De hecho, uno de los inconvenientes
de ser escritor es que en gran medida te estropea el placer de la lectura. Me
ocurre a mí y a muchos de mis colegas: te pones a leer una novela, llegas a un
punto en el que encuentras un recurso técnico interesante, te detienes, lo
analizas y te lo guardas en la memoria (para fusilarlo, claro). O lo contrario;
encuentras una torpeza y también te detienes en ella. O ni acierto ni torpeza,
sino simplemente que tú lo harías de otra forma. O a lo mejor captas la estructura
interna del relato y todo se vuelve previsible. En fin, que esa no es forma de
leer. Digamos que para disfrutar de la lectura hacen falta ciertas dosis de
voluntaria o involuntaria ingenuidad. Es como asistir a un espectáculo de
prestidigitación; el mago y tú sabéis que lo que sucede en el escenario son
trucos. El mago utilizará su talento para ocultar la técnica de los trucos, y
tú, si quieres disfrutar del espectáculo, será mejor que no sepas cómo los
hace.
Tuve un encuentro en un club de
lectura para hablar de mi antología Trece
Monos. En el transcurso de la charla, comenté que cierto relato (no
recuerdo cuál) me había supuesto algún problema técnico. Entonces, uno de los
participantes, un hombre de mediana edad, dijo: “¿Cómo que técnico?”. Respondí:
“Sí, en cuanto a la técnica narrativa”. Y él, más o menos, replicó: “¿Pero qué técnica narrativa? Se te ocurre
una historia, la escribes y ya está”.
Me quedé perplejo. Aquel hombre era
un lector empedernido, sin embargo jamás había advertido la existencia de
recursos técnicos en la narrativa, pese a que, sin duda, los había visto
utilizar durante sus lecturas. Es más, muchos escritores noveles –y algún que
otro ilustre veterano-, parecen ignorar los rudimentos de las técnicas
narrativas y escriben limitándose a contar una historia desde el principio
hasta el final. Justo al contrario de lo que recomendaba Stevenson: “No sé por
dónde debe comenzar un relato, pero desde luego no por el principio; ni sé por
dónde debe acabar, pero desde luego no por el final”.
¿Por qué no suelen percibirse esos
recursos técnicos? En primer lugar, porque son evidentes. No estamos hablando
de nada complicado; una vez que los conoces, te parecen sencillísimos y, eso,
evidentes. Lo que pasa es que con frecuencia lo más evidente es lo primero que
se pierde de vista.
En segundo lugar, porque no hay sólo
una técnica, sino muchas. Existe un buen número de recursos distintos para
conseguir el mismo efecto, y además pueden combinarse entre sí. Supongo que si
todo se escribiera siempre igual, hasta el más torpe acabaría pillándole el
truco.
En tercer lugar, porque muchas veces
son invisibles. En las escasas ocasiones en que he impartido algún taller de
escritura, suelo comenzar diciendo: “Cuando narras, tan importante es lo que
cuentas como lo que te callas”. Es la piedra angular de la narrativa: la
dosificación de la información. De hecho, lo que suele tirar de una trama es
precisamente lo que no cuentas. Y no hay nada tan invisible como lo que no
está.
Por último, porque muchos recursos
se ocultan a sí mismos, ya que su objetivo es desviar tu atención hacia donde
el autor desee. Es como el ampuloso gesto de un prestidigitador, cuyo objetivo
es hacer que mires a su mano derecha y no te fijes en lo que hace con la
izquierda. Pondré un ejemplo: la prolepsis. La
prolepsis es un recurso narrativo que consiste en interrumpir la línea temporal
de la narración para darle a conocer al lector un hecho del futuro.
Quizá el más conocido empleo de este
recurso sea el comienzo de Crónica de una
muerte anunciada, de García Márquez: “El día en que lo iban a matar,
Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que
llegaba el obispo”. Teniendo en cuenta que la novela acaba precisamente con la
muerte de Nasar, lo que está haciendo el autor es revelar desde el principio el
final del libro. En cierto modo, parece un contrasentido; si el lector ya sabe
lo que va a pasar, ¿por qué va a seguir leyendo? Pero no es así, sino todo lo
contrario. De entrada, el autor da un toque de atención: Se va a cometer un
asesinato. Eso capta el interés del lector. Luego, el autor extiende un dedo y
te dice: de entre todos los personajes, fíjate en este, porque va a morir. A
partir de ese momento, lo que tira del lector es averiguar cómo y por qué va a
morir. Es decir, el autor señala con el dedo (prolepsis) y tú, cuando alguien
hace eso, no miras el dedo, sino hacia donde señala. Por ese motivo, porque se
oculta a sí mismo, el recurso no se percibe. (A García Márquez debía de
gustarle la prolepsis, porque también la emplea al comienzo de Cien años de soledad)
Hay muchos más ejemplos, pero da
igual. Lo que yo me pregunto es si saber todo eso te convierte en mejor lector.
En teoría podría decirse que sí, ¿no es cierto? A fin de cuentas, se trata de
un conocimiento más profundo del texto literario, una mirada más adulta. Ya,
pero no me convence. Creo que los escritores, los teóricos de la literatura,
los críticos literarios, son (somos), por lo general, pésimos lectores.
Imaginaos un maravilloso deportivo, un Ferrari 812. Llega un tipo, se monta y
lo conduce, disfrutando de su potencia y velocidad. Luego llega otro tipo, que
es mecánico, levanta el capó y examina el motor, maravillándose de su mecánica.
Sin duda, el mecánico sabe más de coches, pero, demonios, un deportivo no está
para eso, sino para conducirlo. ¿Entendéis?
En mi opinión, la buena lectura
exige ingenuidad. El hecho literario es un pacto: yo juego a contarte mentiras
y tú juegas a creértelas. ¿Alguna vez habéis llorado leyendo un libro? Yo sí.
¿Y por qué lloramos, si sabemos que lo que estamos leyendo es mentira? Pues
porque hemos hecho un pacto de suspensión de la incredulidad, nos dejamos
manipular por el texto y, mientras leemos, lo que leemos es real.
Entonces, ¿los mejores lectores
serían los niños y adolescentes? En cuanto a disfrute lector, no me cabe la
menor duda de que sí. Luego, con el tiempo y las muchas lecturas, te vas
resabiando, le ves las tripas al texto y pillas los trucos. Te sientes más
maduro, sí, más listo; pero también más alejado del puro disfrute. O quizá no,
puede que hayas conservado la inocencia y aún te enfrentes a la lectura con los
ojos maravillados de un niño. Si es así, bendito seas.
Aunque, claro, también están esos
autores que dominan tanto su oficio –el oficio de narrar-, que te agarran por
las solapas al principio del libro y no te sueltan hasta llegar al final; o,
aún mejor, hasta mucho después de llegar al final. Narradores tan hábiles que
te cogen a ti, un lector con más conchas que un galápago, y te hipnotizan para
que no veas la técnica, los trucos, los recursos, hasta que sólo queda una historia
y unos personajes que te fascinan y arrastran. En el fondo, lo que demuestran
esos escritores es que son más listos que tú; ellos son los maestros, y tú el
alumno ingenuo. Me parece estupendo, me encanta esa clase de ingenuidad.
24 comentarios:
¡Olé tú! ¿Sabes que por este escrito que nos dejas, gratuitamente, en tu blog habría alguien (de esos que se creen doctos escritores y cobran una pasta por dar un cursillo de cómo escribir) cobrarían un dinerito?
Yo ya sabes que soy fan; pero aquí acabas de dar una magnífica lección. Gracias por ello. Y, con tu permiso, lo voy a poner en los grupos que administro.
Muy cierto, pero hay deportivos, por seguir con tu ejemplo, que cuando abres el capó para ver su motor descubres que aparentemente (aparentemente) no hay ningún motor. Me gusta mucho más eso que cuando veo una complicada maquinaria llena de tubos, cajas de insuflador cuántico y subyectores de flujo iónico. Ahí está la verdadera magia y ese es el mejor truco.
A mí (y a unos cuantos termitas más, supongo) no se me olvidará la ocasión en que alguien te dijo, me imagino que a modo de elogio, que cómo se notaba que escribías los relatos con tanta soltura y tan rápido, y cogiste un cabreo del quince y replicaste (dulcifico el tono de tu réplica) que por los putos cojones, que el hecho de que nos lo leyéramos del tirón no implicaba en absoluto que lo hubieras escrito del tirón, que ahí había horas y horas de trabajo para hacer que el lenguaje y la narración fluyeran, y que habías sudado sangre para que aquel cuento (supongo que "El rebaño" o "La pared de hielo"; en todo caso, alguno de aquella época) nos resultaran fáciles de leer, pero que desde luego no te había resultado fácil de escribir. Comentarios así nos venían bien para aprender.
Otra que te recuerdo, y de la que muchos tomamos nota, fue cuando León tenía un bloqueo de cojones con la primera versión de Máscaras de matar, llevaba como un año escribiendo y no llevaba ni cien páginas. Le sugeriste que la redactara tal como le viniera a la cabeza, y ya tendría tiempo de retocar los capítulos y reescribir, pero que lo prioritario en su caso era tener el borrador terminado, una base sobre la que trabajar. Así lo hizo, y creo recordar que las siguientes doscientas páginas las escribió en tres o cuatro meses. Las sucesivas reescrituras que la llevaron a ganar la primera edición del premio Minotauro ya son otra cosa.
El concepto creo que nos quedó claro: cada obra requiere sus tiempos. Y eso también es técnica.
Un consejo muy valioso sobre aspectos técnicos me lo dio Guillem López cuando se acababa el plazo de entrega de los relatos de la antología Retrofuturo y yo no avanzaba ni a hostias. Guillem López (que era el seleccionador de la antología) se leyó lo que llevaba escrito y me sugirió: "¿Y por qué no lo empiezas in medias res"? Y mano de santo. A partir de entonces, todo fue más fluido, y me ensanchó notablemente las posibilidades del relato, porque me permitió jugar con flash-backs, cosa que no tenía prevista pero que, releído ahora, era justamente lo que le daba calidad al cuento. Muchas veces, la técnica es el meollo.
Amparo Vázquez: ¿Cobrar por lo que pienso sobre la escritura? No sé, me parecería raro. Además, todo lo que sé sobre escritura está en mis libros, a la vista de todo el mundo. Amiga mía, me abrumas con lo que dices sobre mí. Eres un encanto.
Samael: Pues sí, el mejor truco es que no parezca un truco.
Juanma: Vaya, sí, siempre me ha irritado eso de que "como se te lee fácil, escribes fácil". Me entran ganas de morderle la yugular a quien me lo dice. Sobre todo porque, coño, me cuesta un huevo escribir. Como suelo decir, yo no surfeo sobre las palabras; me peleo con ellas. Es una lucha constante y una frustración permanente, así que como para que vengan a soltarme lo sencillo y divertido que debe de ser para mí escribir. ¡Mato! ¡Yo mato!
La técnica es fundamental para escribir narrativa; pero, claro, no basta. Digamos que es una condición necesaria, pero no suficiente.
Muchas veces lo más difícil es hacer que algo parezca fácil. :)
Me ha encantado esta entrada, es algo sobre lo que he pensado muchas veces y estoy muy de acuerdo con lo que dices. Aunque tengo que añadir que en mi caso disfruto mucho intentando desentrañar los trucos del mago, para mí es parte del juego, y eso que ni siquiera tengo la excusa de ser escritor, al menos todavía no (a este paso, quizá en una vida futura XP).
Muchas veces me ha ocurrido algo curioso: A pesar de haber visto venir un desenlace, éste consigue sorprenderme y satisfacerme, sobre todo si está bien hecho. Es algo así como una disociación de personalidad entre el crítico y el ingenuo (probablemente motivada por la época en la que jugué al rol y tenía que discernir entre lo que conocía como jugador y lo que conocía como personaje; las pocas veces que hice de narrador acabé siempre con dolor de cabeza porque tenía que mantener el misterio a la vez que manejaba a un montón de personajes secundarios).
Lo grave es que me ha llegado a pasar hasta en ocasiones en las que directamente conocía información de antemano. Por ejemplo, cuando recomendaste 'The Good Wife', mencionaste que uno de los socios moría en cierto momento de la serie. Así que cuando me puse a verla no pude evitar mantener siempre activa una línea de pensamiento, así como una subrutina en segundo plano, que intentaba adivinar quién iba a morir. Cada vez que aparecía un socio nuevo (porque hay muchos a lo largo de la serie), me decía "a ver si va a ser éste". Pues bien, cuando ocurrió lo que tenía que ocurrir, no me di cuenta, se me olvidó el asunto y estuve todo el capítulo convencidísimo de que dicho personaje iba a vivir. Se murió y no me lo podía creer, me quedé esperando a que lo reviviesen. Y justo entonces exclamé mentalmente: "CO*******O" (cambien los asteriscos por eñes). Pero bueno, yo soy feliz así, me permite disfrutar de ambos puntos de vista.
Otra cosa que me ha sucedido a veces es que, intentando adivinar los secretos de la obra de turno, he lanzado una hipótesis que me gusta especialmente por lo que sea, y luego al final ha resultado no ser la correcta, que en realidad se trataba de otra cosa. Y, a pesar de haber fallado, me acabo alegrando porque he encontrado una idea propia que me parece interesante explorar.
Muy interesante esta entrada,César.Todo relato tiene un "andamiaje" pero el lector no debe verlo. Si eso se cumple,seguro que es bueno. Además de lectora de narrativa soy profe de literatura y en 2º de bachillerato hace años que trabajamos estas tres obras: La casa de Bernarda Alba (no es narrativa, ya lo sé,pero cuenta cosas) Réquiem por un campesino español y Crónica de una muerte anunciada.Es evidente que las he leído y releído y vuelto a leer,las he analizado,desguazado,comentado...de todo.Y sorprendentemente siguen gustándome y no veo el andamiaje,aunque de sobra sé cuál es y dónde está,pero resulta invisible ¿cómo lo consiguieron Lorca,Sender y García Márquez? Supongo que con mucho talento. Esas piedrecitas sutiles que van dejando a lo largo de la narración son pequeñas joyas y lo que no se dice es fundamental,porque a los lectores no nos gusta que nos lo expliquen todo,todo,sino que queremos que se nos sugiera,que se deje caer algo,que tengas que deducir,imaginar...A veces me animo a leer novelas recientes,de autores que están estrenándose, y me desencanto enseguida...¡Les veo el andamiaje! Me cansan estirando la historia sin necesidad para que abulte más...En fin,que yo procuro esa suspensión de la incredulidad,claro,pero no siempre es fácil ¿eh?
Para acabar: en el final de la escena II de La casa de Bernarda Alba,Adela grita: ¡No! ¡No! y dice la acotación (cogiéndose el vientre) y ya está todo dicho,o mejor,sugerido. ¡Qué genio,Lorca!
Un saludo invernal desde Cantabria de Aurora Boreal
Es cierto, creo que los lectores más jovenes y niños disfrutan (ábamos) más de la lectura. De hecho cuanto más años cumples más difícil es disfrutar de la lectura por eso mismo, y si, como lectores empedernidos, tb hemos intentado escribir algo, la manía de destriparlo todo te sale rápidamente. A Vargas Llosa le escuché una vez un comentario similar. Mi hermano, que es músico, me cuenta que cuando escucha una obra de piano no puede evitar despiezarla, ver cómo es la interpretación, si él lo hubiera hecho igual...total que muchas veces en medio de un concierto se dice !para ya y disfruta! A mí con el cine me pasa igual, siempre estoy viendo las vueltas del guion , los personajes, planos, etc...pero qué le vamos a hacer.
Mazarbul
Jarl-9000: Vaya, lamento el spoiler de The Good Wife; aunque no dije quién moría; lo cual, bien mirado, contribuyó a aumentar el suspense. Una vieja técnica narrativa consiste en revelarle al lector/espectador lo que va a pasar para crear tensión. Hitchcock lo explicaba así: “La diferencia entre el suspense y la sorpresa es muy simple […] Nosotros estamos hablando, acaso hay una bomba debajo de esta mesa y nuestra conversación es muy anodina, no sucede nada especial y de repente: bum, explosión. […] Examinemos ahora el suspense. La bomba está debajo de la mesa y el público lo sabe, probablemente porque ha visto que el anarquista la ponía. El público sabe que la bomba estallará a la una y sabe que es la una menos cuarto (hay un reloj en el decorado); la misma conversación anodina se vuelve de repente muy interesante porque el público participa en la escena. […] En el primer caso, se han ofrecido al público quince segundos de sorpresa en el momento de la explosión. En el segundo caso, le hemos ofrecido quince minutos de suspense”.
Aurora Boreal: En realidad, son muchos los elementos que intervienen en la narrativa. No solo la forma de estructurar la trama y los recursos para hacerla avanzar, sino por ejemplo los personajes. Un buen personaje puede sostener por sí solo un relato. O la capacidad evocadora de la prosa. O la historia. La literatura es como una navaja suiza: un artefacto lleno de posibilidades.
Mazarbul: No hay nada que hacer, pero me jode. Me encantaría recuperar la inocencia y volver a leer como cuando era un jovenzuelo. Aunque, en fin, eso me pasa con tantas cosas...
Joaquín: Hay un estilo literario, que yo denomino "de línea clara", que busca una prosa transparente, lo más libre posible de artificios. Es decir: invisibilizar al autor y que sólo se perciba el relato. Si eres un "chavalín sin madurar", qué suerte tienes.
Excelente artículo, César. Muy bien explicado todo el asunto de la técnica narrativa que, en efecto, algunos escritores (¡ay!) parecen desconocer. Claro que el truco esta en hacerlo tan bien que el andamiaje no se perciba. Porque sería como si a un mago se le ve la trampa. Como sabes (creo), doy clases en una escuela de escritura, precisamente, y lo que cuentas aquí es el pan de cada día para nosotros. Es verdad que los profesionales perdemos algo de esa ingenuidad del lector adolescente, que cree que la magia es verdad, que no hay truco, y se deja arrastrar por ella. Pero a cambio, ganamos la satisfacción de entender la complejidad y la habilidad que hay tras una obra bien escrita. Si sabes que hay truco y aún así te dejas arrastrar por él, es que el mago es muy bueno. De eso se trata.
(Por cierto, escribí un libro sobre este asunto: Leer mejor para escribir mejor: www.albaeditorial.es/php/sl.php?shop.showprod&nt=7455&ref=97884%2D90652022&fldr=4#.WroYx0xuJjo.)
Yo creo que pueden ser las dos cosas al mismo tiempo y por separado a la vez. Quizá es que soy un "bicho raro", pero no me consta porque conozco a más personas como yo. El caso es que no tengo la menor dificultad, cuando cojo una novela o me pongo a ver una película, para abstraerme de la realidad que me rodea, incluida mi propia identidad, y meterme en el relato.
Solo me ocurrió lo contrario durante un corto periodo de tiempo, no llegó al año, cuando empecé a ejercer el que fue mi oficio, afinador de pianos. No podía, cada vez que asistía a un concierto, sustraerme de estar constantemente juzgando la buena o mala construcción de los intervalos melódicos y armónicos que oía. Vi claro que aquello acabaría con mi capacidad de disfrutar de la música y me esforcé en poner remedio. Con un poco de voluntad y esfuerzo, no tardé en conseguirlo. Fue grande y dichoso el momento en que me descubrí "volviendo" a llorar mientras escuchaba el coro de esclavos de Nabuco.
Por lo dicho, me está empezando a entrar, como ya he mencionado al principio, complejo de "bicho raro". De verdad creo, mejor dicho sé, que es perfectamente posible conocer los entresijos técnicos de la creación artística y, al mismo tiempo, disfrutar de esta con la misma intensidad que cualquier otro.
Desde que, por edad, tuve que retirarme (la pérdida auditiva es despiadada con el paso del tiempo), me entregué con fruición a esto de escribir, cosa que siempre me había atraído y a la que no había tenido ocasión de dedicarme por falta material de tiempo, y, a día de hoy, sigo con la misma capacidad de leer como lo hacía a los quince años.
Estoy sinceramente convencido de que todo es cuestión de proponérselo y de voluntad. Por tanto, no veo el inconveniente que se describe en ser escritor y lector al mismo tiempo.
Magnífica reflexión, César. Voy a reenviarla a unos amigos ahorita mismo.
La dicotomía entre conocimiento y disfrute es una constante a medida que profundizas en una materia y aprendes de ella, y es algo común creo que a todas las esferas donde hay técnica y diversión o disfrute.
Conversaciones así he tenido con un amigo arquitecto, que no puede evitar analizar espacios y distribuciones en cualquier edificio que vemos; a mí, me han acusado de destripar películas simplemente por detectar recursos narrativos y reflexionar sobre los personajes, etc.
No obstante, coincido con la mayoría de los contertulios: es posible un pequeño ejercicio de abstracción, relegar nuestra capacidad analítica a una subrutina, disfrutar mientras lees un libro o ves una película y luego sacar la máquina de despedazar. Lo triste es cuando a la mitad las tripas se te revelan sin esfuerzo consciente... tal vez sean los años o una torpeza creciente, muchas veces condicionada por exigencias externas. Lo comentaba en el hilo sobre las series, cuando en el segundo capítulo de una afloraron todos los recursos para alargarla -¡y sólo era el capítulo dos!-. Entonces tuve que apagarla.
Después de la redundancia (rebuznante), creo que siempre nos queda un recurso para recuperar esa visión primigenia e inocente: engañar a alguien para que lea o vea esa obra que queremos volver a disfrutar.
Quizás por eso (los más veteranos) disfrutamos iniciando a otros, al menos el que esto suscribe. Y si esos otros son hijos, nietos o sobrinos... entonces el disfrute es mayúsculo.
Saludos
Miguel
Totalmente de acuerdo. Es más, me he tropezado con algun proto-escritor que está impedido para leer, obsesionado con la técnica, y sacando defectos a todo. Intentando reescribir el mundo entero bajo su óptica. Que horror. Leer debería ser siempre maravillarse, dejarse llevar, no se puede luchar contra la prosa ajena. No creo que se trate de elegir si se quiere ser lector o escritor, pero hay que saber dejarse llevar, en los defectos del escritor ajeno quizás esté su virtud, pero para eso hay que desconectar primero. Yo afortunadamente soy de los que se dejan llevar sin problema.
Elena Rius: En efecto, los grandes narradores saben ocultar sus trucos tan bien que ni te das cuenta de que están ahí. Por otro lado, es cierto que percibir la complejidad técnica de un texto te permite apreciarlo mejor y te proporciona una gran satisfacción intelectual. Pero una lectura "ingenua" te brinda satisfacción emocional. Que quizá no sea mejor, pero sí más intensa y perdurable. En el fondo, esos grandes narradores que mencionaba al principio, lo que hacen al ocultar tan bien sus trucos es devolverte la ingenuidad.
No conocía ese libro tuyo; me haré con él ya mismo. Colecciono libros que enseñan a escribir. A ver si aprendo de una vez.
Jorge Aramjuez i Vilanova: Pues lo único que puedo decirte es que tienes mucha suerte. Qué envidia.
Miguel Valle: Me encanta tu reflexión final. En efecto, existe ese disfrute "en diferido", ese placer de transmitirle a alguien nuestro preciados tesoros literarios o cinematográficos. Supongo que es porque, mientras lo hacemos, recordamos nuestro propios placer.
Nicholas Avedon: Es que al principio de la carrera de un escritor, se lee más para aprender que por placer. Luego, uno se relaja un poco. Pero, no sé... ya has perdido la inocencia. Veo que algunos escritores pueden leer sin que lo que saben les estorbe. Pues qué suerte; yo en la mayor parte de los casos no puedo.
Ay, sí, yo soy esa lectora ingenua. Lloro a mares cuando hay que llorar, disfruto cuando toca, me muero de miedo en las novelas de terror... Yo soy la lectora ideal que todo escritor quiere. Únicamente dejo de leer si el libro está mal escrito, si me cansa, si no me ha embrujado pronto. La novela que nombras, "Crónica de una muerte anunciada", una de mis preferidas, me embrujó desde esa primera frase y, además, me sigue embrujando cada vez que la releo (3 o 4 veces más).
Soy lectora y re-lectora. Y claro que me doy cuenta de técnicas y recursos, pero son los acompañamientos necesarios para hacer cautivadora una historia (que es lo que realmente importa)
Jane Jubilada: Qué suerte, amiga mía, conservar la ingenuidad lectora. Te envidio.
Eso de desmenuzar tramas, extraer técnicas narrativas, analizar personajes y ese tipo de cosas no me pasa sólo con lo que leo, sino también con lo que veo (televisión y cine) y con lo que oigo (radionovelas). Tengo 26 años de edad, y no soy ningún literato (soy escritor aficionado, estudio literatura en la universidad y estudié algo que en México llamamos "secretariado", pero nada más), pero llega un momento en el que, de tanto ver, oír y leer, uno empieza a encontrarle la estructura a todo. xD
No sé ustedes, pero yo siempre he dicho que si un texto o una película son predecibles, son malos (porque tienen lo que los críticos llaman "tópicos literarios", y se han visto desde que se inventó la escritura); lo contrario pasa cuando son impredecibles en cuanto a su trama, su argumento y sus técnicas narrativas, por muchos lugares comunes que tengan. Lo mismo con un personaje: Si es predecible, es malo (porque es cliché, y se ha visto cientos de veces); lo contrario pasa cuando dicho personaje es impredecible y tiene profundidad (es decir, qué tan "humano" sea o se comporte, dependiendo del contexto), por muy "arquetípico" que sea. Igual con las técnicas narrativas: Son malas cuando uno empieza a notar que hay demasiada "retórica de relleno" que no lleva a ningún lado, o cuando quedan cabos sueltos en la trama, o muchas otras cosas más; "menos es más", y he visto muchos casos donde una simple acción, un gesto o una onomatopeya por sí mismas pueden más que un largo y ampuloso discurso o una extensa y detallada descripción tipo "entrada de enciclopedia" (porque es "kitsch", y por lo mismo, la verosimilitud se pierde, y lo que uno lee o ve, uno ya no se lo cree). xD
De todo lo anterior, concluyo lo siguiente: Si es predecible, si tiene relleno y me deja lleno de dudas, es, precisamente, porque puedo notar la estructura, defectuosa o no, perfectamente. Yo puedo leer, en calidad de lector ingenuo, si lo que leo esconde perfectamente su estructura, si es impredecible (y, por lo tanto, es perfectamente capaz de "engancharme" o "atraparme") y si "me la puedo creer" (o sea, que sea verosímil). La magia de la literatura y de lo audiovisual radica en esas cosas, o al menos eso es lo que yo creo. Podría estar equivocado o alguien podría pensar diferente. Soy como el mecánico que revisa el motor del Ferrari, con la diferencia de que yo, luego de verlo, lo llevaría a correr en una pista, para ver si las apariencias no me engañan y también para disfrutarlo. xD
Joshua Beta: Creo que, básicamente, tienes razón en todo lo que dices. Por desgracia, a mí me cuesta mucho dejar de ser mecánico y centrarme en el pilotaje. Supongo que por eso ahora suelo leer más ensayo que narrativa.
Pues yo... no estoy de acuerdo, digo, que pienso que cada persona tiene su forma de desfrutar, a mi me fastidia mucho no saber que pasar en un libro, me dan ganas de meterme a internet y buscarme un resumen completo del argumento, no de seguir leyendo en cambio cuando ya se que va pasar es cuándo me dan las ganas de leer, no creo que me haga mala lectora, sino una lectora diferente, no creo que hayan buenos o malos lectores, los libros están para que los disfrutes, porque si hay una forma correcta de disfrutar y tu no disfrutas con ella, te vas a sentir presionado y que lo estás haciendo mal, entonces disfrutarías nada. Cómo ese ejemplo del Ferrari, el producto se fabrica con un propósito, pero cada quien decide porque adquirirlo y que hacer con el. No se si alguna vez he sido capaz de leer en calidad de lectora ingenua, seguramente porque si alguna vez lo hice no me he molestado ni en recordarlo, ya que no es algo que disfrute. Es curioso, me encantó la entrada aunque no esté de acuerdo prácticamente en nada, disfruto mas de los trucos de magia cuando se como se hacen, para mi el disfrute está en ver lo que puede lograrse, pero solamente cuando se como se logra.
Hace poco un amigo mío que es músico se quejaba de algo parecido. "Con lo que a mí me gustaría escuchar canciones, como el resto de la gente. Pero yo no escucho canciones, escucho notas". Tal vez los ignorantistas tengan algo de razón, con el conocimiento perdemos algo, pero creo que es más lo que ganamos. Yo puedo escuchar canciones, pero no componerlas, ni tocarlas si me apetece. Y ya me gustaría hacerlo, pero no sé. Siempre te puedes consolar pensando que si ves tantas técnicas narrativas al leer es porque eres un buen escritor. Lo mismo que mi amigo músico, él se queja, pero a los demás se nos cae la baba oyéndole tocar.
Es una prueba que estoy haciendo.
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