jueves, enero 19

Cocinando palabras

Las dos últimas entradas han girado en torno al arte culinario y la literatura, pero desde un punto de vista metafórico. Hoy seremos más concretos. ¿Te has fijado en cuántos escritores hay que se interesan por la gastronomía y son cocineros aficionados? Por citar unos cuantos ejemplos a vuelapluma: Alejandro Dumas, Alfonso Reyes, Pablo Neruda, Vázquez Montalbán, Isabel Allende, Antonio Tabucchi, Laura Esquivel, Petros Markaris, Donna Leon, Rex Stout y dos buenas amigas, Elia Barceló y Care Santos. Yo mismo, en mi humildad, soy un cocinero aceptable. De hecho, no me limito a preparar ocasionalmente algún que otro ágape social; pese a que Miyo, mi querida asistenta, cocina para el resto de la familia, yo me preparo cada día mi propia comida. ¿Por qué tantos escritores, como su seguro servidor, cocinan habitualmente?
Tengo una pequeña teoría al respecto. ¿Cuándo y dónde planifican los escritores el argumento y la estructura narrativa de sus futuras novelas? Pues depende, supongo, de cada caso y circunstancia; pero hay un lugar en el que seguro que no lo hacen: el despacho donde usualmente escriben. Pongamos mi caso. Si por la mañana me sentase frente al procesador de textos y comenzase a buscar un argumento, dándole vueltas y más vueltas a mil ideas, ahí sentado, quieto, sin hacer nada... para el mediodía me habría pegado un tiro. No, cuando me acomodo delante de mi escritorio es para escribir, y las múltiples pausas que dedico a la reflexión no están destinadas a qué decir, sino a cómo decirlo. Las tramas las construyo antes, en aquellos momentos en que estoy realizando una tarea que no requiere mi plena atención intelectual. Por ejemplo, cuando conduzco un coche o hago la compra. Por ejemplo, cuando cocino.
Y ahí está el quid de la cuestión; creo que muchos escritores cocinan porque esa actividad les concede un tiempo valiosísimo para poder pensar, planificar y crear. Es cierto que igualmente podrían hacer calceta, pero la cocina es la tarea casera más creativa y, además, está rodeada por una aureola de sofisticación y moda. Por eso, como los escritores somos en el fondo (y muchas veces en la forma) unos jodidos esnobs, preferimos marcarnos un suquet de bogavante que un tapete de macramé.
Ah, me acabo de dar cuenta de un pequeño detalle que viene a apoyar mi hipótesis: si te fijas en los autores que he citado (y te juro que ha sido sin premeditación), la mitad, más o menos, son escritores de novela negra. ¿Qué significa esto? Bueno, las novelas policíacas suelen tener tramas muy complejas y estructuradas que requieren, por tanto, mucho tiempo de reflexión para su correcta elaboración.
Mucha cocina, vamos.

2 comentarios:

Care dijo...

Por una vez, estaría dispuesta a firmar con mi sangre cuanto has escrito. No me había parado a pensarlo, pero tienes razón. La cocina es un lugar excelente donde pensar en el que, además, se hacen platos ricos. Por cierto, si la actividad de los escritores es proporcional al tiempo que emplean entre fogones, por primera vez tengo una buena razón que esgrimir cada vez que alguien me pregunte -¡qué pesados!- por qué escribo tanto.

Anónimo dijo...

Pues si, creo también que en esas tareas cotidianas y casui mecánicas se cuecen las tramas y argumentos. De hecho Elia Barceló comentaba en una entrevista que uno de los consejos para superar el llamado bloqueo del escritor era hacer cosas en la casa.
Lo que me acojona es que no soy un gran cocinero ¿significa eso que no soy buen escritor?.
Acabo de recibir una bofetada psicológica.