerza de los hechos será evidente que ya estás
preparado para publicar. Lo cual no significa, por supuesto, que estés
preparado para profesionalizarte como escritor.
“¿Por
qué sigue leyendo un lector?”. No me refiero a por qué un lector escoge
determinado libro y comienza a leerlo; lo que planteo es por qué, después de
haber iniciado una novela, un lector prosigue la lectura. Parece una pregunta
tonta, y probablemente lo sea, pero en mi opinión es una pregunta fundamental.
Hay
varias posibles razones para seguir leyendo un texto. Por ejemplo, que la prosa
del autor sea tan exquisita que el mero hecho de leerla, diga lo que diga,
suponga un placer. Vale, seamos sinceros, ¿a cuántos novelistas leéis exclusivamente
por su prosa? En lo que a mí respecta, sólo hay dos escritores que, por su prosa,
me harían disfrutar hasta con la lista de la compra: el Cervantes de El Quijote
y Gabriel García Márquez. Pero por lo general, en narrativa la prosa no basta.
Otro motivo para continuar leyendo
es que las ideas que se desprenden del texto te interesen mucho. O que la
novela aporte información que te apetece conocer. O que el ambiente y/o momento
histórico que describe el texto te fascine. O por cualquier razón que ahora
mismo no se me ocurre. Sea como fuere, hay dos poderosos motivos para seguir
leyendo:
1.
Que te gusten y/o interesen los personajes. A fin de cuentas, si un personaje
no te interesa, o es de cartón piedra, tampoco te va a interesar lo que le
suceda. Ya hablaremos en otro momento de este asunto, pero quiero señalar que
un buen personaje puede sustentar todo el armazón de una novela (como es el
caso del Holden Caulfield de El guardián
entre el centeno).
2. Un lector sigue leyendo porque
quiere saber qué va a suceder. O cómo va a suceder. O por qué va a suceder. Esta
es la razón primaria para seguir pasando páginas: la curiosidad. Somos monos
cotillas, nos encanta que nos cuenten historias. Pero queremos que nos las
cuenten bien.
Es evidente, ¿verdad? Pues no tanto.
¿No habéis leído alguna vez una novela que empieza muy bien, pero por la mitad
se desinfla? ¿O novelas en principio interesantes que tienen grandes baches de
ritmo? O esas novelas en las que de repente el autor se pone estupendo y se
marca una descripción de dos páginas, o una interminable disertación. ¿Nunca habéis
leído esa clase de cosas en diagonal? Es decir, una novela puede ser
apasionante en general, pero tener partes aburridas. Y el peor pecado de un
escritor es aburrir.
¿Sabéis qué es lo que más me cuesta
escribir? No las escenas de acción, ni los diálogos a varias bandas, ni las introspecciones,
ni las descripciones, nada de eso. Lo que más me cuesta escribir son las “escenas
de transición”. Me refiero a esas escenas que son necesarias, porque hay que
aportar información, o por continuidad argumental, o por razones de ritmo, o
por lo que sea, que son necesarias, insisto, pero no interesantes. Es decir, en
sí mismas son un coñazo. Entonces intento aportar algo, una anécdota, un
diálogo brillante, un toque de humor, lo que sea para que la escena se anime un
poco. Y si no se me ocurre nada, la hago lo más corta posible.
Tengo la costumbre de dejar de
escribir cada cuatro o cinco páginas y revisar lo último que escrito con una pregunta
en la cabeza: “¿Esto tiene interés?”. A veces descubro que no lo tiene y, hala,
a rehacer. En realidad, se trata, en parte, de algo a lo que doy mucha
importancia: la “fluidez del texto”. Pero de eso hablaremos el próximo día.
Si reflexionamos sobre cómo leemos y
cómo nos influye la lectura, obtendremos sabias lecciones acerca de la técnica
de la escritura. A fin de cuentas, el hecho literario no se produce cuando
alguien escribe un texto, sino cuando alguien ha escrito un texto y otra
persona lo lee. Es en el momento de la lectura cuando el texto cobra vida y concreción.
Es decir, que tu libro se desarrolla en la mente del lector; por eso viene bien
averiguar qué demonios pasa en esa mente.