Al contrario de lo que ocurre con
los tontos, la gente mala no suele tener muchos problemas en reconocerse a sí
misma como tal; o, al menos, en comportarse abiertamente y sin tapujos con
maldad. Porque en el fondo, reconozcámoslo, nos fascinan los malvados. Todos
conocemos el tópico de que a las chicas les gustan los chicos malos; y, por
supuesto, me apresuro a aclarar que a los chicos también nos gustan las chicas
malas. La maldad, aunque la rechacemos, fascina.
Tomemos, por ejemplo, uno de los
grandes hitos de la cultura popular contemporánea: Star Wars. ¿Cuál es su personaje más carismático? Darth Vader, el
supermalo. Y entre los buenos, ¿cuál destaca? ¿El sinsorga de Luke Skywalker?
Para nada; el siguiente en carisma es Han Solo, un bueno con su puntito
canalla.
Como escritor, soy consciente de que
los personajes buenos suelen ser aburridos. ¿Qué interés tiene alguien que
jamás quebranta las normas? Poquito, de modo que para darle vidilla a nuestros
protagonistas, los enturbiamos un poco, les añadimos claroscuros. A fin de
cuentas, si quieres animar uno de tus guisos no le echas azúcar, le añades
pimienta. Recordemos por ejemplo la serie Perdidos.
Había dos protas macizos: Jack (Mathew Fox) y Sawyer (Josh Holloway); ¿cuál era
el favorito del público? Sawyer, el bueno/malote. Igual que el personaje
favorito de The Walking Dead es Daryl
(Norman Reedus), otro bueno/malo.
Pero todo eso es ficción, ¿verdad?
Estamos hablando de malos de diseño, malos interesantes, inteligentes y
complejos, como Hannibal Lecter, Harry Lime (El tercer hombre), Milady de Winter, o Rupert de Hentzau (El prisionera de Zenda). Pero en la vida
real las cosas son distintas.
Yo diría que hay tres clases de
maldad. La primera y más extendida es la maldad basada en el egoísmo. Consiste
en ser malo para obtener algo a cambio, y se basa en ponerte a ti mismo por
encima de cualquier otra cosa o persona. No solo es la maldad más común, sino
que además nadie está libre de haberla ejercido en algún momento, con más o
menos intensidad. Lo único bueno de esta forma de maldad es que resulta muy
previsible. Su hermana pequeña se llama mezquindad.
La segunda clase de maldad surge del
fanatismo y se basa en adoptar ciegamente cualquier creencia que postule
valores más grandes que la vida humana. Dios, patria, raza, honor, revolución… Steven
Weinberg decía: “Con o sin religión, siempre habrá gente buena que haga cosas
buenas, y gente mala haciendo cosas malas. Pero para que gente buena haga el mal, se necesita la
religión". Y no sólo es religión, también puede ser política, o sexismo, o
xenofobia. Con frecuencia se mezcla todo.
La tercera y última categoría es la
maldad gratuita, la maldad porque sí. Probablemente sea la forma más pura del
mal, porque sale del interior más profundo de nuestro ser, del corazón
(podrido, pero corazón). Básicamente consiste en disfrutar con el sufrimiento
ajeno, sin ningún motivo más que el puro placer. Cuando hablamos de esto
enseguida pensamos en sádicos y psicópatas; pero hay otro factor que con
frecuencia desencadena esta clase de maldad: la estupidez.
Lo dice el principio de Hanlon: “«No
atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez». Por su
parte, Carlo M. Cipolla sostiene que el máximo grado de tontería se produce
cuando alguien hace algo que daña a los demás y no solo no le proporciona
ningún beneficio, sino que además le daña también a él. Estulticia y maldad,
una mezcla explosiva.
Por
ejemplo, pongamos el caso de Mario García. No os suena, pero seguro que lo
conocéis: se trata de aquel jovencito que en Barcelona, mientras lo grababa un
amigo, le dio una patada a una chica por detrás y la tiró al suelo, causándola
un esguince que la tuvo dos meses y medio de baja. Y luego a colgar las
imágenes en Internet, porque no veas tú qué risa. Sí, sí, una risa: al
descerebrado de Mario la ha caído año y medio de cárcel y debe indemnizar a su
víctima con 50.000 euros. Vamos, un descojone. Sin duda, en este incidente
intervienen otros factores; Mario es un machista, y un violento, y un cobarde
(¿por qué no eligió a un tío de su tamaño para la bromita?), pero sobre todo
Mario es gilipollas.
Otro ejemplo: Sergio Soler, el
youtuber que se puso a llamar caranchoa a un repartidor. Para descojonarse, ¿no
es cierto? No solo se llevó una torta, sino que además ha tenido que pasar por
el juzgado. Otro gilipollas.
Ahora en plan exótico, Kanghua Ren,
otro youtuber -este de origen chino- que vive en Barcelona. Rellenó una galleta
Oreo con pasta de dientes, y le ofreció 20 euros a un vagabundo si se la comía.
Vale, debe de ser un severo caso de aporofobia, porque no imagino qué clase de
mente puede considerar eso gracioso; pero el amigo Ren se enfrenta a dos años
de cárcel y a pagar 30.000 euros de indemnización, así que Ren es… (a coro)
¡gilipollas!
Hace muy poco, un grupo de ingleses
que estaban de despedida de soltero en Benidorm, le pagaron cien euros a un
pobre si se tatuaba el nombre del novio en la frente. No contentos con realizar
algo tan inhumano, pero que a ellos debía de parecerles divertidísimo, hicieron
fotos que, cómo no, colgaron en Internet. Ahora intervendrá la justicia y
acabarán siendo juzgados. ¿Por qué? Por gilipollas.
Y por último, la famosa “manada”,
los cinco hijos de puta que violaron en un portal a una chica de 18 años. No es
fácil imaginar gente más repugnante; me asquean ellos, me asquean los whatsapps
que mandaban, me asquean sus actos, me asquean esos vecinos suyos que aún los
llaman “buenos chicos Lo que hicieron demuestra una total falta de respeto
hacia la dignidad humana, una crueldad estremecedora, un machismo aberrante y,
desde luego, una absoluta ausencia de empatía. De hecho, no me extrañaría que
entre ellos hubiera algún psicópata. Pero creo que lo de esa gentuza va más
allá del machismo, la psicopatía o la mera criminalidad. Grabaron la violación,
escribieron mensajes alardeando de lo que habían hecho; es decir, ellos mismos pusieron a la vista
las pruebas de su delito. ¿Por qué lo hicieron? Pues eso, porque además de
repugnantes son gilipollas.
Pero la cosa no queda ahí. Tras ser
juzgados y declarados culpables (ahora no pretendo evaluar esa sentencia),
fueron puestos en libertad provisional a la espera de su apelación. Pues bien,
uno de esos cabrones, Antonio Manuel Guerrero, lo primero que hizo tras salir
de la cárcel fue solicitar el pasaporte (aunque se lo habían retirado). ¿Lo
hizo para fugarse o porque se lió, como aduce? Da igual, en ambos casos está
claro que ese violador es, sobre todo, un gilipollas.
¿Y qué me decís de su compañero en
violaciones, Ángel Boza? El tío se ha chupado no sé cuántos meses de cárcel,
sale en libertad provisional, y no se le ocurre otra cosa que robar unas gafas
y agredir a los vigilantes que pretendían impedirlo. Es alucinante. No existe
un premio mundial a la estupidez porque surgiría una paradoja (el concursante
más idiota no ganaría; quedaría segundo, por idiota). Pero si existiese ese
premio, no me cabe la menor duda de que Angelito Boza quedaría segundo.
En resumen: Temed a la maldad; pero
temed aún más a la estupidez.
5 comentarios:
A mí, los malos del tipo "malo gilipollas" me preocupa mucho menos que el malo tipo "ni te enteras de lo malo que soy". Es cierto que el primero también te puede hundir la vida, pero como también se la acaba hundiendo él, por gilipollas, al final te llevas una alegría. Con el segundo tipo... pues eso, ni te enteras.
Samael: El malo inteligente es más peligroso que una piraña en un bidé, en efecto. Pero el malo tonto puede ser infinitamente más destructivo.
El gilimalo es un ser despreciable, en cambio el malo de verdad, creo que incluso se puede admirar en cierta forma, aunque sea un hijo de puta, porque si al menos muestra inteligencia en la forma de hacer el mal,hasta es más listo que la media, también supongo que es un arquetipo y ultimamente en el cine ,ya un estereotipo de malo, pero en nuestro país quien hace escuela, seguidores y son verdaderos "influencers" del mal( porque les copian, joder, que es lo peor que se pude hacer...)son los gilimalos sin ninguna duda.
Juan H.
Pues yo no quiero malos, ni listos ni tontos. Ea!!
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